domingo, 27 de enero de 2019

RELEYENDO EL QUIJOTE (V)


CON LOS DUQUES
 Desde hace tantos años que ya lo hemos olvidado, nos movemos entre tres generaciones: la anterior, la nuestra y la siguiente, lo demás es historia. Probad a reconstruir algo de los personajes más allá de vuestros abuelos si me creéis exagerado. Comprobareis, quizás con sorpresa, que hasta los apellidos o circunstancias vitales de esos antepasados se nos pierden en una niebla a menudo irrecuperable. El resto cae en el dominio de la historia y ese es un terreno resbaladizo que cada uno compone a su antojo, elaborada por los que tienen tiempo para ello, que suelen ser los más favorecidos por la vida. La memoria tiene poco recorrido.
Si representamos la historia de la humanidad en un eje de abscisas y ordenadas, encontraríamos una línea que al principio progresa muy lentamente para adquirir, a medida que avanzamos en ella, una aceleración creciente. El primer “eslabón” que nos separa netamente de nuestros parientes monos está situado, por el momento, hace unos  7 millones de años. Poco a poco la maquinaria de la evolución humana se pone en marcha, al principio de forma renqueante, hasta ir cogiendo velocidad. En nuestros días las cosas suceden cada vez más rápidas. Tanto los fenómenos culturales como el conocimiento en general avanza a velocidad de vértigo, también las diferencias sociales y las de los ricos con los pobres, sean del mismo país o de países diferentes. El abanico de la igualdad social se va abriendo a pesar de nuestra ilusoria ansiedad de que se cerrara. Las normas (sean o no legales), las costumbres, las relaciones sociales están sujetas también a esa ley inexorable. Lo que valía hace unos años ha quedado obsoleto en poco tiempo. Basta observar las normas sociales y de conducta. Ya no resulta necesaria aquella “buena educación” que considerábamos fundamental para la convivencia hace unos años. Se trata ahora de innovar, establecer normas sin norma que respeten la creatividad o la inventiva de cada individuo de manera que este no se sienta constreñido por reglas que establecieron, sin su consentimiento, quienes lo antecedieron.
Quizás por eso, para los que nacimos y nos desarrollamos en épocas anteriores, resulta refrescante el reencuentro con viejas páginas (obsoletas o eternas, depende de la visión de cada uno), en las que se nos proponían unas normas de convivencia que se nos antojaban útiles y provechosas.
En la segunda parte del Quijote, ya hacia el final, se narra el encuentro del caballero con unos duques con mucha necesidad de embromar a cualquiera que se les acerque para aliviar la monotonía de su existencia campesina y vacua. Hay un par de capítulos dedicados a la recopilación de esas normas que citábamos antes, en los que conviene detenerse.
Sancho, sumergido en la broma de los duques que raya en la crueldad, es nombrado gobernador de una ínsula, la que su señor natural y amo le viene prometiendo desde que iniciaron su andadura. Solo que esta se encuentra en tierra: un lugar de hasta mil vecinos que era de los mejores que el duque tenía.
Don quijote se siente obligado a proporcionar a Sancho algunos consejos y preceptos para el buen desenvolvimiento de su misión, de cuyo éxito jamás duda. El autor los divide en dos partes, a cada una de las cuales dedica un capítulo (XLII y XLIII respectivamente). Primero a las cosas del espíritu:
Has de temer a dios
Haz gala de la humildad de tu linaje
Préciate más de ser humilde virtuoso que pecador soberbio
La sangre se hereda y la virtud se aquista
Si acaso doblares la vara de la justicia, no sea con el peso de la dadiva, sino con el de la misericordia.
No te ciegue la pasión propia en la causa ajena
Etc.
Y luego a las cosas del cuerpo:
No andes desceñido y flojo, que el vestido descompuesto da indicios de ánimo desmazalado.
No comas ajos ni cebollas, porque no saquen por el olor tu villanería.
Habla con reposo, pero no de manera que parezca que te escuchas a ti mismo, que toda afectación es mala.
Come poco y cena más poco, que la salud de todo el cuerpo se fragua en la oficina del estómago.
Sé templado en el beber, considerando que el vino demasiado ni guarda secreto ni cumple palabra.
Etc.
Dudo que estos consejos (y el numeroso resto que he omitido), tan elementales y de uso universal a primera vista, pudieran ser de aplicación en nuestros días.
Al mismo Sancho, parecen hacérsele cuesta arriba:
—Señor –respondió Sancho-, bien veo que todo cuanto vuestra merced me ha dicho son cosas buenas, santas y provechosas, pero ¿de qué me han de servir, si de ninguna me acuerdo?




miércoles, 16 de enero de 2019

RELEYENDO EL QUIJOTE (IV).


Hinchar el perro

Me contaba un amigo periodista la dificultad, que solo el buen oficio soslaya, de encerrar en un marco determinado y necesariamente breve, el mensaje que se quiere transmitir. “A los mejores periodistas –me decía-, se les encargan siempre los artículos más cortos. Son los únicos capaces de encerrar en un breve texto lo que otros necesitan páginas para explicar”. Escribir es una cosa fácil y hacerlo en extenso, con frecuencia liberador y hasta terapéutico. Hacerlo bien, es cosa que se encuentra al alcance de muy pocos. Basta visitar cualquier librería para apreciar la cantidad de volúmenes que surgen continuamente, como los hongos en época invernal. Cuantos sean interesantes, instructivos o simplemente divertidos, ya es más difícil de apreciar. Comprar un libro de autor desconocido implica considerables riesgos y onerosos dispendios, han alcanzado precios que se dejan sentir demasiadamente en estas épocas de crisis. Por fortuna, el afán de escribir se sigue extendiendo en nuestros días, lo que por un simple cálculo estadístico, supone que la posibilidad de que afloren buenos escritores es esperanzadora.
El negocio de la editoriales ha trasmutado los conceptos de rigor y categoría literarios entremezclándolos con el puro negocio de las ventas, lo que permite asistir al bochornoso espectáculo de que novelas mediocres obtengan éxitos de ventas millonarios mientras que otros libros de extraordinaria calidad solo conocen una o dos discretas ediciones y, pasado poco tiempo, resultan difíciles de encontrar en las librerías. De la poesía u otros géneros de consumo minoritario, no hablemos. Se ha puesto de moda la novela negra y a ella acuden en tropel multitud de jóvenes escritores sin decantar, con mínimas herramientas adquiridas a trompicones, muchas truculencias y lenguaje patibulario pensando que sean estas herramientas bastantes para alcanzar fama y fortuna. Por suerte entre tanta ramplonería surge de tarde en tarde, alguna perla cuyo brillo acaba convirtiéndose en permanente.
Volviendo a mi amigo el periodista, “escribir bien no es escribir mucho”, añadía. Recuerden la anécdota del inefable don Miguel (sobre cuya categoría literaria hay pocas dudas) en el prólogo de la segunda parte del Quijote, refiriéndose al apócrifo que se había apropiado de la primera del suyo hinchándola a modo:

Había en Sevilla un loco que dio con el más gracioso disparate y tema que dio loco en el mundo, y fue que hizo un cañuto de caña, puntiagudo en el fin, y en cogiendo algún perro en la calle, o en cualquiera otra parte, con el un pie le cogía el suyo, y el otro le alzaba con la mano, y como mejor podía le acomodaba el cañuto en la parte que, soplándole, le ponía redondo como una pelota; y en teniéndolo desta suerte, le daba dos palmaditas en la barriga y le soltaba diciendo a los circunstantes, que siempre eran muchos: “¿Pensaran vuestras mercedes ahora que es poco trabajo hinchar un perro?”.
¿Pensara vuesa merced ahora que es poco trabajo hacer un libro?

Dª. Emilia Pardo Bazán, explicando la diferencia entre la novela y el cuento, aconsejaba no alargar innecesariamente este último pretendiendo transformarlo en una novela corta. Son géneros diferentes que tienen espacios y estructuras distintos. “Noto especial analogía entre la concepción del cuento y la de la poesía lírica: una y otra son rápidas como un chispazo y muy intensas”, escribía. Algunos cuentos de Maupassant (Bola de sebo, La casa Tellier), de Chejov (Los Campesinos), de Katherine Mansfield (En la Bahía), o Miguel Espinosa, por citar algún autor más próximo (Clavero y Pili), desbordan los límites normalmente asignables al cuento.
En tiempos más modernos, triunfa el micro relato, una especie de aldabonazo de pocos caracteres capaz de causar un impacto repentino y brutal como un chiste o una mala noticia, que se recuerdan en un solo bloque, sin fisuras.
Con un micro relato, sí que es imposible “hinchar el perro”; perdería por completo su frescura impactante. Quede la práctica del perro para los que somos menos ingeniosos y tomamos pocas lecciones de mi amigo el periodista.