miércoles, 8 de enero de 2020

LECTURAS: ¿SOMOS MUCHOS? (III)




La distribución de la riqueza
PAUL Y ANNE AHRLICH La explosión demográfica, Biblioteca Científica Salvat, Barcelona, 1993.

Hay quien opina que son catastrofistas los mensajes anunciado que somos demasiados, que Malthus era un visionario hoy periclitado y que la producción de alimentos, ahora y en el futuro será capaz de crecer al mismo ritmo que la humanidad. Puede que tengan razón. Lo que sabemos a ciencia cierta es que el pastel que nos ha tocado, está repartido de forma muy diferente, y en eso sí que no nos hemos alejado en absoluto de las leyes que rigen en la naturaleza: En cualquier grupo animal, primero comen los fuertes y luego (o nunca) los demás. El hombre pretende (de boquilla) haber sustituido los comportamientos animales por sus razonamientos éticos. No sé si creérmelo del todo.
Las naciones ricas han ideado un sistema económico que se basa en ir consumiendo el patrimonio de la humanidad, al cual no todos los países tienen igual acceso. Debido a la injusta distribución actual de los alimentos, 1.000 millones de personas (en números redondos) que habitan en los países ricos, consiguen alimentarse más que sobradamente; otros 3.000 millones comen lo suficiente, aunque con una dieta escasa que comprende pocas proteínas animales; más de 1.000 millones de personas que viven en la más absoluta pobreza, en su mayoría habitantes de los países pobres, padecen hambre durante toda su vida. Unos 400 millones se hallan en tal estado de desnutrición que su salud está amenazada y su desarrollo físico gravemente perjudicado.
La humanidad se ha apropiado para su uso de la mayoría de las tierras del planeta: un 11% del suelo se utiliza para sembrar cosechas; aproximadamente un 2% está asfaltado o cubierto por ciudades y poblaciones; una cuarta parte sirve de pasto para el ganado y más del 30% de las regiones arboladas  son explotadas o han sido transformadas en granjas forestales. Casi la totalidad del tercio restante de la superficie terrestre se halla en las regiones árticas o en  el desierto, o es demasiado montañoso e inhóspito para resultar de utilidad.
La situación nutricional de África es la peor del planeta, pero todos los pueblos pobres saben perfectamente que los ricos tienen la capacidad de contemplar sus sufrimientos sin pestañear. Hay gente que pasa hambre en todos los países pobres del mundo (Tayikistan, Surynam, Guatemala, Haiti, Moldova, Franja de Gaza, Afganistan, Pakistan, algunas zonas de la India, Perú, etc), pero África es el único continente donde se han producido masivas y recurrentes hambrunas desde hace más de cincuenta años. De los seis millones de niños que, según la FAO, mueren anualmente de hambre en el mundo, las ¾ partes son africanos. Se calcula que, en la actualidad, más de 12 millones de personas corren un serio peligro de morir en Kenia, Somalia, Etiopía y Costa de Marfil. Los ciudadanos de los países ricos se enteran de las hambres que se registran periódicamente en África a través de los programas de televisión que muestran niños muriendo de inanición en los campos de refugiados. Estos programas suelen provocar grandes muestras de solidaridad y envío de alimentos fomentado por la colaboración de personajes famosos y grupos de música rock. Por desgracia, la grave situación que muestran las imágenes es solo la punta del iceberg de una tragedia que abarca gran parte del continente: hambre crónica que se extiende y agrava año tras año sin que, por el momento se vislumbre una solución.
La ayuda humanitaria, que por diversas razones no siempre llega ni a tiempo ni a su destino, es una solución momentánea, como cualquier sistema de subsidio. La solución definitiva vendría derivada de un reequilibrio de las condiciones de vida de las gentes y de la racional y moderna explotación de los recursos por las poblaciones a las que pertenecen, una vez alcanzados el grado de conocimientos que les facultasen para ello. Es evidente que esta solución, teóricamente posible, está muy lejos de poder alcanzarse en un plazo de tiempo razonable.
No hay ninguna razón que avale, a corto plazo, un razonable optimismo para la solución del problema del hambre en el continente africano. Seguirán muriendo millones de personas cada año y que sean más o menos, dependerá únicamente de los caprichos de la naturaleza.



viernes, 3 de enero de 2020

LECTURAS: ¿SOMOS MUCHOS? (II)


El crecimiento demográfico.
PAUL Y ANNE AHRLICH La explosión demográfica, Biblioteca Científica Salvat, Barcelona, 1993.

El crecimiento demográfico imparable al que está sujeta la humanidad desde su aparición sobre La Tierra, no es malo en sí mismo. El problema es que constituye un conjunto que tiende a infinito albergado en un espacio finito. En segundo lugar, tiene unas necesidades crecientes mientras que los recursos sobre los que debe sustentarse son limitados. Utilizando un símil económico, imaginemos dos hermanos que reciben la misma parte de una herencia. El mayor piensa: “tengo ciertas necesidades y debo atenderlas”. Como para cubrirlas no le bastan las rentas del capital, consume poco a poco éste hasta quedar en la indigencia. El otro hermano razona de forma diferente: “Dispongo de estos recursos (las rentas del capital) luego debo reducir mis necesidades a ellos”. No toca el capital, vive con arreglo a lo que le permiten sus rentas y traspasa el capital a sus descendientes.
Algo parecido ha pasado con la humanidad, que parece no haberse percatado de que el mayor tesoro que ha recibido de forma graciosa consiste en los millones de organismos –plantas, animales y microbios- con los cuales comparte el planeta y que debe conservar cuidadosamente por su propio interés. Esos otros seres vivos nos proporcionan los alimentos; maderas, fibra y pieles, medicinas, aceites, jabones, resinas, caucho y otros innumerables artículos. Hemos domesticado a muchos de esos organismos y, en ocasiones hemos logrado perfeccionarlos mediante una crianza selectiva, siempre buscando nuestro beneficio. Hemos invertido, pero consumiendo nuestro patrimonio. Cada vez queda menos petróleo, menos madera, menos gas natural, menos peces, etc. La sobreexplotación de dos recursos renovables esenciales, la capa superficial del suelo y las aguas subterráneas, se debe a nuestros esfuerzos por potenciar la producción agrícola a corto plazo para alimentar a un número de personas cada vez mayor. Esta abusiva explotación obedece a la miope política basada en que disponemos de una cantidad ilimitada de recursos, lo que es rigurosamente falso. En China, el consumo de agua potable per cápita es la quinta parte que en EEUU, pero aumenta sin cesar. Puede que dentro de pocos años, la escasez de agua constituya un problema parecido al del petróleo en la actualidad. A medida que la humanidad destruye la biodiversidad de los bosques tropicales y otros lugares, disminuye la reserva de variedad genética necesaria para la agricultura de alto rendimiento.
Cuando éramos pocos, parecía que los recursos eran infinitos, como los del enorme bosque de Serwood donde, según la leyenda, Robín Hood se ponía a resguardo del malvado sheriff de Nottingham con unos pocos cazadores y proscritos. Pero el bosque ha ido llenándose de gente y hora en vez de caza y centenarios arboles entre cuyas ramas ocultarnos, hay desperdicios por todas partes. Gestionar las basuras, llevárselas lejos, si es posible al país de al lado, se ha convertido en el auténtico problema. Hemos destruido una buena parte del bosque para construir cabañas y hacer fuego. Ahora ya no tenemos sombra, hemos de seguir cortando árboles para construir toldos y el calor aprieta cada vez más. Es la pescadilla que se muerde la cola; y la calidad de vida, ese gran tótem al que lo sacrificamos todo, se vuelve, paradójicamente, cada vez más precaria. Es imprescindible adaptar el número de seres humanos y su comportamiento con respecto al medio, a los límites impuestos por la naturaleza.
El gran problema a resolver y al que nadie, en ningún sitio, quiere enfrentarse es que el modelo económico está basado en el crecimiento ilimitado: para que las sociedades modernas funcionen es preciso que el consumo crezca de forma permanente. Si se consumen cada vez más productos -a menudo totalmente innecesarios-, la rueda de la producción sigue funcionando, se genera empleo, la gente supone que es más feliz, el dinero fluye, etc., pero esto constituye un sistema piramidal que tiene que colapsarse forzosamente alguna vez. El asunto es que todos pensamos que será dentro de tantos años que no nos afectará. Puede que sea cierto pero es seguro que afectará a nuestras descendientes y quizás dentro de no muchas generaciones.