jueves, 4 de octubre de 2018

¿ESCRITORES?


Mariano Sanz Navarro

Quien de la poesía
y de los versos se aleja
huérfana deja su alma
creyendo que está completa

Santiago Delgado
(Escuchado en Zalacaín, 26.01.2016)

Me reprocha mi musa de cabecera, con su habitual proceder dulce y discreto, la vanidad de titularme escritor; y debo manifestar en mi descargo que igual que hubo grandes pintores que ennoblecieron el oficio como Velázquez o Goya (por no citar a tantos más de este y otros países), no por ello a los menores debe hurtárseles la misma denominación que a los principales y consagrados. Salvando las distancias, en su modestia y en su casa, cada persona es rey de lo suyo; todos aquellos fueron pintores con notables diferencias de acierto y fortuna. La cual es tan caprichosa que maestros (como Van Gog) ha habido, que no vendieron ni un solo cuadro en vida, y luego de muertos se les comenzó a apreciar, pagándose por sus obras grandes fortunas.

En todos los oficios -también en los de letras-, hay muchas categorías; de manera que algunos se llaman poetas sin tener de ello más que la fiebre juvenil de los ripios por la que todos hemos pasado, sino que en su caso, jamás les fue curada por el natural paso del tiempo, y los pergeñan con más voluntad que ingenio. A muchos de estos podrían aplicárseles los versos de Miguel Torga que tan acertadamente cita Angel Paniagua:
Esos que solo han conocido de las musas
la blanca vestidura y los cabellos

Otros –pocos-, sí se ganaron el título y denominación de poetas a pulso y con ingenio: el tiempo y las gentes los colocaron para siempre en el alto lugar que les corresponde.
Puede que, como supone el amante de las esdrújulas, Gonzalo Rojas, el poeta se haga ‘de repente’, o por contra, como decía don Miguel, se componga a lo largo de muchos y difíciles trabajos: Yo que siempre me afano y me desvelo/por parecer que tengo de poeta/la gracia que no quiso darme el cielo.
Aunque en otro lugar piense y deje escrito de la poesía: que, según dicen es enfermedad incurable y pegadiza.
Pasa lo mismo con los escritores y escritoras de prosa, que de ellos hay los reputados por sus obras y por el tiempo que los ha declarado inmortales, tanto en épocas pretéritas como en las presentes. Pero existen también los menores (entre los que me cuento), que en su modestia y sin querer establecer parangón alguno con los anteriores, disfrutan del arte de la escritura y aspiran, en el honesto ejercicio della a ocupar un lugar, aunque sea junto al escabel de los consagrados, de manera que algo de la gloria que les rezuma venga a tocarles.

Todos los que escriben, proceden de igual manera en su oficio: colocan ordenadamente las letras formando palabras y éstas componiendo frases para acabar construyendo la historia de que se trate. Pero ¡ay!, algunos, tocados por la vara alada de la fortuna la tienen de tal suerte que de sus plumas salen comedias sin cuento, narraciones fantásticas, iliadas y odiseas; amadises, buscones, quijotes, hamlets, rinconetes, gulliveres, montecristos, alicias, reyes gudús olvidados, parientes del Dr. García, señoras Dolloway, emmas o aurelianos que exigen, ya desde recién nacidos, un lugar imperecedero en la historia universal. El resto, con paciencia digna de encomio, se conforma echando a andar por el mundo de lo literario, los contrahechos engendros que la pluma no logró plasmar con el esbelto y fulgurante talle que concibiera la imaginación del autor.
Por eso, no es el principal objetivo del que escribe (que si no escritor, puede llamársele escribiente o escribano, por parecer estas denominaciones más modestas y de menor altura y presunción), obtener fama, y mucho menos fortuna, sino que el propio ejercicio de la escritura le produzca tantas satisfacciones con lo que, en sí mismo, se complete y realice.
Ítem más que algunos de los escritos que deje, puedan servir para que aquellos a los que les lleguen conozcan algo más del que los ha dejado, e incluso aprendan alguna cosa de las que el amanuense haya puesto sobre el papel.
*
Y por parecerme que viene a cuento, voy a relatar al paciente lector un sueño que tuve hace unos días: me vi ante la puerta que cierra el Universo; solo una astilla de luz pude apreciar por el hueco de la cerradura. La curiosidad me llevó a mirar por la rendija y vi el mundo de las vanidades lleno de escritores; en la parte más alta, en un éter blanquecino, los genios de ese arte que en el mundo han sido se movían flotando con el índice de su mano diestra extendido, como si en otra Capilla Sixtina se encontraran, de manera que cada tanto, tocaban con otro del mismo oficio y las chispas de genialidad brotaban de sus dedos como fuegos de artificio.
Más abajo, en un piélago semejante a pegajosa melaza, se encontraba la miríada de escritores anodinos: jóvenes en busca del pelotazo editorial, vertedores de critica indiscriminada, resentidos de todos los calibres; jubilados decadentes empeñados en dejar recuerdo imperecedero de una vida que no interesa a nadie; periodistas hambreantes que aseguran tener decenas de magnificas obras en el cajón a la espera de editor…
En el fondo, un caldo negruzco y fétido, bullía como gusanera. Eran los escritores definitivamente fracasados, los refugiados en periodiquillos criticones y los asilados en programas de “realitis” que jamás saldrían de su estado de larva para pasar al de mariposa.

Desperté con la firme convicción de que jamás atravesaría aquella puerta.






1 comentario:

  1. Pero qué bien escribes, don Mariano. Da gusto leer tus prosas tan elegantes e ilustradas. Un verdadero placer, colega, amigo, maestro, sí, maestro, por qué no?... Un abrazo.

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