martes, 18 de julio de 2023

CHARLAS CON ALEX (IV)

 

—Abuelo, no me quedó claro lo de Aristóteles, le he dado un repaso a la Política y todavía se me ha hecho más espeso el asunto.

—Vaya, me alegro de que nuestras charlas te susciten la consulta a las fuentes, ¿a qué conclusiones llegas, mi joven amigo?

—Pues, para empezar, renuevo mi sensación de asombro. Que un señor de hace dos mil cuatrocientos años sea capaz de darnos lecciones de democracia aprovechables todavía, me parece algo digno de consideración. Claro que dice cosas que hoy día serían más que denostadas.

—¿Por ejemplo?

“Y también en la relación entre macho y hembra, por naturaleza, uno es superior y otro inferior, uno manda y otro obedece. Y del mismo modo ocurre necesariamente entre todos los hombres” (referido a Esparta). Imagina si esto lo oye un o una feminista. O este otro referido a la esclavitud: “Está claro que unos son libres y otros esclavos por naturaleza, y que para estos el ser esclavos, es conveniente y justo”.

—Tú mismo acabas de recordar que eso se dijo hace muchos años, la sociedad de entonces no tenía nada que ver con la de ahora, ni siquiera estaba en nuestro espacio geográfico y sin embargo, algunas de sus sentencias y recomendaciones tienen una gran vigencia en nuestros días, por ejemplo esta, en la que no sé si habrás reparado: “Unos gobiernan y otros son gobernados alternativamente”, que nos retrotrae al principio de nuestra conversación, cuando echábamos un vistazo a la forma de gobernar en democracia.

—La Política de Aristóteles es muy extensa y para desentrañarla se necesita un estudio especializado, incluso recurrir a aproximaciones.

—Desde luego, eres afortunado, tienes mucho tiempo por delante y si pones el interés y el esfuerzo necesarios, llegarás a conclusiones interesantes que te ayuden a encontrar el camino adecuado en la vida. Y no es tan farragoso el libro como parece, se limita a estudia las diversas formas de gobierno que el autor conoce de los pueblos de su entorno, las compara y hace un análisis de sus ventajas y desventajas teniendo en cuenta las diferentes constituciones.

—Eso me ha sorprendido, creía que el asunto de la Constitución era relativamente moderno.

—¡Que va! Piensa que desde el origen de los tiempos los estados han necesitado regirse por leyes y códigos. Ahí tienes el de Hammurabi, rey de Mesopotamia, del año 1750 a.C. que recogía un conjunto de 282 leyes.

—Ese no fue el primero.

—Efectivamente, pero fue el más recordado y el que tuvo mucha influencia en culturas superiores.

—Por ejemplo, en la judía.

—¿Lo dices por lo del ojo por ojo?

—Sí, y por la influencia que ha tenido desde entonces, en realidad es un llamamiento a la venganza pura y dura que resulta un pensamiento muy extendido hasta la actualidad. Todo el mundo pretende vengarse de la agresión o del insulto, nadie se queda conforme con las sentencias judiciales: al que gana le parece que le han dado menos de lo que merecía, y el que pierde, no te digo.

—Las personas son las mismas y se comportan de forma parecida desde Hammurabi hasta nuestros días.

—Eso parece, pero no me has aclarado lo de la Constitución.

—Es tarde, lo dejaremos para otro día.

—Vale.

 

 

 

 

 

 

lunes, 3 de julio de 2023

Charlas con Alex (III)

 

— Abuelo ¿Cómo han ido las elecciones regionales?

—Como siempre: para unos bien y para otros mal. Para los que han ganado, estupendo, para los que han perdido, fatal. Y lo triste es que se ha votado en clave nacional y no provincial.

— En eso tienen parte de culpa los candidatos nacionales, pero ese es el juego de la democracia, ¿no? Habíamos quedado en que la voluntad de la mayoría es la que manda y hay que respetarla.

—Desde luego. El asunto es que a veces la mayoría se decanta por opciones que a otra mayoría minoritaria le parecen disparatadas.

—¿Lo dices por Vox?

—Desde luego. Yo, que he vivido otra época y he estudiado los disparates que se vivieron en épocas pasada con el fascismo y el nacismo me estremezco al pensar que puedan volver cosas como aquellas, hoy que tenemos todas las posibilidades de incorporarnos a un mundo de ideas avanzadas.

—Pero los que votan eso deben tener sus razones.

—“Eso”, como tú dices, es lo estremecedor, que haya gente en este país que se deje seducir por las tesis de un partido como “ese al que usted se refiere” que lleva en su programa una sarta de disparates retrógrados, machistas, xenófobos, negacionistas ignorantes y con un tinte fascista propio de siglos pasados. Parece una foto en blanco y negro de los años cincuenta de nuestro país que tú, por fortuna no has conocido: El torero, la manola, el cura brazo en alto y el jefe bajo palio.

—Lo grave (con ser eso grave), me parece a mí, es que lo apoye otro partido con posibilidades de gobernar que debía acercarse a una derecha moderada y europea, que hace mucha falta en este país.

—Pues ya lo ves, a la hora de encaramarse al poder, la ética salta en pedazos y si hay que aliarse con el diablo, pues se alía uno. Lo importante es subirse al macho, y si hay que mentir, se miente.

—Pero que pena, ¿no? Tantas ventajas sociales conseguidas, tantas leyes de ampliación de libertades, tantas conquistas sociales alcanzadas, tanto bienestar para los trabajadores y los pensionistas, tirados por la ventana. ¿Qué se le reprocha al gobierno que las ha pasado canutas con la pandemia, la guerra rusa, la inflación europea y toda suerte de calamidades?

—También el gobierno ha cometido muchos fallos y, como siempre ha faltado pedagogía y han sobrado excesos verbales que pasan factura. Inaugurar un gobierno de coalición, cosa inédita en el país, ha tenido muchas dificultades, ha habido muchos giros que la gente no he encajado bien, ya sabes que es tradición de la izquierda —penosa tradición— ir cada uno por su lado y en caso de disputa quedarse en casa a la hora de votar.

—Habrá que confiar en que las nuevas expectativas nos traigan soluciones a este disparate que nos amenaza.

—En ello estamos. Por fortuna parece que se homogeneiza el bloque de izquierda. Los agoreros personalistas, expertos en poner palos en la rueda de cualquier proyecto que no sea el de “yo, mi me, conmigo”, ya pueden quedarse en casa y con la boca cerrada. Bastante daño han hecho con tal de seguir en candelero, aunque sea parapetándose tras los micrófonos.

—Esos también nos engañaron.

—Y aquellos polvos han traído estos lodos, pero sursum corda, no perdamos la esperanza y vamos a por todas. Vamos a sumar en vez de restar. Sois los jóvenes los que tenéis que luchar por un tiempo de renovadas esperanzas y libertades. Es hora de sumar.

—De acuerdo, abuelo, vamosss.

 

 

 

 

 

 

                

lunes, 26 de junio de 2023

CHARLAS CON ALEX (II)

 

Charla II

 —Abuelo, si cada persona es un voto y no todas están igualmente capacitadas para emitirlo con ecuanimidad ¿Qué garantía tenemos de que al gobierno de la comunidad lleguen los mejores?

—Planteado así, ninguna. De ahí las famosas campañas en que los políticos de uno y otro signo se desgañitan como pescaderas (dicho con todo respeto a las pescaderas, cuyo esfuerzo y madrugones deberían imitar muchos de ellos) intentando vender el producto de que disponga cada uno. En eso coinciden derecha, izquierda y centro. No hay diferencia.

—Pero ¿no sería mejor analizar los logros conseguidos por el gobierno que acaba su periodo legislativo y en base a eso tomar decisiones?

—La clave de bóveda sería analizar detenidamente el grado de cumplimiento del programa electoral con el que se presentaron, pero eso resulta farragoso, difícil y engañoso, porque ya se ocupan muchos de ellos en disfrazar y maquillas los datos o las realizaciones. Siempre hay excusas, retrasos imprevistos, añadidos, sobrecostes, dificultades de toda índole, epidemias, accidentes meteorológicos, ten en cuenta que no hay persona más hábil para disfrazar la verdad que un político.

—No me digas eso, abuelo, que yo quiero ser político.

—Pues ya sabes lo que no tienes que hacer: vivir de la política.

—Entonces ¿Cómo me hago político?

—Lo primero es que seas persona de bien y ciudadano solidario. Terminar los estudios que hayas escogido y buscarte un trabajo. Integrarte en la sociedad y cuando estés preparado y conozcas la realidad de tu entorno y de tu país, si decides participar en política durante un periodo, accede a ella y compórtate con honradez. Acabado ese periodo, vuelve a tu trabajo y continúa siendo un ciudadano normal, aunque permanezcas atento e implicado en cualquier forma de política, tampoco es necesario que seas modélico. En eso si puedes hacer caso a lo que dice Aristóteles.

—Entonces ¿no puedo ser político profesional?

—Puedes ser lo que te dé la gana, pero la perversión de la política es que ahora se fabrican políticos a medida, con el mismo procedimiento para rojos, verdes y amarillos: se accede a la universidad, se cursan Ciencias Políticas, simultáneamente se milita en las juventudes del partido de que se trate y se va adquiriendo experiencia en cepillados de espalda y luchas intestinas. El político, ese político, ya está hecho. El resto de su vida será el partido, ya no hace falta que piense más, basta con remitirse a las directrices que le marquen, como si hubiera ingresado en un cenobio o se hubiera hecho forofo de un club de futbol, adhesión inquebrantable for ever.

—Pues sí que lo pintas mal.

—Lo pinto como es. Si no, echa un vistazo a tu alrededor y dime que ves.

—Pues veo que no todo es así, los hay que abandonan sus trabajos durante un tiempo, acceden a la política durante un periodo y luego vuelven a la vida “civil”.

—Benditas excepciones, pero en general, los grandes partidos se han convertido en agencias de colocación. El que entra en ellos, se pasa la vida haciendo méritos para que el partido los vaya colocando en puestos sucesivos, dándoles la “patada hacia arriba” cuando triunfan en un puesto hasta lograr su nivel de incompetencia, como dice el principio de Peter. Los dirigentes del partido, a su vez, se muelen los cascos buscando donde colocar a tanto aspirante +con los que están comprometidos porque los ayudaron en el ascenso.

—Pues vaya perspectiva.

—No pretendo que te desanimes, es para que seas consciente de cómo está el asunto y obres en consecuencia.

—Tomo nota, como decía Juncal.

 

 

 

 

 

lunes, 19 de junio de 2023

CHARLAS CON ALEX (I)

Charla I

Alex tiene 21 años, habla tres idiomas y está en la universidad cursando Ciencias Políticas. Yo, a su edad, hablaba a duras penas castellano, estaba en la mili de un ejército obsoleto y con los estudios a medio terminar. Las cosas han cambiado mucho. Alex es afortunado con acceso a una educación que en mis tiempos estaba reservada a muy pocos, a los hijos de los que resultaron vencedores de la desdichada Guerra Civil que perdimos todos. Los demás sobrevivieron como pudieron en las catacumbas.

Alex tiene inquietudes sociales y por eso milita en las Juventudes Socialistas. Con frecuencia hablamos de política, unas veces coincidimos más y otras menos, no en vano nos separan sesenta años y educaciones muy diferentes, aunque también es cierto que nos unen lazos familiares potentes. A veces me sorprende con cuestiones a las que no sé dar clara respuesta y sospecho que él ya tiene una más que pergueñada.

Ayer, sin ir más lejos, me decía:

—Abuelo ¿Qué opinas de esta democracia? Siempre me has dicho que la inventaron los griegos y que es el mejor método de gobierno que se conoce.

—Habré dicho el que se conoce hasta ahora, a lo mejor mañana se descubre otro que supere a este. Ten en cuenta que nuestras diferencias con las democracias griegas, como el tiempo que nos separa de ellas, es abismal. Aristóteles, al que ya conoces, habla en su Política de las distintas formas de gobierno y se decanta por la democracia, pero ya sabes lo que era la democracia en su tiempo, tenían derecho a voto los que poseían tierras o peculio y pare usted de contar. Ni los pobres, ni los esclavos y mucho menos las mujeres.

—Pues vaya democracia.

—Por eso te digo, cada cosa hay que adaptarla a su tiempo, a su lugar y al entorno sociopolítico en que se desenvuelve. En este país no podemos hacer abstracción del entorno en el que estamos situados.

—Europa.

—Exacto, para bien o para mal —ya no es momento de considerarlo— somos parte integrante de la Comunidad Europea y las directivas que emanan de allí son de obligado cumplimiento.

—Pero entonces le hemos cedido nuestra capacidad de decisión.

—En parte sí, es el precio que hay que pagar, como hay que pagar un precio por tener seguridad. A cambio, se ceden parcelas de libertad. Las cámaras de seguridad son un atentado a la libertad, sin embargo, nos protegen de las barrabasadas de los malos. Lo uno por lo otro. El secreto está, como en casi todo, en el equilibrio.

—Entonces, ¿es necesario un Estado autoritario?

—Depende de lo que entiendas por Estado autoritario. Es preciso que haya autoridad, porque si no, por desgracia, esto sería un desmadre.

—¿Homo homini lupus?

—Hombre no tanto, pero por simple estadística, por cada x personas honradas hay un número Ɛ de chorizos o maleantes, el mismo número que fijaba el profesor Cipolla para el de inútiles en cualquier colectivo, el mismo que existe entre los políticos que han alcanzado su nivel de incompetencia según el principio de Peter.

—Pues tenemos un problema si el voto de cada uno de los ciudadanos vale lo mismo, siendo así que sus categorías mentales, sus estudios, su formación y su criterio son muy diferentes.

—Claro, pero hay un principio irrenunciable de la democracia: “Una persona, un voto”.

—Entonces, estamos un poco atrapados en nuestras propias normas ¿no?

—Estamos.

domingo, 23 de abril de 2023

APUNTES DE BRUSELAS

 


 


Hacía calor a finales de marzo, tanto como en pleno verano cuando la hierba vira al amarillo y los pantanos se quedan sin agua, la tierra se resquebraja como una piel fina y ajada, y los animales huyen hacia el norte en busca de salvación. 

Llevábamos cuatro meses sin que cayera una gota y los políticos amenazaban con restricciones a pesar de que se avecinaban elecciones y la prudencia aconseja no alarmar a la población. Renacía la pugna desaladoras-trasvase. Los unos pedían más agua del Tajo ignorando que el problema era global, que si cada vez hay menos agua el fenómeno nos afecta a todos por igual, a los de la cabecera y a los de la desembocadura. No es que las desaladoras sean una buena solución, es que hay que convertirlas en buena solución porque no hay otra. Todo estaba en almoneda y las promesas insensatas en que se habían convertido las campañas hacían su aparición. Las obras a medio realizar se daban por concluidas para la inauguración apresurada y se anunciaban toda suerte de medidas para bien de la población como si los últimos cuatro años de gestión no hubieran existido. Era el momento de anunciar nuevas obras faraónicas al tiempo que se denostaban las ofrecidas por los partidos rivales. La ocasión de sacar a pasear los cadáveres penantes de los políticos emprisionados, los aeropuertos sin tráfico y el sufrido Mar Menor que servía de pin-pan-pun a unos y otros mientras seguía languideciendo en su sopa verde, los peces muriendo de anoxia y las especies invasoras acabando con las autóctonas.

La población, como siempre era acomodaticia: los que estaban con el partido dominante aceptaban sus excusas y justificaban sus desafueros y corruptelas. Al fin y al cabo, quién no ha tenido un momento de debilidad, todos somos humanos y a nosotros nos ha ido bien con estos los últimos treinta años. Los que estaban en contra, esgrimían sus armas más arrojadizas sacando cuantos trapos sucios pudieran encontrar de los contrarios. El ambiente se caldeaba cada vez más a medida que la fecha de las elecciones se aproximaba. Cada vez las campañas eran más virulentas, los extremos más polarizados, los intereses más acuciantes. Los postulantes aprovechaban para dejarse ver en las procesiones, cetro y altar siempre han hecho buen maridaje.

Quizás por eso decidieron volar a Bruselas, donde apenas habría llegado el eco del cutrerío político que se vivía en su país. Bruselas, desde que se había convertido en la capital de Europa, había cambiado notablemente de fisonomía. Los belgas ya no eran los “simplecitos” de Europa. Habían dejado de ser el patio trasero de Francia sobre el que Asterix y Obelix hacían bromas. Ahora Bruselas era el centro neurálgico de Europa. 

No se sabe si quedan muchos belgas en Bruselas. Dicen las estadísticas que el país tiene unos once millones de habitantes de los cuales más de millón y medio se agrupan en las diversas comunas que forman la capital, visitada cada año por más de cuatro millones de turistas. Las calles, sobre todo las del centro, se han convertido en un conglomerado de gente de todas las razas y colores entre las que navegan presurosos ejecutivos de abrigo y maletín adscritos a alguna de las innumerables Agencias en las que se decide el destino de los fondos que han de repartirse entre los veintisiete países que formaban la Comunidad Europea. Bruselas se ha llenado de funcionarios y de oficinas.

El centro, de considerables dimensiones, es peatonal en una tendencia que se va ampliando continuamente —común a todas las capitales de Europa—, lo que permite una fluida circulación a pie en todas direcciones a pesar del frío glacial y el incómodo viento que lo esparce, sin más precaución que la de sortear las numerosas bicicletas y patinetes que se mueven con habilidad de equilibrista por entre la abigarrada muchedumbre. Hay patinetes abandonados por doquier sin que uno pueda imaginarse cuales son las reglas de uso de esos artefactos. Al parecer, el cliente los contrata por medios telemáticos —como se hace casi todo hoy en día— para abandonarlos en cualquier sitio una vez cumplida su tarea. Se supone que alguien los localizará mediante algún artilugio que incorporan para rescatarlos en su momento. Las zonas peatonales han propiciado la aparición de artefactos con tracción a sangre que hablan mucho y bien del ingenio humano.



Cualquiera podría pensar que en Bruselas se habla francés. Craso error. La mayoría de las Agencias trabajan en inglés y muchos de sus funcionarios se marcharán cuando acabe su periodo de estancia sin haber aprendido una palabra de francés. En cualquier bar o restaurante os atenderán en inglés con la mayor naturalidad. Incluso es frecuente que os atiendan en castellano. Como pasa en Cataluña, hay un vivo interés en reivindicar el idioma autóctono como lengua de uso. Muchos de los letreros de los lugares públicos —incluido el metro— están en flamenco y en francés, y en muchos casos sólo en flamenco. Ambas son lenguas oficiales. Los habitantes de habla francesa reclaman el derecho de usar su lengua frente al inglés y los flamencos la suya frente al francés. Cada uno cuelga sus pegatinas reivindicativas en el metro o los escaparates de las tiendas y todos tan contentos.



El asunto del mingitorio es complicado. Si a uno le acomete la necesidad de usar uno, puede entrar en cualquier bar, pedir una de las muchas y excelentes cervezas a su disposición como excusa, pero el sistema es perverso porque pronto se verá obligado a evacuar está ultima, repitiendo el proceso de forma inacabable. El agradable paseo se convierte en un permanente vía crucis de beber-desbeber en cada estación.

Puede que el visitante se sorprenda al encontrar muchas mujeres musulmanas por la calle. Se sabe que son musulmanas porque llevan largas vestiduras y cubren su cabeza con un pañuelo determinado, el Yihad, que es como un salvoconducto para entrar en su paraíso. A los hombres musulmanes, sin embargo, no se les distingue de los demás como no sea por sus rostros aceitunados y el cabello negro, cosa por otra parte común a casi todos los varones mediterráneos. Si uno se fija más detenidamente podrá observar en algunos una mancha oscura en medio de la frente consecuencia de sus plegarias de cada día. A ellos su religión no les exige atuendo diferente para entrar en el paraíso, o a lo mejor van a otro paraíso diferente al de las mujeres. En el islam no está bien visto que hombres y mujeres compartan los espacios, ni siquiera los religiosos. Si acudís un día al mercado de Abatois, en la rue Clemenceau, os parecerá (salvo el nivel económico), que estáis en cualquier zoco de una ciudad importante de Marruecos.

El visitante ha tenido suerte. Su alojamiento está en el mismo cogollo de la ciudad, a tiro de piedra de la Grande Place, del edificio de La Bolsa, ahora en reparación, de la Ópera, de la Iglesia de San Nicolás y de la plaza de Santa Catherina donde puede acercarse a tomar una excelente sopa de pescado que le alivie del fresco polar que reina por estas latitudes aún en plena primavera, acompañada de ostras excelentes y "frutos de mar”, que es como llaman a los mariscos en una pirueta del florido idioma francés. Luego puede refugiarse en el Monk donde tomarse a resguardo del viruji una o varias excelentes Triples Karmeliens con una discreta bandeja de quesos holandeses. No se atreve con los chorizos de ración que cuelgan de la pared por mor de las indigestiones. 

 


 



A unos centenares de metros tiene la Morte Subite de excelentes hometettes de fines herbes, donde la exuberante y amable camarera de mandil hasta el suelo le aconsejará sobre la compañía líquida más adecuada. Quizás acabado el breve condumio apetezca el relax del café Drug Opera en cuyo exterior pueda combinar una relajarte pipa con el “café francés”, que en España, con menos alharacas y sin nata llamaríamos carajillo. Para comida más contundente, tiene igualmente cerca el Grande Café donde el políglota Ahmed, magrebí de origen e internacional de corazón le aconsejara sobre la conveniencia de escoger entre el Codillo de cerdo o la Carbonade Flamande. El final de café y Grande Marnier puede resultar apoteósico. 


Fuera imperdonable pecado de omisión abandonar Bruselas sin haberse regalado, al menos en una ocasión con dos de sus productos gastronómicos estrella: los mules y los grofes. De los primeros encontraremos amplia oferta en las vecinas calles. Servidos en las amplias cazuelas que son comunes en todo el norte de Francia y en la costa bretona, es preferible acudir a su forma más elemental: con un ligero aditamento de puerros, apio y alguna otra hierba aromática. Imprescindible el acompañamiento de las “frites” que constituyen aperitivo más que corriente. Acabamos en "Chez León", el más recomendado por las guías turísticas. Cuando se viaja de turista, hay que hacer de turista. Ni mejor ni peor, uno más. Lo de los gofres merece capítulo aparte. Los hay de todas clases y calidades, tanto en confiterías de postín como en tenderetes de comer por la calle. Son los que en Cataluña llamaríamos harto “embafosos” y muy poco recomendables desde el punto de vista dietético por excesivamente grasos y edulcorados. Uno nos servirá de discreta muestra. 

 


Los libros tienen vida propia. Repasando los anaqueles de la breve biblioteca del hogar que nos hospeda, lamentamos una vez más lo cruel del tiempo que ya no nos permitirá releer tantos como desearíamos. Basta abrir uno al azar para, leyendo entre líneas, encontrar una frase que le viene pintiparada al momento. Se trata de una vieja edición de Losada con La Metamorfosis de Kafka. Es un libro comprado ya viejo y algo ajado, en el mercado de San Antonio de Barcelona cuando el visitante era un joven iconoclasta con ínfulas revolucionarias. Además del propio contenido y de la transformación en bicho repugnante de Gregorio Samsa, hubo dos factores que han permanecido en la memoria desde entonces: el prólogo de Borges —Era enfermizo y hosco, nos dice a modo de presentación—, otra de sus recurrentes clases magistrales que no por admiradas resultan menos difíciles de deglutir, y el relato del buitre. Subraya Borges en el prólogo unas letras que dan para extensa meditación: “El animal arranca la fusta de manos de su dueño y se castiga para convertirse en el dueño”. Entre lo impresionante de la obra, el visitante recuerda todavía, y rememora ahora, el relato del buitre que picoteaba los pies. El hombre se encuentra inerme, pide ayuda a un viandante, este le dice que aguante media hora hasta que vuelva con un arma y el buitre, que ha escuchado atentamente la conversación, da una vuelta en el aire y se deja caer en picado para hundir el pico en la boca de su víctima, muriendo él mismo ahogado con la sangre que brota de la garganta.

En su periplo final, Kafka fue poco afortunado: agravada por las penurias de la guerra, su tisis se hizo galopante llevándolo a la muerte en el último sanatorio en el que estuvo internado cerca de Viena en el verano de 1924. A su amigo y albacea Max Brod debemos el que, violentando sus deseos, diera a la imprenta su obra destinada por el autor a la pira. Algo así pasó con Virgilio, el discípulo de Teocrito, autor de las Bucólicas, las Geórgicas y la Eneida —otro libro que ha recorrido media Europa para que nos encontremos aquí—. Próxima ya su muerte, el 21 de septiembre del año 19 a.C. a los 51 años y sintiendo que se quedaba sin tiempo para dar el finis coronat opus a su Eneida, que se había propuesto corregir minuciosamente como hacía con todos sus textos, rogó a sus amigos que la entregarán a las llamas, cosa que afortunadamente tampoco hicieron. De una y otra lectura surgen las ideas enredadas entre sí como del cabo de un ovillo en la cesta de lanas de la abuela: resulta que Virgilio fue enterrado en la zona de la Solfatara, vecina a la Partenope que tan bien refleja Emilio (don Emilio) Castelar en sus Recuerdos de Italia. En la Solfatara, en un magnífico camping al pie del Vesubio de estómago ardiente, hemos acampado en varias ocasiones para visitar Partenope, la ciudad de tantas reminiscencias españolas y las cercanas excavaciones de Pompeya y Herculano.

Uno de los muchos encantos de Bruselas son sus bares y restaurantes. Los hay de todos los tipos, nacionalidades, precios y categorías. En muchos de ellos prima la oferta de las excelentes y variadas cervezas de abadía, típicas del país. Cada una de ellas debe servirse en el recipiente adecuado. No vale el mismo para una Cherry Morte Subite que una Peche, Faro, Hapkin, Grimbergen (en sus versiones blonde o brune), Affligem, Cimai, Cristal, Maes, Westmalle, Primus, Tongelo, y así hasta casi el infinito. Cada una requiere su copa adecuada. En la mayoría de los establecimientos se exige el pago mediante tarjeta o teléfono sin tener en cuenta el monto de la operación, pero para nuestra sorpresa encontramos alguno —típico y concurrido— donde se nos advierte de entrada que el pago ha de hacerse en cash, o sea en dinero contante y sonante. Perplejidad al canto. ¿Es dinero negro? Cotizaran por módulos, nos dicen los bien pensantes.

 


Este globo terráqueo, que era infinito cuando nuestros abuelos salieron de la falla del Rif, se queda cada vez más pequeño. Las distancias desaparecen, por lo menos mientras haya combustible para echarle a los petroleros y a los aviones, y las noticias se conocen casi antes de que se produzcan. Nos desayunamos con una que parece tener en vilo a buena parte de la población de nuestro país: en otro más lejano, una señora de edad venerable decide tener un hijo en el vientre de otra y lo hace donde esas cosas están permitidas. Las penas con pan son menos y cualquier disparate es posible si hay suficiente dinero de por medio. A los pocos días la información se amplía: el nasciturus ha sido engendrado mediante el semen congelado de un hijo —lamentablemente fallecido— de la señora de edad venerable, con lo que la criatura vendría a ser su nieta biológica y participe de su ADN. Uno se pregunta —más allá de juicios, asuntos legales y elucubraciones folletinescas—, qué pensará del asunto esa niña cuando tenga edad suficiente para ello. No sabemos si la madre-abuela, para entonces estará en disposición de proporcionarle la educación y los consejos adecuados.

Las sociedades opulentas, y la de Bruselas lo es, tienen también su lado oscuro que es el de la marginación. Parece habitual encontrar en medio de la barahúnda callejera personas que solicitan un óbolo, con discreción, eso sí, o al acercarse la noche, mendigos preparando sus yacijas en sitios cubiertos por marquesinas al abrigo de la lluvia que parece una constante. Pueden verse parejas instaladas con cierta comodidad (si ello no constituyera un oxímoron) en un colchón doble a modo de cama de matrimonio donde, a lo que parece, se disponen a pasar una noche de  muchas noches. No parece que a las autoridades municipales les preocupe demasiado la situación de esas personas. El fenómeno tiene aspecto de no ser nuevo.

 



Puede que ni el color de la piel, ni la procedencia, ni el idioma tengan demasiada importancia en las sociedades multiculturales como esta, pero lo cierto es que se advierte, sin que sea necesaria demasiada perspicacia, que los empleos subalternos recaen en individuos pertenecientes a etnias no autóctonas. Hay mucha gente de piel oscura en esos oficios, lo que inevitablemente lleva al recuerdo del Congo Belga, del rey Leopoldo de infausta memoria, al de Josef Conrad y el horror, al del Apocalipsis Now…

Un grupo de tres amigos escuchan música junto a la barra de un bar encontrado al paso. Parecen habituales por la forma en que los trata el matrimonio que atiende la barra. Corean al unísono las canciones que salen de un altavoz conectado a alguna emisora de música permanente.  Cada uno de ellos es dueño de un par de vasos de cerveza Primus que van consumiendo alternativamente, a veces sosteniendo los dos en las manos o dejándolos, en los periodos de descanso, en la barra convenientemente emparejados para no confundirlos. El dueño del bar se     aplica a darles presión para que siempre estén rebosantes. Es un ambiente cálido y familiar a las dos de la tarde. 

Los días de relax flamenco terminan como todo en esta vida perecedera, otros asuntos nos reclaman en nuestro país donde se avecinan elecciones que exigen la participación del ciudadano responsable. Quede la ciudad de Bruselas como un recuerdo amable en compañía de tantos otros que el viajero ha tenido la suerte de conocer.

Sin tránsit gloria mundi.

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