Pienso
que hay que preparar leña para el invierno, aunque quizás no sea necesario si
el cambio climático sigue haciendo de las suyas, aguardaremos hasta ver que
cara trae el otoño.
Recuerdo
con nostalgia los días pasados en Blanes, ese precioso pueblo de la Costa Brava
que fue patria de Roberto Bolaño durante un tiempo y que solo ha tenido con él el
detalle mínimo de dedicar a su recuerdo una sala de la biblioteca pública que
visitaba con frecuencia. Gerona, sin embargo, le dedicó una calle.
Bolaño
tuvo mala suerte con su hígado que le impidió cumplir los cincuenta y uno en el
2003, a pesar de lo cual dejó tras de sí una importante obra poética y
narrativa sin contar con la torrencial novela 2666, cuyo título parece una referencia al nombre de la bestia en
la que cree tanta gente. Fue un chileno comprometido, además de con la literatura,
con la política de su país, al que viajó para sumarse al movimiento de Allende
y tuvo la mala suerte de encontrarse con Pinochet cuando llegó después de
atravesar Méjico con medios precarios y toda suerte de fatigas. Para nosotros
fue una suerte porque eso lo trajo a Cataluña, primero al Raval de Barcelona y
luego a Blanes donde vivió -junto a su mujer, sus hijos y las estrecheces que
lo persiguieron siempre-, sus últimos años. Nos dejó un hermoso patrimonio –Los detectives salvajes, El gaucho
insufrible, Sensini, La literatura nazi en América, Estrella distante y
otras varias que no cito…, artículos y cuentos- del que le seremos deudores
para siempre.
Si
tuvo suerte -y justicia- con los premios que reconocieron su calidad literaria –Herralde
(1958), Ciudad de Irún, Kutxa Ciudad de San Sebastián, Municipal de Santiago de
Chile, Salambó (póstumo)….- que paliaron en los últimos tiempos sus
dificultades económicas.
Nostalgia
veraniega, nostalgia literaria…