jueves, 11 de octubre de 2018

SOBRE EL QUIJOTE


Mariano Sanz Navarro

“El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, compuesto por Miguel de Cervantes Saavedra” novela publicada, en su primera parte, el año de 1.605.

Es una obra de madurez (Cervantes tiene 57 años en aquel momento, edad en que su época lo sitúa en los umbrales de la ancianidad), que trata de los disparatados hechos de un personaje también maduro:.. Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años...
Cuando inicia el Quijote, Cervantes es un hombre viejo y presumiblemente desencantado de casi todo. Ha sido soldado de fortuna (escasa) aunque de cierta gloria, ha padecido la burocracia de Felipe II, miserias y cárceles, como su padre y como su abuelo; ha sido aprisionado por los turcos y sometido a penosa estancia en sus baños hasta que los mercedarios lo rescatan por 500 escudos después de numerosos y fallidos intentos de fuga por los que, contra todo pronóstico, no es represaliado; tiene una hija bastarda a la que da su segundo apellido, se casa ya cuarentón, parece que más por las rentas esperadas del enlace que por otra razón y en sus últimos años vive con un grupo de mujeres de su familia, de más que dudosa reputación, entre las que no figura su esposa, que lo sumergen en lances vergonzosos con demasiada frecuencia.
No parece que estas circunstancias de su vida, rodeada siempre de penurias económicas, sean las más propicias para engendrar una obra de la magnitud del Quijote y de su talante generoso e innovador que constituye, seguramente, la primera gran novela escrita en lengua castellana[1]. Sin embargo, y a pesar de sus escasos éxitos como escritor hasta el momento, acomete en silencio, esta gigantesca tarea que constituye el triunfo mayor de su vida, del que aún tuvo la fortuna de poder disfrutar en sus últimos años.
Es posible que Cervantes pretendiera ser, ante todo, poeta y autor teatral (dice en el “Viaje del Parnaso”: Yo que siempre me afano y me desvelo / por parecer que tengo de poeta / la gracia que no quiso darme el cielo), campos en los que no obtiene la respuesta exitosa que cree merecer. Como poeta no es excesivamente apreciado y como autor teatral queda ensombrecido por la figura de Lope de Vega que acapara la posibilidad de representar en los corrales, con sus comedias ágiles y desenfadadas muy del agrado del público del momento. Su “Cerco de Numancia”,  de una densidad demasiado trágica, no tiene nada que hacer frente al divertido costumbrismo picante que las obras de Lope proporcionan a un público poco culto y vulgar, ávido de diversión sin mayores complicaciones. Ha de quejarse el autor, con amargura de ello cuando en la segunda parte de D. Quijote que dedica a D. Pedro López de Castro, conde de Lemos, se duele: ... mis comedias antes impresas que representadas...
La fortuna, aunque no económica, sonríe por fin al viejo poetón tullido de un arcabuzazo en Lepanto, con la publicación del primer Quijote, que tiene un éxito inmediato; se edita cinco veces en 1605 y dieciséis entre 1605 y 1616; aún llega a tiempo de ver sus traducciones al francés y al inglés. Conviene recordar que Cervantes sólo ha publicado hasta ese momento “La Galatea”, y de eso hace ya veinte años.
El Quijote es, quizás, la novela más divertida y profunda jamás escrita en castellano; su humor, como sabio, es elegante, sobrio y sin ninguna concesión a lo chabacano; humor de sonrisa, no de carcajada, que no la precisa.
Es más que probable que se iniciara, en un principio, como una serie de relatos cortos y el desarrollo de los personajes desencadenara pronto la necesidad de mayor espacio y la aparición de nuevos elementos. Hay una evidente sátira acerca de los embelecos que los libros de caballerías inducen en las mentes sencillas de los que se enfrentan con la novedad de los libros impresos. También un ascendiente mágico que todo lo escrito despierta sobre las gentes que lo creen cierto por el solo hecho de estar impreso. Hay que recordar que en uno de los episodios de la venta (cap. XXXII), las únicas historias escritas que se reputan como falsas son precisamente las cuentas del Gran Capitán Gonzalo Fernández de Córdoba, mientras que las fantasías de que hablan los libros de caballerías, con sus disparatados hechos, son aceptadas como verdades de evangelio.
Esta intención se evidencia en el prólogo del primer Quijote... pues esta, vuestra escritura no mira a más que a deshacer la autoridad y cabida que en el mundo y en el vulgo tienen los libros de caballerías...
Hay, además de esto, el sano intento de que leyendo la obra,…el melancólico se mueva a risa, el risueño la acreciente, el simple no se enfade, el discreto se admire de la invención, el grave no la desprecie, ni el prudente deje de alabarla.
Se gesta el Quijote, a la manera de una “novella” corta italiana, del estilo Bocaccio o Bandello, con un personaje que, aunque bien dibujado desde el principio, no tiene la dimensión gigantesca que, por contraste, ha de asumir con la aparición de Sancho.
Los seis primeros capítulos transcurren sin que don Quijote, que ha iniciado su andadura de desfacedor de entuertos, bien pertrechado de los elementos caballerescos que su monomanía le ha hecho escoger con minuciosidad, (incluida la dama imaginaria que ha de mantenerse en ese plano durante toda la obra) tenga necesidad de más ayuda. Es a partir del capítulo VII que D. Quijote solicita a un labrador vecino suyo, hombre de bien [...] pero de muy poca sal en la mollera,  que se salga con él para servirle de escudero, eso sí, contratado “a merced”  que no hay ninguna otra forma de salario descrita en los libros de caballerías que él conozca.
A partir de ese momento queda consolidada una de las parejas más famosas del patrimonio literario universal; y por lo que supone para el desarrollo de la obra, puede considerarse a Sancho Panza el hallazgo fundamental del Quijote. A través de él vamos a poder conocer la realidad social, el folclore y las costumbres de su tiempo. Va a darle cuerpo y cara al rústico de la época, simple, pero con una notable dosis de ingenio natural como demostrará durante los breves días de gobierno en su ansiada ínsula, en los que acaba como burlador de los que se prometían divertidas chanzas a su costa. Sancho comienza su  andadura como antítesis y contraste de D. Quijote, pero a medida que la novela transcurre, sobre todo en la segunda parte, asistimos al fenómeno de la sanchificacion de Don Quijote y de la quijotización de Sancho, con lo que las dos figuras se complementan y enriquecen. Han tomado tal consistencia cada una por su lado, que pueden separarse, como sucede al final de la segunda parte, y navegar con rumbos diferentes sin que la historia sufra menoscabo.
Desde el principio, Sancho opone su pragmática visión de la realidad a la de D. Quijote, ilusoria y llena de sueños fantásticos a los que la acomoda, transformándola de la mano de los encantadores que lo persiguen encarnizados y la trocan a su comodidad de continuo. Sancho no duda que su amo esté, si no loco, por lo menos algo trastornado, a pesar de lo cual lo seguirá apoyando en sus más descabelladas aventuras, magnificando sus hazañas ante los demás y esperando, confiado, la ínsula que no duda ha de otorgársele un día.
Pero ese momento feliz no ha de llegarle, por ahora, ya que los pérfidos encantadores que persiguen a su buen amo, han tramado una extraña máquina para perderle, que consiste en encantarlo por medio de sus habituales engaños y malas artes para conducirlo maniatado, enjaulado y sobre una carreta tirada por mansos bueyes, impidiéndole así, envidiosos de su fama y hechos, ejercer su beneficioso oficio de andante caballero. Allí, auxiliado por las fieles ama y sobrina, bizmará sus heridas y recobrará el sosiego que precisa para preparar su tercera salida, en la que piensa dirigirse a unas famosas justas que han de celebrarse en Zaragoza.
Conducido de la forma más indigna que para un caballero pueda haber y que él soporta, estoico, por la Orden de Caballería que profesa, es  transportado hasta la aldea por el tropel de diablos que ocultan bajo sus máscaras al cura, al barbero y al resto de los personajes que han sido actores, en la Venta de Juan Palomeque, de los últimos acontecimientos. Lo conducen entre burlas y veras mientras Sancho, que alimenta fundadas sospechas acerca de los fingidos demonios, no acaba de hacerle la contra a su señor que atribuye toda la máquina a los pérfidos encantadores que le persiguen sin tregua. Llegada la comitiva al lugar, es recibida por el ama y la sobrina, contentas de la vuelta del caballero aunque apesadumbradas por su aspecto roto y exánime, del que tardará en recuperarse los diez próximos años.
Durante el otoño de 1614, cuando Cervantes se acercaba a la conclusión de la segunda parte de don Quijote, encaminado con toda seguridad a Zaragoza como se nos había prometido en la primera, llega a sus manos un libro publicado en Tarragona con el titulo de Segundo tomo del ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, firmado por Alonso Fernández de Avellaneda, natural de Tordesillas. Nombre y patria falsos, encubren al autor, aún hoy desconocido, posiblemente un compañero de armas de su juventud, con toda seguridad del entorno de Lope de Vega, nada amigo de Cervantes.
Ya en el prólogo, Avellaneda carga contra Cervantes refiriéndose a sus novelas más satíricas que ejemplares, si bien no poco ingeniosas y entra, con evidente mal gusto, a sus defectos físicos y otros alifafes: y digo mano, pues confiesa de sí que tiene solo una [...] tiene más lengua que manos […] Cervantes es ya de viejo [...] y por los años tan mal contentadizo,...
La aparición de este libro debió causar no poco disgusto a nuestro escritor, tanto por verse arrebatados unos personajes paridos por su ingenio, cuanto por las diatribas y ataques que directamente se le hacen.  La reacción es fulminante y digna de su categoría. Primero compone y endereza los pasos de sus personajes a otra parte que la que ha prometido en el final de la primera y que le ha sido usurpada por Avellaneda, luego acelerando la aparición de su propia segunda, en cuyo prólogo da un repaso al atrevido, y por fin vareando al apócrifo en su obra.
Dice el primer biógrafo de Cervantes, Don Gregorio Mayans y Ciscar en su Vida de Miguel de Cervantes Saavedra, publicada en 1737, del Quijote de Avellaneda: su dotrina es pedantesca i su estilo lleno de impropiedades, solecismos y barbarismos, duro i desapacible i, en suma, digno del destino que ha tenido.
Y Cervantes mismo, en el prólogo de la segunda parte le da una réplica contundente aunque elegante en la que se refiere a Lope de Vega defendido por Avellaneda gratuitamente: y si él lo dijo por quien parece que lo dijo, engañóse de todo en todo, que del tal adoro el ingenio, admiro las obras y la ocupación continua y virtuosa. (Era notoria la vida disoluta de Lope, a la sazón clérigo y familiar del Santo Oficio).
Desde luego, el Quijote de Avellaneda está a mucha distancia literaria del autentico; su protagonista no es un visionario genial sino un pobre loco que acaba donde los tales suelen terminar, y Sancho no es más que un rústico mentecato, desaforado comilón y exento de gracia. Cervantes mismo, comentando el episodio en el que Avellaneda hace a sus personajes asistir a las justas de Zaragoza dice de la escena que es falta de invención, pobre de letras, pobrisima de libreas, aunque rica de simplicidades. Opinión que se supone, quiere hacer extensiva a toda la obra.
Pero, más adelante, continúa  el varapalo cervantino al osado, que no es don Miguel persona que deje las cosas a medio. No contento con rechazarlo de plano, como hemos visto, ingenia la forma de eliminarlo por completo convirtiéndolo en materia de su propia novela. En el capitulo DIX, (que seguramente Cervantes ha recompuesto, pues ya lo debía tener escrito cuando aparece el de Avellaneda), don Quijote y Sancho coinciden en una venta cercana a Zaragoza con dos caballeros a los que oyen, a través del frágil muro, leer la segunda parte apócrifa. Para dejar patente la impostura, don Quijote decide torcer el rumbo y encaminarlo a Barcelona... no pondré los pies en Zaragoza y así sacaré a la plaza del mundo la mentira dese historiador moderno... 
Más adelante, durante su estancia en Barcelona, el caballero visita una imprenta en la que se está preparando una reimpresión de la obra; Altisidora cuenta que en su tránsito de la vida a la muerte llegó hasta las puertas del infierno y vio a unos demonios jugar a la pelota con libros vanos “llenos de viento y borra” entre los que se encontraba la segunda parte falsa.
Por último y en una genial pirueta, cuando ya regresan al lugar, se encuentran con un personaje del mismo Avellaneda, don Alvaro Tarfe, al que muestran, con su misma presencia, la mentira de los hechos relatados en el quijote del falsario. Don Álvaro, hasta ese momento personaje de Avellaneda, es escamoteado de forma genial, pasando a ser personaje cervantino.
Para concluir esta breve ojeada sobre el Quijote, parece oportuno traer a colación la fabulación que Jorge Luis Borges en su relato, Pierre Menard, autor del Quijote,  hace sobre un escritor francés de final del siglo pasado que concibe la peregrina idea de completar la obra de Cervantes con algunos capítulos de su cosecha. Se pone a la tarea el hombre y después de mucho trabajo descubre que su obra se acerca a la perfección sólo cuando reproduce con exactitud los capítulos del Quijote publicado en 1605 y 1616. Al calcar palabra a palabra los párrafos de la obra, el escritor descubre en ellos una nueva luz no entrevista hasta entonces, comprendiendo que es solamente el lector el que revive el texto, dando vida en sí a los personajes, modulando de forma especial y única sus voces y dotando de sentido nuevo a las viejas, inmortales, palabras.





[1] En 1490 se había publicado, en Valencia la novela de caballerías Tirant lo Blanc, de Joanot Martorell, escrita en lengua valenciana.

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