EL MAESTRO
Habita
Lobsan Prajna en uno de los templos del gran monasterio de Samye en el Tíbet.
Allí recibí de él en tiempos ya lejanos las enseñanzas que habían de cambiar
para siempre muchos de mis conceptos sobre las cosas y los hombres.
No
se conocen, en el monasterio poblado de azafranadas túnicas y hombres
silenciosos, las delicias del What Shap, los avances de internet, los diseños
de la manzana mordisqueada ni la promiscuidad del Face o del Twiter. Sin
embargo, nuestra comunicación, a lo largo de estos años, ha sido fluida. Con
frecuencia el maestro me visita durante sus experiencias astrales extracorpóreas y cuando
se siente demasiado fatigado para ello –ya va teniendo sus años- o agotado por
sus intensos estados de meditación y prolongados ayunos, me envía aladas
mensajeras con sus consejos y enseñanzas.
Fruto
de ellas es este tratado que, probablemente inspirado en el del profesor
Cipolla sobre la estupidez humana[1] que le hice conocer, me ha
ido enviando en continuadas sesiones.
—Para tu exclusivo uso –añadió en una
nota aparte. Nada más lejos de mi
intención que infligir daño o alumbrar perjuicio a quien pueda sentirse
identificado, siquiera de lejos, con alguno de los perfiles que aquí trazo.
Aunque, bien mirado, no creo que exista hombre alguno que se tenga a sí mismo
por necio. Cada uno asegura sentirse satisfecho con la porción de inteligencia
que le ha tocado y casi todos estamos seguros de poseer capacidades que exceden
de la media.
Y por cierto, cuando hablo de
tontos, sepas que adopto el universal, como me enseñaron mis mayores, de modo
que si algún miembro del género femenino se siente excluido de este pequeño
muestrario que en absoluto pretende ser exhaustivo, puede confiar en que tiene
aquí un lugar tan merecido como los pertenecientes al género masculino.
Desde el monasterio de Samye,
¡Ommmmmmmmmmm!
Lobsan Prajna.
Resulta
patente que he desobedecido las instrucciones del monje. Por esta vez, no he
podido resistirme al deseo de compartir con mis allegados sus sabias
enseñanzas. Espero que la esencia del Buda no haga descender la sombría mancha
del castigo sobre mi alma a causa de esta falta que solo ha movido el amistoso
desvelo. Confío en que la prudencia de los lectores sea bastante para que no se
lleguen a difundir estas enseñanzas más allá del reducido grupo en el que casi
todas las licencias están permitidas.
Termino
con esta cita, que debo a Dr. Jorge Novella: Son tontos todos los que lo parecen y la
mitad de los que no lo parecen. BALTASAR
GRACIÁN, (1601-1658), Oráculo Manual y
Arte de Prudencia, aforismo 200.
Y esta otra recogida de mis piadosas lecturas: La lengua del sabio hace estimable la
doctrina; la boca del necio no dice más que sandeces. Proverbios, 15.2.
TONTO
DE PUEBLO
Antiguamente
conocido como tonto de baba, tontucio, Andresico el bobo, Pepico simplezas y
otras varias acepciones dependiendo del lugar geográfico de que se trate.
Es
producto de la ignorancia, alteraciones genéticas, alguna malformación
congénita, dificultades del parto o vaya Ud. a saber. Es, por lo común, de
mediana edad (este tipo de tonto no vive mucho), aspecto desaliñado y poco o
nada amigo de la higiene, que en las épocas en que este espécimen proliferó no
era cosa corriente. Suele mostrarse con el pelo rapado que deja ver escrófulas
y mataduras de diversa índole. Cabeza a menudo dolicocéfala. Su vestimenta
tradicional es un McFerlan o amplio
guardapolvos que cubre como única prenda su magra anatomía. A veces para
escándalo de algún grupo de festivas muchachas amaga con abrirlo y ellas corren
fingiendo vergüenza mientras ocultan la sonrisa con el dorso de la mano.
Es
tonto bonancible e inofensivo si no se le atormenta. Cuando los chicos abusan
de las cervezas y le acometen, no es raro que a alguno de ellos, más confiado
de lo que la discreción debiera aconsejarle, el tonto le patee la entrepierna con
insospechado acierto y eche a correr mientras el imprudente se duele en
decúbito prono.
Es
tonto en vías de extinción, si no extinto a estas alturas.
TONTO DE CAPA Y ESCLAVINA
Es tonto ya documentado en
tiempos de Quevedo -que le dedicó algunas páginas-, hoy trasmutado en tonto
receptor de honores. Puede vérsele en actos académicos, investiduras colegiales
o fundaciones donde se imponen medallas, bonetes, capas y capirotes, recibiendo
esas distinciones con sonrisa bobalicona, asumiendo como propios los honores
fantasiosos que los organizadores del acto han pergeñado, guiados por
misteriosos y, generalmente, espurios intereses.
Es, como todos los tontos,
de difícil recuperación, habida cuenta de que el camino emprendido de loas y
falsos parabienes lo conduce a escalar, cada vez con mayor ahínco, las más
altas cumbres de la estupidez, camino este de difícil retorno.
Se nutre del aplauso
cómplice y del jaleo interesado. Pasa la vida en un continuo hincharse de
fatuidad como el poco agraciado sapo verbenero que se encuentra a sí mismo
lleno de atractivos. “Quien como yo”, se dice en sus prolongadas sesiones ante
el espejo mientras moldea su “Anasagasti” cada vez más depauperado.
Es especie común y en
continuo aumento que frecuenta cenáculos y acontecimientos de escasa
relevancia para hacerse notar,
consiguiendo éxitos efímeros.
Persona de poca enjundia y
vida farfullera. Reviste escasa peligrosidad por ser fácilmente detectable.
TONTO DE CAPIROTE
Dícese del tonto cubierto en
todo lugar y a todas horas. Abunda en nuestros días en que la longitud de vida
y la alopecia se han incrementado de forma notable. Se distingue por su notorio
interés en adoptar una prenda de cabeza de la que no se desprende ni a sol ni a
sombra. Oscila la dicha prenda desde la gorra cuartelera o encuerada con
ringorrangos varios, a la boina estrellada a la cubana, el sombrero jipijapa
(conocido en su tiempo como Ricardito) o el de estilo Indiana Jones. Se dan del
espécimen otra serie de variantes que, por lo amplia, harían excesiva y prolija
esta enumeración. Una de las más importantes, por su difusión dolosa, es la que
suele aparecer en debates radiofónicos o televisivos, donde el tonto cubierto
exhibe la prenda como parte integrante de una personalidad en permanente
construcción.
Acomete esta estupidez
relativamente moderna a toda clase de individuos, incluso a los que por su
formación y escuela debieran ser inmunes a ella. Y así, vemos aunados por la
gorril tontuna a quienes no dan más de sí, y a otros que sin merecerlo, son
encuadrados en el mismo género debido a una adopción irreflexiva del protector
adminiculo.
El tonto cubierto es especie
menor e inofensiva, si no es por su ataque a la estética y a las ancestrales
costumbres.
TONTO
INJERTO EN POLÍTICO
Es tonto de los más
peligrosos, por cuanto su tontuna puede incidir gravemente en la paz y sosiego
de la comunidad, incluso en su balance económico, en el que puede hacer
estragos de forma impune. Suele venir de casta cuyos progenitores no le encontraron
más salida que la misma a que ellos se han encaramado. No es tonto de nacencia,
sino tonto adiestrado, lo que en algunas ocasiones facilita y propende la
posibilidad de que sea rescatado de su tontuna, acaso motu proprio, o por el sabio consejo de algún amigo o familiar bien
intencionado.
El tonto injertado en pie de
político es, como ya se dijo, de una peligrosidad extrema, pues construye su
personalidad en base a los alicientes que de fuera le llegan, y siendo ellos
tan falsos como una moneda de dos caras, contribuyen a la consolidación de una
personalidad ficticia y desmoronable. Es tonto amargado y sin recursos cuando
el final de la vida le acomete, y se percata de lo ficticio e irreal de sus
triunfos. Con frecuencia acaba en tonto lamentable y deprimido, paseante fatuo
de jardines plagados de excrementos perrunos y bancos con abundante población
de indigentes.
Resulta más digno de
conmiseración que de escarnio si no fuera por los desastres que puede hacer en
el Erario Público.
TONTO
ATRONADOR Y FESTERO
Es clase menor de tonto,
casi siempre inofensivo, que ocupa un lugar de poca relevancia entre ellos.
Prolifera en las fiestas de los pueblos y ciudades a las que acude con una
puntualidad inexorable aunque estas se celebren a muchos km. de distancia. Es
de los que no se pierden una. Puede vérsele en los Sanfermines, en los Moros y
Cristianos de Alcoy o en la Fallas de Valencia sin que en ninguno de los casos
sepa a ciencia cierta qué es lo que le llevó allí, ni en qué consiste la fiesta
y mucho menos cuales fueron sus raíces o su historia. Es un festero profesional
y acude donde la charanga lo llame. Se considera tonto de menor cuantía que
solo hace bulto, de los que van con la caravana no importa el lugar a que esta
se dirija.
Le gustan el ruido, las
fallas y los tambores, además de la cerveza, el vino y los cubatas de Ron
cubano. No se pierde un solo año la Tomatina de Buñol ni los tambores de Mula.
Tiene amigos en todos esos lugares que, con frecuencia lo proveen de condumio y
lecho. Su repertorio dialectico es limitado aunque suficiente:
-¿Qué?, otro año más.
-Ya te digo
-Lo vamos a pasar pipa
-No veas.
Y así, hasta el año que
viene.
TONTO
DE VINOS Y MARIDAJES
Es tonto de reciente
aparición, nacido al compás de la burbuja inmobiliaria y de la proliferación de
restaurantes decostruidos fruto de la bonanza indiscriminada y fatua que
invadió nuestro país en los principios del S. XXI.
Es tonto de chándal y paseo
con el perro de su señora los domingos, pantalón corto y sandalias con calcetines blancos en los
veranos; chaqueta y corbata de color plateado en catas y maridajes. De cultura
media-baja, esconde su ignorancia enciclopédica con el pseudo conocimiento
adquirido, a uña de caballo, de viñedos, vinos y salsas apropiadas, con otras
tontunas por el estilo. Con tal exhibición erudita se siente importante, más si
los adereza con un mediano conocimiento de la situación futbolística del
momento o de la última trapacería que el árbitro perpetró contra su equipo
favorito. En una cata a ciegas haría el ridículo, pero su grado de tontuna no
es tal que lo lleve a una en la que participen auténticos profesionales.
Presume entre sus colegas de bar de una botella de no sé cuántos euros que
destapó el otro día en un prestigioso restaurante, en amistosa connivencia con
ese personaje importante que menciona entre dientes para que nadie pueda
identificarlo con exactitud.
Es, a pesar de todo, tonto
afectuoso y llevadero que suele convidar a los amigos.
TONTO
MOJIGATO Y ESCURRIDIZO
También tonto de sacristía,
florece habitualmente a la sombra de ellas. Hay una variedad abundante conocida
como mandadero de monjas que
prolifera en ciertos conventos extramuros.
De pequeña o mediana
estatura, cuerpo recogido, usa vestimenta sobada y discreta, ademan
complaciente y servil proclive a la inclinación versallesca. Acostumbra a
tocarse de sombrero resobado o gorra con los que la acentúa al destocarse en
ademán que considera elegante.
Con frecuencia es rebotado
de alguna orden religiosa y, sin imaginación para construir su propia vida,
vive cercano a la norma del establecimiento religioso de que se trate.
Constituye una especie de Orden Tercera por libre.
Es tonto cariñoso e
inofensivo si no fuera por su tendencia al chismorreo y a la inspección
rigurosa de las buenas costumbres de las que se cree árbitro. En siglos pasados
este tipo de tonto formó parte muy activa del Sanedrín.
Se le puede encontrar con
ademan contrito y orgulloso en los desfiles procesionales de los pueblos, que
recorre cargado de cirios en expiación de pecados que nunca cometió. Acepta con
ademán de modestia y sonrisa conejil el beneplácito de sus vecinos. Ese es su
día de gloria que espera ansioso año tras año.
Pertenece a la clase de
tontos decorativos e insignificantes de peligro medio-bajo.
TONTO
DE BARRA Y CARAOKE
Es tonto de hábitos
nocturnos que prolifera en bares y discotecas, si bien su hábitat natural son
las llamadas salas de karaoke, a las que acude con una regularidad digna de más
altos menesteres.
Arranca a cantar “por Julio
Iglesias” al que imita, según él de forma tal que con frecuencia lo mejora.
Puede acabar la noche, a medida que se viene arriba con el arrobo del
respetable, por Antonio Molina, o ya en el paroxismo del éxito, por la misma
Niña de la Puebla y sus Campanilleros. Se alimenta mayormente de aplausos y
bravos que nunca sospecharía insinceros.
Lo podéis encontrar, en
versión mañanera, acodado en la ventana para fumadores del bar de la esquina,
delante de una copa de ponche Caballero con un cubito, o una menta con sifón
que deglute a pequeños sorbos. Le cuenta al atareado camarero, que apenas lo escucha,
sus éxitos de anoche notablemente mejorados. Tiene los ojos como riñones, apantallados
por unas gafas de sol que imitan marca famosa.
Es tonto de escasa
imaginación, antiguo niño mimado y con problemas familiares que raramente
resuelve con fortuna.
Peligrosidad media-baja si
uno evita que lo acorrale en alguno de sus apostaderos.
TONTO
VOCINGLERO Y TELEFÓNICO
Es tonto que ataca de forma
preferente en el transporte público. Resulta de los menos peligrosos. Basta con
no utilizar el democrático medio de transporte para verse libre de su
presencia.
En ocasión ineludible de
utilizar autobús, tranvía o tren, deben extremarse las precauciones, pues el
vocinglero telefónico es artero y puede colocarse a escasa distancia de la víctima
sin que esta lo advierta hasta que es demasiado tarde.
Resulta fácilmente
reconocible. Lleva adosado a cualquiera de los dos pabellones auditivos un
adminiculo de última generación, hacia el cual gesticula y vocifera como si
delante de sí se encontraran uno o varios interlocutores aquejados de pertinaz
sordera. Suele remachar sus rotundos asertos describiendo amplios abanicos con
el brazo libre.
—¿Eso te dijo? Me cagontó,
ese no tiene valor para decírmelo a mí a la cara. Lo machaco, mentiendes, lo
machaco, ¿sabes lo que te digo?, lo machaco, porque se lo merece después de lo
que le hizo a mi hermana, ¿mentiendes o no?
De esa o parecida guisa
continúa apostrofando a su invisible interlocutor sin que vosotros, sentados en
la butaca contigua, sintáis el menor interés por aquella conversación
esperpéntica.
El tonto vocinglero
desciende en la parada correspondiente produciendo una notoria sensación de
alivio a la concurrencia que cruza miradas cómplices. Se pierde en lontananza,
caminando a grandes trancos; sigue con el aparatejo pegado a la oreja, haciendo
ostentosos molinillos con el brazo y dejándoos sumidos en la mayor perplejidad.
¿Acabará resolviendo el enredo?
TONTO
EMPECINADO Y TROTAMUNDOS
Es
tonto que presume de cosmopolita y viajero. Ha visitado cualquier lugar del
mundo que le indiquéis antes que vosotros. Practica hasta la extenuación el “y
yo más”. Suele derivar la conversación hacia el tema viajero y cuando le
apuntáis de forma tímida tal o cual estancia cercana o remota, os dirá que él
ya estuvo allí tal día de tal mes de tal año. Estuvo en tal hotel (el mejor del
lugar), comió en tal restaurante tal y tal excelsa comida que le confeccionaron
expresamente, porque hizo indisoluble amistad con el dueño (restaurador famoso)
y degustó en su compañía un vino de tal marca y tal añada (la más exquisita de
los últimos cincuenta años). Callará prudentemente lo que le costó la broma.
El
tonto empecinado, a pesar de conocer el ancho mundo, no suele visitar museos ni
espectáculos culturales, lo que considera una pérdida de tiempo. En Grecia solo
hay edificios antiguos medio derruidos, en Egipto estatuas rotas, en Venecia,
aguas estancadas y mosquitos, en Turquía, es imposible tomarse una cerveza en
la calle.
Hay
una variante extremadamente peligrosa que es el soltero o viudo reciente que
viaja solo, generalmente provisto de una máquina fotográfica de tropecientos
pixeles en la que almacena miles de fotografías que intentará enseñaros al
menor descuido. Conviene detectarlo desde los primeros momentos para evitar el
peligro de que os convierta en asesinos.
Por
lo demás, es tonto inofensivo aunque palicero, sin nada interesante que
aportar.
TONTO TERRACERO
Es
tonto sobrevenido a la edad de jubilación, bien forzosa, bien pactada. Habitual
entre la clase enseñante o los empleados de banca. Se encuentra de la noche a
la mañana en su casa a horario desacostumbrado, estorbando en cualquier sitio
en que se ubique. Si no tiene menesteres delegados (recoger nietos del colegio,
pasear perros o hacer la compra), suele refugiarse en cualquier terraza bien
orientada (ha acabado por conocerse todas las de la ciudad) como las palomas
buscan refugio en los rincones cabe las estatuas.
Va
provisto de recado de escribir y un par de periódicos locales o nacionales en
cuyos márgenes toma notas ingeniosas para la novela que espera iniciar algún
día. Un café cortado, a veces un belmonte se enfrían sobre la mesa, junto a la
Molesquine que uno de sus nietos le regaló en navidad, en la que va dando forma
a las anotaciones que hizo en los periódicos, y pergeñando el interesante
relato de sus memorias.
Es
mirón nalguero de intensidad media-alta, apantallada por discretas antiparras
si se encuentra solo, pero desenvuelto y hasta procaz, amadrinado entre otros
de su especie.
Tiene
una vertiente divertida y culta que exhibe con frecuencia y merma su
peligrosidad. Es recomendable, no obstante, soportarlo en dosis prudentes por
ser plomífero en demasía y de ardorosa digestión.
TONTO
ILUSTRADO Y PROSOPOPEYICO
Es
variante del tonto terracero con el que a veces se confunde por ser de parecido
origen. Se distingue de aquel por su mayor peligrosidad, ya que es de índole
más perversa y conocimientos de mayor profundidad; los cuales con serlo mucho,
no bastaron para dotarlo de una mínima dosis de prudencia y discreción.
De
un ego desmesurado asalta, como el terracero, en espacios abiertos y sitios
calmos, aprovechándose de una antigua amistad de colegio o instituto olvidada
tiempo ha. De memoria inflexible y fastidiosa, trae a colación sin que a esta
vengan por lo suyo, personajes e incidentes (con frecuencia desagradables) de
la infancia y primera juventud que creíais desterrados para siempre. Recuerda
con exactitud portentosa los nombres y apellidos de los compañeros de curso y pormenores
irrelevantes de profesores y auxiliares.
Es
machacón y recalcitrante -circunstancias comunes a muchos elementos objeto de
este breve estudio- que no se arredra ante los cambios de conversación u otras
maniobras evasivas por hábiles que se pretendan. Con paciencia de cazador y ojo
de halcón perdicero, aprovecha cualquier hueco de la conversación para volver
sobre su tema favorito, con frecuencia inagotable.
Constituyen
una variante de mayor riesgo los compañeros de mili que nunca hicieron guardia.
TONTO
PROCESIONAL Y GENUFLEXO
Es tonto multitudinario y
amigo de masas que encuentra seguridad en el grupo. Pertenece a una o varias
cofradías, colecciona túnicas, báculos y aparejos de diversa índole procesional
como otros coleccionan encendedores, prospectos de películas antiguas, o huevos
de pájaros exóticos. Se ufana de llevar tantísimos años desfilando en esta o
aquella procesión, lo que considera un mérito parecido a la medalla de San
Hermenegildo que el ejército otorga, sin mayor requisito que los años de
servicio.
Es penitente convencido sin
otro vinculo religioso que la parafernalia de lo externo.
Salvo en Semana Santa, el
resto del año excusa los actos de culto. Pertenece a esa mayoría acomodaticia
“creyente pero no practicante” que aguarda al último instante para aprovecharse
de imaginadas indulgencias y perdones sempiternos.
Es tonto de escaso peligro a
no ser que os toque de vecino de silla, en una alquilada para mostrar el
desfile procesional a unos parientes del pueblo, o a la amiga de vuestros hijos
recién llegada de Irlanda. Si ese es el caso, os irá relatando, paso a paso, la
trayectoria de esa cofradía que, aunque no es la suya, conoce al dedillo.
Mencionará usos y estandartes con relación prolija e innecesaria de santos,
vírgenes y milagros atribuidos a las estatuas procesionales.
Es tonto aprovechón y
bajonero, de modo que no tenéis más remedio que huir de la procesión a uña de
caballo fingiendo necesidad inexcusable. Los que quedan a su merced, aprenderán
una lección inolvidable, y la chica irlandesa, por fortuna, saldrá indemne pero
experimentada en tontos procesionales de por vida.
TONTO MOTORIZADO Y ATRONADOR
Es tonto efímero y movedizo.
Se desplaza en un cochecillo tuneado y brillante, de colores llamativos, con
yantas de aleación y un claxon que toca las primeras notas de una canción roquera.
Las ventanillas bajadas esparcen una música atronadora, generalmente “bakalao”,
que lo precede varios km. produciendo sobresalto a los viandantes que se
apartan de su ruta descompuestos.
Es tonto juvenil de pelo
hirsuto y engominado compuesto en forma de pararrayos merced a la abundante
gomina, camiseta sin mangas de motivos detonantes con un enorme número a la
espalda y pantalones cortos haciendo juego, generalmente de mercadillo. A veces
se adorna con una cadena perruna que le ancla la hebilla del cinturón a la
cartera situada en el bolsillo posterior.
Completan el atuendo unas
zapatillas deportivas, fosforescentes, de color amarillento y cordoneras de
color rojo. Suele llevar una o las dos uñas de los meñiques en modo halcón
peregrino, con el objeto de trocear las chinas de hachís para los canutos que
se lía con notable habilidad y frecuencia.
Designa a sus conciudadanos
con tío, tía, tronco o colega;
plurales, basca, mogollón o peña.
Existe la versión motorizada
con artilugio atronador de mediana cilindrada, que presenta vestiduras ad hoc,
botas de terrateniente tejano y profusión de tatuajes en brazos, piernas y
espalda. Si hay de qué, acompaña coleta.
Es tonto aparentón de
agresivo pero desinflable en conversación razonada. En situación de pie a
tierra resulta insignificante.
Es
una variedad del tonto motorizado que prolifera en aguas quietas, producto,
como alguna otra clase de tonto ya estudiada, del pelotazo urbanístico y los
chanchullos constructivos. Generalmente promotor inmobiliario, constructor o
ambas cosas, descubre con la bonanza económica desacostumbrada hasta ese
momento “los deportes náuticos”. No anteviéndose a mayores empeños, se compra
una moto de agua (para él y para su Oscar, le dice a su esposa y madre del
muchacho adolescente). Provisto del correspondiente remolque, se avecina en fines
de semana y periodos vacacionales a cualquier lugar propicio del Mar Menor
donde la echa al agua. A partir de ese momento, se convierte en ruidoso
atormentador del medio ambiente, al que contamina en todas sus variedades.
Sabido
es que la llamada moto de agua es el artilugio menos marinero que imaginarse
pueda, lo cual contribuye a que el motorista acuático pueda permanecer en su
ignorancia supina del medio, al tiempo que recorre la laguna a toda velocidad,
mientras el bolsillo le dé para gasolina.
Existe
una variedad en la que arrastra a otro ignorante provisto de esquís marinos,
que se aferra a una estacha y va dando saltos sobre la mar rizada cayendo de
forma reiterada.
Ambos,
conductor y conducido, dicense felices mientras realizan semejantes proezas y
molestan por igual a bañistas y pequeñas embarcaciones.
Es
tonto estacional de menor cuantía. Para evitarlo, basta retirarse de la playa
hacia el mediodía, hora en que suele aparecer tras la noche de alterne.
TONTO PUBLICÓN Y REITERATIVO
Pertenece este espécimen a
la categoría de tontos ilustrados que, aunque no siéndolo en demasía, gustan de
hacerse pasar por tales, lo que no empece para que su condición no ofenda a los
verdaderos ilustrados de los que le separan distancias siderales.
Se tiene constancia de dos
especies: versificador y prosista, sin que se haya averiguado hasta la fecha cuál
de ellas reviste mayor peligro, pues ambas emplean métodos similares: pesadez
iconoclasta, autismo auricular y gorroneamiento cervecero. En los últimos
tiempos parece reproducirse con más facilidad la especie versificadora, quizás
por la mayor brevedad del empeño y el lenguaje críptico e incomprensible que la
poesía permite.
Suele frecuentar cenáculos a
los que acuden otros de la misma especie, estableciendo con ellos duelos sobre
las respectivas producciones y, considerando
que la cantidad es sinónimo de calidad. Los hay que se ufanan de llevar
publicados, a lo largo de su fecunda carrera literarios treinta o más
volúmenes, sin contar opúsculos, colaboraciones, obras colectivas o apariciones
fugaces en diversos medios de comunicación audiovisual.
En la variedad novelesca, se
da la del “sobaco ilustrado”, que con uno o varios ejemplares de su última obra
bajo el brazo, asalta en terrazas y descampados intentando colocarla a precio
de ganga, habida cuenta de la mejora aportada por la ingeniosa dedicatoria.
Es conveniente cambiar de
acera o doblar con premura la esquina más próxima cuando se le detecta en
lontananza.
De común, el publicon, es
tonto circunscrito a su ambiente, generalmente noctambulo y barero, fuera del
cual no suele revestir excesiva peligrosidad.
TONTO BUJARRON Y DESCOMPUESTO
Es tonto pegajoso y bífido
que suele atacar en las colas de los cines o acontecimientos de similar índole,
generalmente provincianos. No actúa en
otras de espectáculos deportivos o multitudinarios, le asustan las masas
y la gente que vocifera. Es de natural tierno. Su peligro radica en que es
tonto de aproximación, de los que, al menor descuido te echan el aliento a la
cara. O lo que reviste más peligro, en el cogote. Suele utilizar, como arma de
ataque, el pretexto de que se te ha caído algo. Con frecuencia soba brazos y
espaldas como al desgaire. A la menor ocasión, coloca rabos fugaces.
—¿Este boleto es suyo?,
pregunta mostrándote uno recogido del suelo de hace tres semanas.
Con tan pueril excusa,
entabla conversación amanerada y blandengue llena de manotazos extemporáneos
que suelen ir in crescendo a medida
que toma confianza. Si la cola dura el tiempo suficiente, termina contando la
penosa enfermedad de su madre, a la que cuida con exquisito mimo desde hace
años. No se acaba de averiguar si es tontucio blandeado o maricona flácida,
pero entre ambos oscila. Resulta fácil de rehusar, pues odia los exabruptos y
las violencias; con utilizar un tono más bronco de lo habitual, suele iniciar
fuga precipitada.
Es tonto desubicado y
solitario, más digno de compasión que de rechazo.
TONTO FUNCIONARIAL Y PRESUNTUOSO
Es
tonto peligroso por disimulon y emboscado. Se cría en despachos y oficinas
donde ejerce poder omnímodo en lo referente a sus escasas atribuciones. Se le
distingue de los demás funcionarios
honorables por su aspecto afectado y cursilón. Lleva peluquín de escasa calidad,
detectable a larga distancia, o el pelo tintado chapuceramente; se muerde las
uñas con mediana fruición y ostenta un anillo en el dedo meñique con un sello
que no se sabe a qué apellido corresponde, si es que corresponde a alguno. Se
dice descendiente de los Martínez de Lopera, Pérez de Minglanilla o cosas por
el estilo.
Es
taimado y humilloso con los superiores, agresivo y déspota con los inferiores.
Espera con avidez la consulta del administrado para ponerle toda suerte de
dificultades y trabas, disfruta con la frustración ajena intentando compensar
la propia.
Pertenece
a la detestable clase de individuos a los que no se les puede proporcionar una
gorra y un pito porque se trasmutan ipso
facto en mariscales de campo, sin más mérito para ello que la ostentación
irresponsable de los antedichos adminículos.
Cuando
se le avizora, agazapado y expectante tras su mesa repleta de papeles inútiles,
conviene dejar la consulta para mejor ocasión o desistir del empeño para
siempre.
TONTO DEPORTIVO
Es,
como otros que figuran en el presente tratado, producto de tiempos modernos en
los que la prosperidad mal entendida y peor digerida ha dado lugar a la
proliferación de estos especímenes.
Persona
de mediana edad, y ocupación medianamente ilustrada, la vida sedentaria, los
años y la molicie han dado lugar al crecimiento de ciertas excrecencias en la
parte inferior del tronco apantallando al atleta que nunca existió.
Las
lorzas detectadas en fugaces miradas
al espejo y manifestadas de forma más violenta en época pre-estival, y las
recomendaciones de su señora, manifestadas de forma sibilina, (cariño, ¿ya no te vienen esos pantalones del
año pasado?), empujan a su propietario a tratar de ponerse “en forma”.
A
la vista de lo inútil de los paseos vespertinos con algún amigo que solo
consiguen despertar una feroz sed cervecera, el tonto deportivo decide acudir a
remedios de mayor contundencia.
Como
primera medida se persona en una tienda de deportes para proveerse de un
sofisticado equipo que abarca chándal, sudaderas, culottes, zapatillas anatómicas, guantes, rodilleras, gafas de un
amarillo reflectante, podómetro y aparato de medir pulsaciones por GPS, etc.,
en cuyo primer envite cree haber perdido ya algunos gramos.
Luego,
se apunta a un gimnasio de las afueras y acude -en coche- a la primera sesión
donde, víctima de agujetas pertinaces, termina de forma abrupta su periodo de
ejercicios físicos.
Retrepado
en el sofá y provisto de suficientes cervezas para aguantar la complicada
temporada futbolística, comentará a sus amistades que siempre ha sido muy
amante del deporte.
Reviste
escasa peligrosidad por manifestarse casi siempre en ámbitos reducidos.
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