La distribución de la riqueza
PAUL
Y ANNE AHRLICH La explosión demográfica, Biblioteca Científica Salvat, Barcelona, 1993.
Hay quien opina que son catastrofistas los
mensajes anunciado que somos demasiados, que Malthus era un visionario hoy periclitado
y que la producción de alimentos, ahora y en el futuro será capaz de crecer al
mismo ritmo que la humanidad. Puede que tengan razón. Lo que sabemos a ciencia
cierta es que el pastel que nos ha tocado, está repartido de forma muy diferente,
y en eso sí que no nos hemos alejado en absoluto de las leyes que rigen en la
naturaleza: En cualquier grupo animal, primero comen los fuertes y luego (o
nunca) los demás. El hombre pretende (de boquilla) haber sustituido los
comportamientos animales por sus razonamientos éticos. No sé si creérmelo del
todo.
Las naciones ricas han ideado un sistema económico
que se basa en ir consumiendo el patrimonio de la humanidad, al cual no todos
los países tienen igual acceso. Debido a la injusta distribución actual de los
alimentos, 1.000 millones de personas (en números redondos) que habitan en los
países ricos, consiguen alimentarse más que sobradamente; otros 3.000 millones
comen lo suficiente, aunque con una dieta escasa que comprende pocas proteínas
animales; más de 1.000 millones de personas que viven en la más absoluta
pobreza, en su mayoría habitantes de los países pobres, padecen hambre durante
toda su vida. Unos 400 millones se hallan en tal estado de desnutrición que su
salud está amenazada y su desarrollo físico gravemente perjudicado.
La humanidad se ha apropiado para su uso de la
mayoría de las tierras del planeta: un 11% del suelo se utiliza para sembrar
cosechas; aproximadamente un 2% está asfaltado o cubierto por ciudades y
poblaciones; una cuarta parte sirve de pasto para el ganado y más del 30% de
las regiones arboladas son explotadas o
han sido transformadas en granjas forestales. Casi la totalidad del tercio
restante de la superficie terrestre se halla en las regiones árticas o en el desierto, o es demasiado montañoso e
inhóspito para resultar de utilidad.
La situación nutricional de África es la peor del
planeta, pero todos los pueblos pobres saben perfectamente que los ricos tienen
la capacidad de contemplar sus sufrimientos sin pestañear. Hay gente que pasa
hambre en todos los países pobres del mundo (Tayikistan, Surynam, Guatemala,
Haiti, Moldova, Franja de Gaza, Afganistan, Pakistan, algunas zonas de la
India, Perú, etc), pero África es el único continente donde se han producido
masivas y recurrentes hambrunas desde hace más de cincuenta años. De los seis
millones de niños que, según la FAO, mueren anualmente de hambre en el mundo, las
¾ partes son africanos. Se calcula que, en la actualidad, más de 12 millones de
personas corren un serio peligro de morir en Kenia, Somalia, Etiopía y Costa de
Marfil. Los ciudadanos de los países ricos se enteran de las hambres que se
registran periódicamente en África a través de los programas de televisión que
muestran niños muriendo de inanición en los campos de refugiados. Estos
programas suelen provocar grandes muestras de solidaridad y envío de alimentos
fomentado por la colaboración de personajes famosos y grupos de música rock.
Por desgracia, la grave situación que muestran las imágenes es solo la punta
del iceberg de una tragedia que abarca gran parte del continente: hambre
crónica que se extiende y agrava año tras año sin que, por el momento se
vislumbre una solución.
La ayuda humanitaria, que por diversas razones no
siempre llega ni a tiempo ni a su destino, es una solución momentánea, como
cualquier sistema de subsidio. La solución definitiva vendría derivada de un
reequilibrio de las condiciones de vida de las gentes y de la racional y moderna
explotación de los recursos por las poblaciones a las que pertenecen, una vez alcanzados
el grado de conocimientos que les facultasen para ello. Es evidente que esta
solución, teóricamente posible, está muy lejos de poder alcanzarse en un plazo
de tiempo razonable.
No hay ninguna razón que avale, a corto plazo, un
razonable optimismo para la solución del problema del hambre en el continente
africano. Seguirán muriendo millones de personas cada año y que sean más o
menos, dependerá únicamente de los caprichos de la naturaleza.