INTRODUCCIÓN
El
"Viaje a Mauritania" es parte de un largo periplo iniciado en Febrero
del año 2006 en un lugar remoto del Tiris, lo que fue "El Sahara
Occidental" o "El Sahara español" para España y ahora son
"Las provincias del sur" para el reino de Marruecos. En compañía de
otros viajeros llegamos al Tiris, donde reposa Chej Mohamed el Maami, en cuya
vecindad dormimos esa noche.
Fue
ese el primer contacto con el mundo de los saharauis que viven en el territorio
de Marruecos. Mi gratitud por aquel viaje inolvidable al profesor Alejandro
García que me hizo conocer a otro personaje al que debo cuanto conozco del
Sahara y sus habitantes: Mrabbi Rebbu uld Chej el Hiba uld Chej Mrabbi Rebbu
uld Chej Ma el-Ainin[1],
al que desde aquel primer encuentro bauticé en mi interior como Muftah al Sahara, mi particular
llave del Sáhara. Él fue quien abrió para mí el hermoso desierto y quien me dio
a conocer a muchas de sus hospitalarias gentes que con el paso del tiempo se
convirtieron en mis amigos. Después de aquel primer viaje hubo otros que nos
llevaron hasta el sur de Marruecos, Mauritania y Senegal, para terminar con el
que más adelante se describe.
Los
avatares de los viajes no eran, en principio, objeto de relato. El objetivo
final era la visita, documentación y señalamiento por coordenadas GPS de los
lugares de enterramiento de los Walis u hombres santos (algunos de ellos
fundadores de tribus o allegados) del espacio saharaui. Sin embargo, las
circunstancias de este último viaje que realizamos juntos, me han parecido
dignas de ser reflejadas por escrito como tributo a la memoria de mi buen amigo
Mrabbi Rebbu, al que su Dios conceda la bienaventuranza eterna.
INICIO
Este
viaje empezó muchos años antes, aunque entonces no lo sabía. Comenzó una noche
en "Zalacaín", en el invierno de 2005. Los integrantes de Radio
Termita donaban sus instalaciones a la radio del Frente Polisario en Tinduf y
para celebrarlo Diego Arques, el propietario del emblemático bar de Murcia
decidió celebrar el acontecimiento con una fiesta que amenizó Tote Cánovas con
una exhibición de batería. Me había llegado alguna noticia del asunto saharaui
a través de amigos comprometidos con la causa, especialmente el profesor de la
universidad de Murcia, Alejandro García y otras personas interesadas en el
tema, Concha Pando, Tono Bujhlal, Patricio Valverde, Antonio Vicente Frey, y
algunos otros. Aquella noche conocí a Mahayup Salek, un beduino alto y flaco,
con una espesa cabellera negra y rizada que nimbaba un rostro franco con
sonrisa pronta y ruidosa de niño grande. Nos hicimos amigos enseguida y durante
nuestras conversaciones de los días siguientes me puso al corriente de la
situación en los campamentos de Tinduf y de la suya como exiliado de Marruecos
después de la guerra con el Frente Polisario. Fue por aquellos días cuando oí
hablar por primera vez de Mauritania a Mahayup, que había llegado a España a
través de ese país. Los saharauis exiliados en Tinduf no disponían de
documentación. No pertenecían a ningún sitio.
Mahayup
Salek había sido locutor de preciosa voz y facilidad de palabra en "La voz
del Sáhara libre", una emisora radicada en Argel que publicaba un
periódico, "Sáhara libre" en tres idiomas, árabe, francés y español.
En la emisora conoció a Mrabbi Rebbu que, según sus propias declaraciones,
había sido raptado por el Polisario cuando se inició la ocupación marroquí del
Sáhara Occidental en 1975 y, tras un periodo de encarcelamiento y tortura, fue
trasladado a Argel para hacerse cargo de la dirección de la radio, principal
vehículo de propaganda de Argelia que utilizaba al POLISARIO como rehén. La
amistad de ambos duró para siempre, pese a que los motivos que los llevaron al
POLISARIO eran muy diferentes (Mahayup había sido uno de los fundadores y amigo
personal de El Uali, su primer dirigente y mártir), y que pertenecían a tribus
diferentes. Mahayup era Tubalt y Mrabbi, Ma el-Ainin.
—Un
día tienes que venir conmigo a Mauritania, me dijo Mahayup una de aquellas
noches de té, maniya[2] y pipa.
Habrían
de pasar varios años antes de hacer ese viaje, y no en su compañía sino en la
de nuestro común amigo Mrabbi Rebbu uld Chej Ma el-Ainin, que por desgracia ya
no está entre nosotros desde el día 18.04.2020.
Antes
de iniciar el viaje pasaron muchas cosas. Había tenido ocasión de visitar en
varias ocasiones los campamentos de refugiados saharauis de Tinduf, en Argelia,
y comprobado de primera mano las difíciles condiciones de vida de aquellas
personas enclaustradas en terrible situación hacía muchos años y con escasas
perspectivas de poner fin a su cautiverio. Vivían en tiendas de lona sometidas
al terrible sol y a las noches heladas, agrupadas en cinco grandes campamentos
o Wilayas que reproducían los nombres de las ciudades que habían abandonado en
territorio marroquí: Bojador, Aaiún, Dajla, Smara y Auserd. Los asentamientos estaban separados entre sí por
distancias de entre 20 y 60 km. -excepto la más alejada hacia el sur, Dajla,
que dista de las demás 200 Km.- reproduciendo el patrón geográfico de las
ciudades originarias. Por lo que se refiere al número de personas que pueden
convivir el aquella inhóspita hamada todo son especulaciones interesadas.
No existe censo desde el efectuado por el gobierno español en 1964, con todas
las dificultades que entrañaba hacer el recuento de una población nómada.
Arrojó un total de 74.000 individuos. En 2014 se efectuó otro por el Alto
Comisariado de Planificación (HCP) de Marruecos en el que se computaron un
total de 497.631 almas[3].
En este no se hacía ninguna distinción étnica, por lo que la población Saharaui
se encuentra "diluida" entre la marroquí acudida hacia el sur durante
la Marcha Verde, atraída por las ventajas fiscales y de todo tipo que el
Gobierno marroquí concede a los habitantes de "Las provincias del
sur". En el momento del éxodo a Tinduf, los Saharauis calculaban unas
250.000 personas (muchas de ellas obligadas por la fuerza). A lo largo de los
años, se inició un permanente reflujo hacia la zona marroquí, donde eran bien
acogidos a condición de rendir pleitesía -la Bai’a, un acto de vasallaje- al monarca,
cómo todos los demás súbditos, y en el año 2006 ACNUR cifraba en 90.000 los
habitantes de los campamentos con vistas a la ayuda humanitaria. Los cálculos
más realistas cifran la población saharaui en un total de entre 500.000 y
750.000 personas contando los de la parte argelina, la marroquí y la diáspora
que puede abarcar entre 10.000 y 20.000 personas. Insisto en que todo se reduce
a especulaciones más o menos fundadas, pues todas las partes están interesadas
en que los números confluyan con sus objetivos.
En
2015, Ignacio Cembrero, conocido periodista y escritor (Vecinos alejados, 2006), especializado en temas del Magreb,
publicaba un artículo en El Mundo[4]
en el que denunciaba los fraudes del POLISARIO a lo largo de los años 2003 a
2007, tanto en lo referente a las mercancías enviadas por la ayuda
internacional que acababan vendiéndose en los mercados de Argelia, Mauritania o
Mali, cuanto a lo concerniente al número de refugiados, cuyo cómputo era la
base para el cálculo de esa ayuda, establecida en torno a los 10 millones de
Euros anuales. De la cifra de 155.000 personas suministrada por Argelia, una
comprobación por satélites de observación encargada por la OLAF (Agencia de la Comisión Europea), al Centro
Común de Investigación Europeo, dio como resultado la cifra de unos 91.000
refugiados.
En
la primera visita a los campamentos de Tinduf, algo me sonaba raro de la enorme
maquinaria de propaganda y del torpe montaje de artificios que se hacía evidente,
enfocados a impresionar a los desinformados visitantes. Había mucho de puesta
en escena. Por encima de toda aquella parafernalia un objetivo se hacía
patente: la necesidad de ayuda permanente, tanto en útiles enseres y alimentos,
como en dinero. Todo lo administraba la dirección del Polisario, partido único
de una "democracia" sui
generis. Esas circunstancias eran agravadas por el contrasentido de
eliminar el sistema tribal que había intentado -con escaso éxito- el POLISARIO,
y la más grave: la mayoría de la cúpula dirigente pertenecía a los Ergueibat,
una de las tribus más numerosas y potentes del Sáhara que seguían utilizando
sus privilegios tribales para el ascenso político. Conviene recordar que desde
el-Uali Mustafá Sayed, fundador del Frente Polisario y protomártir, hasta el
actual jefe del POLISARIO[5]
y presidente de la Republica Árabe Saharaui Democrática (RASD), Ibrahim Ghali,
pertenecen a esa tribu.
En
realidad los Ergueibat constituyen un conglomerado de tribus. Entre ellos se
admite con verdadero espíritu democrático a cualquiera que solicitara su
protección. El lema de la tribu es "bajo el paraguas Ergueibat cabe todo
el mundo". Se estima que los Ergueibat -en sus dos ramas, Ergueibat Charg
y Ergueibat Sahel- pueden agrupar a una cuarta parte de la población beduina.
De
mis visitas a los campamentos obtuve la penosa sensación de estar presenciando
la degradación de un pueblo altivo y acostumbrado a la libertad del desierto
sin fronteras, reducido a la situación de "anclados" en un territorio
inhóspito y extraño, condenados a la inactividad y dependiendo para su
subsistencia de la caridad internacional.
Saqué
la conclusión de que sólo conocería la realidad de los hechos percibiendo la
opinión de la otra gran parte de saharauis que, de grado o por fuerza se habían
quedado en la zona marroquí y vivían mezclados en la parte sur del país con
parte de los 350.000 "colonos" desplazados por Hassan II en La Marcha
Verde. Fue la presión de aquella masa de enfervorizados ocupantes lo que, en
definitiva, expulsó a los españoles que quedaban a finales de 1975, en plena
crisis española con la inminente muerte del dictador Franco. El entonces
Príncipe de España visitó El Aaiún el 2 de Noviembre de 1975 manifestando en su
discurso ante los notables saharauis y los representantes en Cortes de lo que
era la provincia nº 53 de España que "Deseamos proteger también los legítimos derechos de
la población civil Saharaui, ya que nuestra misión en el mundo y nuestra
historia nos lo exigen" [6]. Haciendo honor a la principesca
promesa, el 26 de febrero de 1976- muerto ya Franco-, se arrió la bandera
española en el IV Tercio Sahariano Alejandro Farnesio, después de 92 años de
permanencia en el territorio. Los legionarios serraron el mástil para que en el
no pudiera ondear la marroquí y se abandonó la zona con armas y pertrechos,
llevándose hasta los cadáveres de los españoles que habían muerto en aquella
zona, que ocupó desde aquel momento el ejército marroquí.
La
historia del éxodo hacia Tinduf de la población saharaui tiene tantas versiones
como partes interesadas. Los argelinos entraron en el conflicto contentos de
poder meterle el dedo en el ojo a Marruecos, su enemigo tradicional
especialmente desde que perdieron La Guerra de las Arenas de 1963. Una herida
sangrante que le quedó para siempre a Argelia. Por otra parte se abría, aunque
de forma difusa, la posibilidad soñada desde siempre de un acceso al Atlántico.
Se
hacía preciso un viaje a lo que se denominaba el Sáhara Occidental, que antes
había sido el Sáhara Español desde que España reclamara la región situada entre
Cabo Bojador y Cabo Blanco en 1884, durante la Conferencia de Berlín, basándose
en acontecimientos históricos anteriores. Más adelante se fijó el límite norte
del Sáhara Occidental en el paralelo 27º 40', constituyéndose, a partir del año
1958 la provincia nº 53, el Sáhara Español con sus representantes en Cortes
como todas las demás provincias españolas.
La
ocasión llegó a finales de 2005. El profesor Alejandro García me propuso un
viaje hasta el Sáhara. Él debía cumplimentar un encargo para la edición
española de Le Monde
Diplomatique: un artículo sobre la realidad de los saharauis en la zona
marroquí. Me pareció un sueño, pero ¿En calidad de que iba yo? le pregunté. Yo
hago las entrevistas, tú tomas notas y luego me las pasas, me dijo.
Me
pareció que ya tenía un papel en la expedición y a el me apliqué de forma
concienzuda.
El
viaje nos condujo hasta el Tiris, florido en una poca que había sido de
abundante lluvia. La amplia zona desértica cambia de aspecto después de las
lluvias y es la cuna de los grandes poetas que formaron el entramado de la
cultura saharaui, conocida como "la escuela del Tiris" (Muhammad el-
Maami, su fundador, Muhammad al-Talba, Semyedre u. Habib Allah y Muhammad u.
Muhammad Salim). Fue una aventura iniciática y placentera, conducida por Mrabbi
Rebbu al que conocí en ese primer viaje. Su presencia y amistad permanecerían
en mi corazón durante las varias expediciones que sucedieron a aquella.
Ese
primer viaje, largo, prolijo y plagado de interesantes incidentes, dio lugar a
un libro[7]
del que Mrabbi hizo una magnífica traducción al árabe y publicó en Marruecos,
en el que procuré narrar las vicisitudes de la expedición. Tal como me había
sugerido Alejandro, y con la precisión del escribano que siente la necesidad de
cumplir su misión con eficacia, me dediqué a tomar notas minuciosas de todo lo
acontecido a lo largo de nuestro peregrinaje. Cuando volvimos, las pasé a
limpio y llamé a Alejandro. Tengo disponibles las notas, le dije. No las necesito,
ya tengo el artículo, me repuso[8].
Fue
una expedición con ribetes políticos, desde luego, pero la vertiente política
de la situación saharaui me interesaba poco en aquel momento. Me impresionó más
la situación de la parte de los beduinos saharauis que permanecían en Marruecos
y, sobre todo, la historia de su distribución tribal de singular arraigo entre
ellos. El estatus social, su formación, su rango y hasta su actitud humana y en
muchos casos sus posibilidades de promoción social vienen determinadas por la
pertenencia a una u otra tribu. Nadie puede emparentar aleatoriamente con
miembros de otra tribu, y las hay que son rivales desde tiempo inmemorial[9].
De
aquel viaje surgió la idea de investigar más a fondo la historia de las tribus saharauis,
que no es tan lejana -aproximadamente los siglos VIII o IX, cuando el Islam
llegó a la zona-, en la que me propuse trabajar en adelante. Hubieron más
viajes, más encuentros con Mrabbi, más relaciones con muchos miembros de su
extensa familia, los del Ahel Chej Ma el-Ainin, de los que siempre recibí
generosa acogida y documentada información. Conocí también a muchos miembros de
otras tribus que me proporcionaron parecidas atenciones. Comprobé que la
tradicional hospitalidad saharaui no es una leyenda, sino una práctica que
llevan a cabo con generosidad y sencillez, según un código ancestral impreso en
el fondo de sus corazones. Lo que había comenzado como un simple afán de
aventura por un país exótico se convirtió en un intento de aproximación a la
cultura islámica con un objetivo más concreto: la localización de los lugares
de enterramiento de algunos de los fundadores de tribus y de otros personajes
representativos de la cultura bidani cuyos restos se encontraban diseminados en
la amplia franja de desierto que ocupa el sur de Marruecos, Mauritania, Senegal
y parte de Mali hasta llegar a Tombuctú, la ciudad de los 333 santos. El
programa era demasiado ambicioso para un neófito del tema, aún con una mediana
formación histórica, pero es preciso plantear los retos con cierta ambición y
así lo hicimos, confiando la parte documental al Dr. Frey Sánchez de la
Universidad de Murcia, que también participó en algunos de los viajes, y la
documentación gráfica a mi buen amigo, entrañable compañero y excelente
fotógrafo Eduardo Cos Vinader (Chosi).
Sobre nosotros planeaba la sombra
protectora de Mrabbi Rebbu uld Chej Ma el-Ainin, sin cuya asistencia,
colaboración y ayuda, el proyecto jamás se habría realizado. Teníamos en mente
hacer una aproximación a la cultura bidani a través de la historia de los
fundadores de tribus y otros hombres considerados santos que constituían la
espina dorsal de la cultura bidani, los hombres y mujeres que tienen como
elemento común y diferencial el hasaní o hasania, un derivado del árabe que
participa en un 70% de este. El estudio nos llevaría al de las tribus, sus
relaciones a lo largo del tiempo transcurrido desde su llegada a la zona hasta
terminar, cerrando el círculo, a la penosa situación de muchos de ellos en los
campamentos de Tinduf.
Fueron
muchos viajes, algunos de los cuales hicimos por nuestra cuenta bajo el
paraguas protector del señor Larosi y su esposa Fatiha acompañados del
entrañable
Jamál, que sustituyó circunstancialmente a Mrabbi en la resolución
de los frecuentes problemas que para un europeo supone viajar por esas áridas
tierras. Fueron muchos kilómetros de desierto los recorridos, muchas gentes a
las que entrevistamos, mucho lo que aprendimos e innumerables los amigos que
dejamos. Aprendimos el importante papel que los Wali (hombres santos) habían representado
en la vida social y política de los beduinos saharauis que habían estudiado en
sus madrazas y se habían adoctrinado en sus zawiyas situadas con frecuencia en los mismos
lugares de culto y enterramiento; que aquellos hombres eran considerados
depositarios de la baraka [10],
que los acercaba a su creador y de la cual eran trasmisores para los que se
enterraban cerca de sus tumbas, convertidas con el paso del tiempo en lugares
de peregrinación y de fiestas anuales, el Musem.
En eso se convirtió nuestro trabajo: en una peregrinación a la búsqueda de una
cultura que en principio nos había resultado por completo desconocida pero que
acabó atrapándonos hasta sentir por ella y por sus gentes un amoroso respeto.
Aprendimos
que había otra forma de ver la vida y otras creencias diferentes de las
nuestras, otra forma de contemplar el paso del tiempo y una manera distinta de
relacionarse con la naturaleza. Aprendimos, en fin, que nuestros conocimientos
no bastaban para entender gran parte del resto del mundo y que nuestra soberbia
de europeos prepotentes estaba edificada sobre cimientos de barro.
El
producto de esas peripecias está todavía cocinándose en los fogones del Dr.
Frey que trabaja las salsas de la historia de forma concienzuda y meticulosa.
El resultado se hará pronto público.
En
uno de aquellos viajes, aprovechando el Musem de Tantan que tan relacionado estaba
con su familia y con el Chej Larabás uld Chej Ma el-Ainin -cabeza de los ulemas
de Marruecos y Mauritania que nos proporcionó generoso alojamiento y varias
tardes de impagable conversación-, Mrabbi me dijo: "El año que viene, a
Mauritania".
¿Qué
interés podía tener Mauritania para nosotros? ¿Qué santones podíamos encontrar
allí? Aquí es inevitable hacer algo de historia.
Mauritania,
hoy República Islámica de Mauritania, fue colonia francesa hasta 1960. Debe su
nombre actual al explorador francés Xavier Coppolani que en 1899 propuso
cambiar el nombre de la colonia, Bilad
Chinguetti (el país de
Chinguetti), en recuerdo de las mauritanias romanas del S.I, Mauritania
Cesariense y Mauritania Tingitana. Tiene una extensión aproximada del doble de
España y una población que no llega a los cinco millones de habitantes. La
mayor parte de ellos se arracima en las dos principales ciudades de la costa:
Nuakchot y Nuadibú. Y Rosso a orillas del Senegal. El resto de la población se
distribuye por el amplio desierto subsistiendo del pastoreo de camellos, vacas,
asnos y cabras. Es un país pobre y sujeto a la ignorancia y la corrupción que
son comunes a los países descolonizados. Dicho con dolor, el patio trasero de
Marruecos.
Sin
embargo, Mauritania es el "reservorio" intelectual de la cultura saharaui.
De sus ciudades del sur[11]
surgieron los movimientos fundamentalistas (Almorávides y Almohades) que
llevarían su fuego purificador a los musulmanes corrompidos por la molicie de
Al-Ándalus durante los años siguientes a la caída de Toledo (1085) y la
aparición de los reinos de taifas. Chinguetti es considerada una de las
ciudades santas del Islam[12].
Estábamos
a mitad de diciembre del año 2007, la mejor época para iniciar el viaje a
aquellas latitudes. El equipo estaba compuesto por Mrabbi Rebbu, nuestro
imprescindible guía, Julián, un fotógrafo experto en medios audiovisuales, y
yo, que me encargaría de recopilar la documentación y de fijar por coordenadas
GPS los puntos exactos de los lugares visitados para el posterior trabajo de
biblioteca a cargo del Dr. de la Universidad de Murcia Antonio Vicente Frey
Sánchez. Nos proponíamos localizar, como ya habíamos hecho en gran parte del
territorio Saharaui en expediciones anteriores, los lugares de enterramiento de
personajes importantes de las distintas tribus a los que pudiéramos tener
acceso.
Con
esa intención iniciamos nuestro viaje en los primeros días del año 2008.
TRANCO I
Enero, 3. Jueves.
Con
la ilusión que todo viaje comienza, nos lanzamos a la carretera de madrugada.
El camino hasta Algeciras no se hace excesivamente largo. Son 530 km. que
recorremos por la cómoda autopista. Con las paradas imprescindibles llegamos
hasta Algeciras y tomamos el ferry de Ceuta. Nuestro destino es Fez, la capital
cultural de Marruecos, reserva de tradiciones y cuna de ortodoxos, famosa por
su intrincada medina donde los extranjeros no son bien recibidos. El paso del
Estrecho siempre es emocionante.
Para los que somos de tierra adentro la visión
del mar representa una estimulante novedad. Con la experiencia de anteriores
viajes, preferimos hacerlo en cubierta aprovechando la ocasión para respirar el
vivificante aire marino y entretenernos con la visión de los muchos barcos que
cruzan la pequeña distancia que nos separa de África. Resulta emocionante
pensar que este mismo recorrido lo hicieron, en uno u otro sentido,
griegos, cartagineses y romanos, sirios y magrebíes de la primera oleada,
Almorávides y Almohades, muchos de los cuales se quedarían en la Península
durante ocho siglos. Esas aguas azules y movedizas surcadas por las blancas
estelas de los navíos que las cruzan cada día, están cargadas de historia.
Desembarcados
en Ceuta, que nos ha parecido el paso más apropiado a la vista de la ruta que
hemos de seguir. Tras los siempre engorrosos trámites de la aduana y cambiar
dinero en el puerto, salimos hacia Fez bajo una lluvia torrencial que habrá de
acompañarnos durante los próximos días. Es época de lluvias, nos dicen. ¡Hamdulilá!
El
camino a Fez, a través del Rif, es hermoso aunque muy accidentado. La lluvia
torrencial lo hace peligroso. Julián conduce con pericia y me abandono a la ensoñación.
La carretera, estrecha en muchos tramos, serpentea entre las montañas que se
levantan a los lados envueltas en la neblina. Están pobladas por el bosque
mediterráneo compuesto de diferentes especies: pino carrasco, alerces,
alcornoques, encinas y algunos acebuches rastreros que pelean por un rayo de
luz entre los troncos gigantescos de sus compañeros.
No
cesa la lluvia tenaz durante el recorrido. Los árboles parecen
agradecerla y sus ramas se comban bajo el peso agresivo del agua que se desliza
en pequeños arroyuelos. Con frecuencia invaden la calzada haciéndonos aminorar
la marcha. El Rif es de una belleza impresionante matizada por la niebla que
nos impide disfrutar del paisaje. Pasamos por la zona que conduce a Isagüen y
Ketama, donde existen grandes plantaciones de hachís en la falda de las
montañas. En las frecuentes curvas de trazado peligroso donde es preciso
aminorar la marcha, hay rústicos tenderetes montados con palitroques y desechos
de plástico bajo los que se guarecen dos o tres muchachos. A nuestro paso,
surgen del refugio haciendo ademán de fumar.
Paramos
en Quazzate, un poblado de mal aspecto, cerca de Tetuán, para aliviar el hambre
que ya comienza a hacerse enfadosa. Julián, neófito en este tipo de viajes, no
se ha percatado de que se come cuando el momento lo permite, o se ayuna
esperando mejor ocasión. El tugurio en el que nos detenemos está regentado por
dos muchachos. No hay mucho donde elegir. La harira desprende un vapor apetitoso en una
olla que más vale no inspeccionar. Un Tajín humea sobre el braserillo de cerámica
donde brillan unos cuantos carbones que uno de los chicos anima de tarde en
tarde con un malgual de esparto. La comida es reparadora y el precio nada
exagerado. El pan, a voluntad.
Llegamos
extenuados a Fez a las nueve de la noche. Mrabbi nos espera en medio de la
avenida principal, bajo la lluvia torrencial, con un paraguas verde que
identificamos desde lejos. Nos aloja en un buen hotel y se marcha
precipitadamente, agobiado por los preparativos del congreso sobre el Chej Ma
El Ainin del que es responsable y organizador. Constituimos la "delegación
española" en el evento.
A
la hora de bajar los equipajes del coche (es un tipo "ranchera" con
un maletero enorme), me percato de que Julián va provisto de un voluminoso cajón
plateado donde deben ir la cámara de cine y el resto de los enseres que
necesita para su trabajo de reportero gráfico. Prefiere acarrearlo hasta su
habitación a dejarlo en el coche.
Una
parca cena en el hotel y nos vamos a la cama molidos. Por suerte nos han
reservado habitaciones individuales.
En las
murallas de Ceuta
TRANCO II
Fez
5. Enero. Sábado
Tenemos tres días para visitar la ciudad de Fez y sus alrededores, incluido
el cementerio, y una interesante excursión a Muley Idris y Volúbilis. Nuestra
parada en la ciudad se debe a la celebración de un congreso sobre el Chej
Maelainin en el que debemos leer una ponencia[13].
Fez son tres ciudades en una. La más antigua, Fez el-Badi, está situada a
orilla de los ríos Fez y Zitu. La fundación del núcleo original se atribuye a
Muley Idris ibn Abdallah ben Hasan ben Alí, conocido como Idris I (+791/174),
fundador de la dinastía Idrisí, que fijó su primera residencia en el actual
barrio de los andaluces. Lo de Fez (pico en árabe) según los cronistas de la
época, hace referencia al acto fundacional. El hijo de Idris I, Idris II, hacia
el 809/193 estableció la sede de su dinastía a la orilla del río Fez, en un lugar
denominado el-Aliya o ciudad alta. En las primeras décadas del S. IX los Omeyas
cordobeses expulsaron a muchos desafectos de al-Ándalus que vinieron a
instalarse el burgo de Idris I. Otro tanto sucedió con algunos desterrados de Qairuán
(Túnez), que se establecieron en la orilla opuesta. Así vinieron a
desarrollarse dos poblados, uno a cada una de las márgenes del río. Fez siguió
prosperando durante la época de los Almorávides y Almohades, a pesar del
ascenso de Marrakech.
Hacia 1250/648 Fez fue conquistada definitivamente por los Benimerines que
la convirtieron en capital del sultanato, creando un nuevo asentamiento en 1276/674:
Medinet el-Beïda, o la ciudad blanca. Pronto se transformó en Fez el-Jedíd, Fez
la nueva, por contraposición a Fez el-Bali, la vieja. Bajo el reinado de los
sultanes benimerines Abu er-Rabi (1308-1310/707-710) y Abu Said Othman
(1310-1331/710-731), Fez conoció un periodo de gran esplendor y a su
universidad de Karauine acudieron sabios y profesores de todos los territorios
del Islam. El ocaso de la dinastía meriní fue también el de Fez. En 1465/869
una revuelta acabó con el último representante de la dinastía, Abd el-Haqq, y
la ciudad cayó en poder de la dinastía Watasí. En 1522/928 Fez fue parcialmente
destruida por un terremoto y en 1544/951 pasó a poder de la nueva dinastía, los
saadies. La ciudad quedó sumida en la anarquía y fue sustituida en su papel de
capital política por Marrakech. Muley Ismail (1672-1727/1083-1140), segundo
sultán alauita, estableció su capital en Mequínez y asentó en la ciudad decadente
a la tribu de los Udala que lo habían ayudado a conquistar el poder. En 1912/1330
se acordó en Fez la instauración del protectorado francés y con él apareció una
nueva ciudad de estilo occidental. Fez perdió definitivamente sus funciones
políticas, administrativas y económicas que se trasladaron a Rabat. El
gobernador Lyautey la declaró monumento histórico-artístico preservando en
cierta forma su prestigio artístico e intelectual.
Después de un largo paseo por las murallas, nos dirigimos a la medina, entrando
por la puerta de Bab Bujelud, una impresionante construcción decorada con
hermosos esmaltes en los que se mezclan armoniosamente el azul cobalto de Fez
con el verde del Islam. La medina de Fez el-Bali es el espacio peatonal más
grande del mundo. En ella se agrupan por barrios todos los oficios de los
habilidosos artesanos. En sus intrincados callejones de trazado anárquico es
fácil encontrarse un carro de manos o una caballería cargada de diversos
materiales que amenazan con estamparnos contra las paredes mientras sus
conductores lanzan estertóreos gritos de aviso.
La estrella de la medina es la Mezquita de el-Karauin, fundada como modesto
oratorio en el año 857/242 por Fatma, hija de Mohammed el-Feheri, un emigrado
de Qairuán. Sucesivas ampliaciones, entre las que destacan la emprendida por el
sultán almorávide Alí ibn Yusuf hacia 1135/529 le han conferido su actual
esplendor. Está situada en el centro de la medina y su discreta entrada no hace
sospechar el esplendor de su interior. Solo a los musulmanes les está permitida
la entrada, para lo que deben agacharse bajo una barra de madera colocada a
media altura. Según Mrabbi, es un acto de humildad al que debe someterse
cualquier peregrino. Puede que también sea una barrera para los no creyentes.
En el recorrido nos salen al paso una serie de Madrazas -escuelas coránicas-
(Bu Inania, el-Attarin, es-Seffarin, ech-Cherratin), construidas en las
diversas épocas del esplendor de la ciudad. Algunas pueden visitarse, otras
están reservadas solamente a los musulmanes. A destacar, el museo Dar el-Batha
que data del año 1894/1312, situado en un palacio de arquitectura
hispano-musulmana que muestra interesantes colecciones de objetos artísticos y
artesanales de la región. Una de las alas del palacio está reservada a los
libros sobre cultura marroquí, sistemas de encuadernación, miniaturas e
instrumentos musicales.
Visitamos la zawiya de Chej Ma el-Ainin, otorgada por el sultán Muley Sidi
Mohamed hacia 1873/1290. En ella se enterró a su hijo Chej Hasenna uld Chej Ma
el-Ainin. Situada cerca a la de Muley Idris II fundador de la ciudad, es amplia
y decorada con esmero, siendo durante años lugar de predicación y enseñanza
coránica. Recoge también numerosos enterramientos que han ido sucediéndose a lo
largo del tiempo de discípulos y otros allegados de la familia. Ha estado
abandonada durante algunos años y el tiempo ha hecho estragos en la cúpula y en
otras dependencias. En la actualidad se encuentra en vías de restauración,
gracias a los esfuerzos de la familia Chej Ma El Ainin que celebraron en la
ciudad el primer congreso de estudio sobre la figura de su fundador en enero de
2008/1429.
Abundan las madrazas, centro cultural que todas las dinastías cuidaron
especialmente ya que en ellas se potenciaba el culto religioso y la obediencia
al sultán, máximo representante de Mahoma en la tierra. La más importante es la
de Bu Inania de 1350/751, vestigio de los meriníes, así como la de el-Attarin,
situada al otro lado de la alcaicería. Nos detenemos en la zawiya de Muley Idris,
lugar de culto al que asisten numerosos peregrinos en busca de la baraka del santo. Se reconstruyó en 1437/840
tras el descubrimiento de la tumba de Idris II al que se creía sepultado en Volúbilis.
No podemos abandonar Fez sin visitar el barrio de los curtidores, un lugar
verdaderamente curioso en medio de edificios desde los que se puede apreciar el
amplio espacio lleno de pocillos multicolores donde las pieles sufren el
laborioso proceso de curtido y tintado. El olor, debido en gran parte al
excremento de paloma que se emplea en el proceso, es nauseabundo. Los amables
guías lo minimizan ofreciendo a los visitantes unas ramitas de menta que se
introducen en la nariz.
Terminamos la visita a Fez con el barrio de los andaluces, llamado así
porque en él se asentaron los desterrados de la España musulmana. Allí se
encuentra la madraza es-Sahrij, erigida en 1321/721 y la Mezquita de los
andalusíes, construida en el S.IX con numerosas aportaciones posteriores.
Inaccesible a los no musulmanes y, como todas, con sus dos puertas de acceso
separadas, para hombres y mujeres.
Salimos temprano para visitar la ciudad de Muley Idris de la que nos
separan unos 65 Km. por una carretera que discurre entre montañas y valles de
hermoso verdor.
La ciudad está enclavada sobre un macizo rocoso que domina el valle de
Jumán y la llanura sobre la que se asientan los restos de Volúbilis. Es un
conjunto de casitas blancas que recuerdan los pueblos de la Alpujarra
almeriense entre las que destacan los techos verdes del mausoleo de Muley Idris
el-Akbar, origen de la primera dinastía árabe de Marruecos. Según cuenta la
historia, Mula Idris ibn Abdallah ben Hassan ben Alí, era descendiente de
Fatma, hija del Profeta y de Alí, su primo y primer seguidor. Como es habitual
en muchas religiones, a la muerte del Profeta, diversos partidos batallaron
entre sí y en la batalla de Faj (786/169), los creyentes se escindieron en dos
ramas: sunitas y chiitas. Mulai Idris, exiliado, encontró refugio entre los
bereberes auraba del Magreb, que para entonces poblaban la extensa planicie de
Ulália, antigua Volúbilis. Los auraba lo acogieron como líder político y
militar dando lugar a la que más tarde sería Fez. Sin embargo, el brazo de los
abasíes era largo y Muley Idris murió envenenado a manos de un sicario en el
año 791/174.
Los visitantes no musulmanes no son bien recibidos en la ciudad, cuyos
habitantes hacen gala del aura de santidad que la envuelve. Es frecuente
mantener las creencias envueltas en un halo de misterio que las protege de
cualquier reflexión crítica. Tanto la muralla, la mezquita de Sidi Abdallah
el-Haijan, como el mausoleo de Idris I son inaccesibles a los forasteros no
musulmanes, de manera que nos contentamos con un té a la menta en la plaza del
pueblo mientras Mrabbi visita el mausoleo. Nos advierten de que, dada nuestra
calidad de extranjeros, no podemos pernoctar en la ciudad.
Hemos dedicado la mañana a visitar las ruinas de Volúbilis, en un estado decadente.
Poco queda del esplendor que tuvo en su día.
A la entrada, los funcionarios instalados en una precaria oficina, exigen
un modesto óbolo y nos recomiendan seguir el itinerario marcado por flechas
rojas. "Le chemin des visiteurs".
La ciudad, patrimonio de la humanidad por la Unesco desde 1997, tiene sus orígenes
en un asentamiento bereber, una de las capitales del reino mauritano de Juba II
(25 a.C-24 dC.). Tras la conquista romana (40-45 dC.) Volúbilis se convirtió en
una de las principales ciudades de la provincia tingitana organizada, como era clásico
de los campamentos romanos, en torno a dos grandes ejes: el cardium y el
decumanum. En ella se instalaron los procuradores que representaban el poder de
Roma, alcanzando su máximo esplendor durante los siglos II y III, bajo el
dominio de Antoninos y Severos. De esa época datan la muralla, los edificios
civiles y religiosos, los barrios residenciales y las almazaras. La producción
y comercio del aceite, el trigo y los animales salvajes para abastecer el circo
romano, fueron las principales fuentes de riqueza de la ciudad. En el 217 se
levantó el Arco del Triunfo de Caracalla que celebra el edicto de 212 por el
que se concedía la ciudadanía romana a todos los habitantes del Imperio (excluidos
los esclavos).
La decadencia de la ciudad se inició con el declive del Imperio Romano. En
285 Diocleciano inició el repliegue de las provincias africanas, abandonando a
su suerte los territorios al sur de Lixius (Larache). El acueducto de Volúbilis
fue abandonado y la población abandonó las zonas altas para asentarse en la ribera
del río.
Hacia el 630/8 los árabes tomaron definitivamente la zona instalando una
guarnición en Volúbilis y en 789/172 Idris I se asienta definitivamente en la
zona, que recupera su antiguo nombre de Ouili. Su hijo, sin embargo, traslada
la capitalidad a Fez y con ello se inicia el fatal declive de Volúbilis. Muley
Ismail, el segundo sultán alauita desmanteló gran parte de los edificios para
aprovechar los materiales en su ciudad de nueva creación, Mequínez. Un enorme
terremoto en 1755/1168 dio el golpe de gracia a lo que había sido floreciente
ciudad romana, cuya excavación comenzaron los franceses en 1915/1333.
Al atardecer, con el ánimo reposado y los sentidos llenos de una historia
que nos resulta tan familiar, emprendemos el regreso a Fez.
TRANCO III
Fez-Rabat
8 Enero. Martes.
Nos despedimos de la milenaria Fez para emprender viaje a Rabat, donde nos
instalamos en el hotel Anahil, viejo conocido. Esta vez nos sorprende no
encontrar las habituales cucarachas en el cajón de la mesilla de noche.
Estamos en medio de la fiesta nacional. Hoy Moharram de 1492H, primero de
año, seguida de la celebración de la solicitud de la independencia, cuya placa
conmemorativa pudimos ver en la medina de Fez.
Nos desplazamos hasta Sidi Caçem para visitar a Sidelkom Ma el Ainin, el
"tesorero- administrador" de la expedición. Es hombre menudo y
piadoso que tiene cierta ascendencia religiosa entre los miembros de su
comunidad. Un saharaui incrustado en la comunidad marroquí. Su casa, a las
afueras del pueblo, es espaciosa con una amplia planta superior que se reparten
la terraza y una habitación diáfana donde nos instalamos sobre alfombras y
cojines en el suelo. Es la zona de los hombres. No hemos visto mujeres, que
suponemos atareadas en la confección de la exquisita comida que nos sirve uno
de los hijos del anfitrión.
De primero unos pinchos de hígado de cordero envueltos en su grasa, luego
un té digestivo para hacerle sitio a un exquisito cuscús de cordero con sopa de
verduras. Después, Tajín de ternera con manzanas dulces. En la sobremesa se
suscita el tema de la cámara. Julián nos advierte que no ha traído cámara
alguna y Mrabbi monta en cólera. La subvención de que disponemos para el viaje
estipula que hemos de presentar un reportaje de video a la vuelta. Yo propongo
que nos volvamos a Murcia y cuando el asunto esté resuelto, regresamos. Julián
sugiere que nos hagamos con una cámara local. Comienzo a tener la sensación de
estar atrapado. No me explico que puede contener el cofre plateado que supuse
guardián de la cámara de video.
El tiempo transcurre con una parsimonia a la que no estamos acostumbrados.
Nadie tiene prisa, como si el objetivo principal de la vida fuera ver pasar las
horas. Los trámites administrativos funcionan con ese mismo esquema. El
"vuelva usted mañana" de Larra parece haberse inventado aquí.
Localizo "La Source", una fundación cultural francesa regentada
por jesuitas. Disponen de una buena biblioteca donde me propongo pasar los días
de espera que no sabemos cuánto van a durar. Me recibe un amable personaje
llamado Mr. François Devaliere, que me enseña las instalaciones y las pone a mi
disposición. Se interesa por nuestro proyecto. Un grupo de investigadores de la
biblioteca está trabajando en algo parecido, los maestros sufís.
Dedicamos la tarde a visitar la medina. Encerrada tras las murallas de
época almohade, no tiene las dimensiones de la de Fez, pero es lugar que
conviene visitar si se quiere tomar contacto con lo genuino de la población.
Todas las medinas de Marruecos parecen la misma. Iguales tenderetes de
verduras, iguales carnicerías con las piezas colgantes en el frescor de las
calles estrechas, las mismas gentes coloridas y variopintas circulando,
discutiendo y regateando. En un principio, el viajero opinaba que vista una,
vistas todas pero ahora le hechiza la contemplación de cada una de ellas y no
deja de sorprenderle la peculiaridad que encuentra en cada calleja, a cada
vuelta de una esquina o en cada callejón umbrío que imagina conduciendo a
destinos misteriosos.
A la entrada, desde la avenida de Mohamed V que se ha cruzado más arriba
con el bulevar Hassan II (en todas las ciudades de Marruecos hay unas vías
principales llamadas Mohamed V, Hassan II y Mohamed VI), se encuentran una
serie de cafetines y restaurantes con veladores en las extensas terrazas. Las
mesas están ocupadas por hombres solos o en pequeños grupos que permanecen
absortos ante los restos a medio consumir de un té a la menta o un café con
leche. Miran con curiosa indiferencia a los transeúntes y producen la impresión
de que están allí desde siempre, formando parte de la decoración de la ciudad.
Los camareros de largo mandil deambulan entre las mesas de tarde en tarde, pues
las consumiciones duran eternamente.
En la Medina, los oficios están agrupados por zonas y en ésta se ven muchos
turistas acosados, como nosotros, por los guías ocasionales a la busca de la
pequeña propina que reclaman con una insistencia que llega a hacerse enfadosa.
Me tientan los puestecillos que venden comida preparada, bocadillos, o pescado
frito en un aceite chisporroteante y negruzco, pero la elemental prudencia me
contiene. Me contento con una taza de caracoles picantes que se comen sobre el
terreno depositando las cáscaras en el montón del carrillo del vendedor. El
caldo resulta exquisito.
El punto neurálgico de la medina es la calle Suika y su continuación, Suk
es-Sebbat, la calle cubierta con un primoroso artesonado de filigranas con
cristales que protegen las tiendecillas de las inclemencias.
Nos dirigimos a la plaza de Suk el-Gezel a la que se abre la amplia puerta
de la kasbah de los Udaya, Bab el-Udaia. Se construyó hacia el año 1184/580
bajo Abu Yakub Yusuf, llamado al-Mansur (el victorioso), como la giralda de
Sevilla y la kasbah de Marrakech.
A la izquierda de la puerta se extiende el gran cementerio de el-Alu y al
suroeste la prisión, antigua fortaleza erigida por orden de Muley er-Rachid en
1667/1078. En el S.X se ubicaba en ella la rábida y la fortaleza almorávide de
la que no queda rastro. La kasbah está situada en un promontorio rocoso de
importancia estratégica que domina la entrada del puerto natural y el estuario
del Bou Regreg. Su nombre se debe a la tribu Udaïa que llego al norte de África
a principios del S.XIII y protagonizo varias sublevaciones en Fez, como
consecuencia de las cuales los sultanes los diseminaron por varias zonas del
país. Las murallas son de época almohade, construidas en piedra. Tienen 2,5 m.
de espesor y una altura que varía entre los 8 y 10 m. El paseo por la kasbah es
delicioso y desde la cima de la muralla se divisa el amplio estuario del Bou
Regreg, y al otro lado la ciudad de Salé. Hay un pequeño reducto donde unas
cuantas mujeres tejen interminables alfombras. Más adelante, está el museo de
los Udaya,
en su origen palacio mandado construir por Muley Ismail en 1672/1083.
Es tradición de los sultanes marroquíes y de los reyes de nuestros días
mantener palacios, con su servicio correspondiente, en cada una de las ciudades
del país de manera que no se sepa a ciencia cierta en cuál de ellos moran. El
museo reúne numerosos objetos de artesanía, vajillas, cerámica azul de Fez,
bordados, ejemplares del Corán manuscritos, instrumentos musicales andaluces y
bereberes y otra serie de objetos dignos de interés. Nos encaminamos hacia la
amplia plaza donde se encuentran la Torre Hassán y el mausoleo de Mohamed V.
La
torre, elemento emblemático de La ciudad como es la Kutubiya de Marraquech, fue
concebido como almiar de la gran mezquita que comenzaba al final del núcleo
urbano del momento. La mandó construir el almohade Yakub al-Mansur en 1195/591
con intención de que fuera la más grande del mundo después de la de Samarra en
Irak. Sin embargo a su muerte, cuatro años después, la obra quedó inconclusa.
De los más de 60 m. que había de medir, solo se alcanzaron los 44 que hoy
pueden contemplarse junto a los restos de la mezquita que debía medir 180x140
m., rodeada de muros en los que se abrían 16 puertas de acceso a los cuatro
puntos cardinales. Abandonado el proyecto, gran parte de los materiales se
reutilizaron en otras obras y el terremoto de 1755/1168 vino a completar el
desastre. El moderno pavimento enlaza la enorme superficie con el mausoleo de Mohamed
V, artífice de la independencia marroquí. A la entrada, por la puerta que da al
Bou Regreg, hay dos soldados de la Guardia Real montados en pacientes caballos.
La anacrónica estampa da fe de que nos encontramos en un mundo de enormes
contrastes donde conviven tradiciones ancestrales con los más modernos avances
de la civilización, como muestran las grandes vallas publicitarias que exhiben
imágenes de teléfonos móviles y artilugios electrónicos de última generación.
Al pie de la torre hay dos escalinatas que permiten el acceso a la tumba del
soldado desconocido y al monumento conmemorativo de la historia de las
dinastías que gobernaron el país. El mausoleo, concluido en 1971/1391 es un
compendio del arte moderno marroquí. Es tradición que en su construcción y
ornamentación se afanaron artesanos de las distintas partes y tendencias del país.
Sin embargo, su realización no se encargó a arquitectos marroquíes, sino al
vietnamita Vo Toan. Bajo la monumental kubba[14],
en el piso inferior pueden verse, desde la barandilla del primero, accesible a
los visitantes, los sarcófagos de Mohamed V (+1961/1381), su hijo Muley Abdallah
(+1983/1404) y su otro hijo, rey de Marruecos, Hassan II (+1999/1420). A pesar
de que el mandamiento coránico impide toda manifestación de lujo en las
sepulturas de los creyentes, el esplendor de la construcción es manifiesto. El
sarcófago de Mohamed V está tallado en un bloque de ónix paquistaní que
recuerda a los de los faraones egipcios.
12. Enero. Sábado. Rabat
Dedicamos el día a visitar la necrópolis de Chellah y la vecina Salé. La
antigua Colonia Sala es citada por Ptolomeo en el itinerario de Antonino Pio.
Se trata de un antiguo complejo que ocupa más de diez hectáreas con
habitamientos posteriores de época medieval situado en el emplazamiento de la
antigua ciudad de Salé, a 3 km. del centro de Rabat. Con anterioridad a los
romanos, fenicios y cartagineses habían fundado factorías en la desembocadura
del Bou Regreg al amparo de su puerto natural casi inexpugnable. La ciudad
romana llegó a ocupar un amplio espacio en dirección al río, sobre todo en la
época de Trajano (98-117). Luego fue abandonada durante muchos años hasta ser
elegida por los benimerines para establecer su necrópolis. Una inscripción en
escritura cúfica situada en el dintel de la puerta recuerda que los trabajos
finalizaron en 1339/739 bajo el reinado de Abu al-Hasan ben Uthman. Junto a su
tumba, adornada con un hermoso tejadillo decorado con estalactitas, se
encuentra la lápida de su esposa, Chams el-Duha (sol de la mañana), ciudadana
europea convertida al islam. Abu fue derrocado por su hijo Abu Inan y murió en
el Alto Atlas.
El muchacho tuvo el detalle de llevar el cuerpo del padre a Chellah para
que recibiera sepultura. Es tradición que en el oratorio de la vecina zawiya
rezó en su día el propio Mahoma. Una tradición tan cierta como tantas que
tendremos ocasión de escuchar en los días venideros.
Cerca hay un pequeño estanque donde moran gordas anguilas que se alimentan
de huevos duros ofrecidos por las parejas para que propicien su fertilidad. Hay
una anciana que los dispensa, ya pelados, a precio módico. Las anguilas se
acercan, haciendo carantoñas cuando advierten nuestra presencia.
La colonia de cigüeñas con nidos permanentes situados en los grandes
árboles nos despiden con su alegre crotorar.
Nos encaminamos a la vecina Salé, la ciudad origen de Rabat, situada al
otro lado del estuario del Bou Regreg, atravesando el puente de Muley Hassan.
Hay un tranvía en construcción cuyo lento avance seguimos en cada viaje. Algún
día unirá el centro de Rabat con la medina de Salé. La especial dimensión que
el tiempo adquiere en estos lugares no deja lugar a la impaciencia.
La ciudad, en su origen, fue un puerto natural, más tarde fortificado, que
ofrecía refugio para las correrías de los piratas que daban golpes de mano a
enclaves terrestres o abordaban barcos de cualquier nacionalidad para
refugiarse en el puerto inexpugnable, que ya entonces abarcaba la
incipiente Rabat. Valga como anécdota la referencia que Daniel Defoe, en Robinsón
Crusoe hace de la ciudad, cuando se refiere al comienzo de las
aventuras del protagonista diciendo "fuimos llevados como prisioneros a Salé, un puerto que
pertenecía a los moros"[15].
La ciudad está constituida en gran parte por la medina amurallada que data
de tiempo de los almorávides. A destacar la Gran mezquita de tiempos del almohade
Abu Yusuf Yakub (1163-1184/558-580) a cuyo costado se alza la madraza de Abú
el-Hasán, el sultán negro, construida hacia 1341/741. Visitamos y documentamos
el morabito de Sidi Abdallah ben Hassun, patrón de Salé y de sus marineros. Es
famosa la procesión que recorre la medina en la víspera del Mulud, que
conmemora el aniversario del nacimiento de Mahoma. Los participantes llevan
multitud de cirios decorados y coloreados para la ocasión. Junto a la costa hay
un gran cementerio que llega hasta el mar, en uno de cuyos extremos se
encuentra otro morabito: en de Sidi Ahmed ben Hacher, un asceta y hombre santo
del S.XIV que según la tradición curaba las enfermedades mentales y llegó a construir
unas dependencias destinadas a ese fin. Las ciudades de los muertos crecen
continuamente invadiendo las de los vivos. En los países no musulmanes, el
fenómeno se ha minimizado con la cremación, pero en el Islam no está permitida.
Consulto en La Source una serie de manuscritos que pueden ser útiles para
nuestro trabajo sobre los santos y las tribus del Sahara. Encuentro numerosas
referencias de Asín Palacios y sus estudios sobre los maestros sufís[16].
Una breve excursión propiciada por Mrabbi nos lleva hasta un restaurante
"Popular" en la ruta de Kenitra. Nos ofrecen porciones de Mechuí -cabrito añoso-, de una textura
exquisita cocinado al vapor durante horas. El cabrito, de incipientes
cuernecillos, tiene el cuello retorcido en un extraño ángulo, prueba de que ha
sido sacrificado mirando a La Meca. Se adoba con polvo de cúrcuma en unos
pocillos de los que se han servido a voluntad unos cuantos comensales antes que
nosotros. Las huellas son todavía visibles. El Mechui se come a pequeños
pellizcos utilizando los dedos pulgar, índice y corazón de la mano derecha.
Después se lamen cuidadosamente.
Los días transcurren sin que haya novedad apreciable. Seguimos sin saber
cuándo podremos partir hacia el sur. Mrabbi no sabe en qué momento podremos
disponer de los fondos para la expedición, aunque nos manifiesta repetidamente
que "pronto". En ese pronto caben todas las posibilidades del mundo.
Es imprescindible la visita a nuestro viejo conocido "Al Bahía",
situado en la muralla, a la entrada de la medina. Continúa sirviendo en la
terraza el cortés y eficaz Abdel Atif que conocemos de anteriores expediciones.
Nos recibe con los parabienes acostumbrados y le entregamos una copia en árabe
del libro "Viaje por el Sahara Occidental. El Badía[17]"
que publicamos después de la primera expedición al Tiris con Alejandro García y
Mrabbi. Efusiones, fotos y un excelente Tajín de cordero. Lástima que esta vez
no nos hemos provisto, como en aquella, de vino camuflado en botellas de
Coca-Cola. El Tajín con agua -tomarlo con Coca-Cola me parece todavía peor-
pierde mucho. De postre nos obsequia con unos dulcecitos de miel exquisitos.
Mrabbi nos invita a un concierto de música popular con representación
saharaui en el teatro Mohamed V. Se trata de un festival organizado por una
asociación de "handicapés". Tocan el Concierto de Aranjuez para piano
y laúd. Con guitarra sonaba mejor. Cantantes, danzas saharauis con música howl,
un grupo de handicapés sordos y finalmente los Nas el Guigauen, magníficos músicos
bereberes.
Mrabbi nos invita a cenar en un restaurante Sirio esplendoroso. Me contento
con puré de garbanzos y yogur natural. Mis vísceras se resienten del régimen de
los últimos días y de la tensión acumulada. El resultado es cierta
incontinencia que me exige prudencia gastronómica. Nos anuncia Mrabbi que el
lunes próximo estará todo resuelto.
Tarde en casa de Mohamed Boughdadi, militar retirado y autor de libros
sobre el Sahara, muy densos, compuestos a mayor gloria de la dinastía alauita
que se los compra por miles. Mrabbi nos invita a cenar en el restaurante sirio.
Pasamos el día trabajando sobre la fatwa de Chej Melanina que refleja la
estudiosa Ángela Hernández en un interesante documento[18]: Se trata de un estudio en
el que se relata, entre otros, el momento de la fatwa emitida
por el Chej sobre la actitud a adoptar ante la llegada de los españoles a la
costa sahariana. La fatwa, cuya copia me facilita Mrabbi, comienza
(traducción libre):
Me han preguntado sobre un grupo de cristianos y sus circunstancias. Estos
cristianos (nazarenos) han venido a un país musulmán donde no hay sultán que
ordena y no hay soldados que reciban a las gentes que salen del mar. Solamente
hay algunos musulmanes pacíficos, pero son como leones si se les ofende.
La traducción que emplea Ángela Hernández continúa:
He enviado a ellos –los cristianos- emisarios para saber si su llegada a la
zona cuenta con el beneplácito del Su Majestad o no. Si es así, se obedece Su
Mandato y se informa a Su Majestad de la situación de los habitantes de esta
zona, con el fin de que les envíe quien les proteja de las adversidades del
enemigo y los instruya sobre la política adecuada que ha de llevarse con él. Si
no permite su presencia con la autorización de Su Majestad, que no acepten su
estancia, exigiéndoles que se conviertan al Islam o que paguen el Yezia
(impuesto) si no que abandonen la zona. Dios Todopoderoso quiso que no
aceptaran estas condiciones e hicieron (emisarios y habitantes) con ellos lo
que los portadores harán llegar al conocimiento de Vuestra Majestad (…)” [19]
TRANCO IV
23.
Enero. Miércoles
Por
fin nos ponemos en camino. Viajamos en el coche de Julián, tipo furgoneta,
amplio y confortable a pesar de su edad venerable. Mrabbi y yo nos entregamos a
la meditación con ocasionales comentarios sobre el terreno que atravesamos. Lo
primero que impacta es, al paso por Casablanca, la acumulación de chabolas de
aspecto desastroso que se divisan durante un buen tramo de carretera. La
miseria ciudadana enseña su cara más desagradable al transeúnte.
Nos
detenemos brevemente en la ciudad para admirar la mezquita, levantada por
Hassan II en 1993/1414 con proyecto del arquitecto francés Michael Pinseau
mediante impuestos directos a los habitantes de la zona. Es enorme (la tercera
más grande del mundo) y su alminar de 172 m. de altura es un faro que se
levanta a la orilla del mar. Todo en ella es esplendoroso y gigantesco,
respondiendo al afán megalómano de Hasán. El complejo ocupa 90.000 m2 en los
que se incluyen madraza, biblioteca y salas para conferencias. Nos extasiamos
especialmente en los sótanos destinados a sala de abluciones con multitud de
apartados tallados en blanquísimo mármol. El resto no es visitable para
nosotros.
Nos
desencanta el Rick's bar, que no tiene nada que ver con la película de Michael
Curtiz con Humphrey Bogart e Ingrid Bergman, rodada por completo en Los
Ángeles. Este, situado en lo alto de una colina es un triste remedo de aquel,
destinado al turismo. Desde el año 1971 no hay vuelos a Rabat, a pesar de
disponer de un magnifico aeropuerto. La razón es que en esa fecha Hassan II
sufrió uno de los dos gravísimos atentados de los que salió ileso -de ahí la
leyenda de su baraka-.
Unos cazas despegaron de Kenitra, base próxima a Rabat, para ametrallar al
avión real que traía a Hassan de unas vacaciones en París. El rey mandó que se
anulara el aeropuerto y hasta ahora. Esa es la razón de que los vuelos a Rabat
se tengan que hacer desde Casablanca.
La
carretera hasta Marrakech se ha convertido en una estupenda autopista por la
que se circula con toda comodidad. Es preciso controlar la velocidad máxima
porque hay agentes camuflados tras las adelfas del espacio central que acechan
con unos visores a los demasiado presurosos. Como los aparatos no tienen
grabadora ni producen ningún rastro escrito, la posibilidad de multa supone una
larga discusión que suele acabar con una modesta contribución a la economía
doméstica del agente. No es extraño encontrar autoestopistas que confían en la
amabilidad de los conductores o algún grupo de ovejas pastando en los márgenes
de la carretera. De vez en cuando alguien cruza a pie el asfalto. Las
alambradas de protección son un obstáculo que en muchas partes se ha eliminado.
Paramos a comer en Ben Guerir, un pueblecito al borde de la carretera que conocemos de nuestro primer viaje a la zona[20]. Carne de cabrito asada, kefta (una especie de albóndigas exquisitamente sazonadas) y Tajín de cordero. La carne se expone en aireados puestecillos que permiten al comprador escoger los bocados de su preferencia. El hecho de que las moscas acudan a ella es síntoma de buena calidad, las moscas no se contentan con cualquier cosa.
Continuamos
viaje y a unos 40 Km. de Marraquech nos detenemos en el sitio conocido como Sidi
Bu Othman donde el 6 de septiembre de 1912/1330 se dio la batalla entre las
tropas beduinas y las francesas del general Manjon. Ahmed el-Hiba, heredero
espiritual del Chej Ma el-Ainin y primer "Sultán azul", sufrió una
espectacular derrota que dejó la zona cubierta de cadáveres de hombres y
monturas. Hoy día es un espacio yermo y abandonado cubierto de detritus y
bolsas de plástico voladoras, abandonados por la gente que viene a rendir culto
a sus difuntos desaparecidos en aquella triste ocasión.
El
viajero ha visitado una buena parte de las ciudades europeas y aún del Magreb,
Egipto y Turquía. Cada una de ellas tiene su encanto especial que las hace
diferentes unas de otras y permiten, en el revoltillo de los recuerdos que con
el tiempo van anudándose en la memoria, distinguir este o aquel rasgo
característico o aquella imagen ligada para siempre a una plaza, al encanto de
una calleja porticada o a la melancolía de una tarde lluviosa. Marrakech no es
una excepción, pero quizás por la historia que late en cada uno de sus
estrechos y decadentes callejones, por el cúmulo de olores cambiantes a medida
que el día avanza, o por la luz deslumbradora de día y fantasmagórica de noche,
parece que esté dotada de ciertas características que la hacen única y
merecedora de un lugar especial en el recuerdo. No es la primera vez que
visitamos la ciudad, pero siempre se llega a ella con la ansiosa pretensión del
descubrimiento porque en cada ocasión es una ciudad nueva y diferente, como
también lo son los ojos del viajero. Igual que en la paradoja de Teseo que
recoge el viejo dicho de Heráclito y su río, la ciudad ha variado, de la misma
forma que el visitante.
Marrakech
tiene su origen en un punto de intercambio comercial entre las caravanas que
subían del desierto y los mercaderes que acudían desde el norte para ofrecer
sus productos a los beduinos portadores de animales, productos de artesanía,
esclavos y oro. Era un lugar donde abundaba el agua, traída de las vecinas
montañas, donde reina el Tubkal de nieves perpetuas, mediante las jatara (fogaras) que constituyen todavía
motivo para una estupenda excursión. Hacia el año 1062/454, Abu Bakr, sucesor
de Abdullah Ibn Yasin, fundador de la dinastía almorávide, inició la
construcción de la ciudad alrededor del amplio espacio diáfano donde se
realizaban los intercambios comerciales: la plaza Yemaa-Fna (o plaza de los
difuntos). Según Mrabbi, la leyenda, que mezcla la historia con la tradición
oral, cuenta que cuando Abu Bakr ocupó Agmat (a unos 30 Km. al este de
Marrakech) quiso tomar también a la bella Zainab, esposa del gobernador de la
ciudad. Zainab era una mujer ambiciosa que le comunicó su intención de no
pertenecer sino al hombre capaz de conquistar todo un país para ella. Después
lo condujo, con los ojos vendados, a un aposento subterráneo donde guardaba
enormes riquezas que serían su dote. El entusiasmado Abu Bakr partió a la
conquista confiando el mando y el cuidado de la bella Zainab a su amigo (y
primo), Yusuf ibn Tasufin. A su vuelta victoriosa, el primo se había
consolidado como líder de la ciudad y feliz ocupante del lecho de Zainab y le
negó la entrada al otro primo. Abu Bakr comprendió que lo suyo eran las
campañas militares y emprendió una nueva yihad [21] que lo llevó a conquistar Ghana y
buena parte del Sudán. Siguió ostentando el título de jefe de los almorávides
hasta su muerte en 1087/480, pero fue Ibn Tasufin el que completaría la
conquista de Marruecos, convirtiéndose para la historia en el auténtico
fundador del Imperio Almorávide. A Tasufin le sucedió su hijo Alí (ibn Yusuf
ibn Tasufin) que completó el imperio construido por su padre con la toma de
Zaragoza en 1110/503. Construyó un enorme palacio en Marrakech que más tarde
sería derribado por los almohades para levantar sobre sus ruinas la mezquita de
la Kutubiya. El imperio almorávide, como todos, inició su penosa decadencia por
razones que no son del caso y en las montañas del Atlas, en un refugio
inexpugnable, el Tinmal, apareció un nuevo líder entre los bereberes masmuda de
la fracción Harga, Abu Abdulah Mohamed ibn Tumart (nacido hacia 1075/467), un líder
político y religioso de la escuela de al-Gazali, proclamándose mahdi (elegido de dios). Los almorávides
intentaron desalojar a los sediciosos de su refugio, pero más vale que no lo
hubieran intentado, porque estos, lejos de acobardarse los persiguieron hasta
su ciudad tomando Marrakech en 1147/541 y pasando a cuchillo a buen número de
sus habitantes.
Marrakech
conoció bajo los sultanes almohades un periodo de esplendor. Fue centro
cultural del mundo musulmán al que llegaron personajes de la talla de Mohammed
ibn Rushd, conocido en al-Ándalus como Averroes y otros como Abu Bakú, Mohammed
ibn Tufail o Sidi bel-Abés, el argelino. En la parte negativa hay que destacar
la ola de antisemitismo que obligó a emigrar a muchos judíos o la destrucción
de mezquitas almorávides so pretexto de su deficiente orientación a la Meca.
Yakub demolió la primitiva versión de la Kutubiya para edificar sobre ella la
actual que se terminó en 1158/553. A renglón seguido hizo construir su homóloga
en Sevilla, concluida en 1184/580. Como no hay mal que cien años dure, también
los almohades cayeron, y después los meriníes, y después los saadies y luego...
la historia nos devuelve a nuestros días.
Cuarto
de estudio en la madraza Yusuf
TRANCO V
Marrakech
24.
Enero. Jueves. Marrakech
Dedicamos
la mañana a la búsqueda de las tumbas de los santos que hemos localizado en la
ciudad. Tenemos constancia de varios puntos de interés, además de la zawiya de
los Ma el Ainin.
Yusuf Ibn Tasufin tiene una hermosa zawiya con mezquita incluida que localizamos pronto, pero que nos es imposible visitar. Los vecinos nos dicen que el guardián aparece de vez en cuando. Hacemos dos o tres intentos, todos fallidos y optamos por la zawiya de Chej Othman, uno de los hijos del Chej Ma el-Ainin. Se encuentra situada en el Riad Zeitune, muy cerca de la Yemaa-Fna, cuidada por una familia de Ergueibat- Ulad Tidrarín que dicen estar afincados en el lugar desde hace muchos años. Esta zawiya y otra cercana en estado de abandono, fueron donadas al Chej por el sultán Muley Sidi Mohamed hacia el año 1873 (1290 H).
Chej
Utman o Sidi Utman, como también se le conoce fue el tercer hijo del Chej Ma
el-Ainin, nacido hacia 1865 (1282 H) y muerto en 1887 (1305 H) sin descendencia
en Marrakech. Su madre Maimuna mint Ahmed uld Berbuchi, fue la 4ª esposa del
Chej, que le dio, además, otros hijos, algunos de gran relevancia (Chebihenna,
Taleb Ajiar, Mohamed el Agdaf, Ahmed el Heiba, Mohamed Mustafa Merebbi Rebbuh,
Saadani, Mariem, Tahar y Lamina). Maimuna está enterrada en Tiznit, en el mismo
complejo funerario, hoy notablemente ampliado, que guarda los restos del Chej.
En
el mismo recinto de la madraza de Marrakech conocida como al-Khannaria reposa junto a otro de los hijos
del Chej: Sidi Takiola, y un sobrino, hijo de Alial Mentz Chej Ma el Ainin: Ma
el Ainin ben Al Atiq, más conocido por Mohamed ben Mohamed Bachir.
Fuera,
en una pequeña habitación adyacente, hay otro enterramiento probablemente de un
discípulo del Chej, llamado Abu Lancat. Sabida es la afición de muchos
discípulos y seguidores a designar como lugar de su enterramiento el mismo que
el
de sus
maestros confiando en que la proximidad del hombre santo ha de servirles de baraka para la otra vida. Después de las
breves oraciones de rigor y de dejarles una generosa propina a los cuidadores
de la zawiya para obtener la necesaria baraka, nos dedicamos a localizar a los
siete santos más famosos de Marrakech. El número siete tiene, como en todas las
"religiones del libro", un significado entre mítico y cabalístico (ya
vimos los siete santos de Fez).
Dedicamos
el resto del día y la mañana del siguiente a localizar y documentar a los siete
santos más conocidos (El Khadi Ahad, Imam Swahili, Sidi Yusuf Ben Alí, Sidi Abu
L'abbas Sebti, Sidi Mohamed al-Jazuli, Sidi Abdelazis Tebaa, sidi Abdallah
al-Gazwani), a fotografiar sus lugares de enterramiento (generalmente zawiyas
con madraza y mezquita o lugar para rezos) y a documentar en lo posible sus
historias. Forman parte del trabajo que estamos realizando junto con el Dr.
Frey de la Universidad de Murcia y que esperamos ilusionados que un día vea la
luz. Dice la tradición -como todas, de origen incierto y difícilmente
verificable, que la visita a los siete santos debe hacerse en el orden citado,
constituyendo una especie de peregrinación a manera de vía-crucis de la que son
esperables notorias indulgencias para el más allá. Parece que es el origen
yemenita la razón de su importancia porque, según la tradición, el Profeta
dijo: “La fe y la sabiduría os vendrán del Yemen”.
En
el mismo complejo que el Khady Ayad se encuentra, en un pequeño edificio anejo,
la tumba de una mujer también venerada por su acendrada piedad en vida y sus
hechos milagrosos. Se trata de Lalla Mhalla, conocida por Amehalla. Su tumba está situada en una pequeña
habitación con cúpula (kooba) exenta
de los edificios principales. En el Islam, hombres y mujeres deben mantener una
respetuosa distancia. Según cuentan los guardianes del recinto, Amehalla fue mujer de vida austera
y meritoria que sabía de memoria y recitaba con facilidad “Al Mudawana”, un
poemario escrito en métrica sencilla (Nar), compendio elemental de
legislación islámica. Debió ser contemporánea o ligeramente posterior al Khadi
Ayadd, o hacia la mitad del S.XII o principios del XIII (d.C.). Es una
excepción que haya mujeres a las que se venera de la misma forma que a los
hombres, ya que hay muy pocas referencias femeninas en el mundo sufí. Sin
embargo, como veremos a lo largo de nuestro viaje, no es un fenómeno
infrecuente, aunque el número de mujeres santas
encontradas
sea en una proporción mucho menor que el de los hombres.
Marrakech
tiene dos versiones claramente diferenciadas: la diurna y la nocturna. Ambas
atrapan al viajero. Durante el día, además del recorrido por la Jemaa-Fna que
cambia de forma y color a cada hora, pueden visitarse cualquiera -o todos- los
zocos y medinas que se extienden a su alrededor. En su momento, la plaza fue
lugar destinado a las ejecuciones públicas, tiempos que por fortuna ya pasaron.
En el “café Glacier” nos parece vislumbrar la figura de Juan Goytisolo que
suele aparecer por allí todas las tardes. Sus “Paisajes después de la batalla”
y algunas otras de sus muchas obras me
causaron enorme impacto. Elegir para su residencia un país donde su condición
de homosexual y ateo no son bien vistas es una circunstancia más de su
sorprendente vida y de la curiosa tolerancia marroquí.
Hay
diversos corrillos que se forman espontáneamente alrededor de contadores de
cuentos que interrumpen la narración en el momento álgido para solicitar unas
monedas antes de proseguir con la historia, o equilibristas de elementales
ejercicios, o dos mancebos vestidos de gasas multicolores y rostro velado que
ejecutan rústicas danzas, simulando contoneos femeniles, al son de los panderos
de dos gaoni que alternan los cueros con sonajas
bereberes. Este, a decir verdad, es espectáculo que nos sorprende en un país
donde no existe la homosexualidad. Un poco más allá están los cajones donde los
monos se pasan el día recluidos a la espera de la afluencia de turistas.
Entonces, los sacan encadenados para que hagan alguna "monería" o
para la fotografía junto a los niños de la pareja de ingleses blanquecinos, a
los que el sol ha levantado ampollas en los brazos y el rostro desprotegidos.
Cuentan que antiguamente a los monos se les abría la cabeza para extraerles, en
vio, los sesos, que constituía un bocado exquisito para el que pudiera pagarlo.
Una
buena - y descansada- opción, es el paseo en calesa, de las que se encuentran
en abundancia en el recorrido que va desde la Yemaa-Fna a la Kutubiya. Son
vehículos que recuerdan a los que circulan por Sevilla y otras ciudades
españolas, tirados por dos caballos de mediana alzada a los que las exigencias
de limpieza modernas has colocado unas bolsas en la parte posterior de forma
que no repartan sus rastros por las ya colmatadas rutas de la ciudad. Como en
toda transacción, conviene ajustar el precio con el auriga por el elemental
procedimiento de ofrecerle la mitad de lo solicitado y seguir porfiando, en una
pugna que de ninguna manera lo ofende, hasta llegar a una solución
satisfactoria. Lo que no empece para que al final os solicite una propina
pretextando que se ha excedido de la ruta convenida en un principio. Nada
grave, el Profeta premiará vuestra generosidad. Una buena recomendación para el
paseo, es admirar los lugares de paso, haciendo abstracción de por donde
circulan los animales, pues el peligro de choque o de que arrollen a alguien
parece inminente a cada paso. La circulación de animales, carros y personas es
abigarrada y caótica. A cada instante parece sobrevenir el accidente que nunca
acontece. Conviene ignorar el peligro y concentrarse en el paseo.
Desde
primera hora de la mañana, los puestos de té, frutas y zumos se enseñorean de
la plaza. El ritmo decae en las horas de calor y a media tarde hacen su
aparición los tenderetes de productos variados: elixires mágicos capaces de
acabar con la impotencia más pertinaz; dentistas con montones de muelas que
confirman su habilidad y os pueden colocar con presteza una dentadura de
segunda boca; vendedoras de gorritos multicolores hechos a ganchillo por ellas
mismas; adivinadores del futuro mediante un mazo de cartas con pringues
ancestrales; vendedores de geodas traídas desde ignotos lugares del desierto;
dibujantes de henna que por un modesto óbolo os dibujarán filigranas de color
marrón en el antebrazo o la pierna con las que presumir ante los amigos a la
vuelta; y así un inacabable abanico de pacientes personajes situados en sus
elementales chiringuitos esperando al turista que les proporcione lo suficiente
para esperar con ilusión al día siguiente.
En
otro extremo de la plaza están los "encantadores" de serpientes con
unas cuantas víboras cornudas del Sahara -ahora ya no se ven lagartos de cola
espinosa porque son especie protegida- y alguna cobra desdentada y apática que
son estimuladas convenientemente cuando alguna turista muestra interés en hacerse
una fotografía con ellas colgando del cuello. Las culebras que el avispado
"domador" le coloca, son inofensivas culebrillas de agua.
Por
la tarde, el aspecto de la plaza cambia. Cuando el sol inicia sus últimos
estertores, aparecen de todos lados carrillos de viandas, bancos, mesas, ollas,
fogones y toda suerte de artilugios capaces de convertirla en un gigantesco
restaurante. Allá se ven las humeantes calderas de Harira o de sopa de cebada;
las sartenes de pescado donde chirrían sardinas y boquerones traídos del banco
sahariano; las cabezas cocidas de cabra que aún conservan la mirada tristemente
dulce con que presenciaron su último instante; las fuentes de huevos duros que
pueden rebañarse en salsa de tomate picante; los puestos de té de hibiscos
adobado con pimienta; los pilones de olivas, frutos secos o dulces de todos los
colores, exquisitos y pegajosos; las fogatas donde se asan los trozos de
cordero, los pinchos de vaca o las albóndigas de perfumado kefta. Un alumbrado tan provisional como
eficiente convierte a la plaza en una fiesta bulliciosa entre el humo, que las
ráfagas de viento esparce a su capricho. Es una fiesta peculiar que se recuerda
para siempre.
El
viajero sostiene que en la visita a países exóticos como este se suceden cuatro
fases:
1ª. Fascinación: A la llegada todo
es nuevo y diferente: la gente, las costumbres y las creencias se le antojan
exóticas, ligeramente primitivas y quizás por eso despiertan su interés. El
viajero contempla ese mundo recién descubierto con un asombro que lo devuelve a
su infancia. Es una mirada que conviene retener porque, igual que la infancia,
no volverá a repetirse.
2ª. Conocimiento: La mirada
fascinada deja paso a la curiosidad propia del investigador. Y comienza a
hacerse preguntas. ¿Cómo y por qué? ¿Cuál es el origen de esta sociedad y cuyos
los avatares que la han conducido hasta aquí? ¿Cuál es su historia? ¿Cuál su
auténtica realidad?, más allá de la visión evanescente y folclórica que
presentan. El viajero procura adentrarse en la verdadera esencia de esa
sociedad, vivir entre sus miembros, comer su comida y dormir en sus jaimas,
como uno más que los respeta e intenta comprender sus costumbres, hábitos y
creencias.
3ª. Juicio: Del conocimiento se
sigue el inevitable juicio. El viajero comienza a formarse su propia opinión,
más allá del decorado con bambalinas que le han mostrado, y unas cosas las
acepta plenamente, otras le parecen posibles de contemporizar y otras las
rechaza de plano. Hay que hacer abstracción de estas últimas para mantener una
razonable convivencia.
4ª. Pérdida de interés: Llega un
momento en que la curiosidad se ha saciado por completo, todo lo que cabe esperar
de la película es que se reproduzca de nuevo de la misma forma y con el mismo
metraje. Ha dejado de tener aliciente. Lo que fue fascinante interés se ha
convertido en aburrida monotonía. Resulta imprescindible un alejamiento -quién
sabe si temporal o definitivo- que permita desaprender lo aprendido para
empezar de nuevo.
A
lo largo de muchos viajes -algunos penosos y arriesgados como más adelante se
verá- el viajero ha ido perdiendo la mirada deslumbrada, inocente y fascinada
de los primeros tiempos. Ahora percibe la suciedad y la pobreza de Marrakech;
la difícil vida que llevan muchos de sus habitantes, huéspedes de casas medio
derruidas en los lóbregos callejones de la medina; las enormes diferencias
entre unos pocos ricos y otros muchos pobres; la permanente dependencia del
turista, a menudo soberbio, que regatea hasta la ínfima moneda, pero, sobre
todo, la ignorancia y el oscurantismo que se sostienen en una serie de
creencias ancestrales implementadas a base de rituales complejos que son suficientes
para concederles entidad.
Por
eso no encuentra mejor fórmula que añadir las palabras que se le ocurrieron en
su primera visita a Marrakech en el año 2006 y que dejó reflejadas en el libro
ya citado "Viaje por el Sahara Occidental, el Badía":
Mrabbih,
el conseguidor, nos procura una guía encantadora, Jakima, para que nos muestre
la parte monumental de la ciudad. Nos conduce a El Badi, situado al sur de la
Kutubiya, construido por Hamed Al Mansur, uno de los más destacados sultanes de
la dinastía Saadi, con los que Marrakech había recuperado la capitalidad en el
S. XVI. Fue llamado “El dorado” por las riquezas que acumuló durante la
expedición que envió al reino de Songai y su capital Tombuctú en el año 1000 de
la Hégira (1591), dejando su huella indeleble en este palacio construido entre
1578 y 1602 y en las tumbas
saadies. El palacio fue desvalijado
por Mulay Ismail cuando el poder pasó a manos de los alauitas en 1672). Al
Mansur se proclamó califa universal e instauró el complicado ceremonial
cortesano que incluye el parasol usado hasta hoy día por los sultanes
marroquíes. (En realidad, con la Constitución de noviembre de 1962 se acabaría,
oficialmente, con el título de sultán que pasó, con Hasán II a ser el de Rey al
mismo tiempo que Comendador de los fieles. Un primer y tímido paso se había
dado ya en 1956 cuando el movimiento nacionalista Istiqlal, que defendía una
monarquía constitucional, se identificaba con el rey, como se comenzó a llamar
al Sultán, entonces Mohammed V).
El
palacio, reconstruido y muy bien mantenido es de una belleza impresionante. La
austera decoración que el Islam impone se explaya sin embargo en los
artesonados de maderas nobles bellamente policromadas de las estancias
dedicadas a los aconteceres públicos.
Otras,
cerradas alrededor de patios recoletos con fuentecillas centrales eran las
habitaciones de las favoritas y del propio sultán; un gran patio central, lugar
de recepciones o de rezos es el epicentro de los edificios que se fueron
añadiendo alrededor.
Hay
un enorme estanque central de casi cien metros de largo rodeado por campos de
naranjos que prestan al recinto un aire de vergel, como un oasis ajardinado
dentro de la ciudad. Cerca están las tumbas saadies, también iniciadas por Al
Manssur, donde los miembros de la dinastía reposan bajo las bellas estelas de
mármol blanco en una sola pieza, más o menos trabajadas de complejas inscripciones según la categoría del
ocupante. Hombres y mujeres, como en la vida musulmana, están en compartimentos
separados. El mausoleo se divide en tres pequeñas salas. Al Manssur y sus
descendientes más directos ocupan la central, rodeada por doce columnas de
mármol italiano; su madre, Lalla Messaouda, tiene un lugar aparte en un
discreto mausoleo al fondo.
Las
tumbas tuvieron la suerte de que Muley Ismail, por indiferencia o por respeto,
no mostrara el menor interés por ellas, escapando así al expolio a que sometió
a El Badi. Se contentó con sellarlas y no volvieron a reabrirse hasta que el
general Liautey, en pleno protectorado, se sintió intrigado por lo que podrían
contener aquellos edificios.
Salimos
de El Badi y tomamos por unas callejuelas que nos llevan a la Place des
Ferblantiers donde encontramos el Palacio de la Bahía que fue construido en
tiempos del sultán Abdel Aziz, a finales del siglo XIX como residencia del Gran
Visir. El trazado de su arquitectura es laberíntico, con numerosas estancias
enlazadas entre sí por pequeñas puertas que parecen conducir a ningún sitio.
Sólo son accesibles algunas de las estancias que ocuparan el Visir, sus esposas
y concubinas. El resto se reserva para la familia real actual y los
funcionarios que se ocupan del mantenimiento.
Un
ligero periplo por las calles llenas de animación de la medina nos lleva hasta
la madrassa de Alí Ibn Yusuf que fue en su tiempo la mayor facultad de teología
de todo el Magreb.
Nos
cuenta Jakima que las madrasas se iniciaron con Abu Yusuf Yaqub entre 1270 y
1280 y se convirtieron en el primer centro de aprendizaje potenciado por los
últimos sultanes Meriníes. Eran escuelas residenciales donde los estudiantes
vivían y estudiaban gracias a unas dotaciones inalienables
llamadas hubus o waqf que cumplían el doble
objetivo, religioso y político. A través de la enseñanza religiosa, los
dirigentes procuraban controlar a los ulemas, cuya influencia entre el pueblo
siempre fue importante. Se empleaban para la enseñanza resúmenes de los grandes
textos islámicos con el fin de establecer un modelo común y puesto que los
Meriníes eran los principales donantes de waqf se convirtieron en protectores
del malikismo institucional y formaron una escuela de juristas capaz de
enfrentarse a la línea ortodoxa de Fez.
Las
escuelas coránicas no salieron nunca del ámbito urbano por lo que su influencia
en las zonas rurales fue escasa, de modo que los movimientos heterodoxos se
hicieron comunes entre la población campesina que prestaba mucho apoyo a
personajes carismáticos con ribetes de astrólogo o de mago como Abadía ibn Abd
al-Wahid, jeque de un emirato masmuda del Alto Atlas que falleció en olor de
santidad en 1360.
Abu
Hasan Alí, siguiendo la estela de Abu Yusuf, se convirtió en el más prolífico
constructor de madrasas con la de Mesbahiyya, en Marraquech, hoy desaparecida.
Su hijo Abu Inan completó el ciclo de los constructores de madrasas Meriníes,
de manera que, a su muerte, cada una de las principales ciudades contaba con al
menos una, símbolo de la piedad meriní y de la ortodoxia malikí
simultáneamente.
Abdallah
al-Galib (1557-1574) monumentalizó la religión tanto como su propio gobierno;
en su capital, Marraquech edificó la gran mezquita de Mouassin y reconstruyó
por completo la madrasa de Ibn Yusef que ahora visitamos. Construyó su
necrópolis familiar en Marraquech, en el cementerio de los emires hintata,
además de un barrio judío (mellah). Fue el principal responsable de la transformación de
Marrakech en una ciudad precolonial.
La
madrassa que visitamos es un edificio austero que se estructura alrededor de un
patio central coronado por un hermoso tragaluz con artesonados y celosías de
madera que recubren el segundo piso, donde se encuentran las habitaciones de
los estudiantes, sin más mobiliario que una yacija para el reposo y una mesa
baja para el estudio y anotaciones del Corán. Un braserillo de barro, una
bandeja con la tetera y los vasos, nos hablan de las inclemencias del invierno
y de las parcas comidas que cada estudiante debía prepararse. Un pequeño
armario para ropa completa el mobiliario de los estrechos recintos.
Frente
a la madrassa se encuentra el koubba o santuario de construcción
anterior (S.XII), único vestigio de los Almorávides escapado al furor almohade
que guarda la ciudad. Era, probablemente, un lugar de abluciones anexo a la
mezquita que aún conserva mucho de la belleza original de su decoración vegetal
y elegantes bóvedas octogonales con decoración en estuco.
Menos
suerte tuvo el enorme palacio levantado por Tasfin ibn Alí (1106-1143) que fue
totalmente arrasado por los celosos reformistas, erigiendo en su lugar la Kutubiya que
preside desde entonces la ciudad.
Cuando
cayó la dinastía almohade, Marrakech dejó de ser capital, que los benimerines
trasladaron a Fez. Luego, con los saadíes volvió a conocer tiempos de esplendor
y con los halauitas, que trasladaron la capital a Meknes, decayó de nuevo,
aunque tuvo su repunte de esplendor cuando, en 1873 fue coronado en ella Mulay
al-Hassan I y más tarde, cuando durante el protectorado francés, se construyó
toda la parte de la Ville Nouvelle, al otro lado de la Koutubyya, siguiendo una
avenida de varios Km. llamada, naturalmente de Mohammed V, que doblaría la
extensión de la ciudad y que contrasta con la Medina que nunca dejó de ser su
centro neurálgico. Más tarde, sufriría un nuevo sobresalto, cuando en 1912
Ahmad Haibat Allah, más conocido como El Heiba, sucesor de su padre el Chej Ma
el Ainín y primero de los “sultanes Azules” cruzó sus muros victorioso, apoyado
por las cábilas del Sous y sobre todo por las del Sáhara, luchando contra el
invasor y el majzen corrupto y llamando a la Yihad contra los franceses.
Sobreviviendo a todos estos avatares, como un corcho se mantiene sobre la
espuma de las olas en la tormenta más horrísona, Marrakech sigue siendo hoy una
ciudad única cuyo encanto es imposible encontrar en ningún otro lugar del
mundo.
Nuestra
estancia toca a su fin, la nostalgia de la partida comienza a instalarse en los
corazones tan llenos de las vivencias de los últimos días; agotamos la tarde
paseando por la Yemaá y la Medina y comprando las inevitables chucherias para
turistas en medio del acoso de los niños que nos tocan inmisericordes los
tambores bajo la nariz. Es primero de Moharram y se celebra Ashurá la
fiesta de los tambores en la que cada uno, provisto de su correspondiente
artilugio solicita del viandante unas monedas. Quizás esta costumbre tiene
parte de culpa de la opinión de muchos turistas mal informados que aseguran que
Marrakech está llena de niños mendigos tocando el tambor. Sin embargo, nada más
lejos de la realidad, se trata solamente de una tradición, como la del
aguinaldo navideño entre nosotros. En el fondo, todas las costumbres tienen
elementos muy similares.
Nos
despedimos de Marrakech con el adiós nostálgico a los músicos bereberes de
coloridos ropajes, a los encantadores de somnolientas serpientes, a los
adivinadores del porvenir incierto que estudian con atención las manos del
cliente a la escasa luz de un farolillo de butano; antes de emprender el camino
hasta Rabat, aún queda tiempo para tomar un último vaso de agua servido por un
aguador que parece un árbol de navidad y ha perdido su función original desde
que se le apareció el duro competidor en forma de agua embotellada; trasmutados
en elementos decorativos para mayor gloria del retrato turístico, siguen dando
la pincelada exótica con la sufrida expresión y el inalterable espíritu de
adaptación de los pueblos ancestrales.
¡Adiós
Marraquech, la única!
TRANCO VI
Marrakech-Aaiún
28.01.
Salimos con dirección a El Aaiún siguiendo la ruta Agadir-Sidi Ifni-Gulimín-Tantan-Tarfaya.
Un largo recorrido por la única carretera que conduce hacia el sur. Tenemos el
áspero desierto a la izquierda y el encrespado Atlántico a la derecha.
En Agadir tomamos el desvío que conduce a Taraudant (تارودانت),
en el valle del Sus. A 80 Km. se encuentra la ciudad fortificada en la ruta
caravanera a la que llaman “la abuela de Marraquech”, por su similitud con esta
y el recinto amurallado que entorna la ciudad. Nos detenemos brevemente para
visitar la tumba de uno de los “abuelos” de los Tubalt, como nos ha encarecido
nuestro amigo Mahayup Salek.
Los Tubalt son una tribu antigua y poco numerosa, con fama de piadosos y
honrados. La tradición remonta su origen hasta el S. XIII y a un personaje
llamado Butaub Alí conocido como “el hombre del vestido viejo”, del cual la
tribu habría tomado el nombre.
Sidi uld Sidi[22]
es uno de los santos más representativos de la tribu, su zawiya es visitada por
numerosos fieles que recitan diariamente las cuatro plegarias y una cuarta
parte del Corán.
El santuario está cuidado primorosamente por una mujer ya entrada en años que hace
de mokadem[23]
y acoge con simpatía a los visitantes “nazarenos”.
Seguimos nuestro viaje por la misma carretera que bajaron las tropas
marroquíes y los integrantes de "La Marcha Verde" hasta Tarfaya, el
punto más cercano a las Islas Canarias. Allí se detuvieron para esperar la
retirada de las tropas españolas que, siguiendo órdenes, no les dieron réplica.
Luego continuaron hacia es sur en su marcha de ocupación hasta la frontera
mauritana siendo acosadas por los ágiles todoterreno del POLISARIO, en una
lucha que no terminaría hasta 1991, año en que se decretó el alto el fuego
después de que los marroquíes, aconsejados por "el amigo americano"[24],
construyeran el muro de 2.700 Km. que encerraría a unos y otros congelando el
relato hasta nuestros días.
En Tarfaya, Cabo Jubi o Villa Bens, que esos tres nombres tiene, son
frecuentes las tormentas de arena, como en algunos países del norte lo son las
de nieve. Aquí, las "quitanieves" se afanan en despejar la carretera
mientras detenemos los vehículos para que la finísima arena no invada las
partes más recónditas del motor. Frente a la "Casa del mar", el
edificio levantado por Mackenzie, el colonizador inglés, en 1889 hoy invadido
por las aguas, hay un pequeño y rústico monumento dedicado a Antoine de St.
Exupery, autor del universal "Principito" que durante muchos años
utilizó la base situada en Tarfaya para sus vuelos postales entre Toulouse y
Dakar.
Nos detenemos en Agadir, la Rusadir que menciona Polibio.
Fue en su momento lugar de penetración de los portugueses hasta el año 1554/961
en que el sultán saadí Mohamed ech-Cheik los devolvió al mar. En 1911/1329 fue
escenario del llamado "incidente de Agadir"[25]
en el que franceses y alemanes midieron sus fuerzas en una confrontación por la
ocupación de Marruecos que estuvo a punto de desencadenar una Guerra Mundial.
El 29 de febrero de 1960/1380 Agadir sufrió un terremoto que destruyó
prácticamente la ciudad matando a más de 15.000 personas. Aún son visibles las
huellas del desastre en algunos barrios que se visitan como curiosidad. La
reconstrucción tras la tragedia convirtió Agadir en una ciudad moderna con gran
atractivo turístico por sus hermosas playas y su gente acogedora. El puerto
aglutina gran parte del tráfico comercial de Marruecos y a su alrededor han
surgido importantes factorías de transformación de pescado entre las que se
cuentan algunas murcianas. Además de la excelente comida de pescado y marisco
con que nos regalamos en un chiringuito cerca del puerto, nos ha traído a la
ciudad la visita de algunos santos (Sidi Bul Knadel, Sidi Ahmed al-Hamel, El
Hach Mbarek, Sidi Busmaa Guineu, Lalla Yanna M.S. Ibrahim y Sidi Said
al-Masudi) que localizamos y documentamos con las dificultades que son
habituales.
Proseguimos la ruta hasta Tiznit, donde tenemos previsto hacer noche y
visitar el conjunto funerario de Chej Ma el-Ainin que resulta alto
imprescindible en todos nuestros viajes. Las edificaciones han ido creciendo de
año en año merced a los esfuerzos de la familia y hoy ocupan un amplio espacio
con un edificio de dos plantas destinado a madraza y salas de reuniones y
congresos. Preferimos la recoleta mezquita en la que se encuentran los túmulos
funerarios del Chej, dos de sus esposas y alguno de sus hijos. El descanso en
aquella atmósfera de quietud y respeto, resulta muy reconfortante, incluso para
los no creyentes que son acogidos con extrema generosidad por los descendientes
del Chej, guardianes del recinto. Estamos en la zona de los árboles de argán y
en el desayuno el aceite no puede faltar, junto a la sopa de cebada y unos
huevos fritos sopados con el pan recién hecho. Suponemos que las artífices del
milagro son las mujeres de la casa, a las que nunca vemos.
Mohamed Sid El Mustafá uld Chej Mohamed Fadel uld Maminna, más conocido por
su apelativo familiar, Ma el-Ainin[26],
nació en el mes de sabán de 1830/1246 en la zona de Bamako, de Manna, una de
las esposas de su padre con la que siempre le unió un cariño muy especial.
Murió en el año 1910/1328 y se encuentra enterrado en el complejo
funerario-mezquita en la ciudad de Tiznit.
El Chej Ma el Ainin perteneció a una importante familia Chorfa[27] en
cuyo árbol genealógico (con ancestros comunes a la familia alauita) se remonta
al Profeta a través de los monarcas Idrisíes.
El relato de la vida y los hechos de Chej Ma el Ainin puede
encontrarse en la imprescindible obra de Caro Baroja, Estudios
Saharianos. En ella le dedica un amplio capítulo[28].
También en la de Domenech
Lafuente, Ma el Ainin, señor de Semara[29], y
en las varias biografías y documentos de su puño y letra que la familia
conserva. Especial mención requiere la obra del premio Nobel de Literatura del
año 2008, Jean Marie Gustave le Clézio que relata en forma novelada los últimos
y amargos días del Chej Ma el Ainin y sus hombres en su marcha hacia el norte
empujados por las tropas francesas que avanzaban desde el Senegal[30].
Fue uno de los grandes fundadores de tribus del Sahara, comparable a los
eruditos del Tiris de la primera generación como Chej Mohamed el Maami o Chej
Mohamed Tolba, y otros “padres” como Sidhamed el Kunti, Sid Ahmed Larosi o Sid
Ahmed Ergueib. La característica que lo distingue de estos es que fue testigo
del final de la era de los grandes nómadas, participando activamente en los
principios de la sedentarización con sus varios intentos que culminaron en la
fundación de la ciudad santa de Smara, comenzada en 1898/1316 y fue un
referente imprescindible en la lucha contra la ocupación francesa. En lo
religioso, continuó la labor de su padre, fundador de la cofradía La
Fadelia, predicando la ortodoxia islámica en el Sahara.
Hacia 1898/1316, el Chej acampó con su numerosa descendencia y sus
seguidores en las cercanías del lugar de reposo del “abuelo” de los Arosíen Sid
Ahmed Larosi y le pareció que era aquel el lugar adecuado para anclar sus
sueños de sedentarismo fundando la ciudad de Smara. El Chej contaba con sesenta
y ocho años y no tenía tiempo que perder. Emprendió una actividad frenética
recabando ayuda de marroquíes y españoles para reunir los materiales necesarios
llegados a Tarfaya y conducidos hasta allí a lomos de camello. Edificó en medio
del desierto una hermosa ciudad en un lugar privilegiado, punto de reposo de la
ruta caravanera del Adrar al Ued Nun, acogida a la protección de los Ergueibi
que nomadeaban por la zona. Quizás la ciudad fue “una excepción radical”, como
dice José María Lizundia, el escritor canario en su libro Por el desierto del Sahara[31],
o el “Sueño crepuscular de un anciano megalómano a quien la vida había colmado
de éxitos”, como dice Alejandro García[32].
Smara, según la tradición, llegó a reunir más de 3.000 tiendas durante su
construcción pero fue abandonada por el Chej en 1909/1246 ante la
presencia de las tropas francesas del Coronel Mouret que avanzaban desde el
Senegal “pacificando” el territorio a sangre y fuego. En un acto de estúpida
venganza, en 1913/1246, Mouret hizo volar la mezquita que hoy día se encuentra
en un lamentable estado.
Derrotado definitivamente por las tropas del general Moinier en Tadla, el
Chej se refugió en Tiznit donde murió, siendo enterrado en un edificio que la
familia poseía en la ciudad. Desde la lucerna abierta en lo alto de la torre,
Chej Mohamed el Hiba, hijo mayor del Chej, anuncio la muerte de su padre y fue
proclamado Sultán por la multitud que rezaba agrupada en la estrecha
callejuela.
Dejó una copiosa producción escrita de hasta trescientos catorce libros
sobre materias tan diversas como Teología, Teosofía, Poética, Derecho y
Cosmografía. Su figura, agigantada a través del tiempo por su numerosa
descendencia es fundamental en la historia moderna del Sahara. Fue enviado por
su padre entre los beduinos ignorantes del norte y acabó siendo árbitro de las
discusiones de los ulemas de Fez y Marraquech.
Tan grande era su predicamento entre los sultanes marroquíes que, según
cuentan, cuando visitaba en Fez al sultán Muley Hafiz, éste le cedía su sitial
sentándose por debajo del Chej en prueba de la veneración que le profesaba.
A su muerte, le sucedió en la lucha contra los franceses su hijo Ahmed El
Hiba, primer sultán azul, que había sido su Jalifa mientras vivió, luego
otro de sus hijos, Mrabbi Rebbu, abuelo de nuestro amigo, que acabaría
sometiéndose a los españoles.
Cerca de Esmara se encuentra la enorme piedra donde la tradición sostiene
que cayó Sidahamed Larosi cuando era transportado –pendiente de su cinturón (serwal), por un ángel que lo alejaba así
de la inquina del sultán marroquí. Es irresistible la tentación del viajero por
subir a la piedra y observar las huellas que manos y rodillas del santo dejaron
impresas. La fe graba montañas.
No podemos dejar la zona sin visitar el cementerio donde reposa Sidahamed
Ergueibi, el “abuelo” de los Ergueibat, el conglomerado de tribus más numeroso
de la zona. Desde Esmara sale una carretera en dirección a Habichin que pronto
se convierte en pista de arena y nos conduce a su lugar de enterramiento.
Sidahamed[33]
habría llegado al Draa en 1503/909 tomando como esposa a Kauria Mentz Mohamed
de la tribu Sel-lam, también de estirpe árabe, aunque no consta que fuera de
origen chorfa, cuyos componentes se
integraron más tarde con los Ergueibat de Brahim uld Daued. De ella tuvo tres
hijos y cuatro hijas de las que solo sobrevivieron Sultana y Baba Laareis. De
sus tres hijos varones surgirían las muchas ramas de su numerosa tribu,
formándose a partir de sus nietos todas las fracciones conocidas. Alí daría
lugar a los Ergueibat Sahel, o del oeste y Kasem a los Charg o Elgwasem, del
este. Dice la tradición que, si en alguna ocasión acampan juntos, continúan
situando sus tiendas, unos al este y otros al oeste.
Sidahmed Ergueibi fue muy famoso en su tiempo por
los numerosos hechos milagrosos que se le atribuían (curaba enfermedades a los
desauciados, imponía las manos a las mujeres, que con ello quedaban
embarazadas, volvía cuerdos a los locos, etc.), y por sus manifestaciones de baraka,
así como por su vinculación con los movimientos sufís más rigurosos. Su genealogía
lo remonta a Ben Machich, discípulo de Abu Madyan y maestro de al-Sadhili[34],
en la época del “sultán negro” Ahmed Al Mansur “El dorado”, (1549-1603/956/1012)[35].
Acerca de este sultán, se cuenta[36]
que en su expedición al sur, atravesó las tierras del Draa, donde se encontraba
Sidahamed Ergueibi retirado en una gruta dedicado a la contemplación y a
recitar de forma permanente los 99 nombres de Alá. Cuando supo que el séquito
real se acercaba, fue en busca de Al Mansur para rogarle que le vendiera, para sí
y los suyos, los territorios que van desde el Draa hasta Nuadibú. El sultán no
se tomó en serio la petición de aquel hombre, cuyo aspecto estaba lejos de
aparentar prosperidad económica. Por burlarse de él, le pidió una cantidad de
oro desorbitada. Sidahamed respondió que el precio le parecía justo y prometió
volver con el oro suficiente. Esa misma noche reunió a sus seguidores y les
hizo preparar diez camellos cargados con sacos de arena. Cuando a la mañana
siguiente fueron a llevárselos al sultán, la arena se había convertido en oro
purísimo. Desde entonces, los Ergueibat se consideran dueños de la zona que va
desde el Draa hasta el país de los negros al sur, y desde el erg Chech en el
este hasta donde rompe la séptima ola del océano.
En memoria de este acontecimiento, los Ergueibat
no se adornan con ninguna pieza de oro y si por descuido uno de ellos monta en
un camello llevando algo que contenga oro, por pequeño que sea, la bestia cae
sobre sus rodillas y se niega a dar un paso más[37].
Nuestra próxima etapa es Gulimín, después de un breve paso por Sidi Ifni,
la antigua colonia española situada donde se supone que estaba la primera
factoría establecida en la costa por los españoles: Santa Cruz de Mar Pequeña,
establecida por pescadores canarios entre 1476 y 1524. Fue de nuevo entregada a
España en 1860 y retornada a Marruecos en 1969. La ciudad se asienta al borde
de una plataforma rocosa que domina el mar y sirve de puerto. En su día fue un
importante puesto militar español. Se trata de un enclave de escaso interés y
mal comunicado por carretera. Al salir de una de las curvas, que nos llevan a
la ciudad, hay un hombre en el arcén, boca abajo, como muerto. Mis compañeros
ni se inmutan. "Es un truco para que nos detengamos. Pueden ser
atracadores", dicen. Me quedo con la duda. Ese recuerdo todavía me asalta
a veces.
El rastro de los edificios de época española es visible y poco atractivo.
Nos detenemos en una amplia terraza de la parte alta donde tomamos unas
cervezas de fabricación marroquí. El ambiente parece relajado. Las mesas de
nuestro entorno están ocupadas por hombres que tienen ante sí dos o tres
botellas de cerveza ya vacías y contemplan el horizonte con ojos vacíos.
"Por la noche hay mucho jaleo", nos dice el camarero. No tenemos
tiempo para comprobarlo. Salimos de Sidi Ifni por un camino que serpentea a
través de la montaña cubierta de vegetación baja y cactus. Nos detenemos ante
una tiendecilla de campaña hecha con plásticos y desechos desde la que dos
jóvenes vigilan sus colmenas. Les compramos un par de tarros. La miel sabe
ligeramente a pimienta.
Pocos kilómetros, una cincuentena, nos separan de Gulimín o Guelmin, antes
llamada Ued Nun, una próspera ciudad de unos 100.000 habitantes (recuérdese que
las cifras poblacionales así como las estadísticas de población del país, y
especialmente en la zona saharaui son "interpretables"). Es la
verdadera puerta del Sahara. Hasta su relativa decadencia en el S.XIX, fue un
importante centro caravanero en cuyo gran mercado se traficaba con sal, oro,
tejidos preciosos y esclavos negros. Nos encontramos en territorio Tekna, una
confederación de tribus que ocupa la parte norte del Sahel, al sur del Aaiún y
por el este más allá de Smara. Incluye las fracciones Izarguíen, Ait Lahsen,
Yaggut y Ait Bel-la con sus correspondientes fracciones y subfracciones. A
partir de aquí comienza la vecindad con el POLISARIO, que se hacen evidentes en
los controles que detienen a los pasajeros en cada cruce para su
identificación. Si se trata de europeos, los interrogatorios son exhaustivos,
machacones y repetitivos. Detestan particularmente a los periodistas. Nuestros
nombres son anotados cuidadosamente por policías no demasiado expertos en la
grafía europea y hemos de dejar constancia del objetivo de nuestro viaje,
duración prevista, itinerario, nombres de nuestros padres y otra serie de
circunstancia que les parecen de especial interés. Tomamos un excelente té a la
menta en la cafetería del hijo de nuestro amigo Alí, que se encuentra en “El
Badía” y vuelta a la ruta hasta Tantan.
Cerca del morro de tierra que se yergue sobre el Atlántico, a las afueras
de Tantan, se instala el enorme complejo de tiendas para albergar a los famosos
de todo el mundo que vienen al Musem[38] anual.
Hay dos enterramientos, Dada Nasra y Umma Fatma, a escasa distancia uno de
otro. Los visitamos y documentamos. Encontramos a un pastor de edad indefinida
perteneciente a la tribu Arosíen que nos cuenta historias de la santa. Llegamos
a Tantán a las 7 de la tarde. Hotel Sables d'Or. Dedicamos el día siguiente a
visitar unos cuantos morabitos de santos de diversas tribus (Sidi Habab Sbai
(Bu Sbaa), Sidi Mhamed Lajtoha (Filala), chej el-Agdaf (Ma el-Ainin), Ayah ben
ahmed ben Said (Izarguíen).
La ciudad nació en su día alrededor de un pozo (circunstancia que suele ser
común en el desierto). Cuenta con unos 80.000 habitantes, entre saharauis
autóctonos, retornados, y colonos llegados con la Marcha Verde. Fue importante
foco de disidencia saharaui de donde partió El Uali, líder del movimiento
independentista hasta que cayó en el curso de una emboscada en Mauritania (hay
quien dice que preparada por traidores del POLISARIO). Aunque hoy día los
ánimos están más calmados, es todavía visible la presencia policial, los
controles a la salida de la ciudad en cualquier dirección e incluso la
"discreta" vigilancia con una furgoneta Kangoo a que nos sometieron
dos policías a lo largo de nuestra estancia. Cada vez que salíamos, a pie o en
coche, les dirigíamos un amistoso saludo que recibían con ademán adusto.
Visitamos, seguidos muy de cerca por nuestros amigos de la furgoneta a la
anciana madre de Mahayup y a dos de sus hermanos que se encuentran con ella.
Dado que Mahayup fue miembro destacado en los orígenes del POLISARIO, la
familia está estrechamente vigilada. Se produce un pequeño revuelo con la
aparición de otro coche policial, esta vez con un funcionario de más alto
rango, que nos "invita" cortés pero firmemente a reintegrarnos a
nuestro hotel. Para quitarnos el mal sabor del encuentro, nos dirigimos hacia
la playa (Tantan-plage) situada a pocos kilómetros. Hay un modesto chiringuito
regentado por una familia de orientales que nos sirven con extraordinaria
deferencia unas cervezas fabricadas en Marruecos, probamos la Stork Premium y
la Casablanca Premium, un poco más fuerte. Mrabbi se conforma con su té
mientras nos relata la historia de la Venus de Tantan, que forma parte del
catálogo -inaugurado por La Venus de Wilendorf-, de las venus esteatopígicas
del Paleolítico. Se trata de una figura antropomorfa de unos 6 cm. de alto
encontrada en un sedimento fluvial del rio Draa por un equipo de arqueólogos
alemanes. Está inserta en un soporte de cuarcita y contiene restos de ocre.
Algunos científicos sostienen que puede ser un guijarro labrado por la
naturaleza con forma antropomorfa, lo que no empece para que con posterioridad
fuera manipulado hasta ofrecer una figura vagamente humana coloreada de rojo. Se
trata de un hallazgo de suficiente importancia para colocar a Tantan en el mapa
mundial de los hallazgos del Paleolítico Inferior.
Otra novedad que conocemos de Tantan es que en algún lugar indeterminado se
está construyendo un reactor nuclear del que se habla en voz baja y con mucho misterio.
En esta ciudad, todo es secreto y misterioso.
Pasamos por el complejo funerario de Chej el-Agdaf que tan bien conocemos
de anteriores ocasiones. Dedicamos un respetuoso recuerdo a la memoria del
hombre santo y seguimos viaje.
En 1963/1383, en homenaje a Chej el-Agdaf uld Chej ma el-Ainin, se instauró
el Musem de Tantan, en la amplia llanura que domina el
complejo funerario de este. Cuentan que, en sus primeros años, hasta mil
tiendas de beduinos venidos de todo el Sahara se reunían para la ocasión.
El Musem es una feria de interpretaciones musicales, cantos
populares, juegos, concursos de poesía y otras tradiciones orales hasaníes
destinadas a promover tradiciones locales y facilitar un lugar de intercambio,
encuentro y celebración. En 1979/1399 se prohibió su celebración debido a las
turbulencias con el POLISARIO. En 2004, ya bajo Mohamed VI se volvió a
autorizar, siempre bajo estrictas medidas de seguridad ya que el conflicto sigue
latente.
Paramos a comer en un tugurio que Mrabbi conoce, antes de Tarfaya, en
Agnir, cerca de la gran duna roja. "El pescado es excelente" nos
dice, conociendo mi gusto por los lugares "populares". Nos conceden
el comedor VIP: un cuarto interior fresco, ventilado por una pequeña claraboya
que deja pasar una luz mortecina a través de su pátina aceitosa, una mesa baja
y colchones de espuma destripada en el suelo. El mantel de plástico, que un día
fue de colores vivos, tiene el poso de varias generaciones de comensales, pero
el pescado es exquisito y fresco. Mrabbi siempre acierta.
Dejando atrás las salinas de Gnifis, llegamos a El Aaiún.
TRANCO VII
El
Aaiún
30.01.2008.
En
El Aaiún (Los manantiales) tenemos parada obligada en casa de un primo de Mrabbi,
Chej el Uali, nieto de uno de los hijos menores del Chej Ma el-Ainin. Nos
recibe con la generosa hospitalidad que es tradicional entre los beduinos y nos
agasaja con una comida pantagruélica: ensalada de arroz con remolacha, verduras
variadas y arroz blanco; pollos asados y camello cocido con unos exquisitos
huesos de los que se extrae un tuétano amarillento y sabroso. Viajar con Mrabbi
es una garantía de que vamos a encontrar una generosa acogida en cualquier
sitio a donde lleguemos. Los miembros de la tribu Chej Ma el-Ainin puede que no
sean tan numerosos como los de otras tribus, su dispersión geográfica, su
elevado grado de cultura y la generosidad de que hacen gala los convierten en
compañeros excelentes con los que hemos tenido la fortuna de encontrarnos
durante nuestros viajes. Su característica de Chorfa o descendientes del Profeta, hace que su trato con las demás
tribus sea de exquisita cortesía, de la que también hemos sido beneficiados. En
su compañía, hemos sido recibidos por miembros de tribus tan diferentes como
Ulad Bu Sbaa, Arosien, Tubalt, Ulad Delim, Ulad Tidrarin, Ergueibat y tantas
otras, con un trato exquisitamente cortés y generoso.
Después
de comer, nos acompaña Ahmed el Hiba, el hijo de Mrabbi, que se sienta
recatadamente en un rincón después de saludar a los presentes y besar la mano
de su padre. De allí, a casa de otro primo, Chej el Uali uld Chej Taleb Buia
uld Chej Maelainin. En el trayectoe nos damos cuenta de que el coche que nos ha
traído pierde aceite por el cárter, fruto sin duda de alguno de los golpetazos
que ha dado en la visita a Dadda Nasdra. La baraka de la santa no ha servido de
mucho.
Pasa
la tarde entre tés, primos y parientes que van y vienen. Se ha corrido la voz
de que hay beduinos de viaje y los familiares acuden en busca de nuevas y a
desear parabienes. Llevan sus rosarios de 99 cuentas a los que dan vueltas
mientras participan en la conversación. En los momentos adecuados, se levantan
para el rezo en la habitación contigua. A la hora de cenar, mechui y cuscús.
Chej
el Uali, que ocupa siempre el mismo rincón de la estancia, es un hombre
sesentón, guapo y de presencia elegante, con una barba blanquecina y cuidada,
tez morena de soles y aspecto sereno que planea sobre los innumerables primos
con una elegancia un poco distante. Todos, al entrar y salir lo reverencian adecuadamente.
Es de los personajes más cercanos al Chej que quedan y eso le otorga cierto
estatus. Solo habla algunas palabras en castellano, pero es hombre afable, con
el que pronto se establece complicidad.
Desde
que descubrimos que no hay cámara con qué filmar, las relaciones se han
tensado, ya que la subvención otorgada para el viaje tiene como contrapartida
el reportaje gráfico. Por si fuera poco, el coche con que hemos de emprender la
marcha hacia el sur, que pertenece a Sidelkom, otro miembro de la expedición,
aún no está dispuesto. El ambiente se enrarece y la relación va haciéndose
incomoda por momentos.
Después
de comer salimos para el Badía por la carretera de Smara rumbo a Tafudart,
donde reposa para siempre el abuelo de Mrabbi, Merebbi Rebbu, el que fuera
"segundo sultán azul". A 49 km. de Aaiun tomamos una pista
endiablada. Después de dos horas y perdernos varias veces, logramos, gracias a
las indicaciones de unos pastores que siguen sus rebaños en Land Rover, dar con
el lugar. En el morabito yacen, además de Mrabbi Rebbu, otro hijo del Chej, Abu
Baker. Fuera está el enterramiento de un hijo de Mrabbi Rebbu. Después de rezar
y hacer fotos, nos encaminamos a una edificación cercana donde están reunidos
una serie de personajes con los que compartimos unos menudillos de cordero
fritos y un cuscús de cebada. Luego una reparadora siesta sobre el terreno,
despedidas y bendiciones. Alguno de los presentes besa repetidamente la marca
que Sidelkom lleva en la frente, fruto de sus intensas oraciones. Volvemos por
otra pista diferente que recorre en buena parte la cuenca de la Saquia el Hamra
y sale a la carretera de asfalto a 27 km. de Aaiún.
26.
Enero. Sábado. Aaiún-Bojador
Salimos
de madrugada rumbo a Bojador. La expedición se compone de dos coches, un Toyota
Land Cruiser -de Sidelkom- y un Nissan Patrol de Chej el Uali. En el camino, a
poca distancia, entre la carretera y la playa cercana a Lemseid visitamos la
tumba, muy sencilla de Sidi Bo Gambor de Ulad Tidrarin, donde hay acampadas
grandes bandadas de halcones. Dice la tradición que se juntan en la cercanía
del cementerio para pedir la baraka del santo antes de emprender su marcha
migratoria.
Sidi
Ahmed Bo Gambor Uld Yaza Uld Abderrahamen, según la genealogía que manejan sus
descendientes, puede considerarse la primera figura documentada de Ulad
Tidrarin, una de las tribus zwaia más numerosa, rica y antigua del
Sahara. Los orígenes de la tribu se pierden en la nebulosa de las tradiciones y
leyendas, alguna de las cuales recoge Caro Baroja en Estudios saharianos[39].
Su fundador habría sido un descendiente de Abu Duyaneta el-Ansari, Compañero
del Profeta, que llegó hasta las tierras del sur a finales del S. XVI dando
origen a uno de los más importantes linajes saharianos. Descendiente de este
sería Hannin, cuyo apodo, Tidrarin (el del Adrar) habría dado nombre a la
tribu. Según Caro Baroja, Sidahamed Bo Gambor habría sido contemporáneo de
Muley Ismail el Kebir que vivió entre 1672 y 1727 (1082-1139). La relación de
sus hechos quedará reflejada en un trabajo sobre las tribus del Sahara y sus
fundadores y santos cuya recopilación y documentación gráfica es el objeto de
este y de otros viajes anteriores.
La
tumba está en un gran cementerio, con otros muchos enterramientos elementales
-una piedra a la cabecera y otra a los pies para los hombres, y una tercera en
medio para las mujeres-, de personas, sobre todo de la misma tribu, a las que
se entierra en la vecindad del santo para que puedan participar de su baraka. Los "santos"
en el Islam, no vienen definidos como en otras religiones por la jerarquía. Emergen
directamente del pueblo y es éste el que otorga el grado de santidad en función
de sus actos en vida o de sus milagros después de muertos. La proliferación de
"santos" es extraordinaria. No hay aldea ni lugar por pequeño que
sea, que se resista a tener su protector/a local y con frecuencia los
patronímicos se refieren a los nombres de esos personajes.
Yace
Sidahamed Bo Gambor en una simple fosa con una piedra grabada a su cabecera que
no la diferencia de las demás que se agrupan a su alrededor, gentes de su misma
tribu o de otras, especialmente de los Ulad Delim, pues es tradición que su
madre pertenecía a esa tribu. Es un personaje muy venerado entre las gentes de
libro o zwayas y sobre todo entre las tribus costeras
donde los Ulad Tidrarin han nomadeado desde tiempo inmemorial.
Desde
Bojador tomamos una carretera que se convierte pronto en pista, para cruzar el
Imirikli, 200 km. al SE. Después de numerosos rodeos damos con el morabito de
Chej Taleb Buia, padre de nuestro anfitrión Chej el-Uali. El Chalua es un
enorme cauce seco la mayor parte del año, como todos los ríos fósiles del
desierto. El morabito, de forma circular con cúpula, es una edificación que
impresiona destacando en medio de la soledad de la arena. No hay nada más en
todo el espacio que la vista abarca.
Chej
Taleb Buya, según relata Domenec Lafuente[40],
fue el número 18 de los hijos de Chej Ma el Ainin y de su esposa, Aicha Mentz
Mohamed Fadel, nacida en el Adrar en 1871/1288 y muerta en Querdús, feudo
familiar, en 1916/1335[41].
El
Chej Taleb Buya nació en la zona de nomadeo donde años más tarde su padre
fundaría la ciudad de Smara, en la vecindad del morabito de Sid Ahmed Larosi,
padre de los Arosíen con los cuales la familia habría de tener estrechos
vínculos. Murió en la zona de Silanat en 1958/1378.
El
morabito que guarda sus restos es una kubba original muy espaciosa, que se levanta
como una plegaria hacia el cielo siempre despejado, en un paraje de aspecto
lunar cerca del cauce fósil de un afluente del Ued Silanat. Se encuentra a unos
150 km. de pista, impracticable para los no iniciados, al SE. de Aaiún.
Sus
descendientes, especialmente su hijo, Chej el Uali, único varón que le dio
Emmariem Mentz Abdel-lah, una de sus seis esposas, le profesan una gran
veneración y con primoroso cuidado mantienen el remoto lugar en buenas
condiciones. Son frecuentes las visitas que suelen durar varios días, alojados
en unas elementales dependencias anejas que reúnen las condiciones
imprescindibles para la permanencia, mientras se reza y se implora su baraka.
El
paraje, hasta los años setenta estaba lleno de taljas que entretejían sus
espinas y árboles de Ignil cuya madera dura es muy apreciada para construir
utensilios elementales pero imprescindibles para la vida del beduino: grandes
bandejas para cuscús, aperos y herramientas, sillas de camello y otros varios
utensilios. Una tradición nacida sin duda con la intención de preservarlos,
dice que no se debe quemar su madera, pues el humo acre y pestilente que despide
engendra locura en quienes lo respiran.
Llegamos
a media tarde. Té, descanso, rezos, búsqueda de los escasos restos de leña por
los alrededores y fuego de campamento bajo las estrellas. Dormimos en el
edificio anexo al morabito. La temperatura, como es habitual en el desierto, ha
bajado más de 30º desde el mediodía y la sensación de frío es intensa. No
conviene dormir al raso, aunque apetece, cerca del fuego bajo un cielo
iluminado y sereno. Nos dicen que las culebras (víboras cornudas generalmente) salen,
atraídas por el calorcillo del fuego. Aunque esto suena a historieta exótica
para turistas, conviene ser prudente. No vimos víboras, pero sí las huellas de
zorros del desierto (Fenec) diseminadas alrededor del morabito a la
mañana siguiente. Habían dado buena cuenta de los restos de la cena que dejamos
a las afueras del campamento.
Mohamed
Limam, un joven de tan hermosa planta como su padre, que acaba de terminar la
carrera de farmacia en Rabat, se acerca al morabito de su abuelo y desde allí
inicia una salmodia en su honor que llena la noche estrellada. En el silencio
de la oscuridad, solo atenuado por el crepitar de los maderos que arden, la
oración fúnebre entonada por la hermosa voz del muchacho, tiene un efecto
mágico y sobrecogedor. Sensaciones que nunca podríamos haber experimentado de
no haberse dado estas extraordinarias circunstancias. Una razón más para
agradecerles a nuestros huéspedes la generosa acogida que nunca olvidaremos.
Después
de la plácida noche y de los rezos mañaneros, nos disponemos a recorrer de
nuevo los 450 Km. de pista de desierto que nos separan de Aaiun.
"Pista" es un eufemismo. Se trata, simplemente, de una dirección a
través del desierto. A veces se encuentran roderas de otros coches que han
pasado antes que nosotros hace días, semanas o meses, pero el conductor suele
desecharlas para descubrir su propia ruta. Pueden ser pastores, con los que nos
cruzamos algunas veces, o viajeros que van de un lado al otro del Badía. El
desierto parece vacío, pero está lleno de gente. Los pastores de camellos
tienen una vaga idea de por dónde andan sus rebaños, que circulan a su arbitrio
por las interminables arenas. Una cosa es segura: irán donde encuentren mejores
pastos, y de eso se valen los pastores para localizarlos cuando necesitan
cambiarlos de sitio o recoger a las crías de ese año. Suelen viajar en unos
Land-Rover con muchísimos años a cuestas a los que han descubierto que les
sobraban la mitad de las piezas a medida que se les han ido estropeando. Los
rústicos motores son prodigios de ingeniería, reparados una y mil veces con
alambres, tornillos y ataduras. El ingenio del beduino, fruto de la necesidad,
no tiene límites.
Volvemos,
por la misma pista o una parecida a la que trajimos, a través del desierto.
Hacemos un alto para comer a medio camino después del rezo de medio día:
camello con cebolla que el eficiente boticario Mohamed Lamin -además de
admirable cantor es buen cocinero-, elabora detrás de un montículo. En un
momento de descanso, después de comer y rezar de nuevo, Sidelkom se quita un
anillo de plata, reza sobre él, le insufla su aliento bendecido por la oración
y me lo entrega. Dice que soy un buen hombre, casi un musulmán. Es un gesto que
agradezco con otro pequeño obsequio. Me siento muy honrado de ser tan bien recibido
entre los Ma el-Ainin.
Me
fijo en que el contador de su coche marca más de 350.000 Km., lo que no me
inspira demasiada confianza. Los coches que navegan por el desierto no suelen
tener una vida excesivamente longeva, a no ser en manos de pastores.
Nos
instalamos en el hotel Mekka. El dueño es un español naturalizado que lleva muchos
años en El Aaiun y hace clara profesión de su fe, como todos los conversos. De ella
da buena muestra la señal que exhibe en la frente.
La
excursión de Chalua ha tenido efectos nefastos para el coche de Sidelkom que
comienza a dar pequeños fallos: pierde líquido de frenos, el hidráulico de la
dirección no funciona bien y el volante se encasquilla inopinadamente, la
reductora no entra, el embrague se agarra, el portón de atrás no abre, etc. Ya
en Aaiún acudimos a un mecánico que repara en plena calle. A la reclamación de
Sidelkom, acude el dueño anterior del coche y se discute animadamente y a
grandes voces, sin acritud. Al final quedan más o menos conformes y el hombre
se retira. Los mecánicos, con monos de cuero de Foss Bucraa, comienzan a
desmontar piezas y ruedas por si acaso, comprobando que sobran más de la mitad.
Al
volver a casa nos encontramos con una invitación del Wali de la ciudad para
comer con él. El Wali y otros ocho personajes, entre los que está el gobernador
a sus órdenes, nos esperan. Me colocan en lugar preferente y me dan numerosos
parabienes y agasajos. Nos sirven un pulpo pequeño pero exquisito, avutardas
escasas de chicha pero tan sabrosas que parecen faisanes (y aún dudo que no lo
fueran).
Después
de desayunar en casa de Chej el Uali, salimos rumbo al morabito de Mansur uld
Alí ben Jaber, de la tribu Ulad Delim. Los Ulad Delim tienen fama de ser la
tribu más guerrera del Sahara. En su momento sostuvieron largas pendencias con
los Tidrarin. Después establecieron alianzas y ahora no es extraño hallar delimis
(de Ulad Delim) en las proximidades de Bo Gambor. De los delimi, con fama de
apropiarse de cuanto encuentran a su paso, se dice que son la única tribu del
desierto que no tiene marca conocida para el ganado, cualquiera que encuentren
les pertenece.
En
puridad, los delimi no deberían tener santos, porque estos son mayoritariamente
de origen chorfa o allegados. Sin embargo hay otro
camino de acceso a la santidad, el martirio. En eso los delimi son expertos. Para ellos, cualquier
combate es bueno y se convierte con facilidad en yihad, guerra santa. El que
muere en la guerra, va de cabeza al Paraíso.
Tras
45 km de pista damos con las huellas de un rebaño que controla el pastor de
Ulad Delim, Selami uld Abdalahi, llamado Boahila que es al mismo tiempo
guardián del complejo funerario de su antepasado. Bohaila fue policía
territorial en la época española y tiene una larga historia con el POLISARIO,
lo que por esta zona no es nada extraordinario. Muchos "retornados"
lo son defraudados por las actuaciones del POLISARIO vividas en Tinduf. Nos
relata el asalto a la cinta transportadora de fosfatos de octubre de 1974 por
un comando de siete guerrilleros. Tiempos duros que ya pasaron, nos dice. Ahora
soy pastor de camellos.
Nos
cuenta algo sobre el difunto y nos invita, en el modesto refugio de que
dispone, a té y pan con quesitos en porciones de "La vache qui rit". Misterios
de la globalización. Fotos, tomas, fijación de las coordenadas GPS y vuelta a
casa. Más té.
A
las 6, entrevista en la radio autonómica y luego en la nacional, en los
jardines del hotel Parador. El antiguo Parador Nacional de Turismo fue inaugurado
por Manuel Fraga Iribarne, ministro de Información y Turismo en 1968 y cedido a
Marruecos, con la administración del territorio en 1975 por los Acuerdos de
Madrid. Aún se discute si esos acuerdos fueron válidos según el Derecho
Internacional[42], con lo
que se da la curiosa situación de que el estatus legal del territorio y la cuestión de
la soberanía están por resolver.
Cena
en casa de Chej el Uali, un anfitrión excepcional, paciente y generoso. Carne
de camello adobada con verduras. Fátima, la chica que nos atiende va y viene,
hacendosa y en silencio. Es la única mujer que parece haber en la casa.
Sospechamos que hay todo un mundo femenino en el interior de la vivienda a la
que no tenemos acceso. Este es un fenómeno que nos sorprenderá a lo largo de
los viajes. Las mujeres saharauis permanecen en un universo oculto a nuestros
ojos. Al parecer, el espacio público está reservado a los hombres mientras las
mujeres permanecen constreñidas (no se sabe si de mejor o peor grado) al
espacio doméstico. Sin embargo, en la zona universitaria de Rabat hemos podido
compartir espacios públicos con grupos de chicos y chicas (con y sin velo
o hiyab) confraternizando con la mayor naturalidad, como en cualquier
ciudad europea. Marruecos es lugar de contrastes.
Mañana
de té y charlas. Nos visita un miembro del Ahel Berikal-lah y nos relata
historias de su tribu y de sus cualidades de alumbradores de pozos. Durante la
conversación se decide alquilar una cámara de televisión para hacer el
reportaje comprometido. Parece que esa solución paliará la falta de material de
Julián. Por lo que se refiere a las fotografías y a la localización de los
lugares por GPS, es responsabilidad mía, así como la documentación. Para comer,
una Corvina de considerables dimensiones al horno. Le hacemos los debidos
honores extrayendo su sabrosa carne con nuestros ya expertos dedos de la mano
derecha.
Por
la tarde, conversación en casa de un viejo patriarca de la tribu Izarguíen, al
que nos recomienda el Chej Larabás. Nos cuenta viejas historias de la época
colonial, de cuando en Aaiun triunfaban los militares y nos relata el episodio
de Zembla de 1976. La matanza ignominiosa de muchos saharauis a manos de los
legionarios, nos dice. Fue la primera reacción documentada de los saharauis
contra la ocupación española, siguiendo el eslogan de Basiri: "El Sahara
para los saharauis". Su autor acabaría "desaparecido" a manos de
la policía española. Cuentan que su cadáver se encuentra en algún lugar, bajo
las dunas que cercan la ciudad de Aaiun.
Contactamos con Mbarca, una periodista de la radio del Aaiun. Nos acompaña a su
asociación de discapacitados y nos relata la lucha de su asociación para
igualar el papel de la mujer al del hombre. Entre los saharauis, como entre los
musulmanes en general la discriminación de la mujer es manifiesta. Recuerda
años pasados de nuestra propia sociedad, y aún de tiempos actuales. No hace
tanto tiempo que en nuestra cultura española la situación era parecida y aún
hoy la lucha por la igualdad continúa. ¿Recorrerá la sociedad islámica ese
mismo camino?
Mrabbi
nos lleva a hacer un corto recorrido por los "campamentos de la
unidad" que ya habíamos visitado en nuestro primer viaje. La situación no
parece haber variado. Las mismas edificaciones construidas con desechos, la
misma miseria, barrios de chabolas sin alcantarillado ni servicios de ningún
tipo donde se hacinan las familias y los niños descalzos juegan sobre el polvo
y los riachuelos de escurrimbres. Los mismos coches de policía en los enclaves
estratégicos. En Aaiun se mezclan el temor autonomista con la miseria y la
represión. Es un ambiente enrarecido a medida que uno se aleja del centro donde
existe una realidad impostada.
A
última hora nos dan una mala noticia: parece que el coche no está listo para
mañana. Es inútil hacer planes, todo depende de la voluntad de Alá.
TRANCO VIII
Aaiun-Dajla
31. Enero. Jueves.
A la espera de la reparación del coche, pasamos el día de conversación y té
en casa de nuestro anfitrión Chej el-Uali, donde nos visita Bachir Edkhil, el
amigo que conocimos en Rabat durante nuestro primer viaje, y cuya entrevista
reflejamos en Viaje por el Sahara Occidental, El Badía[43]. Su conversación
siempre es interesante y ponderada. Se ha convertido en un personaje
internacional que imparte conferencias y asiste a sesiones sobre derechos
humanos por medio mundo. Se expresa con facilidad en varios idiomas Dirige una fundación, Alterforum, relacionada con esos temas. Es hombre
encantador, de conversación fácil e inteligente con el que resulta un placer
charlar. Pertenece a la tribu Ergueibat. Todos los presentes que nos visitan
son saharauis y todos, de una u otra forma, están marcados por los
acontecimientos que sucedieron en los años de presencia española y siguientes.
El relato de sus experiencias y las historias que relatan invitan a la
reflexión. Son varias las partes implicadas en el conflicto y cada una tiene su
propio relato. Para conocer mejor a Bachir conviene revisar
la interesante entrevista realizada en su momento por la periodista y
escritora colombiana Clara Riveros[44].
El gobierno marroquí defiende que su zona de influencia ha llegado desde
tiempos inmemoriales hasta Mauritania (si en su momento hubiera podido
anexionarla, es probable que lo hubiera hecho). En épocas pretéritas en que el
majzén -el gobierno marroquí- era fuerte, su influencia, llegaba hasta remotos
lugares del sur. En los periodos de debilidad del majzén, las tribus se negaban
a pagar tributo y a reconocer el papel de ʾamīr al-muʾminīn del sultán de turno según su mayor o menor vinculación con el Profeta.
Marruecos no enviaba a sus gobernadores a la zona, sino que confiaba en los
recursos organizativos de las tribus y en sus órganos legislativos y
administrativos como la Asamblea de Notables o Yemáa y el Ait
Arbain o Consejo de los
Cuarenta.
Remontarse a la historia pasada, aunque imprescindible, resulta poco útil a
la hora de tomar opinión sobre el asunto. Marruecos fue una sucesión de
sultanatos de muy diferente forma y dominio territorial y no se constituyó como
nación hasta muchos años más tarde, en 1956.
Me vienen a la memoria unas líneas del libro Historias del Sahara:
"Durante siglos el límite sur de Marruecos fue un limes cambiante.
El valle del Sus, Agadir-Taraudant-Uarzazate, marcaba su frontera natural con
el desierto. Aunque en periodos de solidez, los límites se extendían 400 Km. al
sur, hasta el río Draa, dependía de la capacidad del sultán para defender su
soberanía territorial. En la práctica, el Sus era la línea de demarcación,
desde aquí hacia abajo un fugitivo que huyera de los poderes reales podía
sentirse seguro, cruzando el Sus estaba a salvo en el Sahara, en el Bled Siba.
[...] Lo único posible era establecer alianzas con la kabilas beduinas y conseguir
de ellas la Bai'a, el pacto de
acatamiento al sultán"[45].
Argelia siempre ha tenido cierta ojeriza a Marruecos, prueba de ello son
los permanentes conflictos territoriales sobre la zona de Ujda y la Guerra de
las arenas de 1963 por la que el gobierno marroquí recuperó las provincias de
Tinduf y Bechar que Francia había anexionado a la Argelia francesa décadas
atrás. Cuando Argelia dio asilo al POLISARIO en Tinduf cubría dos objetivos:
fastidiar a Marruecos y mantener la ilusoria oportunidad siempre latente de
abrirse una salida al Atlántico. Al principio, tropas argelinas lucharon junto
a las del POLISARIO contra las marroquíes, hasta que el asunto estuvo a punto de
derivar en una contienda entre los dos países que no le convenía a ninguno. El
presidente Bumedian le comunicó al Uali su retirada de la contienda antes del
asalto a Bir Mogreim preparado conjuntamente por los dos ejércitos.
Por su parte, el POLISARIO iniciaba la construcción de un estado de forma
harto precaria a pesar de la ayuda de Argelia y de la Libia de Gadafi en los
primeros tiempos. Un estado de corte marxista, animado por Cuba, donde fueron a
parar muchos de sus jóvenes para recibir instrucción. Hacer marxistas de
beduinos no era tarea fácil, empezando por relegar a segundo término el componente
tribal, arraigado profundamente en la cultura bidani. Es de imaginar la
extrañeza de unos muchachos y muchachas trasladados desde las arideces del
desierto a la exuberancia tropical de Cuba. Curiosamente, el régimen de
"libertades" retenía los títulos académicos de los estudiantes, con
lo que todo su esfuerzo universitario resultó baldío.
Mauritania se encontraba entre dos fuegos: por una parte, los llamados
"saharauis" (apelativo inventado por los españoles cuando tomaron
posesión de la parte del Sahara que les habían concedido las Naciones en la
Conferencia de Berlín) eran gente del bidan, de su misma etnia y con su misma
historia que se remontaba a los Almorávides del S. XI. Pastores nómadas que
ignoraban las fronteras y cuyos rebaños pastaban en el amplio desierto creado
por Dios para que fuera de todos y propiedad de nadie. Cuando España abandonó a
los que llamó saharauis a su suerte después de haberles prometido, por boca del
entonces príncipe de España, que se iba a cuidar de ellos como de sus
compatriotas peninsulares e isleños, Marruecos se apresuró a ocupar el
territorio desde el norte y Mauritania hizo lo propio desde el sur, según se
había pactado en los Acuerdos de Madrid de 14 de noviembre de 1975. El
POLISARIO, que había nacido como movimiento anticolonialista siguiendo la
estela del desaparecido Basiri, se encontró batallando contra los dos enemigos
simultáneamente. Los beduinos eran duros, conocedores del desierto y capaces de
sobrevivir y dar la batalla en las difíciles fragosidades de la inmensidad
arenosa. Como en todas las guerras, los dirigentes diseñaron la estrategia
desde la retaguardia y la tropa dio la batalla. Lucharon por su supervivencia
con uñas y dientes. Bien provistos por sus dos valedores internacionales -Libia
y Argelia- de armas y combustible, optaron por la guerra de guerrilla en los
rápidos 4x4 provistos de cañones sin retroceso y ametralladoras montados sobre
plataformas giratorias. En ese campo eran invencibles frente a las mal
organizadas columnas marroquíes compuestas por soldados bisoños que jamás
habían visto el desierto. Los largos convoyes marroquíes eran atrapados en una
única carretera entre el desierto y el mar. Los 4x4 de los guerreros beduinos
surgían de la arena como fantasmas mortales, los ametrallaban de forma
implacable y antes de que pudieran reorganizarse, habían desaparecido.
Tras la muerte del Uali, emboscado durante un ataque a Nuakchot, Mauritania
se retiró del conflicto en 1979 para convertirse en lugar de asilo en el que se
recogían muchos disidentes del POLISARIO que podían volver a ser ciudadanos del
mundo gracias a los pasaportes mauritanos. La muerte del Uali es otro de los
puntos oscuros que permiten, una vez más, la interpretación torticera de la
historia. La prensa española del momento, como recuerda Clara Riveros en su
entrevista a nuestro amigo Bachir Edkhil, daba una visión del asunto muy
alejada de la realidad[46]. Cada una
de las partes cuenta la historia a su manera. Probablemente en todas hay una
parte de verdad y otra de mixtificación interesada. Distinguir cuál es la
proporción resulta difícil. Ser imparcial también. Depende desde qué parte se
haya vivido el conflicto. Han pasado más de cuarenta años, la situación ha
cambiado por completo, ni Marruecos, ni Argelia, ni Mauritania, ni Cuba, ni el
POLISARIO son lo que eran durante aquellos primeros años. Lo único que no ha
cambiado es la desdichada situación de los que aún siguen atrapados en los
campamentos de Tinduf, abandonados a la molicie de la subvención, sin
horizontes y privados de muchas de sus costumbres ancestrales. El proyecto de
una nación independiente que pretendía la descolonización, se ha disuelto como
una utopía más. “El sectarismo es la seña de
identidad del POLISARIO”, dirá Ahmed Berical-la, embajador en Venezuela y uno
de sus dirigentes, hoy “retornado” a Marruecos y dirigente del Movimiento Saharauis
por la Paz [1].
[1] https://tribunalibre.info/ahmed-bericalla-lider-del-movimiento-saharauis-por-la-paz-hay-opciones-intermedias-entre-marruecos-y-el-frente-polisario/?fbclid=IwAR2bstJZCf4E-mh3kqQIqzLwic892YS8NZeeW_eIjwiHZZyH7gEqZ_tNAGA
El POLISARIO, como partido, tiene una historia oscura que va apareciendo a retazos cada vez más sangrientos, y la RAS[47] se ha convertido en una entelequia que significa cada vez menos. Ninguna de las democracias conocidas está exenta de defectos, pero una democracia de partido único es difícilmente creíble, y la historia de los dirigentes polisarios abunda en zonas oscuras. La información política referente a los campamentos de Tinduf se envuelve en una neblina de tinte sospechoso, y la comunidad internacional tiene poco interés en la situación de unos cuantos miles de personas abandonadas a su suerte en medio del desierto. Las NNUU van emitiendo sucesivas resoluciones campanudas de las que nadie hace caso, mientras sus observadores se alojan en buenos hoteles del Aaiun y muestran sus ostentosos coches blancos a la población indiferente. Queda la solidaridad horizontal de muchas familias españolas que acogen niños en vacaciones y viajan un par de veces al año cargados de víveres y enseres para sus "familias saharauis". Personas bien intencionadas y caritativas que no saben del asunto más que lo que allí les cuentan.
El POLISARIO, como partido, tiene una historia oscura que va apareciendo a retazos cada vez más sangrientos, y la RAS[47] se ha convertido en una entelequia que significa cada vez menos. Ninguna de las democracias conocidas está exenta de defectos, pero una democracia de partido único es difícilmente creíble, y la historia de los dirigentes polisarios abunda en zonas oscuras. La información política referente a los campamentos de Tinduf se envuelve en una neblina de tinte sospechoso, y la comunidad internacional tiene poco interés en la situación de unos cuantos miles de personas abandonadas a su suerte en medio del desierto. Las NNUU van emitiendo sucesivas resoluciones campanudas de las que nadie hace caso, mientras sus observadores se alojan en buenos hoteles del Aaiun y muestran sus ostentosos coches blancos a la población indiferente. Queda la solidaridad horizontal de muchas familias españolas que acogen niños en vacaciones y viajan un par de veces al año cargados de víveres y enseres para sus "familias saharauis". Personas bien intencionadas y caritativas que no saben del asunto más que lo que allí les cuentan.
Los "retornados" han vuelto al que fue su país, sufriendo al
mismo tiempo la sedentarización y el cambio de sus modelos de vida a los que
les resulta difícil adaptarse. En las ciudades y pueblos del sur el trabajo
para los saharauis es poco y la miseria mucha. Queda el contrabando y el
chalaneo. Conviven con los colonos enviados desde el norte en un intento de
"diluir" la población netamente saharaui y evitar conflictos como el
del campamento de Gdeim Izik a las afueras de Aaiun que se montó en octubre de
2010 y fue desmantelado de forma violenta por el ejército con unos resultados
que la habitual opacidad del gobierno marroquí impide conocer. A pesar de
las subvenciones -sustanciosas- a "las provincias del sur"[48],
la perspectiva de vida es poco alentadora y el afán del antiguo beduino es
retirarse unos días al "Badía" haciéndose la ilusión de que todavía
es posible la vida nómada. Para un europeo resulta osado opinar sobre los
sucesos de un país donde los ciudadanos son "súbditos" y las leyes
emanan directamente de los códigos religiosos de hace 1.500 años.
Por fin nos ponemos en marcha a las 9 de la noche hacia Dajla. Mrabbi con
cara de pocos amigos. La responsabilidad de un grupo tan heterogéneo recae
sobre él. Julián ha fallado con la cámara y ha sido preciso alquilar otra con
el deterioro que supone para nuestro ajustado presupuesto, Sidelkom nos ha
proporcionado un coche con pocas garantías y Mohamed Ma el-Ainin se ha
incorporado a la expedición sin previo aviso y nos hace esperar hasta última
hora. Procuro mantenerme al margen. El asunto se ha complicado. Somos cinco
personas más los equipajes, más una serie de ollas, cacerolas, saquillos de
provisiones, una garrafa de agua de 25 litros y otra serie de bolsas cuyo
contenido no acierto a adivinar, que forman parte del abigarrado equipaje.
Recurro al aparato de música y procuro abstraerme. Las sonatas para violonchelo
de Bach vienen en mi auxilio. Me parece absurdo viajar de noche en esta época
que aún no hace calor, pero me guardo los comentarios. El coche, aunque
espacioso, va sobrecargado y el equipaje llega hasta el techo. El coche de
Julián ha quedado en manos de los mecánicos para que le reparen el cárter.
Llegamos a Dajla ya amaneciendo después de un viaje placido aunque
pesado. Se turnan en la conducción Mrabbi y Julián. Me ceden el lugar de
privilegio en el asiento del acompañante. Los otros tres se apretujan en el
asiento trasero. Julián está a punto de estimbarnos al apagar las luces en el
cruce con un camión. El coche se ha quedado sin luces y paramos en medio de la
carretera. Algo no funciona bien en el sistema eléctrico. Revisamos los
fusibles a tentarujas y parece que hemos dado con el fallo, aunque la avería se
sigue produciendo de forma intermitente. Mrabbi se hace con el coche y Julián
pierde crédito como conductor. Quedamos para la faena Mrabbi y yo.
Aterrizamos en el hotel que conocemos de anteriores ocasiones, el Doums,
cuyo propietario es antiguo conocido de Mrabbi. Está situado frente a unos
grandes generadores de gasoil que no cesan de funcionar día y noche para
proporcionar energía al hotel y a los edificios colindantes. En un aparte el
propietario me comenta la placentera dificultad de su vida con las dos mujeres
con las que está legalmente casado, una en Aaiun y otra en Dajla. En la
actualidad, la poligamia está prohibida en Marruecos, o por lo menos no bien
vista, lo suyo es un estatus adquirido hace años que lleva con normalidad.
Sidelkom es un hombre de sesenta y tantos años, prudente, educado y
silencioso. Habla castellano con esfuerzo, fue maestro coránico en el
POLISARIO, hombre muy religioso que dispensa bendiciones y se afana con su
rosario de 99 cuentas. Sigue a pies juntillas la estela de los importantes
santones de su tribu. Viste una darrah blanca y no se
desprende nunca el litham[49]
blanco que retira discretamente cuando conviene para exibir la mancha oscura
que lleva en la frente y que acredita su piedad. Su dignidad reside en los
ropajes, e incluso a solas con nosotros, cuida mucho ese aspecto. Es un hombre
entrañable, pacífico y bondadoso que se ufana de decir siempre la verdad con el
que tengo la oportunidad de mantener largas conversaciones. Según nos contará
más tarde, tiene 13 hijos de tres mujeres consecutivas, la más pequeña (de las
hijas) de dos años y espera otro bebé. Se ocupa de las finanzas de la
expedición, pues Mrabbi trata el dinero como los príncipes. No le concede valor
alguno y cuando lo tiene lo distribuye con generosidad.
Mohamed Ma el-Ainin es de edad parecida a la de Sidelkom, ex funcionario de
Fos Bucraa en época española, habla un correcto castellano, también muy
religioso, con una fe elemental y profunda. Sigue la estela de Sidelkom.
Antiguo compañero de escuela de Mrabbi al que éste trata con cierto desapego y
con el que discute a menudo, hasta que Mohamed opta por callarse, es hombre
pacífico, poco amigo de conflictos y reconoce al líder con sumisión. Nunca
estuvo con el POLISARIO. Nos dice que los que fueron a Tinduf lo hicieron
voluntariamente pero ahora cuentan que los llevaron a la fuerza.
Recurrimos a la documentación y nos enteramos de que:
Dajla o ad-Dajla (ad-Daḫla/ en árabe, الداخلة, “La Interior”),
también conocida como Villa Cisneros por los españoles, es la ciudad del Sahara
Occidental situada más al sur. Desde Marruecos, se la considera capital de la
región de Dajla-Río de Oro, a unos 550 kilómetros al sur de El Aaiún, en la
costa atlántica del país, sobre una estrecha península llamada Río de Oro que
se extiende paralela a la costa en dirección noreste-suroeste con una población
que rebasa los cien mil habitantes. En esta ciudad se arrió el 11 de enero de
1976 la última bandera española en el Sáhara. En su lugar fue izada la bandera
de Mauritania.
El interés español por el Sahara Occidental se debió a las actividades
pesqueras llevadas a cabo desde las cercanas islas Canarias. En 1881/1298 se
fondeó un pontón en la costa de la península de Río de Oro para apoyar las
tareas de la flota pesquera canaria. Sin embargo, no fue hasta 1884/1301
cuando se fundó Villa Cisneros. Ese año, en una operación promovida por la
Sociedad Española de Africanistas y financiada por el gobierno de Cánovas del
Castillo, Emilio Bonelli reconoció el territorio entre cabo Bojador y cabo
Blanco, fundando tres establecimientos en la costa saharaui: uno en Villa
Cisneros, en honor al cardenal Cisneros; otro en cabo Blanco, al que dio el
nombre de Medina Gatell; y otro en Angra de Cintra, con el nombre de Puerto
Badía en memoria del arabista y aventurero Domingo Badía[50].
Bonelli consiguió que los habitantes nativos de la península de Río de Oro
firmaran un acuerdo mediante el cual se ponían bajo la protección de España.
Gracias a la presencia de los tres puestos, en diciembre de ese año, el
gobierno español comunicaba a las potencias reunidas en la Conferencia de
Berlín, que se adjudicaba la posesión del territorio situado entre los cabos
Bojador y Blanco. Tanto Medina Gatell como Puerto Badía fueron abandonados
poco tiempo después, permaneciendo Villa Cisneros como establecimiento
permanente.
Aunque el gobernador Bens había llegado a Villa Cisneros en 1904, no fue
hasta 1916 cuando se ocupó Villa Bens, en el territorio del protectorado sur de
Marruecos, al norte del actual Sáhara Occidental. En 1920 Bens ocupó La Güera,
en la zona atribuida a España en la península de cabo Blanco.
Durante el periodo colonial, Villa Cisneros fue la capital de Río de Oro,
una de las dos regiones en las que se dividía el Sahara español. Se construyo
una fortaleza, derribada por Marruecos en 2004, y una iglesia católica que aún
hoy constituye un punto de interés para los visitantes de la ciudad. También
existió un campo de deportados durante la Segunda República y la Guerra Civil
Española, en el que estuvieron presos anarquistas como Buenaventura Durruti,
Ramón Vila o Francisco Ascaso, un grupo de militares y civiles que se
sublevaron contra la República en el golpe de estado protagonizado por el
general José Sanjurjo del 10 de agosto de 1932, o republicanos de izquierdas
que se opusieron a la sublevación del 18 de julio de 1936. Entre ellos estuvo
el escritor Pedro García Cabrera.
Entre 1975 y 1979, Dajla fue la capital de la provincia mauritana de Tiris
al-Gharbiyya, constituida sobre la porción del Sáhara Occidental anexionada por
aquel país.
Dajla es conocida en el mundo del surf, el windsurf y el kite surf por su
amplia bahía muy adecuada para la práctica de esos deportes. En las cercanías
de la bahía son habituales los campamentos de auto caravanas procedentes de
toda Europa. La ciudad se ha remozado con numerosos restaurantes y
establecimientos hoteleros que le dan un aire moderno y cosmopolita. En uno de
ellos con hermosas vistas al mar nos relajamos -los no creyentes- con unas
cervezas frías.
TRANCO IX
Dajla-Nuadibú
1. Febrero. Viernes.
Rumbo
a Mauritania, viajamos todo el día por una carretera larga y monótona que deja
atrás la bahía de Cintra y se adentra en el Adrar Sutuf. El runruneo del motor
me adormece y en la duerme-vela me viene a la cabeza el recuerdo de nuestro
paseo por el Aaiún en la tarde de ayer. Salí en compañía de Mrabbi a “explorar”
y de paso comprar algunas vituallas de última hora y, sobre todo, té y azúcar
que no deben faltar nunca en un viaje. Un poco alejada del centro encontramos
una tiendecita a cuya puerta un muchacho, casi un niño, tostaba cacahuetes. Mrabbi
dijo “Es como una tienda de susís”. Los tenderos del Sus tiene fama de disponer
de tiendas muy pequeñas, de manera que deben atender a sus clientes desde la
puerta porque dentro no caben dos personas. Regentaba la tienda un muchacho de
unos veintitantos años que, cuando nos oyó hablar en español vino enseguida
hacia nosotros. Había estudiado en el colegio español La Paz y se expresaba con
toda corrección en ese idioma. Nos contó que su padre le había financiado la
tienda, una especie de pequeño bazar que le permitía una pasable subsistencia,
pero que su afán era irse a España de forma clandestina ya que no tenía opción a conseguir un pasaporte y menos un visado. Nos dejó un poco sorprendidos. Pensábamos
que los que intentaban la peligrosa travesía eran personas que tenían poco o
nada que perder. No tengo futuro en esta tierra, nos dijo. Veo la televisión
española y quiero vivir en un país como ese. Ya he pagado casi la totalidad de
los 5000€ que cuesta la patera y pronto me marcharé. Estoy pendiente de que me
avisen. O me quedo en España, o me quedo en el mar, lo que sea mi suerte.
Intentamos
disuadirlo argumentando las dificultades de la travesía y las que luego le
esperaban en España, pero todo era inútil, tenía el asunto muy bien pensado y
no había nada que pudiera desanimarlo. Le compramos una lata de té made in China
y unos cacahuetes y nos marchamos algo compungidos.
El
largo recorrido deja tiempo para repasar las notas tomadas en un viaje anterior
sobre el enterramiento de Sidahamed Ergueibi, el "abuelo" de los
Ergueibat que ahora dejamos atrás. Hay que tomar la carretera que une Esmara
con Tantan y a la altura de As-Sakn se abandona para tomar una pista que lleva
hasta la zona. Sidahamed Ergueibi, de origen Chorfa, fue el epónimo de la tribu
más numerosa del Sahel, caracterizada por su actitud receptiva hacia todo el
que quisiera refugiarse bajo su sombra protectora, lo que contrasta con otras
tribus del Sáhara que suelen tener un espíritu fuertemente clasista, endógeno y
excluyente. Los Ergueibat consideran a los agregados que respetan sus
costumbres y formas de vida como a ellos mismos. Pasado el tiempo, ya no se
recuerda quienes eran Ergueibat de origen y quienes agregados.
De
vez en cuando hay que detener la marcha para dejar pasar algún rebaño de camellos que cruza la carretera sabiéndose
en territorio propio. Marchan lentamente sin que parezcan entender la prisa de
los humanos que tienen la poca imaginación de desplazarse por la monótona cinta
de asfalto.
De
Sidahamed Ergueibi, como de todos los grandes fundadores de tribus, se cuentan
multitud de leyendas, todas susceptibles de interpretación. Dio origen a la
tribu más numerosa y fuerte del territorio. Cuando se hizo el censo del Sahara
Occidental en época española, más de la mitad de sus habitantes pertenecían a
la tribu Ergueibat. Según varios autores que se han ocupado del tema[51],
Sidahamed descendía de Muley Abdesalam ben Machich, originario de Yebala, en el
norte de Marruecos, de linaje árabe puro que se mantuvo en su descendencia por
línea agnaticia, a pesar de mezclarse con los bereberes de la zona. Las mujeres
tienen poca o ninguna relevancia a la hora de considerar el linaje.
Según
la tradición extendida entre los Ergueibat, el Sidahamed fundador de la tribu
era a su vez hijo y nieto de otro Sidahamed, sin que se sepa muy bien cuál era
la ubicación exacta de estos. El abuelo pidió a Dios no tener hijos para que no
sufrieran las duras condiciones del desierto, pero cuando murió en la zona de
Jarauia, su mujer, Alaiza de los Aaraib, estaba embarazada[52].
Su hijo, del mismo nombre, casó con una mujer de Ait Usa llamada Elkalia.
Tampoco quería tener hijos, pero se repitió la misma historia y tuvo uno
póstumo. De este, también Sidahamed, descendería toda la tribu de los
Ergueibat.
Sidahamed
Ergueibi fue famoso en su tiempo por los numerosos hechos milagrosos que se le
atribuían (curaba enfermedades irreversibles, imponía las manos a las mujeres y
quedaban embarazadas, volvía cuerdos a los locos) y por sus manifestaciones de baraka, así como por su
vinculación con los movimientos sufís más rigurosos. Su genealogía lo remonta a
Ben Machich, discípulo de Abu Madyan y maestro de al-Sadhili[53],
en la época del “sultán negro” Ahmed Al Mansur “El dorado”, (1549-1603).
Acerca
de este sultán, se cuenta[54]
que en su expedición al sur, atravesó las tierras del Draa, donde se encontraba
Sidahamed Ergueibi retirado en una gruta dedicado a la contemplación y a
recitar de forma permanente los 99 nombres de Alá. Cuando supo que el séquito
real se acercaba, fue en busca de al-Mansur para rogarle que le vendiera, para
sí y los suyos, el territorio que abarca desde el Draa hasta Nuadibú. El sultán
no se tomó en serio la petición de aquel hombre, cuyo aspecto estaba lejos de
aparentar prosperidad económica, y por burlarse de él le pidió una cantidad de
oro desorbitada. Sidahamed con gran seriedad, respondió que el precio le
parecía justo y prometió volver con el oro suficiente. Esa misma noche reunió a
sus seguidores y les hizo preparar diez camellos cargados con sacos de arena.
Cuando a la mañana siguiente fueron a llevárselos al sultán, la arena se había
convertido en oro purísimo. Desde entonces, los Ergueibat se consideran dueños
de la zona que va desde el Draa hasta el país de los negros, al sur y desde el
erg Chech en el este hasta donde rompe la séptima ola del océano.
En
memoria de este acontecimiento, los Ergueibat no se adornan jamás con ninguna
pieza de oro. Si por descuido uno de ellos monta en un camello llevando algo
que contenga oro, por pequeño que sea, la bestia cae sobre sus rodillas y se
niega a dar un paso más[55].
Se
celebra un Musem anual en honor del santo coincidiendo
con la fiesta de Aid El Mulud (nacimiento del Profeta) que dura tres días y
reúne a varios cientos de personas[56].
El
recorrido comienza a animarse. Hay numerosos vehículos que se dirigen a la
frontera de Mauritania o vuelven de ella. La mayoría grandes 4x4 cargados de
personas y enseres sobre el techo. El paso por la frontera es largo y
farragoso, a pesar de que nuestros acompañantes saharauis son recibidos con
muestras de respeto cuando se identifican como pertenecientes a la tribu Ma
el-Ainin. Hay una "tierra de nadie" de varios kilómetros entre los
dos países cubierta de desechos, restos de coches abandonados y artilugios de
todo tipo por entre los que se circula con dificultad, buscando cada uno el
camino que más le acomoda. La zona es conocida como "El Kandahar". El
coche se nos clava varia veces en la arena y hemos de recurrir a todo nuestro
esfuerzo para sacarlo adelante.
Antes
de llegar a la barrera, tenemos que detener el vehículo junto a otros muchos
que esperan para dirigirnos a la oficina cuando nos llegue el turno. Los
compañeros saharauis, que conocen el procedimiento, se lo toman con calma.
Bajan los bártulos, colocan una alfombra a la sombra del coche y comienzan a hacer
té.
Son,
las del puesto fronterizo, unas instalaciones básicas donde nos atienden dos
funcionarios con uniforme militar de poco lustre. Un tercero yace indiferente,
quizás dormido, en un catre. Quieren vernos el rostro y cotejarlo con el de la
fotografía del pasaporte. Luego interrogan minuciosamente a Mrabbi sobre la
razón de nuestro viaje, itinerario previsto, alojamientos, etc. Por suerte, él
tiene recursos suficientes y siempre sale airoso.
A
las 7 llegamos a Nuadibú, el Port Étienne de los franceses, y nos instalamos en
el hotel Tiris. Sidelkom cambia lo necesario en Ugias, la moneda mauritana, de
valor muy inferior a los dírham marroquíes, a pesar de lo cual los precios son
elevados. La comida y los hoteles mucho más caros que en Marruecos. Aún estamos
a un kilómetro de la frontera, fijada en su día por los gobiernos de España y
Francia que acordaron situarla sobre una línea que dividía en dos, de norte a
sur, la península de La Guera. En 1958/1378 Mauritania fue ocupada por tropas
francesas al mando del general Faidherbe. Después de la segunda Guerra mundial,
se convirtió en provincia francesa de ultramar llegando a tener representantes
en el parlamento de París. Algo similar a lo que sucedió con los saharauis
respecto a España. En 1956 Mauritania obtuvo la autonomía y en 1960 la
independencia. Desde entonces, la inestabilidad política ha sido permanente,
con frecuentes golpes de estado propiciados por la pobreza del país, su elevado
grado de analfabetismo y la estratificación de las clases sociales que dividen
a la sociedad en castas, de las que los harratines son la más baja condenados a
trabajos subalternos y a la ignorancia de por vida. Por debajo de ellos, sin
embargo, hay otros más desdichados aún: los esclavos. A pesar de que
oficialmente se considera erradicada la esclavitud desde 1981, la realidad es
muy distinta. Muchas personas siguen "perteneciendo" a sus amos de
forma encubierta ya que ese régimen les proporciona, al menos, la posibilidad
de sobrevivir aunque en precarias condiciones. En libertad, difícilmente
podrían subsistir al carecer por completo de recursos. Una prueba palpable de
la existencia de esclavitud es la labor de la asociación SOS esclavos que se dedica a rescatarlos de sus
duras condiciones para intentar reintegrarlos a la sociedad en condiciones de
libertad.
De
la zona que hoy llamamos Mauritania, con restos poblacionales desde las épocas
Paleolítica y Neolítica, surgió el poderoso movimiento Almorávide, sustentado
por un rigorismo cultural cuyos fundamentos escritos se custodian en las
bibliotecas de Atar y Chinguetti.
Aquellos
bereberes sanhadja impusieron una ortodoxia religiosa que se extendió por todo
el norte de África y alcanzó la Península Ibérica. Los almorávides y las
migraciones fulanis unificaron la población que se hallaba
dispersa entre los llegados por las rutas caravaneras que habían consolidado
confederaciones poderosas, como los emiratos de Traza y Brakna en el valle del
Senegal, Kunta en el este y Rigaibat al norte.
Hay
un hecho crucial en la historia de Mauritania mal conocido y peor explicado por
los vencedores: la guerra de Char Bubba. Hacia el año 1644/1054 las tribus
bereberes de la región se unieron contra los árabes invasores y después de más
de 30 años de guerra los árabes se alzaron con la victoria. Impusieron
condiciones leoninas a los vencidos a los que impidieron conservar armas
limitando su actividad al comercio, la enseñanza y ocupaciones subalternas. En
la actualidad, la mayoría de los habitantes de Mauritania son de ascendencia
arabo-bereber de origen nómada. Los negros representan el 20% de la población
localizados en la parte sur, hacia la frontera con el Senegal, entre los que el
analfabetismo alcanza el 60%. El panorama de Mauritania es desolador: la
esperanza de vida de 54 años, 52,5 para los hombres y 55 para las mujeres. La
edad media de la población es de 17 años[57].
Dejamos
la visita a la ciudad para la vuelta. Mrabbi ha contactado con unos parientes y
quedamos en reservar un par de días para Nuadibú a nuestro regreso, aunque lo cierto
es que por las informaciones que tenemos, poco hay que ver en la ciudad, si no
es su importante puerto pesquero. Al parecer todo gira alrededor de éste y del
importante ferrocarril minero que trae el mineral desde Zuerat y F'dérik, lo
que constituye el 40 % del ingreso de divisas del país. Hay otras fuentes de
riqueza extractiva: oro, cobre, gas natural y en los últimos tiempos,
prospecciones para buscar petróleo, del que hay suficientes indicios.
Nuadibú,
a pesar de ser una ciudad de 90.000 habitantes, nos ofrece la estampa de un
pueblo donde reina la miseria, con niños -y menos niños- haciendo sus
necesidades junto a las tapias.
TRANCO X
2. Febrero. Sábado.
Después
del desayuno con el té al estilo mauritano, con espuma y requemado, salimos
hacia Nuakchot a las 10 de la mañana dejando atrás la hermosa bahía del Galgo,
el único puerto de la nación y zona económica y comercial más importante de
Mauritania. Constituye la base de la industria pesquera y la vía por la que
sale desde el puerto de Nuadibú el mineral de hierro procedente de las minas de
Zuerat, en un interminable ferrocarril de 2,5 Km. de longitud que tarda en
recorrer los 750 Km. de desierto más de 20 horas. Observando el mapa con
atención se aprecia el "bocado" que en el reparto de Berlín dieron
los franceses a la frontera entre Mauritania y el Sahara Occidental, de manera
que las minas de hierro quedaran en lo que entonces era colonia francesa. La
línea recta se trunca haciendo un quiebro para dejar esa zona en territorio de
la colonia francesa. España, en aquel momento no estaba en condiciones de
protestar.
Llegamos
a Nuakchot a las 5 de la tarde, después de recorrer los casi 500 km. de desierto
que la separan de Nuadibú. El panorama por el que discurre la carretera es de
gran aridez. La arena, a diferencia del desierto que hemos abandonado más al
norte, es roja, fina y movediza. De tarde en tarde se ven unos cuantos camellos
que buscan las escasas matas sobrevivientes al borde de las dunas. Son frecuentes los grupos de asnos de
pequeña alzada que se pasean tranquilamente por la carretera sin que la amenaza
de los coches altere su paso. En el arcén de tierra, alguno demasiado confiado,
yace patas arriba con las fauces en una última sonrisa, el vientre hinchado y
rodeado de un enjambre de moscas. Pese a la inclemencia del sol, el aire del
desierto hace la marcha agradable, aunque la arena entra de vez en cuando a
ráfagas. No es posible cerrar las ventanas ya que el aire acondicionado del
coche, si alguna vez lo tuvo, no funciona. Al acercarnos a la ciudad, hay
grandes espacios llenos de bolsas de plástico semienterradas en la arena, en
medio de barracas y chabolas construidas con materiales de desecho. Una mujer
con un bebé dormido a la espalda contempla nuestro paso con indiferencia y un
anciano que sestea a la sombra de un chamizo de cañas agita su bastón hacia
nosotros, no sabemos si en un gesto de saludo o de amenaza.
En
Nuakchot la mayoría de las calles son de arena que se amontona contra las
paredes y cambia de sitio continuamente. Las
cabras, como en Nuadibú circulan a sus anchas contribuyendo a eliminar los
residuos de comida que la gente deposita junto a la puerta de la casa. Junto a
contenedores de basura llenos a rebosar no es difícil ver algún cadáver de
burro o de cabra con las patas apuntando al cielo. Nos espera a la entrada de
la ciudad un pariente de Mrabbi en un coche al que le faltan los retrovisores y
le sobran parches y abolladuras. Es un hombre amable, nos abraza dándonos la
bienvenida y ofreciéndonos los dátiles y el agua tradicionales en la bienvenida
Su nombre es Mohamed Fadel y pertenece a la rama de su ancestro del mismo
nombre Mohamed Fadel uld Mamina, el padre de Chej Ma el-Ainin. La hospitalidad
de la gente del bidán es proverbial, como ya hemos comprobado más al norte. Nos
guía hacia nuestro hospedaje por entre la barahúnda de coches que circulan a lo
que parece, sin normas específicas. La casa es como muchas de su entorno: en
una calle de arena, de una sola planta con tejado plano que en verano sirve de
azotea donde dormir a salvo del calor. El interior tiene pocas ventanas y
siempre veladas por ligeros cortinajes que permiten la entrada de la brisa e
impiden la de la arena. La casa es fresca, en una agradable penumbra. La
decoración, parecida a la de Marruecos: amplias habitaciones con asientos
corridos alrededor de la pared y suelo alfombrado al que se entra descalzo.
Haremos ha vida, diurna y nocturna en esa habitación, situada a la izquierda de
la entrada durante los días que permanezcamos en la ciudad. La casa estaba
deshabitada hasta llegar nosotros. Pertenece a dos hermanos, parientes de Mrabbi
que la mantienen para eventos como este. El servicio se compone de un boy negro y su compañera que vive fuera de
la casa, en una explanada donde han levantado una especie de jaima con telas de
desecho. Ella jamás entra en la casa, al menos cuando están los hombres. Por lo
poco que pude ver, era joven, agraciada y estaba esperando un hijo. Vestía,
como es costumbre, una melkfa que solo permitía ver,
parcialmente, el rostro moreno.
En
la habitación interior fresca y cómoda, el boy nos sirve, a las cinco y media unos
dátiles con nata de entrada y luego jarretes de cabra[58] asados con hígado. El hígado, pasable, pero
la cabra difícil de comer por dura y correosa. El boy, Mohamed, acuclillado en el
suelo encima del mantel, va cortando pedazos de cabra y ofreciéndolos
sucesivamente a los comensales, primero a los forasteros y luego a los dueños
de la casa. De postre un yogur de frutas estupendo que no volveremos a
encontrar.
Mrabbi
nos hace notar que los mauritanos no matan los cabritos como en Marruecos (el
mechui), a los seis u ocho meses, sino que matan las cabras ya adultas que
es preciso cocer durante un tiempo prudencial para que resulten comestibles.
Tarde
de relax y recopilación de información. Damos un pequeño paseo por la
deprimente y sucia ciudad en el coche, en medio de una circulación caótica. No hay guardias y cada
uno circula cómo y por donde le parece. Con frecuencia se ven coches clavados
en la arena que entre tres o cuatro ocupantes empujan para volver a ponerlos en
circulación.
Cena
a base de ensalada y un exquisito maru[59] con salsa picante. Para dormir, nos
distribuyen por parejas. Duermo en el mismo salón donde se hace la vida diurna.
Gracias a mi saco y a lo cómodo de los sofás, las noches son confortables.
Una
familia ratonil tiene su guarida bajo la mesa de la televisión que funciona
todo en día en el canal de al-Jasira. Cuando los demás se retiran, el
explorador jefe saca tímidamente la cabeza, extrañado sin duda por nuestra
presencia. Al poco rato lo sigue su compañera, a la búsqueda de las migajas que
hayan podido quedar en el centro de la habitación. Apagamos la luz para no
perturbar la actividad de la familia. Las visitas se repetirán cada noche
durante nuestra estancia en la casa. Una vez establecida cierta relación,
siempre les dejábamos algunas migas de pan o un trocito de queso en el centro
de la habitación que se apresuraban a recoger sin temor alguno. Otros de los muchos amigos que dejamos en el
país.
TRANCO XI
Nuatchott-S.
Luis de Senegal
3. Febrero. Domingo.
Al anunciar que tenemos intenciones de partir hacia Senegal después de
desayunar, la gente de la casa comienza a preparar comida.
Habíamos desayunado panecillos con mantequilla, té y una leche en
envoltorio de cartón, estupenda. Se me ocurre mirar la marca: es alemana
caducada hace tres meses. Conviene recordar con más frecuencia que "la
curiosidad mató al gato". A las 10 de la mañana nos sirven, sobre un
mantel en el suelo como es habitual, una fuente de jarretes de cabra con
cebolla. Esta vez es uno de nuestros anfitriones quien, provisto de un cuchillo
breve y afilado va cortando trozos de carne que nos ofrece sucesivamente. Como
es costumbre y tradición, la comida se toma con la mano derecha, en recuerdo de
cuando el Profeta recibió el Corán del Arcángel Gabriel. El caldo y las
cebollas flotantes se sopan a voluntad con el pan recién hecho.
Nos visita el amigo escritor y profesor de la universidad, Taleb Ajiar uld
Mamina uld Chej Sidati uld Chej Maelainin (su padre, nos dice, fue un mártir caído
en 1967/1387 en Dajla, combatiendo contra los franceses). Nos comunica que la
ruta a Tombuctú no es segura: los integristas secuestran a los turistas para venderlos
a alguna franquicia de Al-Kaeda y si caen en manos de los Tuaregs, los despojan
de cualquier cosa que pueda serles útil, para abandonarlos en la vecindad de
algún poblado cercano. Depende de quién los atrape primero. Por otra parte, la
ruta es a través del desierto, por pistas de beduinos y según se viene
comportando el coche parece arriesgado someterlo a más pruebas. Parece que
vamos a dejar Mali para otro viaje.
Por fin, a media mañana salimos hacia Senegal con un nuevo acompañante, el
joven Chej el Uali Aidara, de Senegal, otro pariente que nos servirá de guía.
En el coche cabemos todos.
Una carretera difícil nos lleva hasta Rosso, en la frontera. Hay un
trasbordador que cruza el río Senegal. Hacemos una parada pensando cruzar
el río en el barco pero hay un enorme gentío a la espera y nos tememos que los
trámites sean demasiado farragosos. No nos atrevemos a buscar sitio para comer,
tal es la cochambre y el aspecto de la población. Nos dirigen miradas aviesas,
no es recomendable mirar a las mujeres, y nada de fotografías. Tomamos una
pista que bordea el río por la parte mauritana hasta la frontera con Senegal.
La pista es mala, llena de baches y debemos marchar a poca velocidad. Pasamos
con dificultad por un puente de aspecto dudoso después de pagar una sustanciosa
“mordida” al militar que hace el esfuerzo de levantar la barrera.
El puente es
poco fiable, viejo y carcomido por el óxido. Seguimos el camino lleno de
dificultades, en medio de una vegetación exuberante y grandes campos maru
alto como una persona. Hay rebaños de vacas con chepa, pájaros de todas clases,
pelícanos y jabalíes de la zona (facóqueros) en grupos de tres o cuatro
que no se extrañan de nuestra presencia. Es el parque natural de Diawling, un
espacio protegido de caza donde solo se permite la pesca con pelicanos
adiestrados. Los pescadores les colocan un anillo al cuello para que no puedan
tragar el pescado. En la frontera, después de demorarnos un buen rato para
examinar los pasaportes y cotejar las fotografías, nos dicen que no pueden ir
dos personas junto al conductor, así es que se encajan cuatro detrás como
pueden. Es un país con normas claras.
Llegamos a San Luis de Senegal a las 8 de la tarde, y localizamos un
restaurante recomendado por un pariente surgido como por ensalmo de la
oscuridad. Después de una opípara cena, a base de maru y fruits
de mer, vamos a casa de otro pariente, Sidy Buia Aidara, uld chej Hadrami
uld chej Jalifa, uld Chej Saad Bu uld Chej Mohmed Fadel, jefe actual de la rama
senegalesa del Ahel Mohamed Fadel, que nos ilustra con todo detalle sobre
el mussem del Chej Saad Bu, el hermano de chej Ma el-Ainin e
hijo de Mohamed Fadel. Nos proyecta un vídeo casero de escasa calidad y dos
horas de duración. Le proponemos tomar unas fotografías para el
recuerdo.
Pasa a sus aposentos y se provee de una darrah de
lujo, color azul violeta, recién almidonada con la que posa en su papel de
santón junto a otros miembros de la expedición. La sobremesa se prolonga. La
casa sigue la distribución habitual. Hay un gran espacia a la entrada con un
sofá corrido a todo alrededor donde se recibe a los visitantes, se come y si es
preciso se duerme. Ningún extraño a la casa accede al interior. Para casos de
emergencia suele haber un pequeño cuarto de baño adosado.
Por suerte, los asientos almohadonados a ras de suelo permiten reclinarse cómodamente
y abandonarse al ensueño. Cada uno de los presentes toma la palabra cuando le
llega el turno y es de mala educación interrumpirse, el que está en el uso de
ella no la suelta hasta que se le acaba el argumento. La conversación puede
prolongarse durante horas.
Después de dar una vuelta por la hermosa playa convertida en vertedero que
los rebaños de cabras se aplican en reciclar en medio de un olor
agresivo, visitamos el cementerio viejo de San Luis donde está el morabito
de Chej Taleb Ajiar uld Chej Maelainin, en el istmo que une la isla con el
resto de la ciudad. Es una construcción elemental rematada con azulejos de
color blanco, en medio de un conjunto de enterramientos multiformes con
letreros de letra infantil escritos en francés.
Es la zona de pescadores que llegan de madrugada con los cargamentos
apresados en los veloces cayucos, y de grandes mesas compuestas de materiales
diversos con el pescado a secar que exhalan vaharadas pestilentes. El estómago,
a esta temprana hora no está preparado para semejantes agresiones.
A la puerta de cada chabola compuesta de toda clase de materiales en
precario equilibrio, hay atada una cabra o un cordero, generalmente con su cría
que se mantiene con restos de comida. En un prodigio de adaptación, comen los
materiales más diversos: restos de pescado, cartones de leche, plásticos, retales
de ropa. Las madres lactantes van provistas de un, a modo de sujetador
rudimentario que impide que mamen las crías, para así poder ordeñarlas por la
noche.
Cruzamos de nuevo la frontera hacia Mauritania, donde nos despachan, con
toda parsimonia, los pasaportes. Vamos rumbo a Nimjat buscando el morabito de
Chej Saad Buh, el hermano de Chej Ma el-Ainin. Por la pista infernal de vuelta
a Rosso, intentamos buscarlo, nos perdemos varias veces a pesar de las
indicaciones de nuestro hábil guía mauritano, Chej el Uali Aidara.
Paramos en
un campamento donde me permiten montar uno de sus camellos y nos acompaña un
beduino que dice conocer bien la zona (ya somos 7 en el coche), lo que no
impide que nos perdamos varias veces, una de ellas embarrancando el coche en la
arena. La operación rescate nos lleva un par de horas: hay que descargar el
coche de todo lo posible, abrir zanjas delante de las ruedas, poner la
reductora y salir poco a poco, sin que las ruedas patinen. De lo contrario se
vuelven a enterrar y hay que empezar de nuevo. En circunstancias normales,
habríamos deshinchado las ruedas hasta la mitad para llenarlas de nuevo una vez
salidos del atolladero, pero comprobamos que el compresor que suelen llevar
estos coches en un soporte dentro del motor, no existe. Al coche, como a los de
los pastores beduinos, le han reducido las piezas al mínimo.
Proseguimos nuestro rumbo a Nuakchot. En el camino, paramos en Rosso donde,
en el mercado de animales, compramos un cordero tras largos regateos a cargo de
Sidelkom. El vendedor nos lo degüella in situ según el
precepto coránico -un hombre circuncidado, de cara a la Meca, pronunciando las
palabras de ritual -bismilá Alá Akbar- y con dos pasadas de cuchillo
sobre el guajerro. Una vez bien desangrado, procede al despellejado y despiece.
A nuestro alrededor, sobre una espesa capa de excremento de cabra, asnos y
vacas, circulan sus autores en la mayor fraternidad, seguramente ajenos al
destino que les aguarda. La carne del cordero, una vez troceada y amontonada en
un saco de cemento vuelto del revés, cae en manos de una señora de piel oscura
y edad indefinida que pertenece al equipo del vendedor-matarife. Se retira a un
chamizo de cañas en el que bulle una marmita con posos ancestrales, sobre un
fuego de bosta de camello, en la que va introduciendo los trozos de carne,
salvo las vísceras y la cabeza que son el pago de su trabajo. A la espera de
que la carne esté dispuesta, nos ofrecen la sombra de una cabaña adyacente.
Sobre un lecho de cemento de unos 50 cm. de altura que evita el acceso de las
serpientes, hay un chamizo de cañas cubierto de desechos de telas multicolores
en forma de cúpula. A la acogedora sombra, sobre cojines de paja, esperamos
haciendo té a que la comida esté dispuesta. El resto lo dejo a la imaginación del
lector.
Seguimos viaje por carretera asfaltada para desviarnos hacia Nimjat, por 47
km. de pista que nos deposita, ya de noche cerrada, en nuestro destino: el
morabito de Chej Saad Buh, custodiado por su familia, "primos" a su
vez de todos los Ma el-Ainin. Visitamos el morabito a tentarujas, después de un
paseo agotador subiendo y bajando dunas en las que nos clavamos hasta las
rodillas en medio de la absoluta oscuridad. Decidimos quedarnos a dormir, ya
que sería un despropósito intentar volver a Nuakchot a estas horas y en estas
condiciones. Desde que salimos de la ciudad, en un prodigio de
desorganización, no llevamos equipaje, por lo que no hemos podido quitarnos la
ropa y el polvo recogido a lo largo de las pistas va formando una capa que, con
el leve sudorcillo propiciado por el sol del desierto, acartona la ropa. Los
"primos" hablan animadamente intercambiando noticias de la familia y
de sus respectivos asentamientos, les cuentan las razones de nuestro viaje y
todos nos dan la enhorabuena por lo que consideran una piadosa labor. Procuro
echar un sueñecillo bajo el chamizo abierto a todos vientos. Al cabo, nos traen
el consabido maru con cabra del que me sirvo con parquedad. El
estómago empieza a manifestar prejuicios a cerca del ganado caprino.
TRANCO XII
Nimjat-Nuatchott
5. Febrero. Martes.
Dormimos en la misma sala en la que hemos cenado, entre ronquidos y otros
sonidos de oculta procedencia que amenizan la noche fresca del desierto, sin
más interrupción que las breves excursiones al exterior en tributo a la naturaleza.
Despierto al alba y salgo a dar un paseo intentando localizar por mi cuenta el
morabito de Chej Saad Buh. De día las cosas son muy diferentes y mi sentido de
la orientación nunca ha sido destacable. Me pierdo y acabo en la otra punta del
pueblo. Me rescatan unos vecinos que han visto deambular a un extraño y han
seguido su errático vagar desde lejos y me retornan a casa de nuestros
anfitriones. Damos una vuelta en coche por el pueblo mientras filmamos desde la
ventanilla gracias a la autorización del wali local, Selcum
uld Mohamed Mamun uld Mohamed Maelainin, otro pariente de la familia. Los
reporteros no están bien vistos y las personas se enfurecen a la vista de una
cámara de fotos o una filmadora. No es de extrañar, lo que divisamos desde el
coche es estremecedor. La gente vive entre excrementos de personas y animales
en cabañas o edificios muy precarios situados sin orden ni concierto. Estampas
desoladoras se encuentran por todas partes: niños comidos de moscas ordeñando
las cabras en recipientes llenos de mugre, mujeres haciendo sus necesidades
acuclilladas bajo las amplias vestiduras, cabras mordisqueando cualquier cosa
que encuentran a mano o ancianos envueltos en darrás harapientas
sesteando a la sombra de una tapia medio derruida.
Salimos del pueblo por una pista de arena en la que clavamos el coche
varias veces. Se desprende el tubo de escape en una de las ocasiones. Por
fortuna en la zona no parece haber control de ruido. Llegamos al morabito de
Ahmed Baseid, padre de los Berical-la y el de Suaadu uld Mohmed Fadel, la
hermana gemela de Chej Saad Buh (ambos hermanos de Chej Ma el Ainin). En el
habitáculo que suele haber cerca de los morabitos os con altos portales para
dificultar la entrada de las abundosas culebras venenosas, tomamos té y nos
relatan historias a propósito de los personajes cuyos morabitos hemos visitado.
Los enterramientos son sencillos, con los escasos materiales que pueden
encontrarse en el desierto (troncos resecos, alguna piedra) o transportarse
hasta allí con dificultad. En siglos pasados, la inhumación se producía en el
lugar de la muerte y sin dejar demasiado tiempo a la descomposición. Eso hace
que un gran número de enterramientos se encuentren en lugares de difícil
acceso.
Los orígenes de la tribu zwaia Berikal-lah, ni Chorfa ni guerrera, sino
religiosa y estudiosa, se remontan al S. XI, habiendo sido aliada de los almorávides
en aquella lejana época.
Es creencia general que el Ahel Berikal-lah posee cierta baraka que
permite a sus miembros identificar, de modo que produce asombro, a los animales
por sus huellas, y no solo esto, sino también su filiación y su color. Tienen
un extraño don para averiguar el lugar donde abrir un pozo y la habilidad y
conocimientos para llevar a cabo la perforación. Esta habilidad hace que sean
conocidos y respetados por todas las demás tribus del Sahara.
“Abrir un pozo era una epopeya, un acto heroico
que daba prestigio a quien lo hacía y a sus descendientes. Por eso los de la
piadosa cabila de Ahel Berikal-la fueron hombres respetados e intocables,
porque cavaron los mejores y más ricos. Los Berikal-la no abrimos los pozos
para nosotros, los entregamos a la humanidad para que se sirva de ellos”[60] “Los Berikal-la son gente muy religiosa que abren los pozos para que
la gracia divina del agua se extienda a personas y animales muchos años después
que el alumbrador del pozo haya desaparecido”[61] "Dicen venir de
Yaakob uld Abdala Ebnu Hassan con una genealogía de sabios y poetas, sobre todo
el famoso Chej Mohamed el Mami escritor de infinidad de libros entre ellos
el Chej Jalil, una poesía de 10.000 versos. Trató muchos temas:
astronomía, geografía, gramática, poesía o religión. Esta tribu ha excavado la
mayoría de los pozos del Tiris. En la actualidad existe una zawiya instalada en
Nuadibú -Zawiya Chej Mohammed el Mami- que ha reunido todos los escritos del
sabio para su publicación"[62].
Chej Berikal-lah, el fundador de la tribu, participó en la guerra de Char
Bubba con Nacer Eddin y según la tradición, a los tres días se retiró al
presenciar la crueldad con que los combates se desarrollaban. Dicen que el
mayor impacto se lo causó un hombre de su misma tribu que abrió el vientre de
una mujer encinta y le sacó el niño que lloraba. Marchó entonces hacia la
región de Tuat, en Argelia, dejo allí su familia y emprendió la peregrinación a
La Meca, donde conoció a un hombre santo que le aconsejo instalarse en Egeida
(a unos 100 km al sur de Dajla y al norte de San Luis). A la vuelta de La Meca
plantó sus tiendas en esa tierra e inició la labor de alumbrar pozos por toda
la región del Tiris.
Volvemos al poblado con dificultades parecidas a las de la ida y nos acoge
el cacique, Ahmed Baba, un hombre de mucha baraka , que nos ha
acompañado en su Land Cruiser con un par de muchachos negros (esclavos o
ex-esclavos) subidos en la rueda de repuesto trasera.
Su misión, empujar cuando
el coche se clava en la arena, cosa que sucede con frecuencia. En una
curva, uno de ellos sale despedido dando volteretas sobre la arena. Paramos, lo
recogen, le sacuden la arena y vuelta a su difícil asidero. En casa de Baba nos
agasajan con una comida: más jarretes de cabra comidos de moscas y llenos de
arena, picadillo de lo mismo en su grasa, ambas capaces de revolver el estómago
más férreo. Cuando ya estamos dispuestos a la marcha, después de hacerle una
sesión de fotos al anfitrión, que se ha vestido para la ocasión, vuelven a
sacar otras dos bandejas de jarretes y costillares. Parece que la costumbre es
que, cuando el invitado anuncia marcha, hay que darle de a comer para el
camino. "Come beduino, porque solo Dios sabe cuándo volverás a
hacerlo". Salimos del trance como podemos, mascujando varias veces el
mismo trozo de carne reseca. Por fortuna el té mauritano, obligado tras la
comida, es breve y de una sola toma.
A mitad del trayecto que nos devuelve a Nuakchot, se revienta la rueda
trasera derecha. El Uali Aidara, que conduce alocadamente, ha tenido la
habilidad de pasarle por encima al único trozo de chatarra que había en la
pista. Estamos sin cobertura de teléfono y sin rueda de repuesto, por lo que
decidimos ponernos a hacer té bajo una talja espinosa. Cuando, al cabo del rato
hay cobertura, llamamos a Nimjat y viene, después de un par de horas, un coche
que nos coloca su rueda de repuesto, ligeramente mayor de diámetro que la del
nuestro y con un tornillo de fijación menos. Así logramos llegar a Nuakchot ya
de noche. Hay un control especialmente exhaustivo a la entrada, parece que ha
habido un atraco o algo parecido, nada político, según nos dice la policía. Nos
hacen bajar del coche y entrar en la "oficina", un chamizo de bloques
sin revestir con techo de chapa metálica e iluminación de una lamparilla de
gas. Dos gendarmes yacen en sendas esteras en el suelo mientras calientan la
tetera en un fueguecillo de butano. El tercero toma nota de nuestros nombres y
pasaportes en un grueso libro repleto de letras apretadas como patas de mosca.
Esa es toda la formalidad que el caso requiere. Cuando se hartan de hacernos
esperar nos dejan partir.
Llegados a casa de nuestros pacienzudos anfitriones, una ducha después de
tres días sabe a gloria. La ducha es elemental: una alcachofa en el techo que
dispara el agua en todas direcciones y un agujero en el suelo que sirve de
desagüe y para el resto de menesteres, pero es agua corriente y eso es un lujo.
Nuestros anfitriones, que son gente de posibles, tienen una cisterna que llena
un camión periódicamente y un motor que sube el agua a un depósito en el techo.
No hay otro tipo de abastecimiento de agua ni alcantarillado.
El reposo, después de nuestra breve aventura, es reparador. Nuestros amigos
roedores dan vueltas sin cesar buscando restos que no encuentran. Nuestra
ausencia se ha hecho sentir.
TRANCO XIII
Nuakchot
6. Febrero. Miércoles.
El concierto en Re de Tchaikovski me reconcilia con la humanidad mientras
digiero el parco desayuno y nuestros dos compañeros, Sidelkom y Mohamed hacen
el primer té de un día que se presenta tranquilo. El té a la manera saharaui es
ceremonia que templa los nervios y llama a la calma. Los tres vasos sucesivos
pueden llevar varias horas, lo que permite una relajada conversación. Tomamos
gofio disuelto en leche, una bebida alimenticia importada de Canarias, a base
de harina de trigo o cebada tostados. Sidelkom se ha provisto de un saquito
para casos de emergencia. Los saharauis la aprecian mucho desde la época
española. Un puñado de gofio amasado con leche y unos cuantos dátiles son
alimento suficiente para pasar el día.
Hacemos cuentas. Según parece las reservas económicas se han reducido mucho
y con ellas nuestras perspectivas, pero ninguno se atreve a planteárselo a Mrabbi,
que vive ajeno a cuanto se refiera a cosas materiales. Tiene la teoría de que
el asunto económico no es cosa suya y que el dinero con el que partimos debe
bastar largamente para todo el viaje, pero la organización es tan catastrófica
que se gasta de forma descontrolada.
Mientras Mrabbi lleva el coche a que le arreglen las ultimas desdichas que
le han afectado y busca una rueda de repuesto en condiciones, Sidelkom, en la
tranquilidad de la habitación comunal, me cuenta sus peripecias: maestro
coránico en Tifariti, el POLISARIO se lo llevó a finales del 75 y estuvo dando
clase en varios campamentos, siendo controlado como poco afecto al régimen
hasta que en el 1988 desertó. Partió a pie hacia la zona marroquí, en una noche
de marcha guiado por las estrellas en la que cubrió 50 km. En los campamentos
dejó a su segunda mujer. Desde entonces vivió en Aaiún, después de prestar la
necesaria Bai’a al monarca, enseñando el Corán hasta que se
retiró hace un par de años a Sidi Caçem, donde vive con su tercera esposa y
parte de los 13 hijos que entre todas le han dado, sin más ocupaciones que la
de procurarle la baraka a los que, afligidos por enfermedades
y desdichas, acuden a pedírsela. Es un hombre con gran predicamento en su
vecindario.
Son las 4 de la tarde cuando empezamos a comer en ausencia de Mrabbi,
afanado en la reparación del coche. Mientras reposamos, nuestros amigos
ratoncillos se pasean sobre Sidelkom que ronca plácidamente en medio de la
sala.
A las nueve de la noche llama Mrabbi. Nos espera en casa del historiador
Tal Bajiar uld Mamina para de allí dirigirnos a casa de Chej Othman uld Chej
Abi Al Maahari, Consejero de la Presidencia y líder del partido al-Fadila que
quedó en cuarto lugar en las últimas elecciones presidenciales. Nos llevan a
una sala con 50 sitiales donde esperamos hasta que llega el dueño media hora
después. Subimos al piso superior donde unos sirvientes negros de constitución
hercúlea y pies como palas de aventar nos sirven una ensalada, los ya conocidos
jarrones de cabra añeja y un maru con carne riquísimo.
Acabada la cena, volvemos al piso de abajo donde Mrabbi ha preparado una
entrevista que grabamos a cámara fija. Le hago preguntas al anfitrión y él me
responde con otras. Es un santón con ascendientes muy venerados. A las 12 de la
noche, regresamos a casa.
Por la mañana, descanso general y té mientras arreglan la rueda del coche y
los últimos alifafes que le han ido saliendo a lo largo del camino. Acompañado
de Sidelkom nos encaminamos al zoco local con el Wali Aidara en su
destartalado Mercedes con todos los pilotos de emergencia encendidos reclamando
una urgente visita al taller. En el mercado hay una notable acumulación de
gente. En pequeños tugurios se vende de todo, en un lado la ropa de hombre, en
otro la de mujer, en otro zapatos. No apetece comprar nada, porque el sistema
es meterse en una de esas que pueden llamarse tiendas, sentarse en el suelo con
el/la dependiente, que suele estar tumbado/a en una estera y comenzar el trato.
Las mujeres siempre envueltas en sus melkfas que solo permiten
ver el rostro.
Después de comer, partimos hacia el enterramiento de Nur-al-Din, el héroe
de la guerra de Char Bubba, a 95 km. por la carretera de Rosso, sufriendo los
tediosos controles de policía. A la vuelta, después de una ducha reparadora,
vamos a cenar a casa de Tal Bajiar, que nos ilustra sobre la guerra de Char
Bubba con otro doctor que aparece más tarde, Hamaoullah Salem. Dos eruditos
conocedores del tema cuya conversación resulta muy interesante. Nos acompaña la
mujer de Tal Bajiar. El servicio recae en dos muchachitos de unos 12 años que,
acabada la cena acuden a recostarse en un extremo del sofá y se quedan
dormidos. Nos cuenta Mrabbi que son huérfanos que tienen prohijados para darles
educación. Él , amigo -y pariente- de ambos, no se acerca a saludar a la señora
ni a llegada ni a la partida. Yo lo imito. Terminamos a la 1,30 de la madrugada.
Durante el recorrido hasta la casa, caótico como siempre, vemos los comercios
abiertos y mucha animación por la calle. La gente vive de noche.
Quedamos en buscar un guía para salir mañana temprano.
Cambio de planes. El poeta, Ameddu uld Abd el Kader, que está en Rosso,
vuelve mañana y está dispuesto a acompañarnos a Walata.
La inactividad hace el viaje más pesado. Durante el camino no hay tiempo
para pensar, pero los días de descanso se hacen insoportables. Lo dilatado de
la ceremonia del té saharaui tiene su explicación. Turandot me ayuda un poco,
pero el viaje comienza a hacerse pesado y me estremece pensar lo que todavía falta.
Reparamos en un lagarto de mediano tamaño que sale por detrás de la tele,
atraído sin duda por las noticias de al-Yazira.
A las 4, hora de la segunda comida (la primera, que nosotros nos saltamos
habitualmente es entre 11 y 12), Mohamed, el fiel boy, nos sirve unos pollos
rellenos de hierbas con patatas fritas. Sobremesa yaciente. Los Recuerdos de la
Alambra pegan bien con el ambiente, aunque incrementen la melancolía.
A las 21,30 llega la cena: pescado con verduras. Mrabbi ha quedado con su
cuñado Sidati para cenar en su casa y no les ha dicho nada a los de la casa, lo
que supone que hay que cenar aquí y luego allí.
Sidati uld Mohandi uld Chej Mrabbi Rebbu, primo de Mrabbi y casado con su
hermana Buha, es un hombre agradable y educado que habla un francés excelente y
con el que mantengo una larga conversación. Tiene rasgos caucásicos y la piel de
un negro azabache. Me contó Mrabbi que muchos Cheik tomaban, la final de su
vida esposas o esclavas negras, por lo que algunos de sus últimos descendientes
eran de ese color, lo que no impide que se llevaran bien con los hermanos más
blancos. No distinguen a los negros por el color, sino por las facciones.
Negros son los de rasgos negroides, mientras que los de rasgos caucásicos, por
negra que sea su piel, son considerados blancos. No existen hijos ilegítimos, todos
tienen la misma consideración que los nacidos de las mujeres
"legítimas". El concepto de "blanco o negro" igual que el
de la procedencia, es exclusivamente patrilineal: el hijo de blanco es blanco,
aunque la madre sea negra y viceversa. La línea de descendencia es
exclusivamente masculina, de ahí el "uld" o el "ben":
Fulanito de Tal, hijo de, hijo de, hijo de. La madre no figura en la genealogía,
salvo en casos especiales de los grandes jeques.
En la sobremesa me hablan del Islam, la única doctrina cierta. El resto de
la humanidad se empecina en el error. Yo, que he confesado desde el primer
momento mi falta de creencia, soy bien recibido y mi talante -según dicen-, me
coloca a escasa distancia de ser musulmán. En casa de Sidati, cuya cocina
poblada de atareadas mujeres siempre veladas vislumbramos al pasar, nos dan una
cena fastuosa a base de pescado frito, y maru con Corbina y
verduras, todo regado con un licor parecido a la sangría llamado Bisam,
hecho con las flores de una planta de la familia del Ibiscus que crece a
orillas del Senegal. Se cuece y se bebe el agua de la cocción fría y azucarada
al gusto. Le atribuyen propiedades digestivas y terapéuticas. Es lo que en
Egipto se toma a modo de té y le llaman carcadé. Es una comida
exclusivamente para hombres. Las mujeres permanecen atareadas en la cocina o en
sus aposentos.
Al día siguiente, esperamos entre té y conversación, a que llegue Amedu.
Cuando por fin llama, son las 2 de la tarde y el dueño de la casa dice que
tenemos que comer y descansar. La hospitalidad mauritana es muy de agradecer,
pero ligeramente empalagosa.
Comemos a las tres y media y el poeta, Ahmedu uld Abdelkader de la tribu Idab Lahasen aparece a las 4.
Charla y discusión sobre el posible itinerario. Nos dice que ya se ha hecho
tarde y que mañana será otro día, que en el Sahara no hay que tener prisa, la
prisa acaba matando.
Aprovechamos para ir al zoco de nuevo con la intención de comprar unas
sandalias, pero se me revuelve el estómago ante el panorama y después de un
conato de trato, abandonamos. Compartimos el destartalado taxi de vuelta con
una señora que lo paga al enterarse de que somos Ma el Ainin en misión
religiosa. Vemos en la televisión de la casa lo grabado en los últimos días,
que no está mal. Las fotografías corren de mi cuenta. Mi maquina es elemental
pero suficiente. Gracias a ella conservaremos toda la documentación gráfica de
los morabitos visitados.
De cena, una parca ensalada para estar ligeros mañana. Hemos quedado con el
poeta para salir rumbo a Butilimint y visitar la tumba del Djin y otras en el
camino. Es la primera vez que oigo hablar del Djin, un ser fantástico de la
mitología semítica por el que más adelante sentiría gran interés.
TRANCO
XIV
10.
Febrero. Domingo.
Emprendemos
viaje a las 6,30 de la mañana, después de recoger a Ahmedu que nos espera en su
casa obsequiándonos con la tradicional leche de camella. Tomamos la carretera
después de "bautizar" el coche con la misma leche. Es un signo de
buena suerte imprescindible al salir de viaje. La mañana es fresca y a estas
horas el desierto se aparece en toda su desoladora belleza. A la vista solo se
ofrece alguna destartalada cabaña o un pastor que arrea a una punta de
camellos. La soledad de las arenas excusa cualquier conversación. A estas
alturas del viaje, el cansancio comienza a hacer mella en el ánimo y el
silencio es un buen reconstituyente. Hemos visitado unos cuantos
"santos" y confiamos en visitar otros tantos, con lo que el objetivo
que nos propusimos está razonablemente cubierto, pero el viaje es algo más. Es
un espacio que invita a la reflexión. Hemos visto gente de costumbres y formas
de vida diferentes. Hemos comprobado de primera mano -diría que en nuestras
carnes- las diferencias que existen entre los hombres sin más razón que la zona
geográfica de su nacimiento que los encadena, quizás de por vida, a una
cultura, a una forma de pensamiento y a unas creencias de las que difícilmente
se alejarán. Un mundo muy distante de nuestro bienestar, con frecuencia poco
reflexivo, donde la vida es dura y el porvenir incierto. Puede que eso explique
el hálito religioso que todo lo envuelve. Es una religiosidad de
manifestaciones externas que difícilmente podremos averiguar hasta qué punto
cala en la espiritualidad de cada uno, pero que dirige claramente toda
actividad social. El Islam es una fuerza poderosa. Nuestro interés es puramente
historicista y académico pero difícilmente puede mantenerse alejado de lo
religioso que impregna la vida del musulmán. Nuestros amigos lo saben y
respetan nuestra posición agnóstica. El Islam tiene, curiosamente esa vertiente
permisiva y respetuosa, siempre que no se cuestionen sus principios. Nos
movemos entre permanentes contrastes. Los que venimos de otros mundos
culturales estamos acostumbrados a "la globalización", pero es
difícil llegar a una conclusión sobre la bondad o perversión del término. Aquí
tiene poco sentido. Este es un mundo poco global, encerrado en sí mismo
alrededor de verdades incontrovertibles heredadas de su tradición.
Proseguimos
viaje para visitar dos cementerios, el de las Tres Santas y Sidi Falli, de Ulad
Daiman. Paramos a comer a 90 km de Nuakchot en un lugar conocido como Bucafa,
cochambroso y lleno de moscas y desechos. Nos sirven un arroz con carne y arena
en el que solo meto los dedos por elemental cortesía.
Pasando
por Aleg pinchamos una rueda. Descargamos los bártulos y nos disponemos a
cambiarla. La rueda de recambio, además de no tener aire, lleva una llanta
diferente a las del coche. Hay que cambiar la cubierta a una de las otras cuatro.
Nos indican un taller donde se comprometen a hacer la operación. Para elevar al
coche disponen de un sistema de palancas de madera y materiales de desecho
rudimentario pero eficaz. Dos "mecánicos", morenos y jóvenes,
estudian el problema sentados junto a una bandeja de té y por fin aceptan el
trabajo y el precio, tras un laborioso regateo con Sidelkom. Me estremece
pensar que hemos hecho todo el trayecto sin rueda de repuesto.
Nos
recomiendan un chamizo cercano donde aguardar a que termine la operación. Es un
lugar agradable a resguardo del sol. Una carpa de armazón metálico y retales
multicolores sobre una plataforma de hormigón anti-serpientes. Sacamos los
trastos y nos disponemos a hacer té. Un paisano se acerca a platicar con
nosotros e intercambiar noticias por té. Hace cuatro días allí mismo -nos
señala un edificio un poco más lejano- frente a una especie de
restaurante-bar-hotel que aún guarda las señales de los disparos, ametrallaron
a tres turistas franceses. No se sabe cuáles fueran las razones. El comando no
era de por aquí, a lo mejor terroristas o una venganza. La policía se llevó los
cadáveres y no se ha vuelto a saber de ellos, un hombre y dos mujeres. La vida
sigue como si tal cosa. Se está haciendo de noche cuando acaba la operación de
la rueda, pero ni se nos ocurre buscar posada en el lugar, así es que volvemos
a la carretera con el riesgo que entraña viajar de noche. Las manadas de burros
que circulan sueltos tienen una extraña predilección por el asfalto que
mantiene cierto calorcillo por la noche. Hay que circular con precaución. Es
habitual encontrarlos cómodamente recostados en medio de la carretera.
Llegamos
a media noche a Kiffa y nos alojamos en un hotel de aspecto europeo, dentro de
un pequeño oasis. Nos parece carísimo.
Ahmedu
se despide de nosotros para reintegrarse a los asuntos que lo han traído a
Kiffa. Su compañía ha sido un regalo y sus divertidos relatos sobre los Djins
del Imirikli darán lugar a un libro para jóvenes escrito al alimón con Marisa
López Soria[63].
Después
de una noche plácida y reparadora, salimos temprano rumbo a Nema. Paramos antes
de Aiún el Atrus, entre las dunas, para una colación ligera a base de gofio y
té de Sidelkom y nos alcanzan unos chicos catalanes con aspecto de
excursionistas primerizos que durmieron anoche en el hotel y van a Níger con
dos furgonetas cargadas de chiquillos. ¡A saber dónde acabarán estas criaturas!
En
el control siguiente, los guardias, se aperciben de que no llevamos seguro
(sacamos uno al llegar pero, o ha caducado, o no se lo dieron a Sidelkom o vaya
usted a saber). El amable agente que ha detectado la carencia nos lleva a una
aseguradora de un pariente para formalizar los trámites y poder continuar. Más
ugias al canto, todo se arregla a base de ugias.
A
unos 25 km de Nema, ya oscureciendo, tomamos una pista que después de 20 km de
acacias espinosas que amenazan de continuo con cerrarnos el camino, nos lleva
al campamento de otros parientes, los Beni Baba. El lugar, de construcciones
elementales de adobe y chamizos parece desierto, pero enseguida comienza a
poblarse de sombras fantasmales cada una con su linterna de carga solar. Se dan
a conocer los compañeros y aparece el Chej, Turad uld ben Adrami (Babba) uld
Chej Mohamed Fadel, tuerto de un ojo y medio ciego del otro que nos saluda
ceremonioso sin distinguir a tirios de troyanos y nos conduce a la chabola de
recepciones donde, en nuestro honor, encienden una escuálida vela y nos regalan
con la tradicional leche servida en pringosos vasos de plástico decorados
profusamente de cagadas de mosca.
Después
de dos horas de espera en las que, al amor de las interminables conversaciones
y del calorcillo lleno de vapores corporales que impregna la estancia, me quedo
durmiendo varias veces y soy despertado discretamente por Mohamed Maelainin
cuando empiezo a roncar, cosa de vidente mala educación. Al cabo del rato nos
sirven un arroz blanco con carne de cabra. Más conversaciones, más cabezadas,
hasta que ya cerca de la una de la madrugada sacan el cuscús de cebada y una
pata de camello. A esta segunda cena ya no hay que hacerle tantos honores.
Dormimos
en la sala común, sobre las mismas colchonetas en las que hemos caído a la
llegada, en medio de la oscuridad solo matizada por la escuálida vela del
rincón. Sólo abandonamos la estancia para aliviar las elementales necesidades
en un agujero que las deglute con voracidad, detrás de una tapia.
TRANCO XV
Nema-Walata
12. Febrero. Martes.
Al
alba, un moderado desentumecimiento y salimos a otear el panorama. Las rusticas
edificaciones de adobe sin revestir se esparcen en medio de la arena roja y
entre ellas circulan pequeños grupos de cabras, borriquillos enanos y alguna
vaca despistada que busca la difícil pitanza entre la gente. Bandadas de
gallinas escarban afanosas a la búsqueda de un gusano desafortunado. Frente a
nuestra casa un matarife degüella entre un enjambre de moscas, sobre el tocón
de un árbol, una cabra añeja sin duda destinada a nuestro agasajo.
Comienzan
a llegar parientes que nos acompañan en el desayuno de leche y té hasta que el
sol del amanecer, benigno y suave, comienza a hacerse enfadoso. Los niños
descalzos y con el culo al aire van asomando sus caritas morenas y curiosas a
la vista de estos nazarani que les resultan extraños.
Con
Walata, Chinguetti y Azugui, Nema es de las ciudades que ha sobrevivido al
embate del tiempo de entre las más de veinte fundadas por los Banu Hassan a
partir de su llegada a la zona en el S. XIII. Es la capital del Hod Oriental y
del departamento de su mismo nombre, reuniendo una población de unas 200.000
personas. Los habitantes son mayoritariamente de ascendencia árabe, aunque hay
núcleos de población fulani y bambara. Es un punto de paso para Mali y ruta
caravanera hacia Walata.
A
las nueve de la mañana aparece el boy con la jofaina de plástico y la
tetera a juego para el lavatorio de manos que anuncia la comida: jarretes y
costillas de la misma cabra que hemos visto desollar de madrugada, en un
estofado con patatas que resulta extemporáneo pero sabroso.
El
ritual de la comida siempre es el mismo: el sirviente deposita, sobre un mantel
en el suelo una gran fuente con el condumio, generalmente los jarretes y
costillares descritos. Luego se acuclilla junto a ella y con una primitiva
navaja que saca de algún ignoto pliegue de su escasa vestimenta y va cortando
pedazos de carne que reparte entre los comensales. Cuando estos se consideran
saciados, se retiran ligeramente, manteniendo en el aire sin tocar cosa alguna,
la pringada mano derecha con la que se han servido ayudados de trozos de pan repizcados
del común. El boy, cuando
todos han terminado, engulle discreta y apresuradamente los trozos de carne
sobrantes. Luego pasa de nuevo el servicio de lavatorio para manos y boca.
Acabado
el ceremonial, salimos en dos coches para visitar el morabito de Mohamed Fadel,
que representa el hito final de nuestro viaje. Está situado a unos 50 km al SE. de Nema,
pasando por una difícil pista entre taljas espinosas y trampas de arena. La
comitiva se ha ido engrosando con otros coches cuando se ha corrido la voz de
nuestra presencia. Se trata de un famoso lugar de peregrinación. Mohamed Fadel
uld Mamina es el fundador de la gran tribu que se extiende por Mauritania,
Senegal y Mali que también incluye la de su hijo Chej Ma El Ainin ubicada
básicamente en lo que fue el Sahara Español.
Al
llegar por fin al morabito la caravana se compone de cinco coches. Se procede a
los rezos y abluciones de rigor. Mrabbi deja junto a la tumba, como exvotos,
unos cuantos libros editados por su fundación y Mohamed Ma el Ainin la
fotografía de una nieta que tiene con un ligero retraso, logrando así el
objetivo fundamental de su viaje que se nos desvela por fin. El santo sabrá
proceder de la forma más conveniente.
Chej
Mohamed Fadel uld Mamina fue uno de los personajes más importantes en la
historia reciente de las tribus del Sahara, tanto por la suya cuanto por las de
sus sucesores, especialmente sus hijos Chej Saad Buh y Chej Ma El Ainin, el
último de los grandes fundadores de tribus del Sahara Occidental.
Su
vida transcurrió nomadeando por toda la zona del Hodh, al norte del río
Senegal. Pertenecía al Ahel Taleb el Mojtar, fracción Taleb Mohamed considerado
descendiente de los cherif idrisies y se ufanaba de poder contar las 35
generaciones que lo separaban de Alí, yerno del Profeta[64].
Su ascendencia pasa por Sidi Iaia, un importante personaje de los Chorfas que
poblaron el Sahara, conocido por El Tadli (el grande) que vivió hacia el S. XIV
y fue el fundador de una serie de linajes nigerianos de gran prestigio.
El
Chej nació hacia 1780/1194, destacando por sus cualidades y estudios que, según
la tradición hizo con Sidi Mojtar el Kunti, seguidor de la cofradía Quadiriya de la que había hecho una derivación, La Mojtaria, de la que se
separó a su vez Mohamed Fadel creando la suya propia, La Fadelia.
Tuvo
una familia de cuarenta y ocho hijos y cincuenta hijas, llevó una vida llena de
piedad dedicada al rezo, al cuidado de sus rebaños y al comercio caravanero.
Compuso varios tratados de teología, aunque progresivamente su prestigio y el poder
alcanzado por su cofradía fue despertando los recelos de los Kunta hasta el
punto de que tuvo que emigrar hacia occidente durante unos años para evitar el
conflicto armado, al cabo de los cuales pudo regresar. Su hijo Chej el Jalifa
fue su lugarteniente y consejero durante esos tiempos de tribulación, mientras
otro de sus hijos, Chej Saad Buh se instalaba en el Adrar Sutuf y más tarde
entre los Traza. Otro de sus hijos, Sidi El Jeir se quedó en Walata, Hadrami en
el sur y Chej Ma El Ainin fue enviado al norte, quizás la zona más pobre y
desértica, pero que habría de convertirlo en el más famoso de todos ellos y el
que tendría, por derecho propio, un relevante lugar en la historia del Sáhara.
El
morabito donde reposa Chej Mohamed Fadel es de considerables dimensiones bien
cuidado por sus familiares y deudos, al frente de los cuales se encuentra el
Chej Turad uld Ben Adrami (Babba), Uld Chej Mohamed Fadel.
Dicen
que la arena que el viento acumula en el interior de la construcción, bajo el
túmulo cubierto de telas preciosas, está bendita por la proximidad del santo y
tiene poderes taumatúrgicos. Muchos visitantes guardan un puñado para colgarlo
del cuello de los animales enfermos, tradición que recoge Emile Dermengheim en
su obra Le culte des saints.[65]
Intentamos
salir para Walata, pero los parientes del Chej se empeñan en regalarnos con
otro refrigerio, afortunadamente leve esta vez. Cuando por fin nos ponemos en
marcha, nos damos cuenta de que no tenemos agua ni pan y desandamos lo andado
para comprar provisiones y a las 4 de la tarde por fin tomamos rumbo a Walata.
Es una pista con tramos muy malos de arena donde nos atascamos varias veces.
Nos faltan unos 20 km. para llegar cuando empieza a oscurecer, pero entonces
hay que pararse para hacer té y rezar, así es que el último tramo lo cubrimos
de noche y con muchas fatigas. La pista, en medio del desierto, es difícil de
seguir. Llegamos ya de noche a las primeras construcciones de Walata.
Comenzamos a dar vueltas por el pueblo invadido de arena hasta que damos con el
puesto de la gendarmería. Después de hacernos esperar una hora, se quedan con
los pasaportes y nos dicen que volvamos mañana a por ellos.
Aprovechamos
para documentarnos sobre Walata recurriendo al magnífico libro Las ciudades perdidas de Mauritania[66], y averiguamos que fue declarada Patrimonio de
la Humanidad en ese mismo año. Su leyenda fundacional se remonta a la época
Omeya y en concreto a Uqba ben Nafi, de los Banu Firi, un clan conectado con
los quraisies, que inició la conquista del Magreb imponiendo la fe islámica en
toda la zona que abarca hoy en día el oeste de Argelia y parte de Marruecos.
Constituye un punto de encuentro entre el mundo arabo-bereber y el mundo negro,
por lo que su espectro cultural es una mezcla de ambos, mientras el político ha
ido cambiando en función de las vicisitudes del territorio, hasta que en 1942/897,
después de una serie de conflictos religiosos fue separada de Mali y anexionada
a Mauritania. Ibn Batutta visitó la ciudad en 1352/753 y cuenta que estaba
habitada por bereberes masufa. La ciudad sufre un acelerado proceso de
deterioro y la arena del desierto va apoderándose lentamente de los muchos
edificios en ruinas. La mezquita, alrededor de la cual se extiende la ciudad
como es costumbre en todas las del Islam -igual que en la cristiandad alrededor
de iglesias o catedrales-, se ha derrumbado varias veces y otras tantas ha sido
reconstruida. Se yergue sobre las ruinas de las antiguas, siguiendo la antigua
tradición mauritana de edificar una nueva casa cuando la antigua es sepultada
por la arena. Otra de las peculiaridades de las casas watasies es que servían
también de almacenes para las mercancías que eran el objeto de transporte de
las caravanas, lo que explica la ausencia casi total de ventanas y los altos muros
con aspilleras que protegen las terrazas.
La
característica de las viviendas watasies es la decoración profusa que se
muestra en especial en la entrada de la casa, tarea encomendada a las mujeres,
generalmente con motivos cruciformes que encuadran piedras lustrales usadas
para las purificaciones rituales[67].
Dormimos
en un albergue sin agua ni luz. Es una gran explanada preparada para que los
turistas puedan plantar las tiendas, rodeada por un muro al que se adosan
pequeños habitáculos abiertos a la plaza. En las fotos, la ciudad es muy
bonita, con sus típicas construcciones de almagra decoradas con pinturas
murales, vista de cerca es otra cosa. Arena y suciedad por doquier. Para colmo,
la rueda de repuesto que colocamos en lugar de la buena amanece pinchada. Sidelkom
el paciente, dice que todo va bien, Hamdulilá y gracias a Dios. Saca su Corán y
se sumerge en la piadosa lectura.
El
periodo más floreciente de Walata tuvo lugar en el S.XV con la llegada a la
ciudad numerosos sabios procedentes de Tombuctú huyendo de los desórdenes y de
la guerra. Entre ellos se encontraba Sid Ahmed al-Bakai, nacido en la Sakia
el-Hamra (la acequia roja que dejamos en Aaiún, cuando visitamos el palmeral de
Lemseid, propiedad de la familia Ma el-Ainin).
Vienen
los policías del control a buscarnos. Llegamos a la sencilla garita en que se
encuentran instalados y, después de media hora de conversación con Mrabbi, nos
devuelven los pasaportes y salimos en busca de la tumba de Sidahamed el Bakai,
el padre de los Kunta. Es un morabito sencillo, de adobes, como todas las
edificaciones de la ciudad. Nos advierte un amable guía que según dice lo
fue también de J. Corral, el autor de otro magnífico libro sobre la zona: Ciudades de las caravanas[68], de que no nos acerquemos demasiado.
El
morabito está situado al
norte de la ciudad, en la vertiente opuesta al poblado, separado por el cauce
que discurre al pie de la montaña, en el lugar que según la tradición pasó su
primera noche en la zona. Es cuadrado y rudimentario, de atobas revestidas de
arena roja y lugar de incesantes visitas, pero vedado rigurosamente a los no
creyentes, que no deben traspasar siquiera el cauce seco. Cuando nos acercamos
al cauce, desde la otra orilla, los fieles que se encuentran en el morabito nos
hacen expresivos gestos señalando la garganta de que nos retiremos, lo que
hacemos muy gustosos. Nos contentamos con el documento gráfico de nuestro buen
amigo Mahayup Salek que en su día sí tuvo acceso al morabito.
Sidi
Ahmed al-Bakkai, fue hijo de Sidahamed el Kunti, el fundador o uno de los
ancestros de la tribu Kunta. Proporcionó un periodo de gran esplendor a la
tribu de los Kunta[69]. Según esa tradición, murió a la edad de 100
años, en 1514/920. A finales del siglo XV o principios del XVI habría llegado a
Walata procedente de la Saquia el Hamra, huyendo de desórdenes o en busca de
tierras vírgenes que evangelizar. Según la leyenda, llegó a la ciudad de noche,
y se detuvo a acampar en la rambla, donde abundaban leones y leopardos que no
le atacaron. Hizo su entrada en la villa a la mañana siguiente entre grandes
aclamaciones. Las gentes atribuyeron a algún procedimiento milagroso que
hubiera podido sobrevivir en medio de aquellas fieras.
Acerca
de su sobrenombre al-Bakkai, “el lloroso”, se dice que, tras haber olvidado cierto
día una de sus oraciones, lloró de arrepentimiento el resto de su vida expiando
su falta. Camille Douls en su libo Il
Finto musulmano[70],
relata que oyó hablar de él como “el hijo de un gran sheriff del Adrar”.
Proponemos
dar una vuelta por el pueblo, reparar la rueda y comprar agua. Cuando nos damos
cuenta, el coche que al parecer ha adquirido vida propia, corre velozmente por
la pista de vuelta a Nema. Nos clavamos varias veces en la arena, alguna de
ellas con malas perspectivas. Con penas y fatigas, descargando el coche,
deshinchando un poco las ruedas y empujando, logramos salir todas ellas.
Hemos
recorrido unos 25 km cuando se acaba el gasoil del primer depósito y tenemos
una avería eléctrica que impide funcionar al segundo así es que nos quedamos tirados
a las 11 de la mañana en medio del desierto bajo un sol implacable. Por suerte
vamos provistos de una garrafa de 10 litros de agua para el imprescindible té, amén
de gofio y frutos secos. Me acuden a la imaginación las lecturas de personajes
perdidos en el desierto y rescatados al cabo del tiempo después de haberse
comido las suelas de los zapatos y bebido el agua escasa de las raíces de las
plantas. A las 6 de la tarde pasa el primer coche, cuyo conductor nos dice que
a media tarde salió un transporte de Nema que nos puede proporcionar gasoil. No
hay más remedio que esperar.
Aparecen
en escena, simultáneamente, un pastor que surge de la nada y el coche de
transporte anunciado. Al primero, Sidelkom le encarga cabrito después de un
laborioso trato. El hombre desaparece en la lejanía y vuelve al cabo del rato
con el animal, algo renuente, de reata. Al segundo, que va en dirección Walata,
gasoil. Mohamed Ma el Ainin, con un bidón, se va con ellos para el encargo que
llevará sus buenas dos horas. Mientras unos matan, desuellan y trocean al
bicho, los demás recogemos leña por los alrededores.
Cena
alrededor del fuego sobre el que se ha cocinado el animal. A las 12 de la noche
nos ponemos en marcha para Nema. Son las tres de la mañana cuando encontramos
un sitio adecuado para dormir cara a las estrellas, a las afueras del pueblo.
Bendito saco, hace un frío que pela.
TRANCO XVI
Nema-Nuatchott
14.
Febrero. Jueves.
El
amanecer en el desierto nos encuentra sobre la mullida arena roja empedrada de
cagadas de vaca, camellos y cabras. En la oscuridad de la noche, habíamos
elegido la vecindad de un pozo que está rodeado de una extensa porción de
tierra llena de excrementos de los animales que aguardan turno para beber. Eso
hace que cuando las lluvias llegan -que tarde o temprano llegan- los
microorganismos sean arrastrados por el agua contaminando el pozo.
Dormir
en el desierto es una experiencia impactante que descubrí hace ya años en el
Tiris, en mi primera excursión a la tumba de Chej el-Maami. La oscuridad cae
rápidamente y de pronto ya es noche cerrrada. Hay que recurrir a las linternas
si no se ha encendido fuego. Hacia media noche, como si se descorriera un telón
gigantesco que mantenía las estrellas ocultas, aparecen en todo su esplendor.
El viajero que reposa, el rostro contra el cielo, se siente invadido por su
propia pequeñez y se pierde en reflexiones acerca de la belleza y profundidad
de ese mundo sobre el que con frecuencia se pasa de forma inconsciente. Momentos
así son suficientes para llenar de contenido el viaje.
Mis
compañeros, como cada mañana, rezan piadosamente genuflexos sobre la blanda
arena, luego salimos hacia Nema en dirección a Kiffa. Paramos a reparar la
rueda y a tomar un parco desayuno de nuestras alforjas en uno de los pueblos
que atravesamos de tarde en tarde.
Concluida
la operación con éxito, viajamos durante todo el día por la carretera que
atraviesa el desierto, salvo un pequeño alto para un poco de leche y té, hasta llegar
al mismo hotel de Kiffa donde estuvimos hace tres días, El Emel (la esperanza).
Una ducha, una rápida colada y el mundo parece diferente. Las habitaciones
están organizadas alrededor de un patio central, lo que le da un aire de motel
americano. Lástima que la escasez de agua y la abundancia de arena impide
cualquier conato de verdor. Una talja raquítica sobrevive en el centro del
patio, junto a un banco de colorida cerámica. Este es un lugar privilegiado en
medio del secarral. Estremece pensar cómo viven los que, ni de lejos, tienen
acceso siquiera a este mediano confort. Por supuesto, no hay cobertura
telefónica y la corriente eléctrica, a base de generadores, no siempre
funciona.
Salimos
en dirección Nuakchot y después del medio día llegamos a Sangrafa. Es el desvío
para Tyjicha, el palmeral en el que fue asesinado Coppolani. Hacemos alto en un
chamizo cubierto con retales de tela, lugar de reposo para viajeros, y Mrabbi
contacta con alguien por teléfono que le informa de que hasta Tyjicha nos
quedan 260 km. con algunos trozos de pista en malas condiciones. El palmeral,
según las referencias, podría ser interesante, pero la dificultad es demasiado
grande. Tyjicha (تجكجة), la capital de la región de Tagant, fundada en 1680,
tiene una población de alrededor de 6000 habitantes. Es una ciudad conocida por
sus palmeras y su arquitectura popular que nos hubiera gustado visitar, pero no
estamos en condiciones de hacer el esfuerzo necesario.
Por
la documentada reseña de Cécile Frébourg en Revue
française d'historire d'outre-mer[71]nos
enteramos de que Dominique Coppolani fue el auténtico fundador de Mauritania.
Aunque nacido en Córcega de una familia de humildes pastores analfabetos, tuvo
la suerte de asistir a una escuela benéfica y se dedicó desde muy joven al
estudio del árabe y de todo lo que tuviera relación con el mundo islámico en
Constantina, donde se trasladó a vivir con su abuelo materno que residía en esa
ciudad. Nombrado secretario de la comuna de Ued Cherg, inició su carrera como
funcionario y administrador de varios municipios de Argelia hasta que fue
enviado por el gobierno a organizar el protectorado francés en el Hodh,
proponiendo en 1899 la creación en aquel territorio de una entidad a la que
denominó Mauritania Occidental. Mauritania fue proclamada territorio civil en
octubre de 1904/1322 y Coppolani Comisario General del gobierno. Después del
Hodh, organizó el territorio de Tagant y pretendía continuar unificando la
gente del Adrar según su política de pacificación y negociación con las tribus
locales, pero un fanático acabó con su vida a los 39 años en el palmeral de
Tyjicha.
Optamos
por el prudente regreso a Nuatchott. Son 1000 Km. de desierto sin apenas
cruzarnos más que con alguna punta de camellos o un enorme camión de los que
llevan mercancías desde Nuadibú a Nema. Algunos, según nos cuenta uno de los
conductores en una parada, vienen desde Marruecos en un viaje que les lleva dos
días en los que se turnan dos o tres conductores. Suelen ir abarrotados y con
frecuencia con gente apiñada sobre las mercancías, aferradas como pueden y
tapadas hasta los ojos para evitar las nubes de arena. Tanto los conductores
como los pasajeros, nos saludan alborozados al cruzarnos con ellos, como si
estuviéramos en una excursión dominical.
Llegamos
a Nuatchott cansados y hambrientos, con el ánimo justo para derrumbarnos en
nuestros rincones de dormir en compañía de nuestros amigos roedores.
TRANCO XVII
Nuatchott
16. Febrero. Sábado.
Día de reposo para arreglar parte de los desperfectos del coche, que van
haciéndose crónicos y nos persiguen como una maldición.
Nos invita Sidati a su casa. Ha convocado a parientes y amigos, hasta ocho
o diez personas, todos varones. Las mujeres están afanadas en la cocina según
entrevemos al llegar a la casa, por la puerta entornada. Nos distribuimos en
una amplia estancia, un chico joven nos trae una bandeja con pequeños vasos de
té espumoso y entre conversaciones y noticias familiares esperamos a que se
coloque el mantel en el suelo y aparezca de nuevo el muchacho de catorce o
quince años (quizás un hijo de Sidati o un pariente) con la jofaina y la tetera
de agua para el lavamanos, luego una enorme fuente de maru con fruits
de mer, una especie de paella que comemos haciendo bolitas con la mano
derecha. Lavamanos posterior a la comida y pasamos al momento del té. Nos
recostamos en los cómodos sofás que rodean la habitación y comienzan las
divagaciones sobre los temas habituales: noticias de la familia, de la
situación política, las novedades sucedidas aquí o en Marruecos, el relato de
los últimos viajes de Mrabbi como Cónsul Honorario de Burguina Faso, de donde
acaba de regresar. Las interminables conversaciones alrededor del té pueden
ocupar muchas horas para unas personas que no parecen tener otra cosa mejor que
hacer. Sidati me dedica su atención y mantenemos una animada charla. Me repite
la idea que ya me había expresado en nuestra última conversación de que en el
Corán se encuentra toda la explicación del mundo, el pasado, el presente y el
futuro. No hay nada que se escape al conocimiento del Libro Sagrado. Adivinar
el pasado no tiene mucho misterio, pero también anticipa que el hombre haría
viajes espaciales cuando relata el viaje del Profeta a lomos del caballo Borak.
Le argumento que eso son tradiciones imaginativas recogidas en el Corán[72]
Claro que yo he leído una traducción en castellano y el auténtico Libro
solo se puede leer en la lengua sagrada, que es el árabe. Dios creó al Hombre
en un rapto de su infinita magnificencia y, a pesar de que conoce perfectamente
cómo y de qué manera ha de realizar todos los actos a lo largo de su vida, lo
dotó de libre albedrío, de manera que puede obrar según su libertad le
aconseje. No existe la predestinación (esta idea parece no estar muy clara,
pero la cortesía me impide rebatirla de forma demasiado severa). Apunto,
tímidamente, que para mí fue un gran descubrimiento la obra de Darwin y que la
parte de mis estudios de Historia que más me ha interesado es la Prehistoria
porque me he aclarado muchas cosas sobre el pasado de mi especie, su función en
este mundo y su previsible futuro, incluidos los recientes descubrimientos de
nuestros antepasados de hace cinco o seis millones de años y el descubrimiento
del ADN mitocondrial que se transmite exclusivamente a través de las hembras. Esto
parece no gustarle demasiado. Argumenta que nada de eso es cierto, son
elucubraciones de científicos materialistas faltos de fe. Apunto los últimos
descubrimientos de Arsuaga, Bermudez de Castro y Carbonell en Atapuerca, la
constatación científica del Homo Antecesor de hace más de un millón de años,
los espectaculares avances de los medios de datación y otra serie de argumentos
que escucha en educado silencio para decirme a renglón seguido que todo son
especulaciones de científicos cegados por el orgullo que desafían el plan
creador de Dios. Acabo aceptando que la discusión entre fe y ciencia es estéril
y reconociendo que tiene razón. Difícilmente llegaremos a un acuerdo sobre “de
dónde venimos”. Quizás podríamos estar más de acuerdo sobre “a dónde vamos”:
coincidimos en que, en el curso de su caminar, la humanidad ha trascendido la
pura evolución genética y está en condiciones de dirigirla en el sentido que
decida. Otro asunto es que los 7.500 millones de seres que la componen lleguen
a un acuerdo para conducirla en la dirección más adecuada.
Me vienen a la memoria unas letras de Marina Garcés: El camino del yo al nosotros no es lineal, como pretendería la sociología que estudia las relaciones individuo-sociedad, ni dialéctico, como establecen algunas filosofías modernas. Más bien se trata de una tensión nunca resuelta, sin principio ni fin. Cualquier yo, incluso en las sociedades más individualistas, parte de los nosotros que le vienen dados: la familia, la lengua, la educación, determinados grupos sociales y territoriales, costumbres, hábitos, estilos…[1]
Nos despedimos entre abrazos y expresiones de gratitud.
Me vienen a la memoria unas letras de Marina Garcés: El camino del yo al nosotros no es lineal, como pretendería la sociología que estudia las relaciones individuo-sociedad, ni dialéctico, como establecen algunas filosofías modernas. Más bien se trata de una tensión nunca resuelta, sin principio ni fin. Cualquier yo, incluso en las sociedades más individualistas, parte de los nosotros que le vienen dados: la familia, la lengua, la educación, determinados grupos sociales y territoriales, costumbres, hábitos, estilos…[1]
Nos despedimos entre abrazos y expresiones de gratitud.
Hace un viento caliente durante todo el día -l'armatam- que resulta
insoportable en la calle. Nos acogemos al resguardo de la casa, en la acogedora
semioscuridad de nuestro salón-dormitorio. Me entretengo leyendo la
documentación sobre la guerra de Char Bubba facilitada por Taleb Ajiar. Es el
borrador de un libro que aún no ha publicado y que contiene datos
esclarecedores sobre un tema muy controvertido. Al final de la tarde nos
visitan Sidati y otra serie de amigos y la pasamos viendo las imágenes tomadas
por nuestro cámara. Hay suficiente material para hacer un reportaje que
justifique el viaje. Sidati nos cuenta la situación del POLISARIO que se
percibe desde aquí. Volvemos a recordar las mismas cosas, cada uno cuenta sus
experiencias y no se llega a ninguna conclusión, salvo la penosa situación de
los que se encuentran en la hamada. Gracias a los teléfonos móviles, la
comunicación es ágil, las noticias vuelan por el desierto y todos están bien
informados. Los canales de comunicación funcionan perfectamente y el muro que
separa a marroquíes y saharauis es permeable. Los contrabandistas funcionan con
impunidad. Conocen bien los extensos campos de minas y evitan las rutas
peligrosas. Es un estatu quo que se ha hecho endémico y
mantiene prisioneros a unos dentro y a otros fuera.
Aparece Chej el Uali Aidara, al que apodamos “la rueda” desde que nos la
reventó pasando sobre un trozo de hierro en la ruta de Nema. El coche está
reparado. Tenía los bulones de una rueda rotos y no sé cuántas cosas más. El
arreglo ha costado un dinero que acaba con las reservas de Sidelkom. Mrabbi nos
propone viajar a Atar, aunque al coche le falta cambiar el aceite del motor.
Otro día de reposo.
A media mañana Chej el Uali Aidara trae el coche pero el motor de arranque
sigue sin funcionar. Vuelta al mecánico. Sidelkom y Mohamed anuncian su
intención de quedarse en casa mientras nosotros vamos a Atar. El mecánico
necesita su tiempo. Mohamed Lamin nos propone una excursión al puerto para
comprar pescado. Hace ramadán los lunes y jueves y le apetece una cena
suculenta. El ramadán consiste en no comer durante el día para compensarlo por
la noche.
El espectáculo del puerto es impresionante. En medio de una suciedad
indescriptible, sobre toscas mesas construidas con desechos, hombres y mujeres
"procesan" la pesca del día. Los restos van amontonándose en recipientes
o en sacos y bolsas de plástico entre la peste de los detritus y las cabras que
circulan entre ellos y se han adaptado a comer restos de pescado. Abundan las
grandes corvinas, los lenguados y los pargos reales. Julián hace algunas tomas
entre los gritos airados de los pescadores y los gestos pudibundos de los
hombres que cubren con sus anchas darrás a las mujeres.
En medio de la baraúnda encuentro cobertura (el teléfono da muchos
problemas) y logro hablar con casa para trasladar una tranquilidad que no
siento.
TRANCO XVIII
Nuatchott-Atar
19. Febrero. Martes.
Poco
después del amanecer Mrabbi toca diana. Liamos los bártulos precipitadamente y
cuando estamos listos para salir, Sidelkom manda hacer té. Paramos el coche y
volvemos a la casa. A las 9 aparece Mohamed con el desayuno y el hermano de
Mrabbi, Vidi, que ha decidido acompañarnos. Pasamos por el electricista porque
hay algún problema con los faros del coche, luego es preciso acudir a la
embajada de Marruecos. Debemos hacernos con el permiso para filmar en
Mauritania que debía haber llegado hace quince días. Salimos pasado el mediodía
en dirección Atar. Hace un calor asfixiante en la carretera que atraviesa el
desierto. El irifi reparte las ráfagas de arena como si
de una espesa niebla se tratara.
A
unos kilómetros nos detenemos junto al monumento conmemorativo de la batalla
que se dio entre la resistencia mauritana y los invasores franceses. El
profesor de la universidad de Nuakchot, Taleb Bajiar ben Chej Mamina recoge con
precisión el hecho en su obra Chej
Ma El Ainin, Ulemas y Emires frente al colonialismo europeo[73]. Mohamed FadeL (Vidi), que es hombre estudioso, nos la
relata con todo detalle: En el mes de Agosto de 1932/1351 la administración
francesa del territorio tuvo noticias de que se preparaba un gazzi[74] contra
Traza.
El jefe de los meharistas de la zona aprestó un destacamento para interceptarlos que salió en su busca el día 18, pero los resistentes les prepararon una emboscada en un bosquecillo de árboles de Fernán, en la que fueron masacrados. En la batalla murió el hijo del Presidente de la República francesa, a la sazón Mac Mahón, lo que tuvo gran eco en la prensa mundial y gran impacto en la opinión pública europea que comenzaba a plantearse el fin de la era de las colonizaciones.
El
gazzi estaba compuesto por unos cien
hombres de Ulad Delim y 20 de varias
tribus del norte, Arosíen y Ait Lahsen. Lo mandaba Sidi ben Chej ben Larusi,
que murió en la refriega, con Brahim Salem ben Moisan y Sidi Ahmed ben el Cori
ben Alí como lugartenientes. El encuentro fue feroz y los muertos y heridos
numerosos en ambos bandos. Por la parte francesa, además del joven teniente
Mahón, cayeron más de 40 hombres: 6 oficiales franceses, 10 tiradores
senegaleses, 30 gumiers y 10 camellos. Los resistentes tuvieron 11 bajas de
Ulad Delim, 1 de Ulad Bu Sbaa, 2 de Ulad El Lab, 1 de Ergueibat Suaad y otro de
Izarguien.
El
botín de los Ulad Delim fue grande: más de 50 camellos con sus monturas, una
ametralladora transportada a lomos de mehari, además de otros enseres, fusiles
y munición en abundancia.
Los
muertos franceses fueron enterrados “in situ”, pero cuando las tropas francesas
se retiraron de Mauritania, acabado el periodo colonial, los cadáveres fueron
exhumados y repatriados, algo parecido a lo que se hizo en la "Operación
golondrina" con los muertos españoles del Sáhara Occidental.
El
monumento está situado a unos 85 km. de Nuakchot en dirección a Akjouit y Atar,
en medio de un desierto de fina arena blanca que el viento maneja
caprichosamente dándole una apariencia de niebla agobiosa y permanente.
Es
zona frecuentada por gentes de Idecom y Berical-la, dos tribus zwaia que
comparten un origen común. Ambas la recorren en búsqueda de pastos tras la
época de lluvias.
Nos
detenemos en Akjoujt, capital de la zona minera, a unos 250 km. de Nuatchott,
en casa de unos amigos de Vidi que
tienen ¡Oh lujo! Aire acondicionado instalado y sufragado por la compañía
minera. La ciudad es un punto importante en la industria de oro y cobre.
Nos
agasajan con dátiles de los que abundan en la zona, adobados, sin hueso y con
nata de camella, luego una fuente de tallarines de arroz con carne. Siguen a
rajatabla las reglas de la hospitalidad mauritana consiste en dar de comer al
viajero cada vez que manifiesta intención de emprender viaje.
Seguimos
ruta hacia Atar (طا), donde nos alojaremos en casa de Vidi, el hermano de Mrabbi.
La casa está situada en el centro de la ciudad-pueblo, en un conjunto de
pequeñas edificaciones iguales: alrededor de un pequeño patio de tierra lleno
de restos variados, dos o tres estancias alfombradas que sirven de
comedor-estar-dormitorio. En las adyacentes a la que nos alberga se entrevén
sombras de lo que se supone mujeres y algún niño que asoma los ojitos curiosos.
La ciudad, en medio de la desolación del desierto y es la puerta de
entrada para Uadan y Chinguetti.
En contraste con la pobreza de los edificios, se alza una espectacular mezquita que data de 1674/1085. De cena, más dátiles del Adrar Tmar con nata, carne de cabra, ensalada variada y arroz con carne, luego a dormir en el amplio recinto de sofás según la preferencia de cada uno.
Partimos
al alba rumbo a Chinguetti, a 80 km. Una pista que atraviesa grandes montañas
por unas gargantas impresionantes.
Visitamos las bibliotecas que guardan los antiguos manuscritos en los que se condensa la historia y la religión desde los tiempos fundacionales. Damos un paseo por un curioso mercadillo turístico donde somos recibidos con el asombro de los visitantes poco ocasionales y después uno de nuestros acompañantes nos lleva a su casa. Nos ofrece más dátiles (estamos en el Adrar Tmar, el de los dátiles) y cabra cocinada. Unas moscas que compensan su escaso tamaño con la persistente insistencia, participan en el festín activamente. Tomamos los tres tés saharauis y cuando decidimos marchar, aparece una fuente de arroz con más cabra, que hay que comer "por protocolo". Aprovecho que hay cobertura para llamar a casa, dar las últimas noticias y asegurar que el viaje toca a su fin.
Chinguetti[75],
que fue la capital religiosa y cultural de Mauritania, está situada en las
altas planicies centrales de Adrar, a 90 km. al este de Atar y a 120 km. al
suroeste de Uadan, a 630 m. de altitud sobre el nivel del mar.
Su principal edificio conservado es la mezquita, emplazada en el centro del barrio antiguo. En ella se reunían cada año los fieles de todo el adrar que iban a participar en la peregrinación a La Meca. Su construcción se atribuye al S. XVI, aunque ha sido destruida y rehecha varias veces.
Después
de dos horas de buena pista, a media tarde damos vista a Wadan, (وادان) la
ciudad de los dos ríos, el de las palmeras y el del saber, a 260 km de Atar. La
ciudad está en el centro de un gran oasis, una isla de verdor en medio del
inmenso desierto. En la parte alta está la población antigua y los restos de
época almohade. Las edificaciones posteriores van desparramándose hacia el
valle que entorna el cauce del ued [76].
Un amable ulema nos conduce a la tumba de Ahmed Mustafá, enterrado en una grieta de las ruinas que una vez recibido el cuerpo se cerró, seguramente por imperativo divino. La mezquita semeja un bosquejo de la Kutubya, en piedra vista en seco en medio de las ruinas de la ciudad almohade que se mantienen en una desoladora belleza. Volvemos a dormir a Atar, a casa de Mohamed Fadel, entre sombras de gente que va y viene, fuertes olores de cocina y una cabra recién parida con su cría, atada por una pata en "la toilette" que nos saluda con un amable balido cada vez que entramos.
La
fundación de Atar en 1147 se atribuye a la tribu bereber Idalwa el Hadji que la
convirtió en una ciudad de gran importancia debido a su floreciente tráfico
caravanero. Fue centro comercial, punto neurálgico del emirato del Adrar. Era
fama que allí todo se podía comprar o vender hasta el punto que irónicamente se
decía que hasta los mexuac [77]
tenían precio.
Ahmed
uld Sidhamed Aida, perteneciente a la tribu Yahia Ben Othman, fue el 5º emir
del Adrar y vivió entre 1857 y 1899. Su cuerpo reposa en el cementerio de la
ciudad, bajo un rústico túmulo de piedras que lo distingue de las demás tumbas
diseminadas a su alrededor.
Sostuvo
duros enfrentamientos con el Emirato de Tagant, cuya tribu dominante eran los
Idu Aich. Las relaciones entre las familias emirales de Tagant y del Adrar
siempre habían sido cordiales, incluso familiares, pero sufrieron un drástico
cambio hacia 1890, cuando Ahmed uld Sidi Ahmed uld Aida descubrió que el
instigador de la muerte de su predecesor y primo Ahmed uld Ahmed no era otro
que Bakar uld Soueid Ahmed, emir de Tagant. Ahmed entró en lucha contra Bakar.
Después de un golpe de mano contra los territorios de éste, que resultó herido,
emprendió una serie de razias contra Tidjikja, feudo de los Idu Aich. Sin
embargo, el emir del Adrar y sus aliados Kunta fueron vencidos en 1893/1311,
aunque lograron mantener las fronteras de su territorio e impedir que los Idu
Aich invadieran su territorio. Ahmed moriría unos años más tarde[78].
De este personaje, dice
Caro Baroja[79]:
En 1860 Uld el Aida, hombre
de cincuenta y cinco a sesenta años era el emir de Adrar. La cabila de los Iaia
ben Aozman había tenido una guerra algo antes con los Ulad Delim, que eran
menos potentes y numerosos, al decir de Vicent, el cual nos describe con muy
desfavorables términos la vida que llevaban los unos y los otros .
Al
llegar a la casa tuve oportunidad de observar a un niño de nuestro anfitrión
que tenía los ojos medio cerrados, supurando y se los frotaba insistentemente.
Le proporcioné a un sirviente un colirio antiséptico de mi botiquín de urgencia
suponiendo que algún alivio le podía proporcionar. No son extrañas las
afecciones oculares en la zona, propiciadas por las intensas radiaciones
solares, la sequedad del viento y las tormentas de arena. Cuando volvimos al día
siguiente el niño seguía igual. Le pregunté al hombre si le había dado el
remedio y me lo devolvió diciendo que su amo, el padre del niño, se había
negado aduciendo que el mal era castigo divino por algún pecado suyo y que el
asunto se arreglaba implorando la benevolencia divina a base de plegarias a las
que se aplicaba concienzudamente. ¡Hamdulilá!
Partimos
sin visitar a Chej Alí Chej uld Momma uld Chej Mohamed Taquiola uld Chej Mohmed
Fadel, un santo de la familia muy venerado en todo el sur, porque, según
Mrabbi, puede entretenernos dos o tres días mientras nos recibe y nos atiende.
Es un gran redistribuidor de alimentos que cocina él personalmente para los
pobres dos días por semana y al que visita mucha gente para solicitarle ayuda y
que les conceda su baraka.
En otra ocasión, ¡In Shallah!
TRANCO XIX
Atar-Nuatchott
21.
Febrero. Jueves.
Después
de desayunar salimos hacia Azugui, a unos 10 km. al oeste de Atar, donde
tenemos intención de visitar el cementerio y la tumba de Chej Imam al Adrami.
Azugui
(آزوكي), la ciudad de los almorávides, es candidata a Patrimonio de la
Humanidad de la Unesco desde el 14 de junio de 2001, en la categoría cultural.
Es zona de numerosos petroglifos que acreditan su poblamiento con elementos
autóctonos por lo menos desde el siglo VII.
En
el S. XI fue la base desde la que se expandió el imperio almorávide cuyo
dominio llegó desde el Imperio de Ghana hasta gran parte de la Península
Ibérica. Fue fundada por Yannu ibn Umar, hermano de Abu Bakr Ibn Umar. Según
cuentan las tradiciones, llegó a tener veinte mil palmeras y fijaba los límites
entre las tierras de los Lamtuna y los Gudala que habían sido antiguos aliados
hasta que los Gudala abandonaron el movimiento religioso dejando que los
Lamtuna formaran el núcleo principal del movimiento almorávide.
Las
disputas entre Lamtuna y Gudala tuvieron su final en el año 1056/448 , en el
lugar llamado Tabfarilla con la derrota de los Lamtuna por el ejército Gudala,
batalla en la que murió su jefe Yahya ibn Umar. En recuerdo de aquel
acontecimiento, el lugar es punto de devota peregrinación.
Hay un amplio espacio ocupado por cabañas semiesféricas, unas construcciones
peculiares que no se dan en ningún otro sitio de los visitados hasta ahora. En
la actualidad se encuentran en estado de parcial abandono. Se pueblan en los
meses de julio y agosto cuando se efectúa la recolección de los dátiles. La
ciudad cuenta con uno de los palmerales más bellos del Adrar Tmar, aunque en la
actualidad sufre un progresivo estado de abandono debido al desvió del trafico
caravanero hacia Wadan y Chinguetti. Resulta curioso observar que, a estas
alturas del S. XX, algunos de nuestros congéneres, en un país tan cercano,
habitan en cabañas tan primitivas que nos parecen salidas de una película de
bosquimanos.
Mohamed
Ibn Al Hassan Al Mourady Al Hadrami, (+1095/489) como relata el profesor de la
Universidad de Nuatchott Hamahou uld Salem[80],
es más conocido bajo el nombre de Al
Hadrami. Fue ilustre juez y retorico considerado teórico importante en la
fundación del movimiento almorávide y en el traslado de la capital desde
Awdagost, destruida en 1055, a Azugui tras la batalla de Al Djebel (la
montaña), que tomó ese nombre de la que se encuentra en el Adrar Tmar
(nor-oeste de Mauritania) cerca de la que tuvo lugar.
Fue
designado juez supremo del Estado almorávide por el Emir Mohamed ibn Yahya Ibn
Omar en 1087, escribió -como haría Maquiavelo años más tarde-, un tratado
político para guía de soberanos con el nombre de Al Ichara vi Adab Al Imara o “Espejo de Príncipes” que causó
cierto escándalo por acercarse a las tradiciones chiitas y esotéricas del imam
oculto[81],
Al Madjdhoub, (en estado de éxtasis místico) y a la teoría de los siete imanes.
Esto ha hecho que algunos historiadores le supongan una vinculación directa con
el movimiento ismaelita.
Nos
detenemos en casa de Vidi, el hermano de Mrabbi para un ligero refrigerio a
base de la inevitable cabra cocida y salimos hacia Nuatchott con un nuevo
pasajero, un chico amigo de la familia que aprovecha el viaje. En estos pagos,
si dejas la puerta del coche abierta unos instantes, se monta alguien al que le
gusta "viajar con la caravana", no importa hacia donde vaya. Lo
importante es el viaje.
En
Nuakchot nos despedimos de Vidi, que nos ha dado alojamiento y comida durante estos
tres días y en Akjoujt habíamos dejado a nuestro experto y simpático conductor,
Sidati. Nuestro coche se convierte en un transporte que van ocupando
sucesivamente amigos y conocidos que viajan de un lado para otro.
El
trayecto de vuelta atraviesa un inacabable desierto de arenas blancas y
deslumbrantes, con rectas larguísimas de decenas de km. en las que no hay
apenas circulación. Llegados a Nuatchott, una buena ducha nos reconcilia con el
mundo. Mañana, ¡in Shallah! Saldremos rumbo a Nuadibú para cruzar la frontera
en cuanto podamos (los viernes no se trabaja en el país y hay que pasar el
sábado porque el domingo es fiesta en Marruecos).
Chinguetti,
Wadan y Azugui son ciudades impresionantes que nos hablan con el eco de hace
siglos, cuando la cultura y la religión musulmana importada de oriente se
expandió como un fuego sagrado hasta llegar a al-Ándalus. La actualidad
decadente e inhóspita de estas tierras nos recuerda, con una nostalgia
desesperanzada, aquellos tiempos de sueños enterrados ahora por la arena, e
invita a reflexionar sobre lo efímero de la trayectoria humana, incluidos los
grandes imperios. Esta última parte es lo más impresionante del viaje.
Para
cenar, nuestros anfitriones nos agasajan con unos lenguados exquisitos con
patatas fritas. Sidelkom y Mohamed Ma el-Ainin se han provisto de leche de
camella que ya echábamos de menos. Terminada la cena, se procede a discutir lo
que vamos a hacer mañana. Todos dan su opinión y, excepto Sidelkom y yo, nadie
tiene ganas de emprender la vuelta. Como el motor de arranque sigue dando
problemas, Mrabbi y Sidati proponen que nos quedemos un par de días para
arreglarlo. Sidati nos promete invitarnos a comer pollo y pescado. Un
escalofrío me recorre la espalda, nadie tiene prisa por emprender el camino, da
lo mismo un día o dos más o menos. Es el auténtico espíritu beduino: lo
importante es el viaje en sí, y cuanto más dure, mejor. Por suerte, Sidelkom se
muestra irreductible. Parece que nos vamos mañana. ¡In Shallah!
TRANCO XX
Nuatchott-
Nuadibú
22.
Febrero. Viernes.
Mohamed
Fadel, nuestro generoso anfitrión recomienda llevar el coche a un electricista
para que arregle el motor de arranque. Resulta muy incómodo tener que empujar
esa mole cargada hasta los topes cada vez que el motor se niega a cumplir con
su trabajo. El problema es que hoy es festivo y resulta difícil encontrar un
mecánico que quiera trabajar. Mohamed Fadel lleva el coche al taller después de
numerosas llamadas para localizar a un mecánico. Mientras, permanecemos en el
cuarto de los ratones. Llega la hora de la comida y aparece la cabra, luego, a
esperar acontecimientos.
A
las cuatro y media nos ponemos en marcha para llegar a Nuadibú a cenar. Mrabbi,
ha quedado citado en casa de unos amigos que no pudimos visitar en nuestro
primer paso por la ciudad. Paramos a llenar de gasoil los depósitos y cuando
nos disponemos a partir, el coche se niega a arrancar, exactamente como estaba
antes de la "reparación". Hemos perdido el día para nada, pero
Hamdulilá y adelante. Conduzco yo y cuando, ya anochecido, estamos a 100 km. de
Nuadibú, intento encender las luces sin éxito. El coche se queda sin luz,
sobresalto general. Son las 9,30 de la noche. El desierto se está cubriendo de
esa oscuridad difusa que precede a la oscuridad total.
Paramos cerca de un cartel que anuncia la proximidad de un morabito desconocido pero ya es tarde para ir a echarle un vistazo. Mohmed Maelainin trastea la caja de conexiones y logra que la luz se haga después de varios cambios de fusibles a tentarujas. Mrabbi toma el lugar del conductor y seguimos la marcha con ganas de llegar a Nuadibú, cenar y descansar en un hotel. A los pocos km. el coche se queda sin dirección. Veo que Mrabbi empieza a dar alocadas vueltas al volante, que no responde. A la velocidad que llevamos (unos 100 km/h) el coche sale de la carretera y se va a la izquierda. Veo pasar la rueda delantera derecha que nos adelanta como si hubiera decidido llegar al destino por su cuenta. Andamos todavía unos metros y de pronto el coche vuelca sobre la arena. En medio del desierto, da varias vueltas de campana y acaba quedando sobre sus ruedas. Por un momento pierdo el sentido. Cuando lo recupero pienso: que forma más tonta de morir, en un sitio tan lejano y qué disgusto se van a llevar Mari Carmen y mis hijos cuando les llegue la noticia. Cuando para el coche de dar tumbos -el motor se ha detenido y el capó se ha abierto-, salgo como puedo del asiento del copiloto que ocupaba sin apreciar ningún dolor, salvo un golpe en la cabeza contra el cristal que se ha roto. Me toco la cabeza dolorida y noto un líquido viscoso que supongo sangre. Me lío el turbante con fuerza -ha impedido que los golpes me dañaran más- para que no se me salgan los sesos si me ha machucado el cerebro. Me acuerdo de don Quijote y de cómo creía que se le habían derretido los sesos cuando se colocó en la cabeza la bacía en la que Sancho había guardado unos requesones. No puedo dejar de sonreír, todo ha perdido importancia y una extraña serenidad me invade. No importa la vida ni la muerte, me parece estar flotando. A la escasa luz de la luna en cuarto menguante, veo una mancha blanca a unos diez metros del coche, sobre la arena; es la darrah de Mrabbi que ha salido despedido y se queja de la espalda cuando me acerco a socorrerlo. Está boca abajo. Tiene la cara llena de sangre y el ojo izquierdo cerrado y contuso. Me vienen a la cabeza todas las indicaciones recibidas para casos similares que se escuchan como si estuvieran diseñadas para otros, pero ahora son de necesaria aplicación. Lo giro boca arriba con cuidado, le digo que no se mueva y me voy a buscar al resto de la expedición. Me sorprendo de no tener, a simple vista, ninguna secuela del golpe a excepción de algunos rasguños que me escuecen en la cabeza y de mantener una extraña lucidez.
Julián
está aprisionado bajo el coche, boca abajo, con la cara llena de sangre, tiene
una herida abierta, respira con estertores y está inconsciente. Me viene a la
cabeza un accidente de coche así que presencié en San Cugat hace muchos años y
en el que la persona murió al instante. Da la impresión de que el coche lo ha
aplastado, pero un examen más detenido me permite observar que, tirándole de
los pies, puedo arrastrarlo si aparto la arena con las manos. Me ayuda Mohamed
Maelainin que ha aparecido, junto con Sidelkom, saliendo del coche por la
puerta trasera derecha. Logramos sacar el cuerpo de Julián y colocarlo boca
arriba. Sigue con los estertores. Tenemos la sensación de que está acabado.
Busco los pasaportes que iban juntos en la guantera por si nos los pedían en
los controles, pero solo encuentro el de Sidelkom y el mío. El resto han debido
de caer en el motor por la grieta que se ha hecho en el cubículo de la
guantera. Aferro la pequeña mochila de cuero donde guardo la máquina de fotos,
los cuadernos de notas y el localizador de coordenadas. Me aterra pensar que se
pueda perder ese material y que, en adelante, el viaje no exista más que en
nuestra imaginación. Pierdo la noción del tiempo. En el paraje, desértico hasta
el momento del accidente, empieza a aparecer gente y paran algunos coches. La
noche se ilumina a retazos y se oyen ayes y ordenes confusas. A Mrabbi y a
Julián se los llevan a Nuadibú en sendos coches y nosotros tres vamos a parar,
con el abundante equipaje, a una jaima -siempre hay una tienda más o menos
cerca en cualquier sitio del desierto-, llena de mujeres que hacen té y nos
proporcionan un poco de agua y unos paños mojados para lavarnos a la luz de una
vela sin acercarse. Más adelante me enteraría de que Sidelkom no estaba
dispuesto a separase de los bártulos de ninguna forma pues el botín era una
tentación demasiado fuerte para cualquier desaprensivo. En el otro extremo de
la jaima, las mujeres forman un grupo de vestimentas oscuras de las que solo se
perciben los ojos, acuclilladas en el suelo musitando lo que imagino oraciones
a la luz mortecina de un par de velas que contribuyen a hacer más tétrico el
aquelarre. Al cabo de un par de horas aparece alguien con un coche destartalado
que nos lleva a Nuadibú, directamente al hospital español, donde han conducido
a Mrabbi y al cámara. Me las prometo felices cuando oigo hospital español. De
hospital tiene poco y de español menos. Se llama así porque en principio fue
una fundación española, ahora es un edificio destartalado en el que
profesionales de buena voluntad se afanan en proporcionar un poco de alivio a
los muchos necesitados que se agrupan a sus puertas.
Cuando
llegamos me atiende un médico que habla español acompañado por una enfermera.
Me pregunta por mis lesiones y le digo que, en mi opinión, el traumatismo del
golpe y la herida de la cabeza. Me meten en una habitación con una camilla
forrada de negro y acuchillada por varios sitios que dejan ver la goma-espuma
que un día fue amarilla. El suelo está lleno de sangre que una empleada limpia
con fregona. Acaban de salir unos camilleros que llevaban a un chico con una
pierna menos llena de vendajes ensangrentados. Me ofrecen una silla con el
forro roto, también ensangrentada, les digo que gracias, que lo mío no es nada
y que prefiero morirme por mi cuenta. Como hay que pagar las curas y comprar
las medicinas, vendas, o lo que tengan que poner, no me importan unos rasguños
más o menos. En la calle de enfrente del hospital hay una serie de
"farmacias" donde venden los remedios necesarios. El sistema es
sencillo: el médico prescribe, el paciente sale, compra lo necesario y el
médico lo aplica. Esto es válido para todo el material quirúrgico: vendas,
apósitos, gasas, medicinas... Aparece el Cónsul de España y me explica que les
están haciendo radiografías a los dos que están más graves, que a Julián le han
recetado una serie de sueros y calmantes que ha tenido que ir él a comprar y
que tendremos que pagarle. A Mrabbi, dada su categoría de marabú, lo tratan con mayor
reverencia y no se preocupan por el monto de las medicinas, su tribu es de gran
solvencia. Al parecer tiene alguna dolencia -aún no sabemos si más o menos
grave-, en la espalda
Cuando
remite la pesadilla y estamos camino de la casa donde hemos de alojarnos, llama
el cónsul para decirnos que alguien tiene que quedarse con Julián, allí no hay
enfermeros suficientes ni personal que pueda ocuparse de los enfermos por la
noche, así es que volvemos al hospital y me dispongo a pasar la noche junto al
doliente, con más dolores que él. En la habitación, lóbrega y con desconchones
en las paredes, bajo la luz de una bombilla desamparada que pende del techo,
hay dos camas, una la que ocupa Julián y otra donde puedo recostarme. No tiene
colchón, una sábana de flores tapa el somier. Allí paso la noche como puedo
suministrándole a Julián pequeños sorbos de agua con el tapón de la botella
cada vez que se queja. Le han vendado media cara, no sé si cosido le herida que
le corría de la frente a la barbilla. A las nueve de la mañana vienen a
buscarme y me acompañan a casa de nuestro anfitrión Si Hamouny, pariente de los
Ma el-Ainin que nos atiende con la generosa hospitalidad que faltan palabras
para agradecerle. Me duelen el cuerpo y el alma por igual. Duermo hasta después
del mediodía.
TRANCO XXI
Nuadibu_Dajla-Aaiun
24.
Febrero. Domingo.
Pasa
un día entre nubes y claros, en una casa llena de gente que va y viene,
conversaciones que no entiendo y hombres que se acercan a abrazarme y a
celebrar la baraka que nos ha permitido salir con vida
del accidente. Lo importante es que estáis vivos, me dicen. A las horas
preceptivas, rezos en una esquina del salón orientada a La Meca.
Me
retiro a la habitación que me han destinado para entregarme, en la agradable
penumbra, a descansar el cuerpo magullado y a dormir entre pesadillas.
A
las 8 de la mañana se precipitan los acontecimientos. Nos han citado en la
gendarmería para dar cuenta del accidente. A mitad de camino, una serie de
llamadas telefónicas al conductor alteran el rumbo: nos encaminamos al hospital
donde están preparando a los dos heridos para el viaje de regreso a Marruecos.
A la puerta de la habitación hay unas cuantas mujeres, familiares de Mrabbi
supongo, a las que no les está permitido el paso. En el pasillo hay un grupo de
parientes y amigos que se agolpan a la puerta celebrando la suerte que hemos
tenido de escapar con vida. Apenas puedo ver a los dos heridos un momento.
Mrabbi me sonríe en medio de sus dolores y me recomienda que no me preocupe,
que todo va a salir bien, Hamdulila. Llegan unos camilleros y los llevan a las
ambulancias. A Mrabbi, debajo de la manta que lo cubre le colocan dos melkfas multicolores, puede que como recuerdo
o con propiedades curativas. Vendrá a recogernos un helicóptero militar
marroquí que no puede aterrizar en territorio mauritano.
Es domingo y los trámites entre militares de ambos países son complejos, el helicóptero debe posarse al otro lado de la frontera, en territorio marroquí. A los tres que hemos escapado con mejor fortuna, nos van a proporcionar un coche para que volvamos a Aaiún. Nos ponemos en marcha después de recoger de casa de Hamouny el variopinto y abundante equipaje y nos dirigimos a la frontera en el coche que conduce el cónsul de Marruecos acompañado por el secretario de la embajada. Esta vez pasamos la frontera sin problemas, atravesamos "el Kandahar" y llegamos al enorme helicóptero militar con aspecto de haber sobrevivido a varias guerras. Nos despedimos, llenos de sentimientos de gratitud, de nuestros anfitriones y de las personas que nos han acompañado. A los heridos, sedados, los han colocado en unas camillas con encajes a propósito y el aparato despega con un ruido ensordecedor. Otra experiencia inolvidable. Dos horas después, aterrizamos en Dajla.
Las ambulancias conducen a los heridos al hospital militar y nos ofrecen la posibilidad de coger un avión civil que está a punto de salir para Aaiún. Aceptamos, pero cuando el comandante, ve el equipaje de que vamos provistos dice que no es posible, el avión va sobrecargado. Solo hay sitio para pasajeros. Sidelkom y Mohamed Ma el-Ainin no están dispuestos a separarse de sus esteras, ollas, cacerolas, sacos de arroz y de gofio, etc. Me ofrecen la posibilidad de que embarque yo con el equipaje imprescindible, pero no me parece oportuno. Hemos salido juntos y la suerte debe ser común. El avión parte sin nosotros. Nos conducen a una salita y descansamos un rato entre ayes y suspiros. Los golpes, ya en frío, comienzan a hacerse presentes. El jefe del campo nos comunica la decisión de los mandos militares: el helicóptero que nos ha traído y ha de trasladar a los heridos a Rabat, puede hacer una escala en Aaiún para dejarnos. ¡Hamdulilá!. A las cinco de la tarde empiezan a cargar el transporte militar y subimos a bordo. Unos por su pie y los dos heridos sedados en sus camillas. A las 6 aterrizamos en Aaiún donde nos espera Chej el Uali con su coche y el conductor. Saludos, parabienes, alegría y bendiciones celebrando la baraka que nos permite seguir vivos. Mohamed Lamin, el amable farmacéutico, me acompaña al hotel Mekka donde me instalo con toda clase de lujos, ducha de agua caliente y televisión. Regreso al paraíso.
Después
de un sueño reparador que comienza a devolverme a la realidad, mis sensaciones
van adquiriendo su estado normal. Doy un paseo por la ciudad que a primera hora
resulta fresca y con muy poca gente circulando. Me detengo en la terraza de un
cafetín poblado por otros madrugadores. Solos o en pequeños grupos de dos o
tres hombres parecen esperar un destino que nunca llega. Delante de cada uno,
un vaso de té a la menta o un cortado que se quedó frío hace mucho tiempo, un
paquete de cigarrillos y una botella o un vaso de agua. La misma estampa que
puede verse en cualquiera los muchos cafés parecidos en cualquier medina de
Marruecos. Igual que allí, no se ven mujeres en los cafés. El espacio público
está reservado a los hombres. Las pocas mujeres que circulan lo hacen
presurosas, con un carrito de compra, de bebé o un niño de la mano, cubiertas
con sus melkfas o con ropas largas estilo marroquí. No
hay mujeres musulmanas que vistan a la europea, eso está reservado a los
hombres que tienen libertad de elección. Las mujeres están obligadas, per se o por la presión social, a dar muestras
de pudibundez en el vestuario, como mandan la ley y la costumbre.
Reanudo
mi paseo hasta casa de Chej el Uali, donde me reciben con una reconfortante
sopa de avena. Antes de salir para Rabat aprovechamos para visitar a nuestra
amiga y periodista Mbarca que nos ha preparado una entrevista con el antiguo
director de Radio Nacional del Aaiún en los años 70, Federico Campos Álvarez,
con el que mantenemos una larga y amena conversación sobre los últimos tiempos
de la ocupación española en la que incluye a Pablo de Dalmases, autor de “Los
últimos de África”[82]
que tiene un programa literario en Radio 4 en el que hizo un extenso comentario
sobre mi libro “ Viaje por el Sahara Occidental, el Badía”.
De
vuelta a casa de Chej el Uali tenemos la ocasión de charlar con nuestro viejo
amigo, el venerable Chej Larabas al que abrazamos emocionados celebrando, una
vez más, la afortunada baraka de seguir vivos. Nos invita a comer
mañana en su casa. Una invitación imposible de rechazar.
TRANCO XXII
Aaiun-Rabat
26. Febrero. Martes.
Después
del té y el desayuno en casa de Chej el Uali, unas cuantas gestiones bancarias
nos entretienen antes de ir a casa de Chej Larabás para responder a su
invitación. Sidelkom tiene que rehacer su economía, harto maltrecha por las
incidencias del viaje. Chej Larabás nos acoge con la generosidad que lo
caracteriza. Su casa de Aaiún es un pequeño palacete en uno de cuyos salones ha
reunido a una serie de principales que nos saludan con toda suerte de
parabienes. Ensalada de fantasía,
corvina gigante, mechui,
arroz y postre de frutas variadas. Chej Larabás es hombre de gran predicamento
entre los saharauis y también entre los marroquíes, incluido el Majzén, debido
a su gran conocimiento de la ley islámica a su categoría de presidente de la
Confederación de Ulemas de Marruecos y Mauritania, amén de sus antecedentes
familiares que lo hacen descender de una de las figuras más importantes de la
historia reciente de Marruecos.
Sus antecesores directos (los Sultanes Azules) estuvieron a punto de reinar en el país (de hecho El Hiba llegó a ser proclamado sultán) y su ascendencia religiosa puede compararse sin menoscabo con la del actual rey de Marruecos. Ambos comparten antepasados comunes que se remontan al Profeta. Es hombre de trato afable y cortés, cercano, respetuoso con mi postura agnóstica que conoce desde hace años. Me sienta a su lado y, a través de Mohamed Ma el-Ainin, me trasmite su cariño y sus mejores deseos para el futuro. A la hora de la despedida, insufla su aliento sobre mis manos extendidas transmitiendo la baraka que recibo con respeto. Es un hombre al que me siento próximo a pesar de las grandes diferencias que nos separan. Creo que a él le sucede otro tanto. Ojalá que las diferentes formas de ver el mundo pudieran convivir de la misma forma que he aprendido de él.
Nos
ponemos por fin en marcha acompañados de Walina uld Mohamed Maelainin uld
Hasenna, uno de los hijos de nuestro compañero Mohamed Ma el-Ainin, que acaba
de terminar su licenciatura en económicas. El viaje se hace monótono pero con
la agradable perspectiva del regreso. La vuelta a casa está llena de
satisfacción. La querencia nos empuja como las olas impulsan el madero
abandonado a la corriente hacia la costa. Cada kilómetro nos acerca al final del
viaje.
Nos
detenemos en la gran duna de Agfnir, de tan gratos recuerdos, a poco más de 200
km de Aaiún para rezar y tomar un té. Atravesamos las grandes plantaciones de
Argán, un árbol que se parece al olivo y que solo crece en esta latitud. Las
cabras trepan entre sus ramas para recoger los gustosos frutos. De los piñones
que no pueden digerir y dejan en el aprisco, una vez prensados, se extraerá el
aceite que tiene múltiples utilidades además de la de sazonar los alimentos.
Llegamos
a Gulimín a la hora de comer en un chiringuito y dedicamos el resto del día a
deambular por la ciudad. Gulimín es considerada la puerta del desierto, una
ciudad llena de contrastes. Para el régimen marroquí es un punto importante,
considerada la capital de "las provincias del sur" en virtud de los
Acuerdos de Cintra de abril de 1958 por los que España cedió la zona a
Marruecos. Es una ciudad pobre y sin embargo se nota el esfuerzo de la
administración por modernizarla y conferirle el aspecto de un "nuevo
Marruecos" o al menos un Marruecos moderno. Contrastan los barrios
tradicionales con las amplias avenidas, lo que se muestra en el zoco, lejos de
las habituales medinas de trazado laberíntico: calles amplias, modernas y de
trazado cuadricular. La ciudad es famosa por su mercado de camellos que se
celebra semanalmente y su representación genuina del mundo marroquí-saharaui.
Tiene escaso interés para los turistas que la consideran una ciudad de paso y
sin embargo es la representación de un Marruecos "autentico" por su
tradición y su antigüedad. El inconveniente es que abundan los controles
"anti-Polisario" porque es zona fronteriza del conflicto.
27.
Febrero. Miércoles. Gulimín- Rabat
Pasando
por Tiznit, la visita al morabito del Chej Maelainin se hace imprescindible. En
la apacible y fresca mezquita que guarda sus restos desayunamos leche fresca y
hacemos té acompañados por un sirviente de la familia y por el guardián y
responsable, nuestro viejo amigo Mustafá Ma el-Ainin que con tanta generosidad
nos acogió en nuestro primer viaje. Paramos en Amscrott, en plena zona de
arganes y nos aprovisionamos de un par de litros de exquisito aceite. De ahí a
Chichaua para comer unos tajines de cordero y unos plátanos menudos pero muy
gustosos que se cultivan en la zona. Chichaua es famosa por sus alfombras de
nudos que tejen las mujeres, cuyos dedos dicen que son más habilidosos que los
de los hombres. Lo mismo he oído en otros sitios, debe ser un truco para
cargarles a ellas una labor monótona y repetitiva cuyo resultado es poco
gratificante. El color característico es el rojo en sus distintas tonalidades.
Esas enormes alfombras son las que adornan el musem de Tantan que en los últimos años se
celebra en las cercanías del morabito de Umma Fatma.
Llegamos
a Rabat y dejamos el coche de Julián en casa de Mrabbi. Nos recibe su hijo El
Hiba. Tampoco esta vez conoceré a la esposa de mi amigo, que debe estar
atareada con sus labores de ama de casa. Haibatu, nombre familiar del El Hiba,
nos anuncia que Julián está en el mismo hospital que su padre y que, además de
la herida de la cara, tiene una clavícula rota. Su recuperación llevará más
tiempo del que creíamos.
28.
Febrero. Jueves. Rabat
Paso
por el hospital militar donde Mrabbi esta inmovilizado con un aparejo en la
cintura y Julián con un costurón lleno de puntos en la cara y una clavícula
rota que requiere reposo. Me despido de Mrabbi sin que ninguno de los dos
sepamos que será nuestro último abrazo.
TRANCO
XXIII
Rabat-Murcia
29. Febrero. Viernes.
Aprovecho la mañana para dar un paseo en
soledad y meditación por el centro de la ciudad. El viaje toca a su fin y la
impaciencia de la vuelta es el sentimiento dominante, el resto ha dejado de
tener importancia. Recorro una vez más la medina, me siento en un cafetín y
mientras dejo que se enfríe un té a la menta observo pasar a la misma gente de
siempre, como si fueran los extras de una película vista miles de veces. El
carretero que atormenta a un borriquillo apenas más grande que una cabra que
tira de un carro desproporcionado; un grupo de mujeres con largas faldas y
hiyab que solo dejan ver los ojos, cargadas de bolsas hablando animadamente. Se
me acerca un hombre delgado y cetrino, con un enorme bigote a la turca. Se abre
ligeramente la chaqueta y me anima a comprarle alguno de los relojes que
cuelgan del forro. "Barato", me dice. Lo desanimo con toda la
amabilidad que puedo y me pide un cigarro. Fumo en pipa, le digo. Ha hecho una
mala elección. Se marcha resignado. Me llego hasta la Kasbah de los Udaia
recorriendo los umbríos callejones pintados de azul. Me despido de mis amigos
de La Source y, hacia el mediodía, me regalo con un tazón de caracoles
picantes. Pregunto al pasar en una agencia de viajes. Solo hay un vuelo semanal
vía Madrid. Hablo con Mrabbi, el conseguidor y me dice que tenga paciencia. Él
está bien. Tiene una vértebra fisurada y le han puesto una especie de corsé ortopédico.
A pesar de sus dolores y su malestar, se sigue ocupando de mis asuntos. Al
medio día me llama para decirme que me ha conseguido un vuelo para hoy mismo a
las 17,30. ¡Hamdulilá! una vez más.
A las 2 de la tarde aparece un tipo
delgado, alto y serio con un Mercedes automático último modelo para llevarme al
aeropuerto de Casablanca. Conserva en los asientos el plástico protector. Le
pregunto por mi pasaporte y el billete. Todo llegará, me dice en francés.
Confiando en la providencia y en las barakas de chej Larabás y
de Sidelkom superpuestas en mis manos, subo al coche. El chofer habla por teléfono
mientras conduce con la mano libre sorteando el intenso tráfico. En medio de
una gran avenida detiene el coche junto a otro gran Mercedes estacionado con
los que supongo dos funcionarios del Ministerio. Me entregan, muy amablemente,
billetes y pasaporte. Tomamos la carretera de Casablanca. El camino está
jalonado de gendarmes que cubren carrera, supongo que a la espera de que pase
algún personaje importante, quizás el propio rey. Saludan cuadrándose al coche
oficial en que viajamos. No se puede pedir más de una despedida. A las 18,40
embarco rumbo Madrid.
Han sido dos meses vividos con
intensidad, fuera de mi ambiente habitual, en los que he recibido sabias
enseñanzas. He tenido la suerte de conocer a personas de gran talla humana que
me han tratado con cariño y respeto a pesar de nuestras grandes diferencias
culturales. He reafirmado mi convicción de que el mundo es mucho
más amplio de lo que a cada uno nos es permitido ver desde la estrecha rendija
en que nos coloca el destino; que hay otras formas de verlo y de reflexionar
sobre la vida. Que ninguna de esas formas es mejor que otra, sino que todas son diferentes;
que la variabilidad es lo que nos enriquece y no la uniformidad, en cuya falsa
seguridad nos refugiamos rechazando al diferente; que nuestra suerte o nuestra
desdicha, nuestra creencia y nuestro grado de "civilización" no son
más que accidentes geográficos sobre los cuales no tenemos responsabilidad
alguna. Y que, por fin, recordando al viejo maestro, los viajes son una buena
medicina para la cura de los nacionalismos, la cerrazón, los exclusivismos y el
pensamiento supremacista.
NOTAS
[1] Una
referencia interesante sobre el personaje es la entrevista publicada por la
periodista y experta en asuntos magrebíes Clara Riveros: https://atalayar.com/content/historia-memoria-eventos-y-actores-del-s%C3%A1hara
[2] Pipa
rectangular de metal usada entre los saharauis para fumar un tabaco muy picado.
[5] Acrónimo
de Frente Popular de Liberación de Saguía
el Hamra y Rio de Oro (جبهة البوليساريو Ŷabhat
al-Bolisariu)
[7] SANZ NAVARRO,
MARIANO, Viaje por el Sáhara Occidental,
El Badía, Diego Marín, Librero Editor, Murcia, 2006
[9] “Se constata
la preferencia por contraer matrimonio, no sólo dentro de la misma cabila y
fracción mayor de esta a la que se pertenece, sino dentro de grados de
parentesco patrilineal más cercanos. Tipos de matrimonios muy frecuentes son:
Tío paterno con sobrina paterna y primo paterno con prima paterna”. CARO
BAROJA, JULIO, Estudios saharianos,
Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Madrid, 1955. P.165
[10] Palabra árabe equivalente a “bendición divina”. Se emplea con el
significado de “suerte providencial”. Se dice que alguien tiene baraka
cuando ha superado favorablemente una situación muy complicada
[11] Wadan, Walata,
Chinguetti, Azugui.
[12] Las otras son Damasco, Lucknow, Mashhad, La Meca, Medina,
Naÿad y Qum
[14] Cúpula
semiesférica común en los lugares de culto.
[16] ASIN
PALACIOS, MIGUEL, Vidas de santones andaluces, Ed. MAXTOR, Valladolid, 1933
[17] El Badía,
para los beduinos, es el viaje, la excursión y la permanencia en el desierto.
[19] Carta de Chej Maelainin al sultán Muley Hassán I, 1 de
Ramadán del año 1302 (14 de junio de 1885), Biblioteca particular de ‘Ali
U/Chej Merebbi Rebbo U/ Chej Maelainin, Tiznit. Las mayúsculas son de la
traducción, ya que en árabe no existen.
[20] Ver "Viaje por el Sahara Occidental, El Badía",
DM, Murcia, 2007 ya citado.
[21] Guerra santa
Sidi Yamaa, Mulay
Abdeljamaa, Mulay Abdalla, Mulay Alhasan, Mulay Ali, Mulay Omar, Mulay Asalami,
Mulay Aslaiman, Mulay Hassan, Mulay Rahman, Mulñay Abdalla, Mulay
Abderrrahaman, Mulay Ali, Mulay Mohamed, Mulay Ahmed, Mulay Ishag, Mulay
Hassan, Mulay Musa, Mulay Ibrahim, Mulay Mohamed, Mulay Said, Mulay Idris II,
Mulay Idris I, Abdullah El Kamel, Al Hasan El Muzana, Al Hasan Sebt, Ali Ibn
Abitaleb, Fatimetu Zahara, hija del Profeta Mohamed.
[23] Personaje a
cuyo cuidado se encuentra el morabito de un santo. Tiene la potestad de recibir
las limosnas y la autoridad para redistribuirlas entre los necesitados que se
acercan a solicitarlo.
[24] Numerosa
versiones coinciden en que fue Henry Kissinger el que aconsejó y proporcionó la
ayuda necesaria a SM. Hassan II para la construcción del muro.
[25] Véase, entre
otros muchos, este enlace:
[26] Cuenta la
tradición que así lo llamó su madre: “agua de los ojos” o “agua de mis ojos”.
[27] Descendiente
del Profeta por línea agnaticia.
[28] CARO BAROJA,
JULIO, Estudios saharianos, Consejo
Superior de Investigaciones Científicas, Madrid, 1955. P. 284, “Un santón
sahariano y su familia”.
[29] DOMENEC LAFUENTE,
ANGEL, Ma el-Ainin, Señor de Semara,
Editora marroquí, Tetuán, 1954
[30] LE CLÉZIO,
J.M.G., Desierto, Tusquets,
Barcelona, 2008
[31] LIZUNDIA,
JOSE MARÍA, Por el desierto del Sáhara,
Ed. Alhulia, S.L., Salobreña (Granada), 2018. P. 31
[32] GARCÍA,
ALEJANDRO, Historias del Sáhara, Catarata, Madrid, 2001. P.30
[33] Vid. CARO
BAROJA, Op. Cit. P. 53
[34] Abu Madian
de Sevilla. Patrón de Tremcem (Argelia), de enorme influencia en todo el
Magreb, vinculado al maestro bereber Abu Yaza y a la cofradía Cahdilia. Era considerado por Ibn Arabí como “Maestro
por excelencia”, JUAN JOSÉ GONZALEZ, La presencia de Abu Madyan de Sevilla en
el sufismo magrebí contemporáneo, en AMINA GONZALEZ COSTA-GRACIA LOPEZ ANGUITA,
Maestros sufíes de al-Andalus y el Magreb, Almuzara, 2009.
[35] Además de
personaje histórico, “El sultán negro” es un personaje mítico del que se
cuentan multitud de historias fantásticas que lo sitúan en épocas diferentes.
[36] CARATINI,
SOPHIE, Les enfants des nuages, Editions du Seuil, Paris, 1993, p. 101
[37] La del oro
es una tradición o costumbre seguida por muchas tribus. Los Tubalt, por ejemplo,
tampoco se adornan nunca con joyas de oro.
[38] Festejo
tradicional a modo de feria en honor de un santo.
[39] CARO BAROJA,
Op. Cit. P. 89 y 133.
[41] Al Chej se
le atribuyen 23 mujeres legítimas, 20 hijos y otras tantas hijas.
[42]Ruiz Miguel, CARLOS (19 de abril de 2007). «El acuerdo de pesca UE-Marruecos o el intento
español de considerar a Marruecos como “potencia administradora” del Sáhara
Occidental». Anuario de Derecho
Internacional. Western Sahara Human Rights Watch. «Las consideraciones
anteriores se hallan confirmadas por resoluciones de la Asamblea General de la
ONU. De estas resoluciones se desprenden dos conclusiones complementarias: la
Asamblea General de la ONU nunca ha considerado a Marruecos como “potencia
administradora” sino como ocupante; y España ha seguido siendo considerada como
“potencia administradora” [...] VIII. Conclusiones. [...] 2º. El acuerdo
tripartito de Madrid de 1975 no ha transferido “a Marruecos” la cualidad de
potencia administradora. [...] 4º. De acuerdo con las resoluciones de la
Asamblea General de las Naciones Unidas y la práctica del Secretario General la
“potencia administradora” del Sáhara Occidental sigue siendo España, aunque lo
sea de iure, pero no de facto».
[43] SANZ
NAVARRO, MARIANO, Viaje por el Sáhara
Occidental, El Badía, D. Marín Editor, Murcia, 2007. P.42 y sig.
[45] GARCÍA,
ALEJANDRO, Historias del Sahara, El mejor
y el peor de los mundos, Catarata, Madrid, 2001. P.153
[47] República
Árabe Saharaui
[48] RIVEROS,
CLARA, Diálogos trasatlánticos, Marruecos
hoy, Ed. Alhulia, SL., Salobreña, 2019, p.64: las provincias del sur representan el 59% del territorio nacional [de
Marruecos] y se encuentran entre los desiertos más áridos del mundo. Las
provincias del sur albergan a un 3,2 % de la población del reino (1.028.806
habitantes). El Consejo Económico, Social y de Medioambiente también destaca
que la tasa de urbanización en el sur es mayor al resto del país con un 74 %
frente a menos del 60 % para el promedio nacional (MECHBAL, febrero11, 2018)
[49] Franja de
tela de unos tres metros que se enrolla alrededor de la cabeza de modo
característico. Su forma y color manifiestan la procedencia. Es herencia de los
antiguos al-Morabitum, los hombres del velo. El color blanco indica,
generalmente, al hombre que ha peregrinado a La Meca.
[50] También
conocido como Ali Bey, (Barcelona 1767-Damasco 1818) fue militar, espía,
arabista y aventurero autor de Viajes por
Marruecos, Ed. De Salvador Barberá, Barcelona, 1997 y Viajes de Alí Bey, Ed. Optima, Barcelona, 2001. Sobre el personaje
existe numerosa bibliografía.
[51] DEL BARRIO, ALONSO, Las
tribus del Sahara, Servicio de publicaciones del Gobierno General del
Sahara, 1973, pp. 41-92; BONTE, P., Essai
sur les formations tribales du Sáhara occidental, Editions Luc Pire, 2007,
P. 28; CARO BAROJA, JULIO, Estudios
saharianos, Consejo superior de Investigaciones Científicas, Madrid, 1955,
pp. 53´- 90.
[53] Abu Madian de Sevilla. Patrón de Tremcem (Argelia), de
enorme influencia en todo el Magreb, vinculado al maestro bereber Abu Yaza y a
la cofradía Cahdilia. Era considerado por Ibn Arabí como
“Maestro por excelencia”, JUAN JOSÉ GONZALEZ, La presencia de Abu Madyan de
Sevilla en el sufismo magrebí contemporáneo, en AMINA GONZALEZ COSTA-GRACIA
LOPEZ ANGUITA, Maestros sufíes
de al-Andalus y el Magreb, Almuzara, p. 200
[55] La del oro es otra tradición o costumbre seguida por
muchas tribus, los Tubalt, por ejemplo tampoco se adornan nunca con joyas de
oro.
[56] Además de personaje histórico, “El sultán negro” es un
personaje mítico del que se cuentan multitud de historias fantásticas que lo
sitúan en épocas diferentes.
[59] Arroz local
de tallo largo, como el trigo o la cebada.
[62] Testimonio
verbal de Salek Mahayup
[63] LOPEZ SORIA, MARISA-SANZ, MARIANO, Un Djins en la mochila,
Ilustraciones Eva Poyato, Ed. La Equilibrista, Barcelona, 2019
[64] Como es
sabido, no existe línea directa con el Profeta, al que sólo sobrevivió su hija
Fátima. Sus descendientes lo son a través de su yerno Alí.
[65] DERMENGHEM, EMILE, Le
culte des saints, Ed. Gallimard, París, 1954 p. 127: “Los campesinos
tunecinos meten la arena en un saquito que cuelgan del cuello de los animales
enfermos […] la tierra de la tumba de Sidi Mahrez, patrón de Túnez, preserva de
los accidentes de navegación”.
[66] PASTOR MUÑOZ, MAURICIO-VILLAR RASO, MANUEL, Las ciudades perdidas de Mauritania,
Ed. Sierra Nevada 95, Granada, 1996. P. 97 y sig.
[67] Cuando no hay
agua a mano, al creyente le está permitido simular la purificación ritual con
una piedra o con arena.
[68] CORRAL, JOSÉ,
Ciudades de las caravanas, Omnia IG.
Madrid, 1985
[69] Algunos
autores aseguran que su historicidad no está comprobada y su existencia es
solamente conocida por la tradición Kunta (PASTOR Et. Al. Op. Cit. p.160
[70]
DOULS, CAMILLE, Il finto musulmano. Edizione
di Torino, Torino, 1999. P.41: A aquel
nome [Sidi Ahmed El Bakay] riconobbi
il figlio di un grande sherif (príncipe
musulmano) dell’adrar, di cui avevo intenso parlare il giorno prima.
Se trata del controvertido viaje aéreo que Mahoma habría hecho
del templo de la Meca al de Jerusalén y luego, a través de los siete cielos
hasta el trono de Dios recogido en la Sura XVII "El viaje nocturno".
Mahoma habría sido transportado a las regiones celestes por el ángel Gabriel en
un caballo llamado Borak a quien la tradición representa como un ser alado con
cara de mujer, cuerpo de caballo y cola de pavo real. En los primeros tiempos
del Islam y según el testimonio de Moawiya, compañero del Profeta y después
califa, fue una simple visión corroborada por su mujer Aicha, según la cual
Mahoma no se había levantado del lecho. Sin embargo una de las creencias
universalmente admitidas entre musulmanes es la de que la ascensión fue real.
[73] TALEB AJIAR ULD CHEJ MAMINA, Chej
Ma El Ainin, Ulemas y Emires frente al colonialismo europeo, Fundación Chej
Mrabbi Rebbu, Rabat, 2007. En árabe.
[74] Tropa constituida por más de cien
hombres, con los camellos y caballos correspondientes, y es también lo cogido
en la expedición guerrera llevada a cabo por estos hombres. CARO BAROJA, JULIO,
Estudios saharianos, Consejo superior de investigaciones científicas,
1955. p. 342
[76] Río fósil
[77] El mexuac es un palillo sacado de la acacia
espinosa que se utiliza en todo el Sahara como abrillantador de los dientes.
Comerciar con él se consideraría ridículo. Estudios Saharianos, Op. Cit.
p. 297
[81] Los musulmanes shiítas, que se extendieron principalmente por
las provincias de Irán, dicen que, si bien Muhammad fue el último profeta que
reveló una ley religiosa (Shari’ah) -y en esto coinciden con los musulmanes ortodoxos llamados
sunnitas- tuvo, no obstante, doce descendientes llamados Imames (líderes). Estos Imames son los
guías que inician a sus adeptos y les conducen al sentido interno (batin)
de las revelaciones proféticas (zahir). Es el Imam quien enseña el sentido
esotérico de la «letra» coránica, él guía a los fieles hacia el sentido
espiritual, interior, de la revelación literal enunciada por el Profeta. El zahir
podría compararse a lo que los judíos y cristianos llamas la «letra»,
mientras que el batín es el significado espiritual o interno. Para más
detalles, el siguiente enlace: http://www.wocoshiac.org/es/contexto-chii/occasions-es/muharram-es
[82] DE DALMASES, PABLO, Los
últimos de África, Ed. Almuzara, Cordoba, 2007