Mariano Sanz Navarro
“El
ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, compuesto por Miguel de Cervantes
Saavedra” novela publicada, en su primera parte, el
año de 1.605.
Es
una obra de madurez (Cervantes tiene 57 años en aquel momento, edad en que su
época lo sitúa en los umbrales de la ancianidad), que trata de los disparatados
hechos de un personaje también maduro:.. Frisaba
la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años...
Cuando
inicia el Quijote, Cervantes es un hombre viejo y presumiblemente desencantado
de casi todo. Ha sido soldado de fortuna (escasa) aunque de cierta gloria, ha
padecido la burocracia de Felipe II, miserias y cárceles, como su padre y como
su abuelo; ha sido aprisionado por los turcos y sometido a penosa estancia en
sus baños hasta que los mercedarios lo rescatan por 500 escudos después de
numerosos y fallidos intentos de fuga por los que, contra todo pronóstico, no
es represaliado; tiene una hija bastarda a la que da su segundo apellido, se
casa ya cuarentón, parece que más por las rentas esperadas del enlace que por
otra razón y en sus últimos años vive con un grupo de mujeres de su familia, de
más que dudosa reputación, entre las que no figura su esposa, que lo sumergen
en lances vergonzosos con demasiada frecuencia.
No
parece que estas circunstancias de su vida, rodeada siempre de penurias
económicas, sean las más propicias para engendrar una obra de la magnitud del
Quijote y de su talante generoso e innovador que constituye, seguramente, la
primera gran novela escrita en lengua castellana. Sin embargo, y a
pesar de sus escasos éxitos como escritor hasta el momento, acomete en
silencio, esta gigantesca tarea que constituye el triunfo mayor de su vida, del
que aún tuvo la fortuna de poder disfrutar en sus últimos años.
Es
posible que Cervantes pretendiera ser, ante todo, poeta y autor teatral (dice
en el “Viaje del Parnaso”: Yo que siempre
me afano y me desvelo / por parecer que tengo de poeta / la gracia que no quiso
darme el cielo), campos en los que no obtiene la respuesta exitosa que cree
merecer. Como poeta no es excesivamente apreciado y como autor teatral queda
ensombrecido por la figura de Lope de Vega que acapara la posibilidad de
representar en los corrales, con sus comedias ágiles y desenfadadas muy del
agrado del público del momento. Su “Cerco
de Numancia”, de una densidad demasiado trágica, no tiene
nada que hacer frente al divertido costumbrismo picante que las obras de Lope
proporcionan a un público poco culto y vulgar, ávido de diversión sin mayores
complicaciones. Ha de quejarse el autor, con amargura de ello cuando en la
segunda parte de D. Quijote que dedica a D. Pedro López de Castro, conde de
Lemos, se duele: ... mis comedias antes
impresas que representadas...
La
fortuna, aunque no económica, sonríe por fin al viejo poetón tullido de un
arcabuzazo en Lepanto, con la publicación del primer Quijote, que tiene un
éxito inmediato; se edita cinco veces en 1605 y dieciséis entre 1605 y 1616;
aún llega a tiempo de ver sus traducciones al francés y al inglés. Conviene
recordar que Cervantes sólo ha publicado hasta ese momento “La Galatea”, y de
eso hace ya veinte años.
El
Quijote es, quizás, la novela más divertida y profunda jamás escrita en
castellano; su humor, como sabio, es elegante, sobrio y sin ninguna concesión a
lo chabacano; humor de sonrisa, no de carcajada, que no la precisa.
Es
más que probable que se iniciara, en un principio, como una serie de relatos
cortos y el desarrollo de los personajes desencadenara pronto la necesidad de
mayor espacio y la aparición de nuevos elementos. Hay una evidente sátira
acerca de los embelecos que los libros de caballerías inducen en las mentes
sencillas de los que se enfrentan con la novedad de los libros impresos.
También un ascendiente mágico que todo lo escrito despierta sobre las gentes
que lo creen cierto por el solo hecho de estar impreso. Hay que recordar que en
uno de los episodios de la venta (cap. XXXII), las únicas historias escritas
que se reputan como falsas son precisamente las cuentas del Gran Capitán
Gonzalo Fernández de Córdoba, mientras que las fantasías de que hablan los
libros de caballerías, con sus disparatados hechos, son aceptadas como verdades
de evangelio.
Esta
intención se evidencia en el prólogo del primer Quijote... pues esta, vuestra escritura no mira a más que a deshacer la autoridad
y cabida que en el mundo y en el vulgo tienen los libros de caballerías...
Hay,
además de esto, el sano intento de que leyendo la obra,…el melancólico se mueva a risa, el risueño la acreciente, el simple no
se enfade, el discreto se admire de la invención, el grave no la desprecie, ni
el prudente deje de alabarla.
Se
gesta el Quijote, a la manera de una “novella” corta italiana, del estilo
Bocaccio o Bandello, con un personaje que, aunque bien dibujado desde el
principio, no tiene la dimensión gigantesca que, por contraste, ha de asumir
con la aparición de Sancho.
Los
seis primeros capítulos transcurren sin que don Quijote, que ha iniciado su
andadura de desfacedor de entuertos, bien pertrechado de los elementos
caballerescos que su monomanía le ha hecho escoger con minuciosidad, (incluida
la dama imaginaria que ha de mantenerse en ese plano durante toda la obra)
tenga necesidad de más ayuda. Es a partir del capítulo VII que D. Quijote
solicita a un labrador vecino suyo,
hombre de bien [...] pero de muy poca sal en la mollera, que se salga con él para servirle de escudero,
eso sí, contratado “a merced” que no hay
ninguna otra forma de salario descrita en los libros de caballerías que él
conozca.
A
partir de ese momento queda consolidada una de las parejas más famosas del
patrimonio literario universal; y por lo que supone para el desarrollo de la
obra, puede considerarse a Sancho Panza el hallazgo fundamental del Quijote. A
través de él vamos a poder conocer la realidad social, el folclore y las
costumbres de su tiempo. Va a darle cuerpo y cara al rústico de la época,
simple, pero con una notable dosis de ingenio natural como demostrará durante
los breves días de gobierno en su ansiada ínsula, en los que acaba como
burlador de los que se prometían divertidas chanzas a su costa. Sancho comienza
su andadura como antítesis y contraste
de D. Quijote, pero a medida que la novela transcurre, sobre todo en la segunda
parte, asistimos al fenómeno de la sanchificacion de Don Quijote y de la
quijotización de Sancho, con lo que las dos figuras se complementan y
enriquecen. Han tomado tal consistencia cada una por su lado, que pueden
separarse, como sucede al final de la segunda parte, y navegar con rumbos
diferentes sin que la historia sufra menoscabo.
Desde
el principio, Sancho opone su pragmática visión de la realidad a la de D.
Quijote, ilusoria y llena de sueños fantásticos a los que la acomoda,
transformándola de la mano de los encantadores que lo persiguen encarnizados y
la trocan a su comodidad de continuo. Sancho no duda que su amo esté, si no
loco, por lo menos algo trastornado, a pesar de lo cual lo seguirá apoyando en
sus más descabelladas aventuras, magnificando sus hazañas ante los demás y
esperando, confiado, la ínsula que no duda ha de otorgársele un día.
Pero
ese momento feliz no ha de llegarle, por ahora, ya que los pérfidos
encantadores que persiguen a su buen amo, han tramado una extraña máquina para
perderle, que consiste en encantarlo por medio de sus habituales engaños y
malas artes para conducirlo maniatado, enjaulado y sobre una carreta tirada por
mansos bueyes, impidiéndole así, envidiosos de su fama y hechos, ejercer su
beneficioso oficio de andante caballero. Allí, auxiliado por las fieles ama y
sobrina, bizmará sus heridas y recobrará el sosiego que precisa para preparar
su tercera salida, en la que piensa dirigirse a unas famosas justas que han de
celebrarse en Zaragoza.
Conducido
de la forma más indigna que para un caballero pueda haber y que él soporta,
estoico, por la Orden de Caballería que profesa, es transportado hasta la aldea por el tropel de
diablos que ocultan bajo sus máscaras al cura, al barbero y al resto de los
personajes que han sido actores, en la Venta de Juan Palomeque, de los últimos
acontecimientos. Lo conducen entre burlas y veras mientras Sancho, que alimenta
fundadas sospechas acerca de los fingidos demonios, no acaba de hacerle la
contra a su señor que atribuye toda la máquina a los pérfidos encantadores que
le persiguen sin tregua. Llegada la comitiva al lugar, es recibida por el ama y
la sobrina, contentas de la vuelta del caballero aunque apesadumbradas por su
aspecto roto y exánime, del que tardará en recuperarse los diez próximos años.
Durante
el otoño de 1614, cuando Cervantes se acercaba a la conclusión de la segunda
parte de don Quijote, encaminado con toda seguridad a Zaragoza como se nos
había prometido en la primera, llega a sus manos un libro publicado en
Tarragona con el titulo de Segundo tomo del ingenioso hidalgo don
Quijote de la Mancha, firmado por Alonso Fernández de Avellaneda,
natural de Tordesillas. Nombre y patria falsos, encubren al autor, aún hoy
desconocido, posiblemente un compañero de armas de su juventud, con toda
seguridad del entorno de Lope de Vega, nada amigo de Cervantes.
Ya
en el prólogo, Avellaneda carga contra Cervantes refiriéndose a sus novelas más satíricas que ejemplares, si bien no
poco ingeniosas y entra, con evidente mal gusto, a sus defectos físicos y
otros alifafes: y digo mano, pues
confiesa de sí que tiene solo una [...] tiene más lengua que manos […]
Cervantes es ya de viejo [...] y por los años tan mal contentadizo,...
La
aparición de este libro debió causar no poco disgusto a nuestro escritor, tanto
por verse arrebatados unos personajes paridos por su ingenio, cuanto por las
diatribas y ataques que directamente se le hacen. La reacción es fulminante y digna de su
categoría. Primero compone y endereza los pasos de sus personajes a otra parte
que la que ha prometido en el final de la primera y que le ha sido usurpada por
Avellaneda, luego acelerando la aparición de su propia segunda, en cuyo prólogo
da un repaso al atrevido, y por fin vareando al apócrifo en su obra.
Dice
el primer biógrafo de Cervantes, Don Gregorio Mayans y Ciscar en su Vida de Miguel de Cervantes Saavedra,
publicada en 1737, del Quijote de Avellaneda: su dotrina es pedantesca i su estilo lleno de impropiedades, solecismos
y barbarismos, duro i desapacible i, en suma, digno del destino que ha tenido.
Y
Cervantes mismo, en el prólogo de la segunda parte le da una réplica
contundente aunque elegante en la que se refiere a Lope de Vega defendido por
Avellaneda gratuitamente: y si él lo dijo
por quien parece que lo dijo, engañóse de todo en todo, que del tal adoro el
ingenio, admiro las obras y la ocupación continua y virtuosa. (Era notoria
la vida disoluta de Lope, a la sazón clérigo y familiar del Santo Oficio).
Desde
luego, el Quijote de Avellaneda está a mucha distancia literaria del autentico;
su protagonista no es un visionario genial sino un pobre loco que acaba donde
los tales suelen terminar, y Sancho no es más que un rústico mentecato,
desaforado comilón y exento de gracia. Cervantes mismo, comentando el episodio
en el que Avellaneda hace a sus personajes asistir a las justas de Zaragoza
dice de la escena que es falta de
invención, pobre de letras, pobrisima de libreas, aunque rica de simplicidades. Opinión que se supone,
quiere hacer extensiva a toda la obra.
Pero,
más adelante, continúa el varapalo
cervantino al osado, que no es don Miguel persona que deje las cosas a medio.
No contento con rechazarlo de plano, como hemos visto, ingenia la forma de
eliminarlo por completo convirtiéndolo en materia de su propia novela. En el
capitulo DIX, (que seguramente Cervantes ha recompuesto, pues ya lo debía tener
escrito cuando aparece el de Avellaneda), don Quijote y Sancho coinciden en una
venta cercana a Zaragoza con dos caballeros a los que oyen, a través del frágil
muro, leer la segunda parte apócrifa. Para dejar patente la impostura, don
Quijote decide torcer el rumbo y encaminarlo a Barcelona... no pondré los pies en Zaragoza y así sacaré a la plaza del mundo la
mentira dese historiador moderno...
Más
adelante, durante su estancia en Barcelona, el caballero visita una imprenta en
la que se está preparando una reimpresión de la obra; Altisidora cuenta que en
su tránsito de la vida a la muerte llegó hasta las puertas del infierno y vio a
unos demonios jugar a la pelota con libros vanos “llenos de viento y borra”
entre los que se encontraba la segunda parte falsa.
Por
último y en una genial pirueta, cuando ya regresan al lugar, se encuentran con
un personaje del mismo Avellaneda, don Alvaro Tarfe, al que muestran, con su
misma presencia, la mentira de los hechos relatados en el quijote del falsario.
Don Álvaro, hasta ese momento personaje de Avellaneda, es escamoteado de forma
genial, pasando a ser personaje cervantino.
Para
concluir esta breve ojeada sobre el Quijote, parece oportuno traer a colación
la fabulación que Jorge Luis Borges en su relato, Pierre Menard, autor del Quijote, hace sobre un escritor francés de final del
siglo pasado que concibe la peregrina idea de completar la obra de Cervantes
con algunos capítulos de su cosecha. Se pone a la tarea el hombre y después de
mucho trabajo descubre que su obra se acerca a la perfección sólo cuando
reproduce con exactitud los capítulos del Quijote publicado en 1605 y 1616. Al
calcar palabra a palabra los párrafos de la obra, el escritor descubre en ellos
una nueva luz no entrevista hasta entonces, comprendiendo que es solamente el
lector el que revive el texto, dando vida en sí a los personajes, modulando de
forma especial y única sus voces y dotando de sentido nuevo a las viejas,
inmortales, palabras.