domingo, 29 de marzo de 2020

FLORILEGIO DE TONTOS



EL MAESTRO

Habita Lobsan Prajna en uno de los templos del gran monasterio de Samye en el Tíbet. Allí recibí de él en tiempos ya lejanos las enseñanzas que habían de cambiar para siempre muchos de mis conceptos sobre las cosas y los hombres.
No se conocen, en el monasterio poblado de azafranadas túnicas y hombres silenciosos, las delicias del What Shap, los avances de internet, los diseños de la manzana mordisqueada ni la promiscuidad del Face o del Twiter. Sin embargo, nuestra comunicación, a lo largo de estos años, ha sido fluida. Con frecuencia el maestro me visita durante sus experiencias astrales extracorpóreas y cuando se siente demasiado fatigado para ello –ya va teniendo sus años- o agotado por sus intensos estados de meditación y prolongados ayunos, me envía aladas mensajeras con sus consejos y enseñanzas.
Fruto de ellas es este tratado que, probablemente inspirado en el del profesor Cipolla sobre la estupidez humana[1] que le hice conocer, me ha ido enviando en continuadas sesiones.

Para tu exclusivo uso –añadió en una nota aparte. Nada más lejos de mi intención que infligir daño o alumbrar perjuicio a quien pueda sentirse identificado, siquiera de lejos, con alguno de los perfiles que aquí trazo. Aunque, bien mirado, no creo que exista hombre alguno que se tenga a sí mismo por necio. Cada uno asegura sentirse satisfecho con la porción de inteligencia que le ha tocado y casi todos estamos seguros de poseer capacidades que exceden de la media.  
Y por cierto, cuando hablo de tontos, sepas que adopto el universal, como me enseñaron mis mayores, de modo que si algún miembro del género femenino se siente excluido de este pequeño muestrario que en absoluto pretende ser exhaustivo, puede confiar en que tiene aquí un lugar tan merecido como los pertenecientes al género masculino.
Desde el monasterio de Samye,

¡Ommmmmmmmmmm!
Lobsan Prajna.
Resulta patente que he desobedecido las instrucciones del monje. Por esta vez, no he podido resistirme al deseo de compartir con mis allegados sus sabias enseñanzas. Espero que la esencia del Buda no haga descender la sombría mancha del castigo sobre mi alma a causa de esta falta que solo ha movido el amistoso desvelo. Confío en que la prudencia de los lectores sea bastante para que no se lleguen a difundir estas enseñanzas más allá del reducido grupo en el que casi todas las licencias están permitidas.

Termino con esta cita, que debo a Dr. Jorge Novella: Son tontos todos los que lo parecen y la mitad de los que no lo parecen. BALTASAR GRACIÁN, (1601-1658), Oráculo Manual y Arte de Prudencia, aforismo 200.
Y esta otra recogida de mis piadosas lecturas: La lengua del sabio hace estimable la doctrina; la boca del necio no dice más que sandeces. Proverbios, 15.2.
   
TONTO DE PUEBLO

Antiguamente conocido como tonto de baba, tontucio, Andresico el bobo, Pepico simplezas y otras varias acepciones dependiendo del lugar geográfico de que se trate.
Es producto de la ignorancia, alteraciones genéticas, alguna malformación congénita, dificultades del parto o vaya Ud. a saber. Es, por lo común, de mediana edad (este tipo de tonto no vive mucho), aspecto desaliñado y poco o nada amigo de la higiene, que en las épocas en que este espécimen proliferó no era cosa corriente. Suele mostrarse con el pelo rapado que deja ver escrófulas y mataduras de diversa índole. Cabeza a menudo dolicocéfala. Su vestimenta tradicional es un McFerlan o amplio guardapolvos que cubre como única prenda su magra anatomía. A veces para escándalo de algún grupo de festivas muchachas amaga con abrirlo y ellas corren fingiendo vergüenza mientras ocultan la sonrisa con el dorso de la mano.
Es tonto bonancible e inofensivo si no se le atormenta. Cuando los chicos abusan de las cervezas y le acometen, no es raro que a alguno de ellos, más confiado de lo que la discreción debiera aconsejarle, el tonto le patee la entrepierna con insospechado acierto y eche a correr mientras el imprudente se duele en decúbito prono.
Es tonto en vías de extinción, si no extinto a estas alturas.
  
TONTO DE CAPA Y ESCLAVINA

Es tonto ya documentado en tiempos de Quevedo -que le dedicó algunas páginas-, hoy trasmutado en tonto receptor de honores. Puede vérsele en actos académicos, investiduras colegiales o fundaciones donde se imponen medallas, bonetes, capas y capirotes, recibiendo esas distinciones con sonrisa bobalicona, asumiendo como propios los honores fantasiosos que los organizadores del acto han pergeñado, guiados por misteriosos y, generalmente, espurios intereses.
Es, como todos los tontos, de difícil recuperación, habida cuenta de que el camino emprendido de loas y falsos parabienes lo conduce a escalar, cada vez con mayor ahínco, las más altas cumbres de la estupidez, camino este de difícil retorno.
Se nutre del aplauso cómplice y del jaleo interesado. Pasa la vida en un continuo hincharse de fatuidad como el poco agraciado sapo verbenero que se encuentra a sí mismo lleno de atractivos. “Quien como yo”, se dice en sus prolongadas sesiones ante el espejo mientras moldea su “Anasagasti” cada vez más depauperado.
Es especie común y en continuo aumento que frecuenta cenáculos y acontecimientos de escasa relevancia  para hacerse notar, consiguiendo éxitos efímeros.
Persona de poca enjundia y vida farfullera. Reviste escasa peligrosidad por ser fácilmente detectable.

TONTO DE CAPIROTE

Dícese del tonto cubierto en todo lugar y a todas horas. Abunda en nuestros días en que la longitud de vida y la alopecia se han incrementado de forma notable. Se distingue por su notorio interés en adoptar una prenda de cabeza de la que no se desprende ni a sol ni a sombra. Oscila la dicha prenda desde la gorra cuartelera o encuerada con ringorrangos varios, a la boina estrellada a la cubana, el sombrero jipijapa (conocido en su tiempo como Ricardito) o el de estilo Indiana Jones. Se dan del espécimen otra serie de variantes que, por lo amplia, harían excesiva y prolija esta enumeración. Una de las más importantes, por su difusión dolosa, es la que suele aparecer en debates radiofónicos o televisivos, donde el tonto cubierto exhibe la prenda como parte integrante de una personalidad en permanente construcción.
Acomete esta estupidez relativamente moderna a toda clase de individuos, incluso a los que por su formación y escuela debieran ser inmunes a ella. Y así, vemos aunados por la gorril tontuna a quienes no dan más de sí, y a otros que sin merecerlo, son encuadrados en el mismo género debido a una adopción irreflexiva del protector adminiculo.
El tonto cubierto es especie menor e inofensiva, si no es por su ataque a la estética y a las ancestrales costumbres.


TONTO INJERTO EN POLÍTICO

Es tonto de los más peligrosos, por cuanto su tontuna puede incidir gravemente en la paz y sosiego de la comunidad, incluso en su balance económico, en el que puede hacer estragos de forma impune. Suele venir de casta cuyos progenitores no le encontraron más salida que la misma a que ellos se han encaramado. No es tonto de nacencia, sino tonto adiestrado, lo que en algunas ocasiones facilita y propende la posibilidad de que sea rescatado de su tontuna, acaso motu proprio, o por el sabio consejo de algún amigo o familiar bien intencionado.
El tonto injertado en pie de político es, como ya se dijo, de una peligrosidad extrema, pues construye su personalidad en base a los alicientes que de fuera le llegan, y siendo ellos tan falsos como una moneda de dos caras, contribuyen a la consolidación de una personalidad ficticia y desmoronable. Es tonto amargado y sin recursos cuando el final de la vida le acomete, y se percata de lo ficticio e irreal de sus triunfos. Con frecuencia acaba en tonto lamentable y deprimido, paseante fatuo de jardines plagados de excrementos perrunos y bancos con abundante población de indigentes.
Resulta más digno de conmiseración que de escarnio si no fuera por los desastres que puede hacer en el Erario Público.

TONTO ATRONADOR Y FESTERO

Es clase menor de tonto, casi siempre inofensivo, que ocupa un lugar de poca relevancia entre ellos. Prolifera en las fiestas de los pueblos y ciudades a las que acude con una puntualidad inexorable aunque estas se celebren a muchos km. de distancia. Es de los que no se pierden una. Puede vérsele en los Sanfermines, en los Moros y Cristianos de Alcoy o en la Fallas de Valencia sin que en ninguno de los casos sepa a ciencia cierta qué es lo que le llevó allí, ni en qué consiste la fiesta y mucho menos cuales fueron sus raíces o su historia. Es un festero profesional y acude donde la charanga lo llame. Se considera tonto de menor cuantía que solo hace bulto, de los que van con la caravana no importa el lugar a que esta se dirija.
Le gustan el ruido, las fallas y los tambores, además de la cerveza, el vino y los cubatas de Ron cubano. No se pierde un solo año la Tomatina de Buñol ni los tambores de Mula. Tiene amigos en todos esos lugares que, con frecuencia lo proveen de condumio y lecho. Su repertorio dialectico es limitado aunque suficiente:
-¿Qué?, otro año más.
-Ya te digo
-Lo vamos a pasar pipa
-No veas.
Y así, hasta el año que viene.
  
TONTO DE VINOS Y MARIDAJES

Es tonto de reciente aparición, nacido al compás de la burbuja inmobiliaria y de la proliferación de restaurantes decostruidos fruto de la bonanza indiscriminada y fatua que invadió nuestro país en los principios del S. XXI.
Es tonto de chándal y paseo con el perro de su señora los domingos, pantalón corto  y sandalias con calcetines blancos en los veranos; chaqueta y corbata de color plateado en catas y maridajes. De cultura media-baja, esconde su ignorancia enciclopédica con el pseudo conocimiento adquirido, a uña de caballo, de viñedos, vinos y salsas apropiadas, con otras tontunas por el estilo. Con tal exhibición erudita se siente importante, más si los adereza con un mediano conocimiento de la situación futbolística del momento o de la última trapacería que el árbitro perpetró contra su equipo favorito. En una cata a ciegas haría el ridículo, pero su grado de tontuna no es tal que lo lleve a una en la que participen auténticos profesionales. Presume entre sus colegas de bar de una botella de no sé cuántos euros que destapó el otro día en un prestigioso restaurante, en amistosa connivencia con ese personaje importante que menciona entre dientes para que nadie pueda identificarlo con exactitud.
Es, a pesar de todo, tonto afectuoso y llevadero que suele convidar a los amigos.


TONTO MOJIGATO Y ESCURRIDIZO

También tonto de sacristía, florece habitualmente a la sombra de ellas. Hay una variedad abundante conocida como mandadero de monjas que prolifera en ciertos conventos extramuros.
De pequeña o mediana estatura, cuerpo recogido, usa vestimenta sobada y discreta, ademan complaciente y servil proclive a la inclinación versallesca. Acostumbra a tocarse de sombrero resobado o gorra con los que la acentúa al destocarse en ademán que considera elegante.
Con frecuencia es rebotado de alguna orden religiosa y, sin imaginación para construir su propia vida, vive cercano a la norma del establecimiento religioso de que se trate. Constituye una especie de Orden Tercera por libre.
Es tonto cariñoso e inofensivo si no fuera por su tendencia al chismorreo y a la inspección rigurosa de las buenas costumbres de las que se cree árbitro. En siglos pasados este tipo de tonto formó parte muy activa del Sanedrín.
Se le puede encontrar con ademan contrito y orgulloso en los desfiles procesionales de los pueblos, que recorre cargado de cirios en expiación de pecados que nunca cometió. Acepta con ademán de modestia y sonrisa conejil el beneplácito de sus vecinos. Ese es su día de gloria que espera ansioso año tras año.
Pertenece a la clase de tontos decorativos e insignificantes de peligro medio-bajo.


TONTO DE BARRA Y CARAOKE

Es tonto de hábitos nocturnos que prolifera en bares y discotecas, si bien su hábitat natural son las llamadas salas de karaoke, a las que acude con una regularidad digna de más altos menesteres.
Arranca a cantar “por Julio Iglesias” al que imita, según él de forma tal que con frecuencia lo mejora. Puede acabar la noche, a medida que se viene arriba con el arrobo del respetable, por Antonio Molina, o ya en el paroxismo del éxito, por la misma Niña de la Puebla y sus Campanilleros. Se alimenta mayormente de aplausos y bravos que nunca sospecharía insinceros.
Lo podéis encontrar, en versión mañanera, acodado en la ventana para fumadores del bar de la esquina, delante de una copa de ponche Caballero con un cubito, o una menta con sifón que deglute a pequeños sorbos. Le cuenta al atareado camarero, que apenas lo escucha, sus éxitos de anoche notablemente mejorados. Tiene los ojos como riñones, apantallados por unas gafas de sol que imitan marca famosa.
Es tonto de escasa imaginación, antiguo niño mimado y con problemas familiares que raramente resuelve con fortuna.
Peligrosidad media-baja si uno evita que lo acorrale en alguno de sus apostaderos.


TONTO VOCINGLERO Y TELEFÓNICO

Es tonto que ataca de forma preferente en el transporte público. Resulta de los menos peligrosos. Basta con no utilizar el democrático medio de transporte para verse libre de su presencia.
En ocasión ineludible de utilizar autobús, tranvía o tren, deben extremarse las precauciones, pues el vocinglero telefónico es artero y puede colocarse a escasa distancia de la víctima sin que esta lo advierta hasta que es demasiado tarde.
Resulta fácilmente reconocible. Lleva adosado a cualquiera de los dos pabellones auditivos un adminiculo de última generación, hacia el cual gesticula y vocifera como si delante de sí se encontraran uno o varios interlocutores aquejados de pertinaz sordera. Suele remachar sus rotundos asertos describiendo amplios abanicos con el brazo libre.
—¿Eso te dijo? Me cagontó, ese no tiene valor para decírmelo a mí a la cara. Lo machaco, mentiendes, lo machaco, ¿sabes lo que te digo?, lo machaco, porque se lo merece después de lo que le hizo a mi hermana, ¿mentiendes o no?
De esa o parecida guisa continúa apostrofando a su invisible interlocutor sin que vosotros, sentados en la butaca contigua, sintáis el menor interés por aquella conversación esperpéntica.
El tonto vocinglero desciende en la parada correspondiente produciendo una notoria sensación de alivio a la concurrencia que cruza miradas cómplices. Se pierde en lontananza, caminando a grandes trancos; sigue con el aparatejo pegado a la oreja, haciendo ostentosos molinillos con el brazo y dejándoos sumidos en la mayor perplejidad. ¿Acabará resolviendo el enredo?


TONTO EMPECINADO Y TROTAMUNDOS

Es tonto que presume de cosmopolita y viajero. Ha visitado cualquier lugar del mundo que le indiquéis antes que vosotros. Practica hasta la extenuación el “y yo más”. Suele derivar la conversación hacia el tema viajero y cuando le apuntáis de forma tímida tal o cual estancia cercana o remota, os dirá que él ya estuvo allí tal día de tal mes de tal año. Estuvo en tal hotel (el mejor del lugar), comió en tal restaurante tal y tal excelsa comida que le confeccionaron expresamente, porque hizo indisoluble amistad con el dueño (restaurador famoso) y degustó en su compañía un vino de tal marca y tal añada (la más exquisita de los últimos cincuenta años). Callará prudentemente lo que le costó la broma.
El tonto empecinado, a pesar de conocer el ancho mundo, no suele visitar museos ni espectáculos culturales, lo que considera una pérdida de tiempo. En Grecia solo hay edificios antiguos medio derruidos, en Egipto estatuas rotas, en Venecia, aguas estancadas y mosquitos, en Turquía, es imposible tomarse una cerveza en la calle.
Hay una variante extremadamente peligrosa que es el soltero o viudo reciente que viaja solo, generalmente provisto de una máquina fotográfica de tropecientos pixeles en la que almacena miles de fotografías que intentará enseñaros al menor descuido. Conviene detectarlo desde los primeros momentos para evitar el peligro de que os convierta en asesinos. 
Por lo demás, es tonto inofensivo aunque palicero, sin nada interesante que aportar.


TONTO TERRACERO

Es tonto sobrevenido a la edad de jubilación, bien forzosa, bien pactada. Habitual entre la clase enseñante o los empleados de banca. Se encuentra de la noche a la mañana en su casa a horario desacostumbrado, estorbando en cualquier sitio en que se ubique. Si no tiene menesteres delegados (recoger nietos del colegio, pasear perros o hacer la compra), suele refugiarse en cualquier terraza bien orientada (ha acabado por conocerse todas las de la ciudad) como las palomas buscan refugio en los rincones cabe las estatuas.
Va provisto de recado de escribir y un par de periódicos locales o nacionales en cuyos márgenes toma notas ingeniosas para la novela que espera iniciar algún día. Un café cortado, a veces un belmonte se enfrían sobre la mesa, junto a la Molesquine que uno de sus nietos le regaló en navidad, en la que va dando forma a las anotaciones que hizo en los periódicos, y pergeñando el interesante relato de sus memorias.
Es mirón nalguero de intensidad media-alta, apantallada por discretas antiparras si se encuentra solo, pero desenvuelto y hasta procaz, amadrinado entre otros de su especie.
Tiene una vertiente divertida y culta que exhibe con frecuencia y merma su peligrosidad. Es recomendable, no obstante, soportarlo en dosis prudentes por ser plomífero en demasía y de ardorosa digestión.


TONTO ILUSTRADO Y PROSOPOPEYICO

Es variante del tonto terracero con el que a veces se confunde por ser de parecido origen. Se distingue de aquel por su mayor peligrosidad, ya que es de índole más perversa y conocimientos de mayor profundidad; los cuales con serlo mucho, no bastaron para dotarlo de una mínima dosis de prudencia y discreción.
De un ego desmesurado asalta, como el terracero, en espacios abiertos y sitios calmos, aprovechándose de una antigua amistad de colegio o instituto olvidada tiempo ha. De memoria inflexible y fastidiosa, trae a colación sin que a esta vengan por lo suyo, personajes e incidentes (con frecuencia desagradables) de la infancia y primera juventud que creíais desterrados para siempre. Recuerda con exactitud portentosa los nombres y apellidos de los compañeros de curso y pormenores irrelevantes de profesores y auxiliares.
Es machacón y recalcitrante -circunstancias comunes a muchos elementos objeto de este breve estudio- que no se arredra ante los cambios de conversación u otras maniobras evasivas por hábiles que se pretendan. Con paciencia de cazador y ojo de halcón perdicero, aprovecha cualquier hueco de la conversación para volver sobre su tema favorito, con frecuencia inagotable.
Constituyen una variante de mayor riesgo los compañeros de mili que nunca hicieron guardia.

TONTO PROCESIONAL Y GENUFLEXO

Es tonto multitudinario y amigo de masas que encuentra seguridad en el grupo. Pertenece a una o varias cofradías, colecciona túnicas, báculos y aparejos de diversa índole procesional como otros coleccionan encendedores, prospectos de películas antiguas, o huevos de pájaros exóticos. Se ufana de llevar tantísimos años desfilando en esta o aquella procesión, lo que considera un mérito parecido a la medalla de San Hermenegildo que el ejército otorga, sin mayor requisito que los años de servicio.
Es penitente convencido sin otro vinculo religioso que la parafernalia de lo externo.
Salvo en Semana Santa, el resto del año excusa los actos de culto. Pertenece a esa mayoría acomodaticia “creyente pero no practicante” que aguarda al último instante para aprovecharse de imaginadas indulgencias y perdones sempiternos.
Es tonto de escaso peligro a no ser que os toque de vecino de silla, en una alquilada para mostrar el desfile procesional a unos parientes del pueblo, o a la amiga de vuestros hijos recién llegada de Irlanda. Si ese es el caso, os irá relatando, paso a paso, la trayectoria de esa cofradía que, aunque no es la suya, conoce al dedillo. Mencionará usos y estandartes con relación prolija e innecesaria de santos, vírgenes y milagros atribuidos a las estatuas procesionales.
Es tonto aprovechón y bajonero, de modo que no tenéis más remedio que huir de la procesión a uña de caballo fingiendo necesidad inexcusable. Los que quedan a su merced, aprenderán una lección inolvidable, y la chica irlandesa, por fortuna, saldrá indemne pero experimentada en tontos procesionales de por vida.

TONTO MOTORIZADO Y ATRONADOR

Es tonto efímero y movedizo. Se desplaza en un cochecillo tuneado y brillante, de colores llamativos, con yantas de aleación y un claxon que toca las primeras notas de una canción roquera. Las ventanillas bajadas esparcen una música atronadora, generalmente “bakalao”, que lo precede varios km. produciendo sobresalto a los viandantes que se apartan de su ruta descompuestos.
Es tonto juvenil de pelo hirsuto y engominado compuesto en forma de pararrayos merced a la abundante gomina, camiseta sin mangas de motivos detonantes con un enorme número a la espalda y pantalones cortos haciendo juego, generalmente de mercadillo. A veces se adorna con una cadena perruna que le ancla la hebilla del cinturón a la cartera situada en el bolsillo posterior.
Completan el atuendo unas zapatillas deportivas, fosforescentes, de color amarillento y cordoneras de color rojo. Suele llevar una o las dos uñas de los meñiques en modo halcón peregrino, con el objeto de trocear las chinas de hachís para los canutos que se lía con notable habilidad y frecuencia.
Designa a sus conciudadanos con tío, tía, tronco o colega; plurales, basca, mogollón o peña.
Existe la versión motorizada con artilugio atronador de mediana cilindrada, que presenta vestiduras ad hoc, botas de terrateniente tejano y profusión de tatuajes en brazos, piernas y espalda. Si hay de qué, acompaña coleta.
Es tonto aparentón de agresivo pero desinflable en conversación razonada. En situación de pie a tierra resulta insignificante.

 TONTO DE AGUA SALADA

Es una variedad del tonto motorizado que prolifera en aguas quietas, producto, como alguna otra clase de tonto ya estudiada, del pelotazo urbanístico y los chanchullos constructivos. Generalmente promotor inmobiliario, constructor o ambas cosas, descubre con la bonanza económica desacostumbrada hasta ese momento “los deportes náuticos”. No anteviéndose a mayores empeños, se compra una moto de agua (para él y para su Oscar, le dice a su esposa y madre del muchacho adolescente). Provisto del correspondiente remolque, se avecina en fines de semana y periodos vacacionales a cualquier lugar propicio del Mar Menor donde la echa al agua. A partir de ese momento, se convierte en ruidoso atormentador del medio ambiente, al que contamina en todas sus variedades.
Sabido es que la llamada moto de agua es el artilugio menos marinero que imaginarse pueda, lo cual contribuye a que el motorista acuático pueda permanecer en su ignorancia supina del medio, al tiempo que recorre la laguna a toda velocidad, mientras el bolsillo le dé para gasolina.
Existe una variedad en la que arrastra a otro ignorante provisto de esquís marinos, que se aferra a una estacha y va dando saltos sobre la mar rizada cayendo de forma reiterada.
Ambos, conductor y conducido, dicense felices mientras realizan semejantes proezas y molestan por igual a bañistas y pequeñas embarcaciones.
Es tonto estacional de menor cuantía. Para evitarlo, basta retirarse de la playa hacia el mediodía, hora en que suele aparecer tras la noche de alterne.

TONTO PUBLICÓN Y REITERATIVO

Pertenece este espécimen a la categoría de tontos ilustrados que, aunque no siéndolo en demasía, gustan de hacerse pasar por tales, lo que no empece para que su condición no ofenda a los verdaderos ilustrados de los que le separan distancias siderales.
Se tiene constancia de dos especies: versificador y prosista, sin que se haya averiguado hasta la fecha cuál de ellas reviste mayor peligro, pues ambas emplean métodos similares: pesadez iconoclasta, autismo auricular y gorroneamiento cervecero. En los últimos tiempos parece reproducirse con más facilidad la especie versificadora, quizás por la mayor brevedad del empeño y el lenguaje críptico e incomprensible que la poesía permite.
Suele frecuentar cenáculos a los que acuden otros de la misma especie, estableciendo con ellos duelos sobre las respectivas producciones y, considerando  que la cantidad es sinónimo de calidad. Los hay que se ufanan de llevar publicados, a lo largo de su fecunda carrera literarios treinta o más volúmenes, sin contar opúsculos, colaboraciones, obras colectivas o apariciones fugaces en diversos medios de comunicación audiovisual.
En la variedad novelesca, se da la del “sobaco ilustrado”, que con uno o varios ejemplares de su última obra bajo el brazo, asalta en terrazas y descampados intentando colocarla a precio de ganga, habida cuenta de la mejora aportada por la ingeniosa dedicatoria.
Es conveniente cambiar de acera o doblar con premura la esquina más próxima cuando se le detecta en lontananza.
De común, el publicon, es tonto circunscrito a su ambiente, generalmente noctambulo y barero, fuera del cual no suele revestir excesiva peligrosidad.


TONTO BUJARRON Y DESCOMPUESTO

Es tonto pegajoso y bífido que suele atacar en las colas de los cines o acontecimientos de similar índole, generalmente provincianos. No actúa en  otras de espectáculos deportivos o multitudinarios, le asustan las masas y la gente que vocifera. Es de natural tierno. Su peligro radica en que es tonto de aproximación, de los que, al menor descuido te echan el aliento a la cara. O lo que reviste más peligro, en el cogote. Suele utilizar, como arma de ataque, el pretexto de que se te ha caído algo. Con frecuencia soba brazos y espaldas como al desgaire. A la menor ocasión, coloca rabos fugaces.
—¿Este boleto es suyo?, pregunta mostrándote uno recogido del suelo de hace tres semanas.
Con tan pueril excusa, entabla conversación amanerada y blandengue llena de manotazos extemporáneos que suelen ir in crescendo a medida que toma confianza. Si la cola dura el tiempo suficiente, termina contando la penosa enfermedad de su madre, a la que cuida con exquisito mimo desde hace años. No se acaba de averiguar si es tontucio blandeado o maricona flácida, pero entre ambos oscila. Resulta fácil de rehusar, pues odia los exabruptos y las violencias; con utilizar un tono más bronco de lo habitual, suele iniciar fuga precipitada.
Es tonto desubicado y solitario, más digno de compasión que de rechazo.


TONTO FUNCIONARIAL Y PRESUNTUOSO

Es tonto peligroso por disimulon y emboscado. Se cría en despachos y oficinas donde ejerce poder omnímodo en lo referente a sus escasas atribuciones. Se le distingue  de los demás funcionarios honorables por su aspecto afectado y cursilón. Lleva peluquín de escasa calidad, detectable a larga distancia, o el pelo tintado chapuceramente; se muerde las uñas con mediana fruición y ostenta un anillo en el dedo meñique con un sello que no se sabe a qué apellido corresponde, si es que corresponde a alguno. Se dice descendiente de los Martínez de Lopera, Pérez de Minglanilla o cosas por el estilo.
Es taimado y humilloso con los superiores, agresivo y déspota con los inferiores. Espera con avidez la consulta del administrado para ponerle toda suerte de dificultades y trabas, disfruta con la frustración ajena intentando compensar la propia.
Pertenece a la detestable clase de individuos a los que no se les puede proporcionar una gorra y un pito porque se trasmutan ipso facto en mariscales de campo, sin más mérito para ello que la ostentación irresponsable de los antedichos adminículos.
Cuando se le avizora, agazapado y expectante tras su mesa repleta de papeles inútiles, conviene dejar la consulta para mejor ocasión o desistir del empeño para siempre.


TONTO DEPORTIVO

Es, como otros que figuran en el presente tratado, producto de tiempos modernos en los que la prosperidad mal entendida y peor digerida ha dado lugar a la proliferación de estos especímenes.
Persona de mediana edad, y ocupación medianamente ilustrada, la vida sedentaria, los años y la molicie han dado lugar al crecimiento de ciertas excrecencias en la parte inferior del tronco apantallando al atleta que nunca existió.
Las lorzas detectadas en fugaces miradas al espejo y manifestadas de forma más violenta en época pre-estival, y las recomendaciones de su señora, manifestadas de forma sibilina, (cariño, ¿ya no te vienen esos pantalones del año pasado?), empujan a su propietario a tratar de ponerse “en forma”.
A la vista de lo inútil de los paseos vespertinos con algún amigo que solo consiguen despertar una feroz sed cervecera, el tonto deportivo decide acudir a remedios de mayor contundencia.
Como primera medida se persona en una tienda de deportes para proveerse de un sofisticado equipo que abarca chándal, sudaderas, culottes, zapatillas anatómicas, guantes, rodilleras, gafas de un amarillo reflectante, podómetro y aparato de medir pulsaciones por GPS, etc., en cuyo primer envite cree haber perdido ya algunos gramos.
Luego, se apunta a un gimnasio de las afueras y acude -en coche- a la primera sesión donde, víctima de agujetas pertinaces, termina de forma abrupta su periodo de ejercicios físicos.
Retrepado en el sofá y provisto de suficientes cervezas para aguantar la complicada temporada futbolística, comentará a sus amistades que siempre ha sido muy amante del deporte.
Reviste escasa peligrosidad por manifestarse casi siempre en ámbitos reducidos.




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