domingo, 21 de agosto de 2022

LA TINAJA RUMBO A LOS PIRINEOS

 


 De la misma forma que Ortega habla en su libro sobre las masas de "la pluralidad continental”, el más fuerte de los alicientes de los viajes consiste en experimentar esa pluralidad en sus múltiples facetas que abarcan desde los tipos y comportamientos humanos, sus estilos de vida, sus formas de obtención, procesamiento y consumo de los alimentos, maneras de vestir, fiestas y formas de diversión; y por supuesto el paisaje en el que el viajero busca siempre  elementos diferentes de los que conoce, pues los ya familiares de su entorno acaban por convertirse en ejercicio diario, monótono y sin encanto. En definitiva, se viaja en busca de lo diferente, de la sorpresa siempre con una nueva expectativa y en ocasiones con el recuerdo de una anterior visita placentera que se pretende rememorar. Ya postulaba Darwin hace mucho tiempo que el éxito de la evolución está en la diversidad y no en la uniformidad, y eso es precisamente lo que hace rico y hasta divertido a nuestro grupo humano, las diferencias que nos separan tanto personal como colectivamente. Diferencias que solo puede parecer amenazantes a los que conciben a ese grupo con la uniformidad de un regimiento adiestrado para golpear al unísono el suelo con el mismo pie en el mismo instante, pero que resultara positivo y engrandecedor para quien se sienta motivado por el intercambio constructivo de ideas del que se deriva el enriquecimiento mutuo. 

Tranco 1

Santomera-Benasque

 



La canícula ha llegado este año con extremo rigor y muy adelantada. Parece obvio que el cambio climático ya lo tenemos encima. Otra cosa es a quien se lo adjudicamos para pedirle responsabilidades. Algo parecido debió pasarles a nuestros primos Neandertales cuando se vieron sorprendidos por las glaciaciones europeas, aunque en aquella ocasión la influencia humana estaba descartada. En la actualidad, resulta poco discutible que la acción del hombre tenga mucho que ver en el deterioro medioambiental. Las emisiones de toda clase de gases, la desertización producida —y en activo— en muchas partes del planeta, la ingente producción de basura de todas clases, la aglomeración de edificios y asfalto ocupando amplios espacios antes dedicados a bosques y prados, resultan un claro exponente de que la acción del hombre ha modificado sustancialmente el espacio que lo rodea. Todo lo cual hace que este año de 2022 el tórrido verano haya llegado a Murcia con cierto tiempo de adelanto y un rigor al que no estábamos acostumbrados, por más que las altas temperaturas no sean un fenómeno sorprendente por estas tierras. Sin embargo, las cotas alcanzadas en esta ocasión sobrepasan peligrosamente lo conocido hasta ahora. Algo que, una vez más, debería invitarnos a la reflexión. A principios de julio los noticiarios comenzaron a expandir inquietantes nuevas: los servicios meteorológicos anunciaban olas de calor en torno a los cuarenta y algún grado en casi toda Europa y durante muchos días. A la tripulación de La Tinaja, superviviente afortunada de la Covid, se le presentaban dos alternativas: permanecer en su refugio de invierno haciendo frente a las inclemencias de este verano atroz por el método tradicional: botijo y rocío vespertino de la puerta, para dedicarse cómodamente a la charla con las comadres, o iniciar una singladura siempre azarosa hacia países más fríos. Después de los necesarios debates y democráticas votaciones se optó por la segunda posibilidad. Un destino elegido al azar, dentro de las opciones de montaña señala como punto de destino el valle de Benasque, en el Pirineo Aragonés.  Y dicho y hecho, emprendemos la marcha preparados para un día que se hará largo con sus 700 Km. El auriga recupera su ímpetu dormido durante estos casi tres años de pandemia y logramos llegar a destino a buena hora. Caemos en un camping que más que de montaña parece de playa: asentamientos permanentes, familias completas, niños y canes por doquier. Al oscurecer, barbacoas olorosas de las que uno participa muy a su pesar. Permanecemos in situ (qué remedio) una noche a la espera de localizar mejor destino, que por fortuna no tardamos en encontrar a orillas de un río de montaña.

El río Esera, afluente del Cinca, que ya debía estar allí cuando los celtas andaban por la zona y le dieron nombre, es fruto de los deshielos de la sierra pirenaica que corona el Aneto, el pico que cubre con su sombra, protectora a veces amenazante otras, el cauce por donde discurren las aguas cristalinas. Según nos dicen, es refugio de la nutria y del desmán de los pirineos, pero por más que estuvimos atentos, no tuvimos ocasión de ver ninguno. Nos contentamos con avizorar las siluetas escurridizas de algunos sapos que, según los especialistas son especies endémicas y protegidas.
 
 

Aguas abajo, después de la represa que da lugar al embalse de Paso Nuevo se encuentra la población de Benasque, otrora pequeño cúmulo de casas refugio de agricultores y pastores con un delicioso hostal, que conocimos hace muchos años. Hoy se ha convertido en un hotel pomposo y el pueblo en un bullicioso centro merced al desaforado turismo que han propiciado las cercanas pistas de Cerler y los variados acontecimientos deportivos que han desarrollado sus avispados moradores. 

 

Desde nuestro camping hay un relajado paseo hasta la presa que mantiene el caudal del rio constreñido a razonables proporciones. Tiempos atrás no debió ser así, a juzgar por las grandes masas de piedras redondeadas que jalonan el cauce. El visitante ocasional se pregunta cuánto tiempo ha hecho falta para que el rodar de esas piedras haya acabado dándoles forma. Y empieza a barajar cifras que exceden en mucho cualquier referente humano. El encuentro con la naturaleza en sus formas prístinas despierta por lo común la sensación de pequeñez, incluso fragilidad en cualquier persona. El tiempo, en la naturaleza es otro bien distinto del que los mortales hemos adoptado para nuestras actividades, quizás utilizando nuestra propia referencia, asaz breve. La naturaleza se mueve por otros derroteros y cuando nos acercamos a ella los percibimos con nitidez y nos preguntamos si realmente vale la pena someternos a esa tiranía nuestra de la velocidad, habida cuenta de que somos un accidente más de la naturaleza que nos sustenta y de que nuestras trayectorias, tanto individuales como colectivas no son sino un grano de arena imperceptible en la infinita playa del devenir de nuestro planeta. Si uno de esos enormes bloques de granito que duermen hoy el sueño de los siglos bañado por la rápida corriente del Ésera ha necesitado miles, quizás millones de años para adquirir su forma, ¿Cuantos miles, millones de años habrá necesitado nuestro planeta hasta convertirse en un lugar habitable para nuestros abuelos que se separaron de los grandes monos e iniciar la conquista de la sabana en la falla del Rif? Dicen los que de esto entienden que alrededor de los cuatro mil millones. Dicho así no parece ni mucho ni poco. El tiempo del Hombre es tan breve que andar manejando esas cifras produce cierto embotamiento de cabeza.

Para nuestra desdicha y felicidad de los amantes de la montaña, hemos coincidido con el fin de semana más emblemático de la ciudad, donde se dan cita toda suerte de acontecimientos deportivos relacionados con el montañismo, la Gran Trail Aneto Posets entre el 21 y el 24 de julio con seis carreras de montaña de todos tipos y para todas edades. Ni que decir que hay gente por todas partes, el pequeño pueblo está abarrotado y no hay forma de conseguir una mesa libre en una terraza ni en un restaurante.

Acuden a la memoria del auriga las palabras de Ortega referidas a “la aglomeración del lleno”:

Las ciudades están llenas de gente. Las casas llenas de inquilinos. Los hoteles llenos de huéspedes. Los trenes llenos de viajeros. Los cafés llenos de consumidores. Los paseos llenos de transeúntes. Las salas de los médicos famosos llenas de enfermos. Los espectáculos, como no sean muy extemporáneos, llenos de espectadores. Las playas llenas de bañistas. Lo que antes no solía ser problema, empieza a serlo casi de continuo: encontrar sitio.

Remontando el valle del Esera en dirección a Francia, por encima del Pla de la Senarta y una vez superada la subida de Vallhiberna, llegamos hasta Los Llanos del Hospital en pleno parque natural Posets-Maladeta desde donde parten numerosos circuitos excursionistas veraniegos. En invierno es punto de encuentro de practicantes de eski de fondo, nórdico y de travesía entre los 1750 y los casi 2000 de altitud por unas magníficas pistas. Su nombre deriva de un primitivo hospital construido por los monjes hospitalarios que daba refugio a los viajeros, comerciantes y peregrinos que se dirigían a Francia hace ya más de 8 siglos. Al parecer, no fueron los primeros que llegaron hasta esas latitudes porque en 2004 se descubrió un monumento funerario de gruesas piedras de granito a modo de cista que guardaba las cenizas de una persona de la Edad del Bronce.

Nuestra intención era seguir el camino hasta pasar a Francia, lo que hoy resulta imposible para los vehículos.

De vuelta a Benasque, al medio día, tenemos la suerte de dar con un excelente y tranquilo restaurante —La Parrilla— donde nos regalamos con un excelente cochinillo para el auriga y un exquisito atún —exótico plato para el lugar nos parece— con el que se contenta la tripulación, siempre más comedida.

 

 

 Después de la espléndida comida nos dirigimos a las cercanas pistas de Cerler que, como habíamos previsto, están desiertas hoy. Todo el mundo parece estar participando en los acontecimientos deportivos del pueblo. Un paseo reconfortante y solitario al que se suma el aliciente de poder bañar los pies en un regatillo de los que se escurren desde los picos cercanos.

 

  

TRANCO 2

Benasque-Valle de Aran

 


 Dadas las circunstancias, decidimos mudarnos y emprendemos viaje hacia otro valle menos bullicioso: el de Aran. Los 80 km. Que nos separan de él transcurren por una estupenda carretera llena de curvas por la que la circulación ha de hacerse necesariamente lenta. Eso permite a la tripulación de La Tinaja y al mismo auriga apreciar la belleza del paisaje en todo su esplendor. Dejamos atrás Castejon de Sos y seguimos hasta encontrar el valle por el que discurre el Noguera Ribagorçana que remontamos hasta Viella dejando atrás el Tossal de l’Home de 2400 m. de altura.

 

 

Llegados a Viella que en aranés es Vielha, por mor de la recuperación de los valores autóctonos, La Tinaja se instala en un lugar paradisiaco, umbrío y desierto desde donde podemos hacer una estupenda excursión recorriendo los caseríos de alrededor, Arros, Vila, Bossots. Siete km. y medio y un desnivel de casi 1000 m. ponen a prueba nuestras piernas, pero cierta parsimonia y la dosis adecuada de perseverancia nos hacen salir del trance sin mayores dificultades. 

 

Seguimos el cauce del Garona, recién nacido del deshielo de las cumbres nevadas que se escabulle rápidamente hasta desembocar en Atlántico cerca de Burdeos. Una huida que nunca le perdonaremos los que pertenecemos a un país con endémica falta de recursos hídricos.

Uno de los muchos encantos del valle consiste en la visita a las gargantas de Lin “Uelhs deth Joeu” alimentadas por las lágrimas del Aneto, que corren subterráneas durante cuatro kilómetros para reaparecer súbitamente en este lugar. Salimos en dirección a Es Bordes y después de recorrer los 10 km. que nos separan de él, tomamos el desvió en dirección a Artiga de Lin y después de otros tantos llegamos al parking ya repleto, desde el que salen los excursionistas.

 


El día está nublado y resulta muy agradable la considerable caminata con un desnivel más que apreciable. El amable chico que nos indica el camino en una garita de la comunidad aranesa al inicio de la excursión, nos dice que el desnivel positivo es de 300 m. pero a mi parecer, ha contado un cero de menos. Vale la pena la caminata por ver la preciosa cascada.

  Valle de Boí y San Clemente de Tahull.

Nos encaminamos al valle del Boi desandando lo andado para llegar a Viella, hasta casi Pont de Suert en dirección a Lesa y Barruera. Llegamos a Tahull por una pista estrecha en la que nos vemos y deseamos para pasar cuando nos cruzamos con otro coche y dedicamos la mañana a contemplar el hermoso valle y las dos principales iglesias, el monasterio propiamente dicho donde asistimos a una preciosa representación de lo que pudieron ser las pinturas originales, y la iglesia de Santa María, cerca de la cual encontramos un discreto barecillo sombreado donde regalarnos con un refrigerio reconfortante. Nos dicen que las pinturas originales del monasterio fueron retiradas cuidadosamente para formar parte del museo de Arte de Barcelona y los viajeros se preguntan si no hubiera sido más lógico y digno dejar las pinturas originales en su sitio y llevar la copia de la representación que se nos ha ofrecido, al museo.

 

Para nuestra sorpresa, coincidimos en Viella con Agata y Luis que van de excursion con otros compañeros moteros a recorrer los picos franceses, el Turmalet y compañía. Cenamos en la suya, pasamos un rato la mar de agradable y nos despedimos hasta nueva ocasión.

 


 

Viella nos proporciona un último día placentero, la comida en un sitio extraordinario: el restaurante Barrados, a la orilla del rio del mismo nombre que poco más abajo une sus aguas con las del Garona recién nacido que tiene el mal gusto de hacerse francés y caudaloso para acabar muriendo en el Atlántico a la altura de Burdeos. La comida merece crónica aparte.

Se trata de un restaurante a la antigua usanza regentado por un padre y un hijo que atienden las mesas y alguien más de la familia que manejan la cocina.

Menú a 17 € del que escogemos la sopa aranesa, un estofado de ciervo y unos pies de cerdo. La tripulación, más comedida, se contenta con una sensacional ensalada y un muslo de pollo “farçit” con prunas y pinyols. Exquisito el condumio, el vino clarete de la tierra y el detalle de las dos botellas de licor para servirse “a volonté”, una de licor de arándanos y otra de un licor de nueces que un poco más y se lo tienen que arrancar de la mano con fórceps al auriga. El recuerdo del Barrados formará parte de las excelencias de este viaje para siempre.

Nos proponemos partir antes de que nos sorprenda el fin de semana que coincide con el cambio de mes, pero llueve durante toda la noche y estamos en un tris de tener que posponer el viaje. Por suerte a media mañana el tiempo nos da un respiro y podemos continuar ruta hacia nuestro próximo destino, El Valle de Broto.

Tranco 3

Viella-Broto

 

Nuestra eficaz Dirección de Planificación y Gestión de Recursos Extraordinarios encuentra aposento en un camping multitudinario en el pueblecito de Oto al que llegamos después de descender desde el valle de Arán siguiendo el curso del Ribagorzana y dejar atrás Castejón de Sos, Ainsa e internarnos en el valle de Broto hasta el pueblecito de Oto. No es exactamente el tipo de camping que hubiéramos escogido, pero no hay otras posibilidades, nos adaptamos haciendo de tripas corazón y añorando el Camping Artigané que acabamos de dejar en Viella. El día concluye con un paseo por el tranquilo pueblo y una excelente cerveza en el bar del camping.

Oto es un pueblecito encantador como todos los de esta fachada sur del Pirineo que estamos recorriendo, a casi 1000 m. de altitud en el valle de Ara en la comarca de Sobrarbe, lo que redunda en temperatura bonancible durante el día y fresco delicioso durante la noche. Un paseo por el pueblo de Oto nos permite conocer la torre de cuatro pisos que caracteriza al pueblo. Se trata de una construcción del S. XV utilizada durante mucho tiempo como cárcel, y la iglesia parroquial de encomendada a San Saturnino, amalgama de estilo románico y mozárabe. 

 A muy poca distancia se encuentra el pueblo de Broto, cabeza natural del valle y sede de las reuniones del concello, instalado en el edificio de la cárcel y que regula el buen gobierno de los vecinos y todo lo referente a la explotación de los recursos del valle y los arrendamientos del monte. Cerca de la cárcel está la iglesia, en la parte alta del pueblo separado en dos barrios -el de Santa Cruz y el de los porches-, por el rio Ara de huidiza corriente.

 

Tranco 4

Broto-Ansó

 



Salimos Del Valle de Broto y en Fiscal tomamos la carretera en dirección a Sabiñanigo y Jaca que dejamos atrás, hasta llegar a Berdun desde donde nos internamos en el Valle de Ansó para llegar al pueblo que le da nombre, muy cerca ya de la frontera francesa.

Ansó, que figura en la lista de los pueblos más bonitos de España desde 2015, cuenta con una población cercana a los 400 habitantes que se ve notablemente incrementada en época de vacaciones. Como todos los valles de montaña, el de Ansó esta labrado por un río, el Veral, afluente del Aragón, que a su vez cede sus aguas al Ebro. La orografía que disfrutamos contemplando el hermoso paisaje del valle, fue hace unos cuantos años (un millón más o menos) asiento de grandes glaciares cuyo descenso en forma de lenguas de nieve modelaron el espacio dando lugar a los picos que se elevan sobre el fondo de los valles planos.

Nos cuentan que el pasado de Ansó se remonta al S.XIII cuando Jaime I de Aragón le concedió numerosos privilegios debidos sin duda al interés que despertaba su vecindad con Francia y los ganaderos franceses, lo que motivaba frecuentes litigios a causa de los pastos, principal fuente de ingreso de la zona. Años más tarde se regularon los conflictos con el Bearn fijándose un tributo anual de tres vacas, costumbre que sigue vigente hasta hoy día.

Es día de gran afluencia de turistas que se reúnen en el vistoso mercadillo de productos autónomos instalados en la plaza del pueblo.

 


Decidimos hacer una visita a Isaba, en el Valle del Roncal, de la que tenemos noticia a través del Diccionario etimológico de los nombres de los pueblos, villas y ciudades de Navarra del autor Mikel Belasco. En su término municipal se encuentra el pico más alto de Navarra, la Mesa de los Tres Reyes, llamada así porque está situada entre Navarra, Aragón y Francia. Sus orígenes se pierden en el Neolítico, como atestiguan los dólmenes de la zona de Larra-Belagua, obra de los primeros pastores que poblaron aquellas fragosidades. Años después, en época de Carlos III, el valle del Roncal obtuvo un fuero general que reconocía a sus habitantes como “Caballeros, hidalgos e infanzones”, lo que es de suponer habría de llenarlos de orgullo regional. Con el tiempo se perdieron estos privilegios, por lo que en nuestra visita no logramos apreciar, a simple vista, diferencia alguna entre sus habitantes y los de cualquier otro lugar de la geografía española, salvo la lengua en algunos momentos.

Nos detenemos a charlar con una amable señora de cabellos blancos que, sentada a la puerta de su casa toma el fresco de la tarde mientras observa el paso de los visitantes que, como nosotros, desfila ante su mirada complacida.

—Este pueblo fue muy importante en su tiempo, ¿saben ustedes? Aquí se dio la famosa batalla de Olast. La ganaron los nuestros y por eso el rey Sancho García que mandaba las tropas, concedió a los habitantes del valle importantes privilegios. Mi marido, que es historiador —lástima que no esté ahora, ha ido de pesca con un sobrino suyo— les hubiera podido ilustrar mejor que yo. Desde entonces, al ganado del roncal tiene derecho de pasto en las tierras de las Bardenas. El caso es que esa batalla estaba descrita C por B en el archivo del Valle del Roncal, pero se quemó en un incendio de la iglesia. Se salvaron muy pocos textos, como le pasó a la biblioteca de la abadía que retrata Umberto Eco. Hace poco se ha encontrado la obra de un hombre del roncal llamado Juan Martin Hualde que había recopilado esos textos en 1630 y donde se asegura que la batalla famosa tuvo lugar precisamente en Olast, cerca de Yesa en el año 785. Pero siéntense, que les voy a sacar unos vasos con agua de limón, si les interesa la historia del pueblo.

Le agradecemos la atención, tomamos asiento en el poyete de piedra junto a la puerta de la casa, y mientras nos regalamos con la fresca limonada seguimos escuchando.

—Los moros llegaron aquí cuando ya habían conquistado casi toda España y querían hacer lo mismo con Francia, pero en Poitiers les salió al paso Carlos Martel y se tuvieron que dar la vuelta. Mi marido dice que lo que pasó es que les pilló el invierno y a los moros no les gustaba nada el frío, ellos estaban acostumbrados al clima cálido de su tierra. El caso es que cuando ya venían de retirada, con aquel Abderramán al frente, que era más malo que la tiña, locos de rabia iban haciendo todas las perrerías que podían y a los roncaleses les pareció que iban a matar a los hombres, violar a las mujeres y todo eso. Entonces se propusieron hacer como en Numancia, matar a las mujeres y matarse tos para no darle oportunidad a los moros, pero entonces, las mujeres dijeron que nones. Se cortaron el pelo, se vistieron de hombre y junto con ellos dieron la batalla a los moros y la ganaron. Dicen que fue una de las mujeres la que le cortó la cabeza a aquel moro malo. Por eso en el escudo de todas las villas roncalesas figura la cabeza cortada del moro junto al puente de Olast. Para que ustedes vean si el pueblo tiene historia. Y porque no les he contado la historia de los almadieros, que fueron famosos en el siglo dieciocho. Aún se cantan algunas coplillas como esta: 

 

Para vinos Artajona

Para praderas Baztán

Para olivares Tudela

Para almadieros Roncal.

Le agradecemos la amable explicación a la señora y seguimos nuestro recorrido. La referencia a los almadieros ha despertado nuestra curiosidad y nos acercamos al rio donde los vecinos han reconstruido una almadia a tamaño real, recuerdo de aquellos esforzados hombres que construían ese arte desde que en el siglo dieciocho le fue preciso a la marina real gran cantidad de madera para la construcción de buques. Se procedió a la tala generalizada de los bosques y con sus troncos se construyeron las almadias, formadas por varios tramos de troncos unidos entre sí y ligados en su centro por un varal de avellano. Delante y detrás se improvisaban dos remos que permitían a los esforzados almadieros controlar aquella ingente masa desde el rio Belagua, bajando por el Ezca hasta llegar al Ebro y de allí al Mediterráneo.

Volvemos a Ansó a través de una carretera llena de curvas que pasa por el pueblo de Garde y que no nos hubiéramos atrevido a recorrer con la caravana. En Isaba hemos disfrutado de nuevo de la compañía de Ágata, Luis y sus colegas moteros y adquirido para la despensa un estupendo queso roncalés y una botella de licor de mandrágora que nos proponemos degustar a la vuelta.


 

Tranco 5

Ansó-Jaca

 

 El viaje exprime sus momentos finales y decidimos hacer una última etapa para aclimatarnos, a sabiendas de que a partir de Jaca, según las últimas noticias meteorológicas, podemos olvidarnos de aire fresco de los valles pirenaicos. 

Jaca es ciudad de largo recorrido histórico que recordamos con agrado de hace años, cuando la visitamos en temporada invernal de paso hacia las zonas de esquí de Candanchú y el balneario de Panticosa.

Jaca es, también, enclave de larga historia que se remonta al siglo I cuando Estrabón la cita como capital de los jacetanos, pueblo que ocupaba las estribaciones del Pirineo hasta la región de los ilergetes, que hoy llamamos Lérida.

Loa muchos avatares históricos sucedidos en la ciudad hasta nuestros días exceden con mucho la breve reseña del viaje que nos proponemos en estas páginas. Para curiosos o interesados, dejo aquí uno de los muchos enlaces en los que se puede obtener mayor información sobre el tema:

https://es.wikipedia.org/wiki/Jaca

Visitamos la famosa fortaleza construida en tiempos de Felipe II por el ingeniero italiano Tiburcio Spannocchi siguiendo el modelo de estrella que en aquellos tiempos estaba de moda, lo que nos recuerda el libro de Albert Sanchez Piñol, Victus, cuya trama gira en torno a la construcción de ese tipo de fortalezas.

 

 Durante la Guerra Civil española fue utilizada por el ejército sublevado como campo de concentración para prisioneros republicamos que sufrieron unas condiciones penosas de hacinamiento. En 1944 se abrió de nuevo para recibir a las personas que regresaban de Francia confiadas en las promesas del dictador.

Para extractar la larga y compleja historia de la ciudad de Jaca, baste acudir a su principal condición: la de pionera. En efecto, fue primera capital del Reino de Aragón, primera que proclamó a Ramiro II “el monje”, y primera que se sublevó a favor de la Republica.

Un último paseo por la Calle Mayor, una cerveza acompañada de las típicas “madejas” en una agradable terraza, nos despiden dignamente de la hermosa y acogedora ciudad.

 

Tranco 6

Jaca-Santomera

 


Como todo en la vida, nuestra excursión toca a su fin. Con el buen sabor de la visita a Jaca y su fortaleza, con las excelentes cervezas que hemos disfrutado en varias de sus terrazas y con las templadas temperaturas que nos advierten de lo que encontraremos en nuestra tierra, emprendemos el regreso.

Los 150 caballos que tiran de nuestra Tinaja emprenden su alegre galope en la todavía fresca mañana. Les anima sin duda la querencia del hogar, abandonado durante tantos días, aunque confiado a las expertas manos y eficaz gestión de nuestro buen amigo Antonio “El Pezón”. Nadie mejor que él para mantener en saludable estado al averío a pesar de los rigurosos calores que, según nos cuenta, han padecido mientras nosotros, privilegiados, disfrutábamos de días bonancibles cabe las cumbres de La Maladeta pastoreadas desde lo alto por el Aneto.

Este recorrido, largo en exceso para lo que son nuestros habituales propósitos diarios, es notablemente aliviado por el buen estado de la Autovia Mudejar que une la frontera francesa por Somport con Sagunto, ya cerca de Valencia. El escaso trafico hace que nuestra Tinaja navegue por las extensas llanuras del recorrido con toda placidez.

Un poco avergonzados de la favorecida situación que nos ha permitido estas estupendas vacaciones, nos reintegramos a las tareas habituales con la esperanza de repetir nuestras aventuras caravaneras en cuanto la ocasión se presente.

 *

 


6 comentarios:

  1. A este que es de pies cortos le vino bien leer la crónica de tu viaje ilustrado. Tu auto-tinaja-movilística me recordó a aquel otro Diógenes en busca del hombre perdido y hallado...

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    1. Ja, ja, Todos somos un poco Diogenes, solo que yo he tenido la suerte de que me albergue una tinaja movediza que me ha permitido ampliar el radio de mis observaciones. Gracias por tu visita y un abrazo, Juan.

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  2. Escribes compañeros morteros, creo que querías escribir moteros

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    1. Gracias, Pepe, siempre se escapa algún gazapo y es una suerte que algún avispado lector le sacuda un tiro. Gracias de nuevo por tu visita y un abrazo.

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  3. ¡Qué maravilla! Se despiertan las ganas de viajar al poco de comenzar la lectura, aunque he viajado de gratis con su crónica.. Yo, de mayor, quiero ser como usted, pero alguien tenía que guardar Santomera si los ilustres se van bien acompañados y entinajados. Solo un pero: imperdonable que no preguntara a la mujer del historiador que le ofreció agua con limón si este era de Santomera.

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    1. Muchas gracias por su visita y por habernos acompañado en el viaje. Debe ser la sombra indefinida que pe parecía apreciar en ciertas ocasiones. Seguro que Santomera ha estado perfectamente vigilada durante nuestra ausencia. No sé si acierta tomándome como modelo, no se fie de las apariencias, ya sabe que no es oro todo lo que reluce y creo que en esta nuestro pueblo hay modelos de mucha más categoría. Por lo que se refiere a los limones, me pareció tan obvio que no se me ocurrió preguntarle a la señora si eran de Santomera. Di por sentado que no había en España limones que pudieran superar en sabor a los que habían servido para hacer aquella limonada. Y si tenemos ocasión de desvelas el anonimato, será un placer que nos saludemos cualquier día que nos crucemos por el pueblo.

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