Desertización
PAUL
Y ANNE AHRLICH La explosión demográfica, Biblioteca Científica Salvat, Barcelona, 1993.
Uno de los problemas medioambientales más
importantes con que se enfrenta la humanidad es el de la desertización, ya iniciada
antes de que el hombre se instalara sobre la Tierra. Recuérdese que algunos
desiertos como el del Sahara estuvieron en su tiempo cubiertos por las aguas y más
tarde se convirtieron en paraísos vegetales antes de llegar a su estado actual.
La desertización “artificial” que nos rodea a pasos agigantados está causada
por el aniquilamiento de la vegetación debida a la tala y quema de arboles, el
pastoreo excesivo, la erosión a causa del agua y el viento resultado de la mala
política agraria, la salinización y encharcamiento de los campos de regadío y
la compactación del suelo (debido al ganado, al trabajo de los tractores, a la
desecación y al impacto de la lluvia sobre la superficie desnuda de la tierra
entre otros muchos factores coadyudantes). Su estado terminal se reconoce
fácilmente: un erial, prácticamente desprovisto de vegetación. Un ecosistema
que apenas puede prestar servicio alguno a la humanidad.
Lo grave de la desertización es que, en sus
primeras etapas puede pasar inadvertida. Es un proceso lento y gradual difícil
de apreciar durante la vida de una persona. Hacia el año 2.000, cerca de 18.000
km², gravemente desertizados han perdido más de la mitad de su productividad. Más
de 32.000 km² han dejado de ser productivos por completo. Las zonas más
afectadas son los márgenes del Sahara, el este u el sur de África, gran parte
del sur y centro de Asia, Australia, la región oeste de EEUU y la parte
meridional de Sudamérica. Aproximadamente 230 millones de personas, casi todas
en los países pobres, se hallan directamente afectadas por este fenómeno.
Un ejemplo
del efecto perverso del uso de técnicas modernas para paliar los efectos
de la desertificación y sus consecuencias, es la construcción de pozos
artesianos en el Sahel Africano (El Sahel es una franja de clima semiárido, con
precipitaciones anuales que oscilan entre los 200 mm. del norte y los 600 del
sur, que recorre el continente africano de este a oeste, desde el sur del
Sahara hasta el norte de las sabanas de África central. Abarca, total o
parcialmente Mauritania, Senegal, Malí, Argelia, Guinea, Burkina Faso, Níger,
Nigeria, Camerún, Chad, Sudán y Eritrea).
Según parece, existen grandes bolsas de agua en algunos
puntos del desierto pero son restos de épocas pretéritas que han permanecido
inmutables durante muchos siglos y no tienen visos de que puedan volver a realimentarse
con el nivel pluviométrico actual. La construcción de pozos en unos acuíferos que,
en el mejor de los casos, tardarán muchos años en volverse a llenar trajo como
consecuencia inmediata la superpoblación de rebaños en proporción superior a la
capacidad de carga de la zona. El ganado, según se trate de camellos, asnos,
vacas u ovejas, se desplaza con una periodicidad entre uno y cinco días,
siempre por rutas fijas, las más próximas a los lugares de pastoreo. Esto hace
que sus continuos tránsitos destruyan la vegetación y compacten el suelo. Los
animales se concentran alrededor de los pozos esperando ansiosamente su turno
para beber y acaban con cualquier rastro de hierba en los alrededores,
compactando la tierra en un amplio espacio, cada vez mayor a medida que la vegetación
retrocede. Las deposiciones del ganado durante largas horas de espera,
contribuyen en una medida importante a agravar el problema. Los excrementos se
secan rápidamente al sol, calentándose y provocando la destrucción de los
hongos y bacterias que sirven para acelerar su descomposición y proveer a la
tierra de nutrientes. Los excrementos secos forman un “pavimento fecal” que
impide que vuelva a crecer la hierba. Por si fuera poco, en época de lluvias
estos excrementos contribuirán a contaminar los acuíferos, provocando
infecciones y trasmitiendo enfermedades. Es un círculo vicioso que se ha
querido paliar construyendo más pozos, pero esto no hace sino multiplicar el
problema, porque a cada nuevo alumbramiento el problema se inicia de nuevo.
El panorama, visto desde un aspecto global, es
poco esperanzador. Las medidas a largo plazo son difíciles de tomar, dada la
escasa proyección que los humanos tienen como consecuencia de lo breve de su vida
en relación con los fenómenos que se desarrollan en tiempos mucho más extensos.
Queda la esperanza –exigua- de que los movimientos sociales tengan capacidad
suficiente para concienciar al resto de la sociedad de la necesidad imperiosa
de cuidar un entorno. De lo contrario será la tumba de la humanidad de la misma
forma que fue su cuna.
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